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LA NOCHE del quince de agosto de 1996, regresaron a su piso de la calle Verdi el matrimonio Bonamusa. Su hija Alexia la habían dejado en casa de los vecinos de abajo, los Artigas. Venían de cenar junto con el doctor Eusebio Mezquita en un conocido restaurante barcelonés. Durante la cena hablaron del experimento que días antes habían realizado en el hospital Clínico y de los buenos resultados que habían obtenido. La enfermedad de Alexia desaparecía poco a poco y las pruebas que realizaron a la niña con posterioridad demostraban que la vacuna fue un éxito. Felisa Paricio, la madre de Alexia, no sabía nada del experimento y se enteró esa misma noche, cuando el vino tinto de la cena soltó la lengua al doctor Mezquita. Se indignó sobremanera cuando supo que su hija había sido utilizada como cobaya. El padre, el doctor Albert Bonamusa, defendió el experimento, ya que gracias a él estaban salvando a la niña de la muerte. En medio de la discusión, salió a relucir la necesidad de hacer ciertos análisis a la niña para dar con la fórmula exacta que permitiera reproducir los ensayos y crear una vacuna. Felisa se negó en rotundo, y si con el experimento habían conseguido sanar a su hija, eso ya era suficiente para ella. Pero no para el doctor Eusebio Mezquita que vio la posibilidad de alcanzar la cima de la medicina, incluso llegó a mencionar en un par de ocasiones el premio Nobel.

Bastante molestos, se fueron todos del restaurante y el doctor Mezquita se ofreció a ir con ellos a su casa para seguir hablando, pero Albert Bonamusa le dijo que no era el mejor momento y que ya hablarían al día siguiente con más calma y más sobrios, pues habían bebido demasiado esa noche.

Al llegar al piso de la calle Verdi número cuarenta y cinco, Felisa subió por las escaleras, como siempre, y se entretuvo hablando con los vecinos del segundo, el matrimonio Artigas, que siempre fueron muy amables con ellos. Felisa estaba cansada y los Artigas se dieron cuenta de ello, por lo que se ofrecieron, al igual que habían hecho en otras ocasiones, a quedarse con la niña esa noche; la pequeña se había quedado dormida en la habitación de invitados. Sonsoles destacó la buena cara que tenía Alexia y como parecía que nunca hubiese estado enferma antes, explicándole Felisa como su marido había creado una vacuna que solucionaba esa enfermedad y otras más graves como serían el cáncer. La señora Artigas no daba crédito a lo que le estaba diciendo Felisa y pensó que era más fruto de la ingestión de alcohol que de una realidad. Pero ante la insistencia de Felisa los ojos de Sonsoles se abrieron como platos y vio la posibilidad de curarse ella misma, ya que padecía una enfermedad que unida a su avanzada edad acabaría con su vida en breve.

En el transcurso de la conversación, Felisa le dijo que seguramente no sacarían esa vacuna al mercado, ya que tanto su marido como el doctor Mezquita habían perdido la fórmula y necesitaban experimentar con la niña para hallarla de nuevo. La señora Artigas no entendió muy bien a qué se refería, pero supo que la palabra experimentar no sonaba muy bien, pues parecía que tratasen a la niña como un conejillo de indias. Mientras las dos mujeres hablaban oyeron pasar el ascensor y no prestaron atención, pero dentro iban Albert Bonamusa y Eusebio Mezquita, que se habían encontrado en el garaje aparcando el coche el primero y siguiéndolo para hablar el segundo, diciéndole que tenían que convencer a Felisa de que les dejara experimentar con la niña.

Finalmente Sonsoles Artigas se quedó con la niña en su casa y la pequeña siguió durmiendo en la habitación de invitados. Felisa terminó de subir hasta el piso y cuando llegó, oyó que los dos doctores discutían acaloradamente hablando del experimento realizado con Alexia. Se escondió en la habitación de planchar con la intención de seguir escuchando la conversación y averiguar hasta dónde estaba dispuesto a llegar su marido para obtener la vacuna que curaría el cáncer. Mientras tanto los doctores siguieron discutiendo y el tono de voz se fue elevando hasta el punto de que más que una discusión parecía una pelea. Felisa no lo vio, pero Eusebio Mezquita atizó un fuerte golpe en la cabeza de su marido Albert, utilizando para ello una figura de bronce que tenían en el comedor, donde un jinete con cabeza de hiena montaba un caballo. El golpe fue mortal, pero Eusebio no lo supo en ese momento.

Felisa, no oyendo ningún ruido más, se asomó por la puerta de la habitación de planchar, creyendo que el doctor Eusebio Mezquita ya se había ido, pero lo que vio fue bien distinto. Su marido yacía en el suelo malherido y Eusebio Mezquita dada vueltas por la habitación palmoteando como si estuviera pensando que hacer. De los labios de Felisa surgió un gemido y el doctor giró la vista pensando que en el piso había alguien más. Sus ojos se posaron sobre la librería del comedor, donde había unos guantes de piel. Los cogió y se los puso. Pensó que después de la muerte del doctor, lo mejor era no ir dejando huellas por el piso. Anduvo por el pasillo hasta la habitación de planchar. Oyó ruido. Felisa estaba intentando cerrar la puerta con llave, pero antes de que atrancara la cerradura, el doctor Mezquita le dio una patada y golpeó a la señora Bonamusa en la cara. Ella cayó al suelo semiinconsciente. Tenía que actuar, y rápido, se dijo el doctor. Ella había visto como mató a su marido y por lo tanto no podía dejar que siguiera con vida. De uno de los cajones de la habitación de planchar extrajo un trozo de cuerda de nailon que utilizaban para tender la ropa. Medía un metro más o menos y el doctor pensó que le serviría para ahogar a Felisa. Así que la cogió por las dos puntas y se la ató alrededor del cuello, mientras ella estaba en el suelo boca abajo reponiéndose del golpe. Pero al utilizar guantes la cuerda resbalaba y no podía hacer fuerza, por lo que se los quitó, sabiendo que en un trozo de cuerda de nailon nunca podrían hallar sus huellas.

Felisa agonizaba y el doctor no conseguía ahogarla con la cuerda, sus manos sudadas y llenas de sangre resbalaban continuamente. Se acercó hasta el comedor donde yacía el cuerpo sin vida de Albert Bonamusa y recogió la figura de bronce que había utilizado para golpearle. Con ella en la mano se dirigió de nuevo hasta la habitación de planchar y sin pensárselo dos veces asestó un golpe mortal en la cabeza de Felisa. Luego regresó al comedor y puso la figura en la mano derecha de Albert Bonamusa, queriendo simular que había sido él el que mató a su esposa. Felisa aún no había muerto y consiguió cerrar por dentro la habitación de planchar, dando una vuelta a la llave que estaba puesta. Se arrastró hasta el teléfono que había al lado de una estantería y lo descolgó, pero no pudo llamar porque cayó fulminada en ese instante.

Eusebio Mezquita se dirigió a la habitación donde se supone debía estar durmiendo la pequeña Alexia, pero cual fue su sorpresa al ver que no estaba allí. Supuso que al oír el ruido proveniente desde el comedor se asustó y se escondió en algún sitio, pero no había tiempo de entretenerse en buscarla, lo importante era salir del piso antes de que llegara la policía y lo pillaran allí.

En el piso de abajo, los Artigas, habían escuchado todo el jaleo que se había originado, pero pensaron que el matrimonio estaba discutiendo y no quisieron entrometerse donde no les llamaban, así que siguieron a lo suyo y después de cenar se metieron en la cama.

Al día siguiente se destapó el crimen y al bloque de la calle Verdi número cuarenta y cinco llegaron muchos policías y medios de comunicación. Todos hablaban de la muerte de los Bonamusa y de la desaparición de la pequeña Alexia. Los Artigas no dijeron nada de la niña y la mantuvieron encerrada en el cuarto donde dormía en el piso, oculta. Sonsoles Gayán estaba muy enferma y Pere Artigas optó por esperar a ver que pasaba antes de entregarla a las autoridades.

A la semana siguiente dejaron de venir policías por el piso de los Bonamusa y la prensa hablaba de que la hija del matrimonio había sido secuestrada por los asesinos de sus padres. Sonsoles le contó a su marido lo que le dijo Felisa del experimento contra el cáncer y se le ocurrió la idea de extraer una pequeña cantidad de sangre a la niña e inyectarla a su mujer. Pere Artigas dijo que si eso era cierto lo sabrían enseguida. Con una jeringuilla que utilizaba Sonsoles para administrarse un medicamento que se inyectaba tres veces a la semana, se inyectó diez miligramos de sangre de la niña.

Al día siguiente y ante el asombro de Pere, su mujer había mejorado notablemente, tanto que se podía incorporar sin esfuerzo y sus pulmones aquejados de cáncer engullían el aire como si nunca hubieran estado enfermos. Los dos supieron que era cierto lo del experimento médico y seguramente fue el motivo del asesinato de los padres de Alexia. A Pere se le ocurrió la idea de que las dos se refugiaran en un pueblo de la provincia de Girona durante un tiempo, hasta que todo el mundo se olvidara de la chiquilla, ya que los Bonamusa apenas tenían familia y Albert sólo tenía un hermano bohemio que siempre pasó de su familia.

Durante años nadie dijo nada. El traspaso de competencias de la Policía Nacional y de la Guardia Civil hacia los Mossos d›Esquadra, hizo que la investigación se archivara y todos diesen a Alexia por desaparecida, o incluso muerta. Sonsoles y Alexia se fueron a vivir a Bescanó, en la provincia de Girona, y Pere Artigas y su hijo Ramón las visitaban esporádicamente, siempre intentando no llamar la atención. La salud de los Artigas mejoró increíblemente y una vez a la semana le extraían sangre a la pequeña Alexia, con cualquier escusa que la niña se creía, para inyectársela ellos.

Ramón había regresado hacía tiempo de Francia, allí estuvo sirviendo en la Legión Extranjera, y buscaba encontrar algún empleo con el que salir adelante. Pero mientras vivía en el piso con su padre, en la calle Verdi, se enteraron de que había un detective que iba haciendo preguntas sobre la muerte de los Bonamusa y la desaparición de la hija del matrimonio. Los Artigas nunca supieron quién mató al matrimonio, y ni siquiera les importó; aunque sabían que el móvil tuvo que ser la pequeña Alexia y las propiedades de su sangre. No era bueno que después de tanto tiempo alguien estuviera indagando sobre el paradero de Alexia, así que Ramón optó por quitarlo de en medio de una forma que no levantara sospechas. El doce de abril de 2006 simuló un suicidio en el tren que une Masnou y Badalona, de un investigador contratado por Eusebio Mezquita para encontrar a Alexia. Supo tiempo después que era un guardia civil en excedencia y que murió cincuenta días después de pedir la baja del cuerpo. Cuando el doctor Mezquita contrató otro, esta vez un vigilante de seguridad, Ramón supo que también tendría que matarlo, pero se le ocurrió hacerlo de una forma tal que la policía pensara que todas esas muertes eran accidentes y los investigadores, y quién los contrataba, creyeran que había algún tipo de rito o circunstancia extraña detrás de los crímenes. En casa de su padre tenía un libro que se trajo de Francia titulado Muerte en Acobamba, de un autor desconocido llamado Edelmiro Fraguas, donde los asesinos mataban a sus víctimas, previamente secuestradas, después de cincuenta días. Se le ocurrió que si seguía esa cadencia, podría infringir tal miedo a los investigadores que buscaban a Alexia que enseguida dejarían de seguir indagando y se retirarían del caso.

El doctor Eusebio Mezquita se dio cuenta de esa coincidencia y también temió por su vida; aunque era un hombre muy pragmático y nunca creyó que alguien estuviese matando a sus investigadores, sino que más bien era algo casual. Para el doctor el hecho de que tres personas hubieran muerto por accidente y después de cincuenta días después de empezar a trabajar en el caso de Alexia, no era más que una mera coincidencia. Pero por si acaso se trasladó a vivir a Zaragoza, lo suficientemente lejos de Barcelona para no correr peligro, pero cerca como para poder ir de vez en cuando.

Una vez afincado en Zaragoza el doctor Eusebio Mezquita supo de un policía nacional de Huesca que salía mucho en la prensa. Y así fue como se fijó en Moisés Guzmán y decidió contratarlo. Pensó que los anteriores investigadores habían fracasado al ser de Barcelona y no contar con la colaboración de las distintas policías. Pero un policía nacional tendría más posibilidad de ahondar en la base de datos nacional y expandir más la búsqueda. Si Alexia estaba en alguna parte de España, ese policía la encontraría.