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AMOISÉS le contrarió cuando se enteró de que el señor Mezquita ya había contratado un detective anteriormente para investigar la muerte del matrimonio Bonamusa y la desaparición de Alexia. Aunque bien mirado era una información que no tenía por que facilitar el doctor amigo de la familia. Se preguntó si habría avanzado algo ese detective o si fue atropellado justo al comenzar la investigación. Otra cosa que le dijo el señor Artigas, referente a la llamada de alerta a la Guardia Urbana tres meses antes de que asesinaran a la familia de que ellos nunca llamaron, también le dio que pensar a Moisés. No tendría demasiados problemas en comprobar la veracidad de esa llamada ya que en el registro de servicios de la policía municipal habría un apunte de ese día. Luego se acordó de que los hechos se remontaban a trece años atrás, por lo que era posible que ya no existiera ningún registro de ese servicio.

En la pensión Tordera no había conexión a internet, por supuesto, ni Wi-Fi, ni nada que se le pareciera. Lo que sí había era un tránsito continuo de prostitutas por el pasillo y un deambular de proxenetas que no paraban de hacer un ruido espantoso cada vez que abrían y cerraban las puertas de las habitaciones. Así que cada vez que Moisés quisiera conectarse a internet debía buscar un lugar con acceso inalámbrico. No le gustó la idea de bajar por las escaleras de la pensión con el ordenador portátil bajo el brazo, más que nada por si a alguno de los clientes pensara que le podría sacar un buen dinero vendiéndolo en laBarcelonetaa un precio asequible.

En la avenida Diagonal, relativamente cerca de la pensión, encontró Moisés una biblioteca donde tenían conexión Wi-Fi y podía llevarse el ordenador portátil e incluso consultar los ordenadores de la propia biblioteca cuando le fuese necesario. En el escritorio del flamante sistemaDebianLinuxcreó una carpeta que nombró Alexia. En el interior creó un archivo con el mismo nombre y escribió todo lo que hasta ese momento sabía de la niña. Al lado creó otra carpeta con el nombre Genaro y abrió un archivo de texto en su interior aún sin renombrar. A continuación inició el navegador de internet y accedió aGoogledonde tecleo el nombre entrecomillado de «Genaro Buendía» y esperó a que el buscador ofreciera los resultados.

La distribución de la biblioteca era idónea para las personas, que como él, quisieran utilizar sus ordenadores portátiles sin ser molestados. Se repartían dos largas mesas de madera de seguramente veinte metros cada una y de una anchura suficiente como para que cupiesen dos ordenadores portátiles abiertos de par en par sin molestarse los usuarios entre ellos. El margen del pasillo trasero era tan amplio que no era necesario que pasaran cerca, así sus miradas no caían en la tentación de posarse sobre las pantallas de los ordenadores. Moisés se distrajo mirando al resto de compañeros de su mesa. La mayoría eran jóvenes que seguramente estarían buscando apuntes. Una chica que hacía años dejó la adolescencia y supuso Moisés estaría chateando con algún chico. Y un cincuentón de gruesas gafas, que por los gestos que dibujaba en su rostro estaría mirando páginas prohibidas. Los ojos de Moisés se clavaron en él. Le resultó repugnante y sobre todo por la forma que masticaba el chicle en su boca completamente abierta y con un ruido que a pesar de estar a varios metros de distancia podía oír perfectamente. No le extrañó que no se hubiera sentado nadie a su lado.

Google terminó de mostrar los resultados en pantalla. Como entrecomilló la búsqueda no surgieron muchos Genaro Buendía. El primer resultado le llevaba directamente a la noticia de prensa del diario La Vanguardia donde salía el atropello del detective:

Barcelona.-Un hombre de 38 años, vecino de Barcelona, ha fallecido hoy tras ser atropellado en plena calle Verdi por un camión de reparto que se desfrenó por causas que se desconocen, informaron fuentes de la Guardia Urbana. El hombre, cuya identidad responde a las iniciales G.B.F. ha sido atropellado a las 8:30 horas. El herido fue atendido por los servicios sanitarios en el lugar del accidente y posteriormente fue trasladado al Hospital Militar, donde ha fallecido, según las mismas fuentes. El conductor del vehículo fue sometido a la prueba de alcoholemia que dio resultado negativo. El equipo de atestados de la Guardia Urbana instruyó Atestado Judicial sobre los hechos, llevando a cabo las investigaciones tendentes al esclarecimiento de los mismos.

—Ummm, hospital militar —dijo Moisés en voz alta.

Una chica que se había sentado delante de él lo miró con ojos censuradores al molestar al resto de la mesa hablando. Él levantó la mano queriendo disculparse.

Llevarían el cuerpo al hospital militar porque quizás era el más próximo o porque la víctima era militar. Pensó Moisés que no había nada raro en que un exmilitar, al igual que un expolicía, se dedicara a actividades investigadoras. La empresa privada siempre fue mejor pagada que la pública.

Siguió documentándose y supo que la tercera inicial correspondía al apellido Félez. El detective que investigó antes que él la muerte del matrimonio Bonamusa y la desaparición de la pequeña Alexia se llamada Genaro Buendía Félez y tenía 38 años el día que lo atropellaron. Escribió todos esos datos en la carpeta del escritorio de su ordenador mientras el ruido del pederasta masticando chicle era cada vez más repugnante.

La fecha del atropello fue el quince de marzo del año dos mil ocho, hacía más de un año. Se preguntó cuántos detectives habría contratado el señor Mezquita antes, para averiguar lo que sucedió la noche que mataron a los Bonamusa y desapareció Alexia.

Notó una vibración en el bolsillo y supo que su teléfono volvía a sonar. Por suerte lo puso en silencio antes de acceder a la biblioteca. El nombre de Eusebio Mezquita volvió a iluminar la pantalla. Esta vez lo descolgó mientras cerraba la tapa del ordenador portátil y salía dirección hacia la calle. Al pasar por al lado de la persona que masticaba chicle ruidosamente vio en la pantalla de su ordenador unas imágenes de catedrales.

—Señor Mezquita —dijo Moisés traspasando la acristalada puerta de la biblioteca.

—Le he llamado un par de veces.

—Sí, ya vi las llamadas pero no pude responder —mintió Moisés.

—¿Ya está afincado en Barcelona?

—Así es, llegué ayer por la tarde.

—Y supongo —dijo el señor Mezquita—, que ya se habrá puesto manos a la obra, ¿verdad?

—Cierto. Y sobre eso quería hablar con usted.

—¿Sobre eso?

—Sí, sobre el asunto que me ha traído a Barcelona. Hay algunas preguntas que quería hacerle.

—Adelante.

—Sé que contrató un detective antes que a mí. ¿Es eso verdad?

—No del todo. He contratado varios detectives antes que a usted.

Moisés contrajo el rostro. El ruido de un autobús urbano al pasar por delante no le dejó oír bien las palabras del señor Mezquita.

—¿Cómo dice? —gritó

—Que he contratado a más de un investigador para averiguar que pasó esa noche.

—No me lo dijo.

—No lo creí necesario —replicó el señor Mezquita.

—¿Eran militares?

—El último sí.

—¿Averiguaron algo?

—Nada. Solamente me sacaron el dinero.

Moisés se refugió en la entrada de una tienda de electrodomésticos, ya que le costaba entender a su interlocutor a través del teléfono móvil.

—Repita —le dijo.

—Digo —repitió el señor Mezquita—, que esa gente no averiguó nada, solamente me sacaron el dinero.

—Vale, vale —dijo Moisés—. Mañana seguiré buscando información en los archivos municipales y en la jefatura de la policía; aunque ha pasado tanto tiempo que dudo que haya algo que me sea de utilidad.

—OK, ya sabe que puede llamarme para lo que sea —se ofreció el señor Mezquita.

Y los dos colgaron a la vez.

Antes de ir a la pensión Tordera, Moisés Guzmán buscó un restaurante donde comer un buen menú. En la avenida Diagonal vio varios y hasta se entretuvo leyendo las cartas que había en la cristalera. Finalmente entró en uno cuyo precio le pareció aceptable y donde todas las mesas estaban llenas de comensales, señal inequívoca de que había buena cocina.