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EL DOMINGO 23 de agosto de 2009 Moisés se despertó en la habitación de la pensión Tordera. La noche anterior adquirió varios bocadillos fríos en una bocatería del Paseo de Gracia, después de deambular un rato hasta que llegó a la Plaza Cataluña. También compró alguna lata de refresco y un par de botellas de agua. Pensaba pasar el día dentro de la habitación y aprovechar para leer el libroMuerte en Acobambadel autor peruano desconocidoEdelmiro Fraguas. Por lo que pudo leer el día anterior, de momento no había nada que relacionara a la banda de los doce asesinos y la muerte en cincuenta días con su investigación. En los siguientes capítulos hablaban de que los sicarios de Acobamba secuestraban por dinero, pero Moisés no tenía constancia de que la pequeña Alexia hubiese sido secuestrada por dinero, ya que si habían matado a sus padres poco rescate iban a pedir los asesinos. A no ser que, pensó, el doctor Eusebio Mezquita Cabrero hubiese sido el encargado de pagar por liberarla. Pero no tenía sentido, ya que en Barcelona mataban a los investigadores y no a los secuestrados. Conforme leía se daba cuenta de que la historia del libro y su propia historia no tenían relación alguna. El libro era una ficción entretenida, nada más. Ni tan siquiera los nombres o las situaciones tenían parangón.

Por la tarde y siendo las ocho, finalmente, terminó de leer el libro. Tuvo una sensación de sinsabor y algo parecido a una tomadura de pelo. Por más vueltas que le daba no hallaba relación alguna entre el libro y la muerte de los detectives. Pensó que algo se le escapaba.

«Piensa Moisés, piensa», se dijo mientras paseaba por el interior de la habitación sosteniendo un cigarrillo en la mano.

Abrió la tapa del ordenador portátil y comenzó a repasar, de forma concienzuda, todas las notas extraídas de la biblioteca. Había varios nombres, fechas y lugares. Se había dejado de anotar lo de la sangre de la niña y ese era un dato importante. Si el doctor Eusebio Mezquita no le había mentido la niña tenía en su cuerpo una sangre inmortal, por así decirlo. En su mente comenzó Moisés a tejer la posible trama y dotarla de lógica para entender mejor la situación. Y escribió lo que podía ser una novela.

El quince de agosto de 1996 alguien sabía que el experimento de los doctores Albert Bonamusa y Eusebio Mezquita había sido un éxito. La sangre de la pequeña Alexia era milagrosa y curaba la mayoría de enfermedades conocidas. Ese era un buen móvil para matar y secuestrar a la niña.

Unos asesinos, seguramente contratados, acceden al domicilio de los Bonamusa y matan al matrimonio y secuestran a la hija llevándosela fuera de España; aunque el doctor Mezquita asegura que aún sigue aquí. Moisés se pregunta por qué está tan seguro el doctor de eso.

El matrimonio que hay en el piso de abajo no oye nada esa noche; aunque un informe que no existe de la Guardia Urbana dice que tres meses antes se quejaron del ruido del piano de sus vecinos. Moisés pensó que este era un dato sin importancia ya que no creía que los vecinos de abajo tuvieran nada que ver, solamente eran unos ancianos achacosos y él, Pere Artigas enviudó a la semana de matar a los Bonamusa. Moisés meditó sobre la coincidencia, pero tratándose de una mujer mayor, no era descabellado pensar que hubiese muerto; aunque ignoraba como fue: si de muerte natural o de accidente. Pero eso poca importancia tenía con el asesinato de los Bonamusa.

Le quedaban algunos flecos por completar, como era el testimonio de Ricard Bonamusa, el hermano de Albert y tío de Alexia, en paradero desconocido. La conexión entre las muertes de los investigadores después de cincuenta días de excedencia, algo que le podía pasar a él llegada esa fecha, y el rastro de la pequeña Alexia, que ahora tendría, de seguir viva, dieciséis años. Se llamaría de otra forma y su aspecto sería muy distinto, pero según el doctor Mezquita tenía unos fresones rojos en la base de la espalda que la identificarían. Si todo era cierto sería una chica sana que nunca habría visitado un médico, así que no existirían placas, ni radiografías, ni historial en ninguna clínica. Pero, pensó Moisés, los que estuvieran a su alrededor les ocurriría lo mismo si se inyectaran su sangre. Este último párrafo lo tachó por absurdo, no creyó que fuese tan sencillo adquirir las propiedades de la sangre de Alexia.

Se puso de pie y encendió otro cigarro mientras caminaba entre el lavabo y la habitación. Había tantas cosas extrañas en esa investigación que pensó en coger la maleta y regresar a Huesca. Todo era absurdo. Sangre mágica, muertes a cincuenta días, militares, guardias civiles, asesinatos crueles, niña desaparecida. Y ahora él, indagando.

«Esto es una puta mierda», gritó.

En el teléfono móvil aún había las dos llamadas perdidas de la mañana, la de Yonatan y la del doctor Mezquita. Cogió el móvil y apretó el botón de rellamada. En la pantalla vio un teléfono dibujado y el nombre de Yonatan.

—También trabajas en domingo —dijo Yonatan al descolgar—. ¿Cómo estás?

—Un poco liado. Con ganas de volver —replicó Moisés.

—Aquí llueve bastante, pero he visto en las noticias que en Barcelona tenéis buen clima; incluso hace calor.

—Sí, llovió al final de la semana, pero ayer y hoy ha hecho bueno.

—¿Te fue útil lo que te mandé? —dijo refiriéndose a los datos del INSS.

—Perfecto, me ha sido de mucha ayuda.

—Supongo que necesitas algo más, ¿verdad? —preguntó Yonatan, sagaz.

—Así es —corroboró Moisés—. Necesito algún dato más.

—Dispara.

—Mira, quiero que me busques todos los datos que haya de un tal Ricard Bonamusa, domicilio, teléfono, etc… —esperó a que Yonatan anotara la petición.

—Más.

—Niñas de dieciséis años que se llamen Alexia.

—Uf, debe haber tropecientas mil.

—Me imagino que sí, pero no las quiero todas, sino la cantidad.

—OK. Sigue.

—Todos los datos de una mujer llamada Sonsoles Gayán Mulero, debe tener ochenta años más o menos y si tiene hijos.

Moisés no le dijo que esa mujer había muerto, quería saber qué encontraba Yonatan de ella.

—Venga que me estoy animando.

—Otra cosa, pero esta más difícil.

—Lo que sea —chasqueó los labios.

—¿Cómo andamos de coches en el servicio?

—Mal, ya sabes, como siempre. Mucha gente de vacaciones. Hasta septiembre nada.

Moisés calculó que faltaba una semana para que se reincorporaran a su servicio los policías que estaban de vacaciones en agosto.

—Ahora sé que no es posible, pero para septiembre… ¿podrías poner un coche que vigile a alguien de Zaragoza?

Yonatan sonrió; y aunque Moisés no pudo verlo supuso que esa petición le debió hacer gracia.

—Sabes que eso es imposible.

—Ya —dijo Moisés.

Yonatan entendió que se refería a él.

—Vamos no me jodas. Así andamos.

—Es importante.

—¿Es quien te contrató?

—No me fío de él. Estuve en su casa de Zaragoza y me gustaría saber con quién se junta y qué hace.

—Dame la dirección y veré que puedo hacer.

Moisés le dijo que vivía en el Paseo Sagasta y le facilitó el número.

—OK Yoni, te debo una.

—Me debes mil —dijo Yonatan antes de colgar.