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MOISÉS GUZMÁN se citó con el doctor Mezquita, justo una semana después de iniciar el período de excedencia por el plazo de cincuenta días. Era lunes diez de agosto de 2009 y pensó el veterano policía que no había tiempo que perder. Aunque parecía que cincuenta días serían más que suficientes para saber qué ocurrió con la niña y quién mató a los Bonamusa, sabía, por experiencia, que el tiempo pasa muy rápido y que antes de darse cuenta habría finalizado el plazo; aunque el doctor dejó entrever que disponía de dinero suficiente como para contratarlo el tiempo que fuese necesario. Un detalle que le martilleaba la cabeza a Moisés fue el hecho de que al doctor le preocupaba más encontrar a Alexia que saber quién mató a su socio y a la mujer de éste. Aunque conociendo el pragmatismo característico de los médicos, supuso el policía que él ya conjeturaría que los secuestradores y los asesinos eran las mismas personas.

—Buenos días, señor Guzmán —dijo nada más abrir la puerta de su piso de Zaragoza.

El doctor Eusebio Mezquita vestía un elegante batín de color fucsia y unas espléndidas zapatillas de piel rosada. Moisés no pudo evitar deslizar sus ojos por el flamante reloj de oro que adornaba su muñeca. Del interior del piso, situado en el Paseo Sagasta, surgió un penetrante olor a hierbas aromáticas. Varias varillas de incienso quemándose delataron de donde venía el aroma. El pasillo, corto y amplio, vestía las paredes de innumerables cuadros de los que Moisés pudo leer en uno de ellos la firma dePicasso.

—Eso me gusta de usted —dijo el doctor Mezquita—, se ha puesto manos a la obra de inmediato. Sin perder tiempo.

—Bueno, ahora solamente estoy recopilando toda la información que pueda hallar en los ficheros de la policía y en la prensa. Necesito conocer los detalles anteriores al asesinato del matrimonio Bonamusa y a la desaparición de Alexia.

—Le ayudaré en todo lo que esté en mi mano —se ofreció el señor Mezquita—. Aunque no olvide que lo que quiero saber es donde está Alexia. Es posible que los secuestradores ya no vivan y que la niña se encuentre en algún sitio oculto. Era muy pequeña cuando ocurrió todo. Se la pudieron llevar engañada y ahora puede estar viviendo felizmente en algún hogar, ajena a todo y sin ni siquiera recordar que fue una niña robada.

—¿Por qué dice que los secuestradores puede ser que no estén vivos? —cuestionó Moisés.

—Es usted muy perspicaz —observó el doctor—, es un comentario sin importancia. La gente del mundo éste —dijo refiriéndose a los secuestradores—, no suelen vivir mucho. Mercenarios de países del Este de Europa o sicarios marselleses que dedican su vida a delinquir. Le aseguro que no llegan a viejos.

—¿Mercenarios? Entonces cree que alguien los contrató para que mataran a los Bonamusa y secuestraran a la niña.

—Ya veo que con usted es mejor no hablar —aseveró el doctor—. Se toma al pie de la letra todo lo que digo. Tan sólo son suposiciones; aunque usted es el experto. Lo mejor es que no diga nada y me centre en los hechos objetivos… ¿qué le parece?

—Hábleme del experimento —le dijo Moisés cambiando de tema.

—No prefiere que le cuente todos los detalles de Alexia. Sus gustos. Que aspecto tendría ahora. Si tenía alguna marca especial. Piense que hace trece años que desapareció y la Alexia actual no tendrá nada que ver con la niña de tres años que…

—No quisiera incomodarle señor Mezquita, pero deje que sea yo quien investigue. Para eso me ha contratado, ¿verdad?

—Tiene razón. Además en nuestro trato tiene usted licencia para llevar la investigación como crea más conveniente. Bien, como quiera —dijo el señor Mezquita—. Los glóbulos blancos se originan en la médula ósea y en el tejido linfático y son los efectores celulares de la respuesta inmune, es decir los encargados de la defensa del organismo contra sustancias extrañas o agentes infecciosos —empezó explicando el doctor—. Como cualquier célula están compuestas de núcleo, mitocondrias y orgánulos celulares. El núcleo celular, es una estructura característica de las células eucariotas, o lo que es lo mismo: todas aquellas células que tienen su material hereditario encerrado dentro de una doble membrana. Las mitocondrias son orgánulos presentes en casi todas las células eucariotas encargados de suministrar la energía necesaria para la actividad celular. Los glóbulos blancos poseen un sistema de identificación y eliminación de agentes patógenos, es decir capaces de producir daño al organismo. En estos últimos es donde incidió el experimento. De alguna forma, aún no se sabe cómo, experimentando con células óseas de los buitres, mezclando los linfocitos con células humanas extraídas de los glóbulos blancos, se consiguió que la hija de los Bonamusa adquiriera inmunidad absoluta a todo tipo de enfermedades y desarrollara un intrincado sistema de protección contra la peste de los huesos.

Moisés Guzmán asistió impasible a las científicas explicaciones del doctor. Luego, sin entrar en más detalles y dándose por satisfecho, le dijo:

—Antes me habló de marcas especiales en el cuerpo de Alexia.

—Así es. La pequeña Alexia tiene una marca de nacimiento justo en la parte baja de la espalda. En el lugar donde las jovencitas de hoy se hacen esos tatuajes tribales. En la columna lumbar.

—¿Qué clase de marca?

—Eran unas fresas.

—¿Fresas?

—Sí, tres fresones rojos. Una marca de nacimiento. Un antojo, como se decía antes.

—Es posible que al hacerse mayor ya no estén —contravino Moisés.

—No, yo los vi muchas veces cuando Alexia era pequeña y le puedo asegurar que esos antojos no desaparecen. Es más, cuanto más mayor se hace la niña más se ven. Eso sí: más grandes y difusos.

—Supongo que siendo su padre médico tendrá decenas de formas de comprobar su identidad. Muestras de sangre, placas dentales, ADN…

—Bueno —censuró el doctor Mezquita—. Lo de la sangre no es determinante, el ADN no es posible porque no hay muestras biológicas de la niña. Y respecto a las placas dentales…

—Ah ¡vaya! —exclamó Moisés Guzmán—, he dicho una estupidez. Olvidé que la niña desapareció con tres años y entonces aún no habría ido nunca al dentista. Entonces la única comprobación de la verdadera identidad de la niña, serían los antojos, ¿cierto?

—Cierto —replicó el doctor Mezquita.

—¿No ha probado las redes sociales?

—No le entiendo.

—Sí, hacer un llamamiento a través de internet, algo del estilo de busco chica de dieciséis años con unos fresones rojos en la región lumbar.

—Dicho así suena casi delictivo —censuró el doctor—, y usted más que nadie debería saberlo.

—Tiene razón, no me había dado cuenta —se excusó Moisés—, lo he dicho de una manera frívola; aunque se puede hacer más serio. ¿Recuerda usted un programa que hacían hace ya unos años en la televisión pública?

—¿Quién sabe dónde?

—Ese mismo —corroboró el policía—. Pues seguramente podría aprovecharse de algún tipo de programa de ese estilo para localizar a Alexia. Siendo unas marcas tan claras y singulares, alguna persona de su entorno las ha tenido que ver. Sus actuales padres, su novio, una compañera de clase…

—Parece señor Guzmán —censuró el médico—, que está buscando alternativas para no realizar el trabajo para el que ha sido contratado. Si he recurrido a usted es porque sé que será discreto en su tarea. Lo que menos me interesa es la publicidad. Para todo el mundo Alexia está muerta. Yo no me lo creo y por eso tengo que buscarla. No hay más.

—Bueno, eso y lo de la sangre inmortal —dijo Moisés.

El rostro del señor Mezquita se contrajo bruscamente.

—Sí, eso y lo de la sangre —repitió en voz baja.

—¿Viven los vecinos del piso de abajo de los Bonamusa?

—El matrimonio Artigas —dijo pensativo el doctor como si quisiera recordar quienes eran—. Creo que el marido aún vive, pero debe ser muy mayor. La mujer murió al poco tiempo de la desaparición de Alexia, estaba muy enferma. ¿Qué importancia tiene?

—Mucha —exclamó Moisés—. Fueron los últimos en ver con vida al matrimonio Bonamusa y a la hija de estos. Empezaré mi misión entrevistándome con él.

—Ahora tendrá unos setenta y pico años. Recuerdo que ya eran muy mayores cuando desapareció Alexia.

Moisés Guzmán ya se había dado cuenta, en el transcurso de la conversación con el doctor Mezquita, que obviaba recordar que asesinaron a un matrimonio. Ni siquiera lo nombraba. Siempre hacía referencia a que desapareció la hija de éstos.

—¿Vive en el mismo piso?

—Sí —dijo el doctor—. Creo que sí, vaya. En el número 45 de la calle Verdi de Barcelona.

—¿Hay algo que deba saber señor Mezquita? —preguntó Moisés.

—De momento no —replicó el doctor—. Con la información que tiene hasta el momento es más que suficiente para empezar a buscar a Alexia. Y un consejo…

Se detuvo unos instantes para coger aire.

—No se obceque con la muerte del matrimonio. Ya nada se puede hacer por ellos. Concéntrese en buscar a Alexia Bonamusa Paricio, es para lo que le he contratado. Y cuando la encuentre, sé que lo hará; después de todo soy un hombre de fe, por favor, no hable con ella. Limítese a decirme donde está y deje que sea yo el que le explique la situación a la chiquilla. Será difícil para ella asumir las nuevas circunstancias de su vida.

Moisés asintió con la cabeza y se marchó estrechando fuertemente la mano del doctor.

—Le mantendré puntualmente informado de cualquier avance.

—Suerte.