16

EL MIÉRCOLES 19 de agosto se levantó Moisés Guzmán completamente renovado. Durante la noche no hicieron apenas ruido los de la habitación de al lado y eso le dio un respiro para descansar. Decidió que ese día lo dedicaría a investigar a los tres detectives, que como él, habían sido contratados tiempo atrás para averiguar el paradero de la pequeña Alexia Bonamusa. El primero de la lista, del que ya tenía datos, era Genaro Buendía, muerto atropellado en la calle Verdi, muy cerca de donde mataron a los Bonamusa. Del segundo y el tercero aún debía buscar datos y tendría que hacerlo a través de internet, ya que la colaboración del policía encargado del caso: Pedro Salgado y de su hijo de igual nombre, era inexistente. El padre parecía más bien un enajenado que hubiese perdido el norte y al hijo no se le veía por la labor de ayudar en nada.

De camino a la biblioteca de la avenida Diagonal se paró en un bar de la calle Córcega donde devoró una ensaimada que mojó en un tazón de café con leche. En la puerta del bar se fumó un cigarrillo mientras observaba la sobrecargada circulación del miércoles por la mañana. El día había amanecido plomizo y unas oscuras nubes amenazaban lluvia, tal y como era previsible en la segunda quincena de agosto. Las calles de Barcelona se desperezaban del trasnochado verano y poco a poco se vislumbraba que la ciudad comenzaba a retomar el pulso del invierno, ya próximo.

Su mesa de la biblioteca estaba más llena que el día anterior y había muchos estudiantes que preparaban los apuntes de septiembre. El pederasta, como empezó a llamarlo, no estaba en su sitio. Al fondo, en la esquina más alejada había dos ancianos que hojeaban calmosos varios periódicos que había sobre la mesa. Cuando se sentó tuvo buen cuidado de silenciar el teléfono móvil para evitar que alguien le importunara con una llamada.

El icono del escritorio de su ordenador portátil parpadeó un par de veces y le indicó que la señal Wi-Fi, había cogido la conexión. Abrió el navegador y escribió el nombre del segundo fallecido: Anselmo Gutiérrez Sánchez. Tuvo buen cuidado de entrecomillar el nombre, ya que al igual que el primero, los apellidos eran muy comunes y la búsqueda podía ser interminable. El buscador comenzó a indexar las hemerotecas y en unos segundos mostró el resultado. Sólo aparecieron cinco enlaces referentes a ese nombre. El primero de ellos era de la hemeroteca de La Vanguardia:

Mataró.Un varón, cuya edad e identidad no han trascendido, fue encontrado ayer calcinado en el interior de un vehículo, en la cuneta de un camino cerca de la carretera de Mata (Mataró). Según las primeras investigaciones, el suceso tuvo lugar tras explosionar un compresor que portaba el fallecido en el maletero de su vehículo. Así lo han señalado a Europa Press fuentes de la Guardia Civil, que han precisado que el hombre ha muerto como consecuencia de la explosión. El compresor se ha calentado y ha explosionado, provocando que el coche se saliera de la carretera y el hombre falleciera dentro. Tras la extinción del fuego, los agentes y efectivos de los bomberos han descubierto que en el interior del coche había una persona fallecida. Mientras tanto, la Benemérita aún investiga las causas de este hecho.

En la noticia no ponía el nombre de la persona que había muerto, pero como la búsqueda salió con el nombre de Anselmo Gutiérrez Sánchez, Moisés supuso que era el nombre del fallecido. No había ningún dato más, ni siquiera unas iniciales, pero estaba seguro de que era él. La noticia estaba fechada el día dos de mayo de 2007. Moisés anotó todos los datos en la carpeta del escritorio del ordenador y en la hoja de ruta que estaba confeccionando. En un principio la relación que pudiera haber entre las dos muertes era incoherente. Éste falleció en mayo de 2007 y el atropello de la calle Verdi fue en marzo de 2008. Según los datos moría un detective del caso Bonamusa por año. Del primero supuso que era militar, algo que aún debía comprobar, al haber sido trasladado su cuerpo tras el atropello al hospital militar de Barcelona, del segundo aún no sabía nada.

Notó la vibración del teléfono móvil en el bolsillo del pantalón. Lo extrajo y vio en la pantalla el nombre de Yonatan, el compañero de Huesca. Desde el interior de la biblioteca no podía hablar y no quería salir a la calle dejando el ordenador y sus notas sobre la mesa, no había que olvidar que estaba en Barcelona y fácilmente podían desaparecer sus efectos de encima de la mesa. Rechazó la llamada y escribió un escueto mensaje de texto dirigido a Yonatan:

«Ahora no te puedo atender, estoy ocupado, en cuanto pueda te llamo».

En un minuto recibió otro mensaje que decía:

«OK».

Sin tiempo que perder, ya que se estaba empezando a obsesionar con los detectives muertos, escribió en la casilla del buscador el siguiente nombre de su lista: Elías Otal Subirachs. Al igual que los anteriores también lo entrecomilló. El resultado solamente arrojó un enlace. Era una noticia del Periódico de Cataluña con el texto:

Masnou.Este miércoles, 12 de abril, a las 13.05 horas, un hombre de 32 años, se ha precipitado a la vía número 1 de la Estación de Masnou. Un reportero de este diario ha acudido al lugar de los hechos y, según fuentes policiales, todo hace indicar que se trata de un suicidio. Debido a este hecho, las vías 1 y 2 de la estación no están operativas y todavía no se sabe cuando se restablecerá su funcionamiento. De momento, la vía 3 —de emergencia— está realizando los diferentes trayectos, en ambos sentidos, previstos para hoy. La circulación de los trenes ha estado paralizada durante 7 minutos, desde las 13.05 hasta las 13.12 horas, confirman agentes de la Guardia Civil.

En principio era cierta la información que le habían dado el padre y el hijo Salgado de la Jefatura de Barcelona, pensó Moisés Guzmán. Entre el año 2006 y el 2008 habían muerto de forma accidental, aparentemente, tres detectives encargados de investigar la muerte de los Bonamusa y la desaparición de Alexia. La cuestión de averiguar más datos acerca de ese asunto era vital para Moisés Guzmán, ya que él también era un detective contratado para ese menester y corría el año 2009. No había que tener mucha imaginación para hacer un cálculo correlativo: él era el siguiente.

Transcribió los últimos datos en los archivos de su ordenador y se quedó ensimismado cuadrando las fechas en su cabeza. Y empezó a hacerse una serie de preguntas que lo atormentaron notablemente. «Lo del asesinato de los Bonamusa, ¿no sería un cebo para acabar con su vida? ¿Por qué el señor Mezquita no le dijo ese dato, que los anteriores detectives habían muerto? ¿Quién los mató y por qué, qué habían averiguado?».

—Calma, calma —se dijo en voz baja—. Antes de nada tendría que averiguar si esos hombres habían sido asesinados. Todas las muertes, excepto la última, fueron accidentes; aunque el suicidio de Elías Otal también se podía calificar de accidente. Miró la edad que ponía en la nota de prensa: 32 años. Y pensó qué llevaría a un hombre de 32 años a arrojarse bajo un tren.

Entre sus notas había varios nombres relacionados con el caso con los que tenía pendiente una entrevista. Uno de ellos era el periodista de investigación Luis Ribera, que en enero de 1997, al año siguiente del asesinato de los Bonamusa, había escrito sendos artículos sobre el caso. Pero Moisés pensó que un periodista sensacionalista era lo que menos necesitaba ahora para avanzar en la investigación. Cuanta menos gente supiera que él estaba en Barcelona investigando, mejor.

Recogió la mesa de la biblioteca y se marchó al restaurante Alba de la avenida Diagonal. Al salir a la calle se cruzó con el pederasta que entraba cabizbajo con su ordenador colgado a la espalda. Pensó que quién sería capaz de ir cada día a una biblioteca para ver catedrales. Seguramente sería un arquitecto y estaría trabajando en el proyecto de una. O igual era un novelista a loKen Follety estaba trabajando en un libro acerca de la construcción de una catedral. Aunque el día anterior no lo vio cogiendo ningún apunte. Moisés dejó de pensar en eso mientras caminaba hacia el restaurante.