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PENSÓ Moisés en invitar a la chica a comer en el restaurante Alba de la avenida Diagonal para agradecerle los servicios prestados, pero después de todo, aquello no era una relación y ella era una puta que se acostaba con hombres por interés; aunque en su caso, hasta la fecha, no había sido así.

—Hasta luego Moisés —le dijo cuando se despidieron en el pasillo de la pensión.

—Hasta luego Vanesa —respondió él, sin poder apartar la mirada de sus piernas.

Al pasar por el mostrador de recepción estaba el chico joven que sonrió maliciosamente mientras aspiraba el humo de un cigarro. Moisés no le hizo caso y salió a la calle decidido a ir a comer.

En la confluencia de la calle Tordera con la calle Fraternitat había un hombre vestido de oscuro que Moisés recordó haber visto anteriormente en el rellano del piso de la calle Verdi número 45. Es el que identificó como médico del señor Pere Artigas. Era un hombre alto y delgado, muy musculado y con una mirada altiva y penetrante al mismo tiempo. Cuando Moisés reparó en él se percató de que sus ojos lo habían esquivado justo en el momento que él lo miraba. En su mano derecha sostenía un teléfono móvil e hizo el ademán de hablar con alguien; aunque pensó el policía que fue más un disimulo que otra cosa. A raíz de eso cambió Moisés de dirección y siguió caminando hasta la calle del Progreso, donde torció en dirección a la avenida Diagonal. Allí se paró un rato esperando a ver si ese hombre le seguía, pero no fue así.

Delante del restaurante Alba de la Diagonal había parado un coche de los Mossos d›Esquadra. Dos agentes masculinos, perfectamente uniformados y con la gorra puesta, charlaban animadamente observando a los viandantes. A esas horas había bastante gente en la calle que entraba y salía de las tiendas y los restaurantes empezaban a llenarse de clientes. Al pasar por al lado de los agentes, el que parecía tenía el mando le solicitó la documentación a Moisés.

—Bon día —dijo llevándose la mano derecha a la gorra—. Em permet la seva documentació.

Moisés se sintió contrariado ya que nunca antes le habían pedido la documentación hasta ahora.

—Sí, por supuesto —dijo mientras sacaba la cartera del bolsillo de su pantalón—. Soy compañero.

Los dos agentes se miraron entre sí suspicaces. El que le había solicitado la documentación la cogió con la mano y se la dio al otro agente que se retiró unos metros mientras hablaba por la emisora.

—¿Ocurre algo agente? —preguntó Moisés.

—Un control rutinario.

Y luego tras dudar un instante insistió:

—Soy policía nacional en Huesca.

—Ah, Huesca —dijo—. Yo veraneo en Jaca. Todo aquello es muy bonito.

El ambiente se relajó.

—¿Y qué hace un nacional de Huesca por Barcelona?

—Lo mismo que hace usted en Jaca —dijo Moisés sin ser muy convincente—. Veraneo.

—Eh tú —le dijo al otro agente que se había retirado—. Deixa, no ho passis, és un nacional.

El otro agente regresó y le entregó la documentación.

—Nos exigen un mínimo de identificados al día —se excusó el agente.

—Entiendo —dijo Moisés—. En Huesca pasa igual, si no se identifica un mínimo de personas al día y se pasan unas cuantas placas es como si no se hubiese trabajado.

Los tres se sonrieron.

—Me parece que en todas partes cuecen habas —dijo el Mosso de Escuadra más veterano—. Això es una merda —añadió sin que Moisés necesitara traducción.

Moisés no entendía de galones de la policía autonómica pero vio que las hombreras de aquel agente eran pomposas, por lo que supuso que sería algún mando.

—¿Qué cargo tienes? —dijo Moisés señalando la hombrera.

—Sotsinspector —respondió el agente.

—¿Subinspector?

—No exactamente —replicó—. Creo que son distintos, nosotros tenemos menos escalas y un Sotsinspector es más que un subinspector —se rió—. El mismo cura con diferente traje —dijo sin que Moisés entendiera la gracia.

—Bueno agentes —dijo finalmente Moisés—. Que tengan buen servicio.

—Bon día —repitieron los dos al unísono mientras se llevaban las manos a la gorra para saludar militarmente.

Y cuando Moisés se sentaba en el interior del restaurante vio a través de la enorme cristalera como el extraño hombre de oscuro pasó delante de la pareja de policías que había en la puerta sin apenas mirarlos. Moisés estuvo tentado de salir tras él y seguirlo, pero algo le dijo que lo volvería a ver en otra ocasión. Y sintió miedo. Mucho miedo.