XVII
El edificio estaba en el centro de la ciudad, en un lugar de fácil acceso y muy bien situado. Habían quedado al mediodía, y a esas horas el bullicio era constante y agobiante. Pese a todo, a Carlos le agradó sentirse rodeado de gente, como si todo aquel calor humano sirviera de algún modo para paliar su situación. Como si todas aquellas personas, de una forma callada y muda, estuvieran en solidaridad con él. En la entrada tuvo que saludar al portero:
—Perdone, ¿Marta Sanchís?
—Eh… Sí, la psicóloga, en la cuarta planta, la letra C.
—Gracias.
Carlos tomó el ascensor y pudo descubrir que, aunque bien cuidado, aquel edificio tendría ya más de 60 años, y el ascensor no menos de 30, lo cual no le confería ninguna seguridad. Cuando llamó a la puerta del 4º C estaba nervioso como un niño pequeño que va al médico por primera vez.
—Hola, Carlos, muchas gracias por venir.
—No, no, Marta, muchas gracias a usted por atenderme.
Se notaba que aquel apartamento era su vivienda habitual, además del lugar en el que pasaba consulta. Demasiado bien ordenado y demasiadas puertas cerradas que daban al salón, en el que había dos cómodos sillones a un lado y una mesa de despacho con otro sillón al otro.
—Es muy bonito.
—Gracias. ¿Quiere tomar algo?
—No.
—Entonces, sentémonos.
Ambos tomaron asiento en los sillones encarados, cerca de un gran ventanal que daba al balcón, lleno de plantas y macetas, seguro una técnica sencilla para relajar a los pacientes y darles confianza.
—En fin… ¿cómo va todo?
Carlos miró a la psicóloga y se decidió a ir al grano desde el primer momento, creyendo que lo mejor era la sinceridad.
—Recuerdo que usted me lo advirtió. Mi padre también me hizo algún cometario al respecto… Creo que me estoy volviendo loco.
Marta sonrió tratando de disminuir la tensión que intuía en aquel hombre, claramente desesperado. En realidad, y esto era algo que le sucedía con frecuencia, tenía unas ganas terribles de disipar sus dudas y hacerle recuperar la confianza.
—Vamos, vamos. No será para tanto. Dígame, ¿qué le hace pensar eso?
—No lo sé… Es decir, muchas cosas.
—En qué quedamos…
—Hay una idea que está empezando a rondarme por la cabeza. Es una idea estúpida, descabellada, lo sé… Pero… De verdad que cada día le encuentro más lógica.
Marta comenzaba a entender que estaba frente a un hombre que no sabía si tirar la toalla ante su propia impotencia para controlar la realidad.
—¿Y qué idea es esa?
—Creo que Laura de verdad estaba siendo acosada… Todos esos dibujos, sus temores, su comportamiento…
—Pero no creerá que… desde el infierno…
—No, no, por favor. Entiéndame, alguien real que le intentaba hacer algún mal y ella lo transformaba en su cerebro.
Carlos esquivó la mirada de la psicóloga. En verdad no estaba siendo sincero, porque sabía que ser absolutamente sincero era un disparate.
—No es descabellado. ¿Ha pensado en alguien en concreto?
—Mire, Marta… En realidad no he venido a hablar de mi hija.
—Lo sé.
—Es que, necesito ayuda. Solo no puedo afrontar esto. Cada día descubro algo nuevo de Laura, es como una pesadilla. Hace unos días hablé con una compañera suya del colegio…
Marta se acercó a Carlos y le pasó suavemente la mano por el hombro, tratando de calmarlo.
—Tranquilo, verá cómo juntos lo superamos. No tenga miedo a hablar conmigo.
Él se sintió vencer, como alguien asido a un árbol, que lucha por no ser arrastrado por una riada, pero que al final decide soltarse, agotado. Y rompió a llorar.
—Antesdeayer tuve una pesadilla terrible. Por eso la llamé ayer, porque tenía la certeza de que solo iba a ser incapaz de afrontar esto que me está sucediendo.
—No está solo. Apóyese en la gente que le quiere y venga a hablar conmigo cada vez que desee.
—Solo me queda mi padre. He vivido prácticamente para mi trabajo, sin apenas contacto con nadie, casi ni para mi propia familia.
—Hábleme de esa pesadilla, debe de sacarla fuera, debe de compartir su sufrimiento.
A Carlos le gustaba mirar de vez en cuando hacia el ventanal, hacia las plantas que en él había, y hacia el cielo. De alguna forma, era como recobrar las fuerzas, como llenarse de alguna leve esperanza. Además, Marta conseguía darle tranquilidad.
—Soñé que el día del accidente mi hija era llevada al infierno. Soñé que se transformaba en un ser espantoso, y que por eso mi mujer tuvo el accidente. Mi hija gritaba pidiendo auxilio, pero en cada grito su voz se iba haciendo más extraña, diferente a la suya, parecida a la de un ser abominable…
Marta no pudo evitar fijar en su rostro una expresión de asombro, casi de miedo. Era un miedo a sucumbir también ella en una red demasiado pegajosa, demasiado peligrosa. Era el miedo a que su mente no pudiera controlar todo lo que estaba sucediendo, porque las cosas comenzaran a encajar, o en su cabeza encajasen.
—Ya lo sé, una mala jugada de los sueños —añadió él, antes de que ella pudiera decir nada.
—No. Quizá no le sirva de ayuda lo que voy a enseñarle, quizá yo misma esté empezando a entrar en su juego, pero creo que debe de ver algo. Se lo oculté porque a mí misma me aterró la idea… y lo achaqué a una mera casualidad… Pero con esto que me ha contado…
—Por favor, dígame de qué se trata…
Ella se levantó, dejándolo a solas unos segundos. Regresó de una de las habitaciones que daba al salón con una carpeta de tapas rojas.
—Cuando su hija falleció me traje su expediente. Pensé que algún día me lo pediría, o querría verlo conmigo.
Marta abrió la carpeta y buscó entre dibujos y hojas con anotaciones de su puño y letra. Cuando por fin encontró lo que buscaba, se lo tendió a Carlos diciendo:
—Sé que no es posible, pero parece ser que entre su hija y usted había más unión de la que en un principio pudiera pensar.
Carlos tomó entre sus manos temblorosas el papel que aquella mujer le tendía. Era un dibujo de Laura, lo reconoció al momento. Y al momento también se quedó petrificado. De una forma sencilla, su hija había dibujado con ceras una espantosa escena: un vehículo se precipitaba al vacío desde una montaña; en la parte delantera una mujer que conducía parecía gritar; en la parte trasera, una niña deforme y con los ojos rojos era arrancada del coche por una especie de espectros negros.