VIII
Esteban tiraba piedras con fuerza sobre el estanque. Pese a la edad, aún conservaba una salud envidiable y un estado de forma magnífico.
—De niño te encantaba hacer esto conmigo. Una vez conseguiste siete rebotes, y fue un récord que yo todavía no he logrado batir. Luego dejó de interesarte.
Carlos miraba a su padre, sentado en una piedra grande y lisa. A ambos les gustaba aquel lugar solitario al que solo los domingos iban algunos excursionistas.
—Papá, no conocía a mi hija. Laura ha muerto y nunca he sabido nada de ella.
Esteban lo miró preocupado e hizo un gesto de negación con la cabeza. Tiró una última piedra y se acercó hasta su hijo.
—Ningún padre llega a conocer a sus hijos…
—No me entiendes. Ayer estuve con su profesora y me mostró unos dibujos terribles. En casi todos se puede ver a gente que es martirizada por otra gente.
Su padre guardó un respetuoso silencio, antes de hablar:
—No sé qué decirte.
—Por la noche estuve leyendo. Es muy habitual este tipo de dibujos en niños que han pasado por una situación traumática.
—Pero Laura no…
—Lo sé, lo sé. Pero quizá vio un accidente de tráfico un día camino del colegio, o en la televisión. Seguro que fue eso, alguna imagen espantosa en la televisión que la dejó obsesionada.
—Puede ser. Yo ya casi no veo las noticias. Solo consiguen dejarme en un estado de nervios que me impide dormir.
Carlos sostuvo la mano de su padre con fuerza, como cuando era un niño indefenso, necesitado de la fortaleza del progenitor.
—Lo terrible es que nunca me dijo nada, y que yo nunca me di cuenta de nada, embutido en mi trabajo y en mis cosas. Y lo peor también es que Alicia era conocedora de la situación y tampoco me informó del asunto.
—No querría preocuparte en balde, no le daría la misma importancia que tú le estás dando ahora.
Cabizbajo, Carlos añadió, con los ojos fijos en la orilla del estanque:
—O me veía tan alejado que pensaba que de qué iba a servir decirme nada… Qué podía aportar yo, desde la distancia y el desconocimiento.
—No seas cruel contigo mismo. Esta sociedad de hoy en día no está montada para que los padres disfruten de sus hijos. Sencillamente, hijo, eres uno más.
Carlos se incorporó y se acercó al estanque. Tomó entre sus manos una piedra lisa y plana, y la lanzó con fuerza.
—Cuatro rebotes papá. Vamos a ver quién gana.