Capítulo XVII

 

Tras cuatro horas de cabalgada, Fani ya no disfrutaba tanto. Empezó a revolverse tratando de encontrar otra postura más cómoda, cosa imposible, pues tenía la espalda agarrotada. Además se estaba haciendo pis y no quería retrasar la marcha.

Marco la observó de reojo. Fani era asombrosa, pensó. Cualquier mujer de su mundo y sin experiencia, no habría aguantado ni una hora, pero ella,  no solo aguantó sino que no soltó ni una sola queja. Y ahora estaba seguro de lo cansada que debía encontrarse. No dejaba de moverse de un lado para otro. Era consciente de que llevaban demasiado tiempo cabalgando, habían avanzado lo suficiente, podían permitirse descansar.

—¿Te encuentras bien?

—Me estoy haciendo pis —musitó.

—Acamparemos aquí mismo —dijo rápidamente.

Marco dio el grito de alto, bajó de su caballo y fue a ayudar a Fani a desmontar. En cuanto tocó tierra, intentó correr hasta unos arbustos, pero las piernas le fallaron y si no llega a ser por Marco que la tenía sujeta, habría dado de bruces contra el suelo. Se le habían dormido las piernas después de tantas horas sin moverlas. No había tenido ni idea de la tortura que podía llegar a ser, con lo bonitos que se veían estos animales en la tele.

Marco la sostuvo durante un rato hasta que ella sintió que sus pies ya respondían y entonces se separó de él.

—¿Podrás llegar bien? ¿Te acompaño?

—No, ya me siento mejor. Puedo ir sola, gracias.

Claro que no pudo ir corriendo hacia los arbustos como le habría gustado, las piernas todavía le temblaban. Caminó desesperada, hacía más de una hora que se estaba haciendo pis, había sido una estupidez no decir nada.

Por fin llegó hasta los arbustos, se acuclilló y se aseguró de no ser vista antes de desabrocharse los pantalones.

Una vez aliviada su necesidad, salió de su escondite y vio que los hombres ya estaban acampando. Algunos de ellos habían hecho fuego y estaban preparando algo de comer.

—Qué rápidos —murmuró para sí misma—. ¿Tanto he tardado en hacer pis?

Un aroma delicioso comenzaba a llegar hasta sus fosas nasales. Estaba realmente hambrienta y muy dolorida sobre todo la espalda, el cuello… su trasero.

Se dirigió hacia donde estaba Marco. Él había estirado una manta en el suelo y se había sentando apoyando la espalda en un árbol.

Se paró frente a él y Marco le tendió la mano. Estefanía la tomó sin vacilar y él la acomodó a su lado. La cogió por la cintura, ella apoyó la mejilla en su hombro y cerró los ojos. Qué bien se estaba entre sus brazos, se sentía tan protegida y amada.

Marco sintió como el cuerpo de ella se relajaba y dejaba todo su peso contra él. Realmente se la veía agotada.

—Descansa mi amor, al terminar de comer, partiremos.

—¿Nos queda mucho para llegar?

—No, estamos a una hora de camino.

—¿Qué haremos cuando tengamos el cristal?

—Todavía no lo sé. No pienses en eso ahora y descansa.

Fani abrió de inmediato los ojos y lo miró a la cara sin poder creer lo que acababa de oír.

—¿No lo sabes? ¿No lo sabes? —repitió histérica.

—Quédate tranquila, ya nos preocuparemos de eso en cuanto el cristal esté en nuestro poder.

Marco no quería que ella se preocupara por lo que iban a hacer, ya bastante preocupado estaba él. No tenía ni la más remota idea de qué iban a hacer con el cristal. Pero estaba seguro que al leer la profecía, sabrían que paso dar y cómo enfrentar a la hechicera. Sí, en la profecía estaría la clave de cómo Fani debía usarlo. No iba a inquietarla por algo que seguramente se solucionaría más adelante. Lo primero era lo primero, tenían que leer la profecía y después actuarían en consecuencia.

Marco la tomó del hombro y la obligó a acomodarse como había estado anteriormente. Ella obedeció sin decir nada y volvió a apoyar la mejilla en su hombro y cerrar los ojos. No obstante, nadie le iba a quitar la intranquilidad que se había alojado en su interior.

Al cabo de un rato se les acercó Sebastián y les entregó la comida que habían preparado sus hombres. Comieron e inmediatamente siguieron su camino. Marco quería llegar antes del anochecer.

 

Pasada una hora, se pararon al pie de una montaña que se alzaba por encima de las copas de los árboles que la rodeaban. Frente a ellos, Fani pudo distinguir lo que parecía una cueva que tenía la entrada bien sellada. Marco desmontó y se acercó a la supuesta cueva. Se puso en cuclillas y limpió de tierra y polvo la parte inferior de la roca. Allí vio la marca. Había un pequeño dragón con las alas extendidas apenas apreciable.

—Aquí es —informó—. Sebastián, Fani y yo entraremos a recoger el cristal.  Los demás quedaos vigilando y avisadnos si viene alguien.

Marco fue hasta Fani, la bajó de la yegua cogiéndola de la cintura y ella apoyó sus manos en los anchos hombros de él. Después, Marco la agarró de la mano y se aproximó a la entrada de la cueva.

—¿Estás lista?

—¿Vamos a atravesarla?  — Se sentía un poco inquieta al pensarlo. La vez que tuvo que atravesar un muro apenas tuvo tiempo de asimilarlo. Así que esta vez quería estar preparada.

—Así es —dijo con tranquilidad pues quería que ella también la sintiera.

—De acuerdo, adelante, ya me siento preparada —contestó apretándole fuerte la mano y cerrando los ojos.

En tan solo tres pasos habían atravesado la roca. Dentro, ya se encontraba Sebastián que había entrado primero e iluminaba la lóbrega cueva con una antorcha que él mismo había encendido con su poder.

Fani no le cogió la mano a Marco, sino que le agarró todo el brazo con los de ella. La cueva parecía sacada de una historia de terror. Tremendamente oscura y tenebrosa, se escuchaba el sonido de gotas de agua caer y el aleteo de algo que no quería ni pensar que era. Deseaba salir de allí cuanto antes, ojalá encontraran rápidamente el cristal para poder abandonar aquel lugar que no había imaginado ni en sus más terribles pesadillas. Al menos no estaba sola, su guerrero protector la tenía bien pegada a él.

Marco sintió el miedo de Fani, posó sus manos en las de ella en un intento por tranquilizarla y comenzaron a adentrarse en la oscuridad.

Llevaban largos minutos caminando hacia la profundidad de la cueva. Los aleteos se oían con más frecuencia, incluso notó como algo le rozaba la cabeza. Fani estaba tan fuertemente agarrada al brazo de Marco, que este pensaba que se lo arrancaría si apretaba más. Su intento por tranquilizarla quedó en eso, en un mero intento.

Caminaron y caminaron hasta llegar a las entrañas de la montaña, por un momento Fani pensó que la cueva no tendría final, sin embargo, tras rodear una enorme roca, lo vieron. En la pared húmeda y rocosa del fondo había una cavidad y en su interior se hallaba, cubierto de una gruesa capa de polvo, un pequeño cofre. Marco fue rápidamente hasta él y lo tomó en sus manos. Pesaba un par kilos. Siguió mirándolo fijamente durante un largo minuto. Observó que no tenía cerradura alguna. Su padre le había avisado de que no tocara el cristal, pues al no ser un zedhrik, no sabía qué consecuencias traería. Así pues, lo abrió con mucho cuidado.

Sebastián y Fani, que habían corrido a su lado en cuanto sacó el cofre, asomaron sus cabezas para poder contemplar el interior y confirmar si el cristal se hallaba dentro.

Efectivamente allí estaba, el reflejo de la antorcha lo hacía brillar con una luz ambarina que casi cegaba los ojos. Reposaba en el interior del cofre, entre terciopelo negro como una valiosa joya. Sujeto a la tapa había un pergamino enrollado.

Marco lo cogió y le pasó el cofre a Sebastián.

—Esto debe de ser la profecía —dijo mientras lo desenrollaba.

—Léelo en voz alta —le pidió Fani por encima de su hombro tratando de ver un poco mejor.

—Una joven bruja llegará con su ejército de seres monstruosos y se apoderará del reino. Los caballeros del rey se volverán en su contra dando muerte a todos los que no obedezcan a la bruja. Miles de personas morirán, razas enteras serán extinguidas. Ni siquiera el gran poder de los xerbuks podrá con ella.

Solo el último descendiente de los zedhriks la derrotará, solo él tendrá el poder de de acabar con la malvada bruja —concluyó Marco.

—Bueno, eso más o menos ya lo sabíamos. ¿Dice algo sobre cómo usar el cristal? Debe explicar qué debo hacer con él.

—Sí, aquí pone algo más. Déjame ver…

Marco siguió leyendo para sí mismo.

—¿Y? ¡Vamos di algo! —se impacientó Fani.

—Dice que nadie puede tocar el cristal, pues se quemaran las manos. Solo la sangre zedhrik lo puede coger e invocar su poder. —Hizo una pausa mientras seguía leyendo para sí mismo—. También dice que fueron los zedhriks los que lo crearon, almacenando en él el poder de la Fuerza Vital.

—¿Dice algo más?

—No —contestó mientras volvía a enrollar el pergamino y se lo pasaba a Sebastián.

—Entonces, ¿cómo usaré el cristal contra la reina?

—Yo creo que usted debe invocar la Fuerza Vital que contiene el cristal, en vez de la que hay a su alrededor —intervino Sebastián.

—¡Sí, eso es! Fani, si los zedhrik almacenaron todo ese poder en el cristal, tú solo debes invocarlo. ¡Liberaremos al Reino de Xerbuk!

—Pero, no soy ninguna experta, ¿y si no consigo sacar el poder del cristal? —Fani estaba aterrorizada, todos dependían de ella. El reino entero dependía de ella y si se equivocaba, todos podrían morir.

Viendo el miedo en sus ojos bajo la tenue luz de la antorcha, Marco puso las manos en sus mejillas y su voz sonó dulce y tierna.

—Cariño, solo tendrás que invocar a la Fuerza Vital pensando en el cristal, estoy seguro de que puedes hacerlo. Confío plenamente en ti.

—Mi señora, por qué no prueba a coger el cristal. —Sebastián tendió los brazos y le ofreció a Fani el cofre abierto.

Ella alargó la mano dudosa, se paró a unos centímetros del cristal y con un suspiro lo tomó. Era muy ligero, apenas pesaba nada. También era bellísimo, de color ámbar reluciente. Estaba tallado y tenía forma de puñal. Fani lo cogió por lo que le pareció que era la empuñadura y lo movió de derecha a izquierda maravillada por los destellos de la luz ambarina que iluminaban la tenebrosa cueva.

—Creo que lo mejor es que lo lleves encima, Fani —sugirió Marco.

—¿Crees que en el cinturón estará seguro?

—No, lo mejor es que lo lleves en un lugar oculto, no queremos poner a la hechicera sobre aviso.

Marco se arrodilló a los pies de Fani, le subió la pernera del pantalón hasta la rodilla y sacándose un ancho cordón de cuero del que colgaban finos cabos, lo ató a la pantorrilla de Fani, trenzó los finos cabos de forma que pudiera guardar allí el cristal y sacarlo con facilidad.

Ella puso allí la valiosa arma y se acomodó la pernera para que no se apreciara que guardaba algo.

Sebastián guardó el pergamino en el interior del cofre y lo cerró. Él se encargaría de custodiarlo de regreso a la aldea.

De forma triunfante los tres jóvenes se dispusieron a salir y reunirse con los demás. Con mucho más optimismo que cuando entraron, cruzaron rápidamente la cueva sin apenas percibir los aleteos que permanecían en el mismo lugar.

Una vez atravesaron la roca que les conducía afuera, Marco vio a sus hombres que habían desmontado y estaban en guardia para que nada les sorprendiese mientras esperaban su regreso.

—¡Muchachos, lo tenemos! —les gritó—. ¡Acabaremos con la hechicera!

El clamor de alegría de los hombres se elevó por encima de las copas de los árboles y más allá, llevaban demasiado tiempo bajo el yugo de la reina.

Sin embargo, la alegría no les duró demasiado. Pronto se dieron cuenta de que no estaban solos, sino rodeados por las bestias monstruosas que estaban al servicio de la hechicera. Había todo un ejército a su alrededor.

Tanto Marco como el resto del grupo se quedaron petrificados. Que les capturasen sin haber trazado un plan de ataque, no estaba previsto.

«¡Maldición!», pensó. Habían estado tan cerca de conseguirlo. «¡No!», gritó su mente de nuevo. Fani todavía poseía el cristal, tal vez si no lo descubrían… Tal vez aún podrían lograrlo, tal vez… Claro que él le había prometido a Fani que no estaría sola, que contaría con un ejército de xerbuks. Ahora tendría que hacerlo sola y rogaba para que estuviese preparada. Él estaba seguro de ello, pero ella tendría que estarlo también.

Las bestias se apartaron para dar paso a cinco guerreros ataviados con armaduras y espadas. Toscos yelmos cubrían sus rostros dándoles un aspecto más amenazador si cabía.

Con el ejército de monstruos rodeándoles no tenían la más mínima oportunidad de escapar. Si intentaban un pequeño ataque, las bestias se lanzarían sobre ellos y eran demasiado fuertes, realmente la hechicera había hecho un buen trabajo creándolas.

Marco posó la vista en cada uno de sus hombres y les ordenó que tirasen las espadas, después se giró para mirar a Fani. Su rostro era la imagen viva del terror. La cogió de la mano y la atrajo hacia él manteniéndola pegada a su cuerpo. Después bajó su cabeza para susurrarle al oído.

—Cariño, no te preocupes, nos entregaremos y nos llevaran al palacio. No nos harán daño si no oponemos resistencia. —Hizo una pequeña pausa y suspiró—. Y si las cosas no salen bien, usa el cristal.

Ella asintió en silencio con la cabeza. «Si las cosas no salen bien» eso había dicho Marco. ¿Acaso las cosas podrían empeorar? Por supuesto que sí, podrían matarles a todos allí mismo. Pero no lo habían hecho, tal vez era como Marco pensaba, les llevarían ante la presencia de la reina y después qué… Entonces sí los matarían a todos. No, ella no lo permitiría, tenía el cristal en su poder y lo utilizaría, eso en el caso de que supiera hacerlo. Fani sacudió su cabeza, ahora no era momento de ser negativa, así que, se quitó de la mente esos malos pensamientos. Por supuesto que podría invocar el poder del cristal, ya había invocado a la Fuerza Vital en otras ocasiones y en todas había salido bien. Cuando llegara el momento lo conseguiría. Marco dependía de ella, Sebastián y los demás hombres también dependían de ella, el Reino de Xerbuk dependía de ella. Oh Dios mío, no podía permitirse errar.

Los cinco guerreros se acercaron a ellos con pasos lentos pero firmes. Con un fuerte tirón arrancaron a Estefanía de los brazos de Marco. Les ataron las manos a la espalda con una especie de cuerda metálica que ella no había visto nunca. Al tiempo, los demás guerreros de la reina también ataron al resto del grupo.

Una de las bestias, alzó la mano y una luz rosada, casi cegadora, salió de ella y abrió un portal. Todos ellos fueron cruzando de dos en dos.

Marco iba delante de ella custodiado por uno de los monstruos y cruzó el arco luminoso a empujones. A ella la custodiaba uno de los guerreros. La llevaba casi a rastras pues le daba pánico atravesar aquella luz rosada, no tenía ni idea de a dónde llegarían. Con un fuerte tirón del brazo, el guerrero la obligó a avanzar y cruzar.