Una hora más tarde llegaban a una de las aldeas shark. Un grupo de hombres montados a caballo y armados con espadas les recibieron a unos metros de distancia. No llevaban armaduras. Vestían pantalones de cuero, camisa y botas. Uno de ellos iba ataviado con una capa roja y a Estefanía le pareció que era el líder.
El hombre de la capa se adelantó a los otros y levantó su espada en posición horizontal. Marco hizo lo mismo. Entonces todos los hombres gritaron algo indefinible y se acercaron a ellos.
—Sebastián, llegó el momento —gritó Marco.
—Estábamos esperándote, tengo hombres repartidos por varias aldeas, para que el ejército de la reina no pueda localizarlos, pero cuando tú ordenes los reagruparé y estarán listos para el combate —respondió mientras Estefanía les miraba anonadada.
Marco inclinó la cabeza hacia su regazo para mirarla.
—Fani, este es mi buen amigo Sebastián.
Ella se incorporó un poco para ver al hombre de capa roja. Tenía el cabello rubio y largo hasta los hombros. Sus ojos eran de un azul profundo y cuando la miró, mostró una amplia sonrisa.
—Es un honor poder conocerla al fin, mi señora. —Bajó un poco la cabeza en señal de saludo.
Sebastián la había visto numerosas veces a través del espejo. Marco no siempre podía estar al pendiente y delegaba en hombres de confianza. Tampoco supo hasta hacías unas semanas cuál era el motivo por el que la protegían con tanto ahínco. Ahora se alegraba de que estuviese en Xerbuk.
—Es un honor para mí también el conocerle, Sebastián.
Caminaron al trote hasta el centro de la aldea. Pararon frente a una casa hecha de piedra con tres plantas. Unas hiedras trepadoras cubrían parte de la fachada hasta la primera planta. Alrededor, sin seguir un orden determinado, estaban todas las chozas de los aldeanos. Algunas de ellas también estaban hechas de piedra, aunque eran bastante más humildes que la casa principal, y las demás eran de madera. Todo se veía muy limpio y ordenado.
Marco desmontó primero, después la agarró por la cintura y la ayudó a bajar del caballo con delicadeza. Una vez sus pies habían tocado el suelo, las manos de Marco se demoraron un poco más de lo necesario en su cuerpo. Había disfrutado al tenerla entre sus brazos durante una hora y le dolía perder su contacto.
Dos muchachitas de unos trece o catorce años salieron de la casa enloquecidas.
—¡Es la zedhrik! ¡Llegó la zedhrik! —gritaba una de ellas sin cesar.
—Tendrá que perdonar el entusiasmo de mi hermana pequeña —le dijo Sebastián a Estefanía con voz resignada—. Es un tanto impulsiva.
Ella contestó con una pequeña sonrisa. En cuestión de minutos todos los aldeanos estaban a su alrededor. Unos murmuraban, otros vitoreaban y otros simplemente se le quedaron mirando.
—Le hemos guardado la mejor habitación, mi señora y en seguida ordenaré que le preparen un baño perfumado y ropa limpia —dijo una de las muchachas mirando sus polvorientos vaqueros y su jersey anaranjado.
—Oh sí, tomar un baño sería delicioso, muchas gracias por tomarte la molestia.
—No es nada mi señora, hace un mes que la esperamos, nuestro príncipe nos contó la profecía. Usted nos trae la esperanza que teníamos perdida.
—Ojalá yo sea lo que creéis. —Había tristeza en su voz. Esas gentes esperaban algo que ella no estaba segura de conseguir.
—Por supuesto que lo es, todos nosotros creemos en usted. —Tomando a Estefanía de la mano, la muchacha trató de llevarla dentro de la casa.
Pero ella retrocedió un paso acercándose más a Marco. Él notó que Fani estaba un poco asustada, había demasiada gente desconocida alrededor de ella, hablando a la vez, alzando sus manos para tratar de tocarla. Lo mejor era que entrase de una vez, además, en esta aldea no tenía nada que temer, así que trató de darle un poco de confianza.
Le pasó un brazo por el hombro y acercó los labios a su oído para susurrarle:
—La que no deja de hablar se llama Daniela, es la hermana de Sebastián y la otra muchacha, Lucy, es su sirvienta. Puedes ir con ellas tranquilamente, no te pasará nada.
—Y tú, ¿dónde estarás? —Estefanía no quería alejarse de él, se sentía intimidada y abrumada. Marco era al único que conocía y pese a todo lo que había vivido los últimos días, no confiaba en nadie más.
—Ve Fani, tómate tu baño. Yo tomaré también el mío, pasaré por ti en cuanto acabe.
Tanto el abrazo como las palabras alentadoras de Marco hicieron su efecto. Fani relajó sus hombros y se sintió mucho más tranquila.
—Está bien, no tardes.
Se separó de Marco y avanzó hacia la muchacha que todavía le tendía la mano. La tomó y se marcharon juntas hacia la casa.
Era increíble como empezaba depender de él, pensó Estefanía. Que aquel pensamiento fuese cierto no le gustó para nada. Y la forma en la que le hablaba… tan dulce que la derretía con cada sílaba. Sobre todo cuando la llamaba Fani. Nadie la había llamado así nunca. Ni siquiera su familia. Ni siquiera cuando era niña. Había descubierto que le encantaba que él fuera el único que usara su diminutivo. Era como algo… muy de ellos, como llegar a un punto más íntimo. Sí, le gustaba llegar a ese punto íntimo con él.
Con cada pensamiento se alarmaba más. Ya no solo dependía de él, sino que hasta le gustaba como le hablaba, como la llamaba, como la tocaba… todo eso le producía unos escalofríos que recorrían todo su cuerpo y la hacían desear más de esas sensaciones. Pero sabía muy poco de él, ¿qué tal si solo la estaba utilizando? Tal vez solo la estaba engatusando para obtener de ella lo que quería. Le pasó con su primer novio a los dieciséis, y también les pasó a dos de sus compañeras de universidad. Además, tenía poderes mágicos y vivía en un reino paralelo al suyo. No era humano Dios mío, esto era una locura. Pensar en él como pareja era una locura. Pero… ¿y si cada palabra dulce que le decía era sincera? ¿Y si era tan cariñoso y tierno como se le veía en un principio? Jamás le habían hablado de ese modo y debía de ser algo muy importante para un hombre como él. Era un guerrero, le había visto luchar ferozmente. Y también era un príncipe, al parecer este hombre lo tenía todo. Si era sincero y le dejaba escapar, sería una estúpida, podría arrepentirse toda la vida. Tal vez lo mejor era dejar que las cosas siguieran su curso y esperar a ver qué pasaba.
Daniela la condujo dentro de la casa y la subió al primer piso donde le habían preparado su habitación. No le soltó de la mano en ningún momento. La estaba tratando de forma muy cariñosa, como si se conocieran de siempre, como si fuesen las mejores amigas del mundo.
Una vez dentro le soltó la mano y ordenó a su sirvienta que preparara el baño y trajesen ropa limpia.
—¡Qué maleducada soy! No me he presentado, me llamo Daniela y puede pedirme lo que necesite a mí o a Lucy y trataremos de que esté lo más cómoda posible.
—No te preocupes, Marco ya me dijo tu nombre y que eras la hermana de uno de sus mejores amigos.
—¿Llama a nuestro príncipe por su nombre? —Daniela la miro sorprendida y luego se tapó la boca con la mano mientras hacía una risita tonta.
—Eh… sí —contestó Estefanía un poco incómoda.
Cuando la muchacha consiguió tranquilizarse, le mostró la habitación. La cama con dosel estaba en el centro, era bastante alta y tenía las cortinas descorridas. Eran de color crema al igual que el cobertor que la cubría y tenía un gran arcón a los pies. Las paredes eran de color rosado. También había en la habitación una mesa, un par de sillas con brazos, un escritorio y un armario ropero. Justo en una de las esquinas se encontraba un aguamanil con una toalla colgada al lado.
—Puede usar el vestido que desee del armario, mi señora. Y si no le queda bien, Lucy lo arreglará.
—Por favor, llámame Estefanía, y… yo preferiría unos pantalones en vez de vestidos.
Daniela se quedó con la boca abierta, no podía comprender que una mujer prefiriera usar pantalones. Eran mucho más atractivos los vestidos y la hacían más mujer. Pero claro, Estefanía ya llevaba pantalones y tal vez en el mundo humano todas las mujeres los usaran. Ella nunca había estado en el reino de los humanos, su hermano le había prohibido abrir portales hasta que fuese mayor. Estaba deseando poder explorar otros reinos.
Al ver el desconcierto de la joven, Estefanía trató de justificarse.
—Para montar a caballo y… eh… luchar con lo que se nos presente, es más cómodo llevar pantalones y te permite tener más agilidad. —Al final quedó convincente lo que dijo y pudo convencer la muchachita.
—De acuerdo, le buscaré unos y unas camisas también. —Dicho esto Daniela salió de la habitación dispuesta a ofrecer a su señora cualquier cosa que le pidiese.
A los pocos minutos apareció Lucy acompañada con dos sirvientas más, le prepararon el baño perfumado. Insistieron en ayudarla, pero Estefanía fue más cabezota y consiguió darse el baño ella sola. Después se puso un camisón blanco y una bata a juego que le habían dejado preparada.
Sumergirse casi una hora en agua caliente le había sentado de maravilla, había conseguido relajar todos los músculos de su cuerpo que habían quedado agarrotados por el viaje. Además, acostumbrada a tomar una ducha diaria, estaba que le daba un síncope, llevaba cuatro días sin darse una.
Con un suspiro se acercó hasta la ventana, ya estaba oscureciendo, no sabía qué hora era, su reloj había dejado de funcionar en cuanto cruzó el portal a este reino. Miró al cielo, no había ni una sola nube y empezaban a verse las estrellas más luminosas. Hacía mucho que no las veía, en la ciudad había demasiada luz para poderlas contemplar y hacía tanto que no iba de acampada. Aprovecharía el tiempo que estuviese en Xerbuk y disfrutaría lo que pudiese.
Después de observar el firmamento un buen rato, empezó a caminar por la habitación de un lado a otro. Cotilleó el interior del armario, se sentó en una de las sillas para comprobar su comodidad, también se recostó en la cama y después se volvió a levantar para seguir dando vueltas por la habitación.
No podía calcular las horas exactas, pero sabía que habían pasado muchas desde que Marco le había dicho que no tardaría en reunirse con ella. Volvió a acercarse a la ventana. El cielo ya estaba completamente oscuro y podía observar como miles de estrellas lo engalanaban. ¿Dónde se habría metido Marco?
Al momento tocaron la puerta. Ella se giró y fue a abrir rápidamente, por fin su guerrero había llegado. Abrió la puerta dispuesta a decirle que la había dejado sola demasiado tiempo cuando… Se quedó con la palabra en la boca. Era Lucy con dos sirvientas que venían a retirar la bañera.
—Lucy, ¿sabes dónde está Marco?
—¿Se refiere al príncipe? —preguntó sorprendida.
—Sí.
—Está en el salón principal, reunido con mi señor y otros hombres, llevan horas discutiendo.
—Ah, gracias.
Estaba tan cansada y aburrida de esperar allí sola que estaba por bajar y acompañar a los hombres en esa reunión. Seguro que su nombre había salido en la conversación y ella tenía derecho a estar presente. Sin embargo no podía salir del dormitorio. Daniela todavía no le había traído ropa y solo llevaba el camisón y la bata. No le quedaba más opción que esperar.
Pasado un rato volvió a sonar la puerta. Esta vez era Daniela que llevaba un montón de ropa en las manos, la seguía su sirvienta que también iba cargada de prendas.
—Le traje dos pares de pantalones y unas cuantas camisas. Pruébeselas y así Lucy se las arreglará a su medida. Queremos que vaya lo más cómoda posible.
—Muchas gracias, de verás, te estás portando muy bien conmigo para no conocerme.
—Bueno yo… es decir, a mí… me gustaría ser su amiga. —La joven bajó la cabeza mirando al suelo arrepentida de haber dicho eso. ¿Por qué la Zedhrik querría ser su amiga? Llevaba tres años en la aldea y nadie había querido ser su amiga, excepto Lucy, pero era su sirvienta.
—Me encantaría ser tu amiga Daniela, pero deberías dejar de tratarme de usted y llamarme Estefanía —le dijo con una sonrisa mientras le levantaba la barbilla para que la mirase a los ojos y viera la sinceridad de sus palabras en ellos.
—Pero sería una falta de respeto.
—Me sentiré más cómoda y podremos ser verdaderas amigas.
—¿De verdad? —Daniela dio saltitos de alegría—. Es que nadie ha querido ser mi amiga, dicen que soy una alborotadora.
Estefanía dio unas carcajadas discretas.
—Eso no es tan malo. ¿Te cuento algo realmente malo? Yo nunca tuve novio, siempre me abandonaron en la primera cita.
La muchachita abrió mucho los ojos por el asombro que había causado en ella las palabras de Fani.
—¿Eso significa que nunca has tenido un pretendiente? —preguntó.
—Sí, así es.
—Pero eso no es posible, ¡eres muy hermosa! Y tienes un pelo precioso, y también eres muy simpática.
—Gracias por todos tus cumplidos, pero al parecer los hombres no piensan como tú.
—Pues los hombres del reino humano deben de ser muy estúpidos.
—Lo que sucede es que soy un poco tímida y tal vez a los hombres les gusten las alborotadoras. —Estefanía miró a Daniela con un gesto de complicidad y sin perder su sonrisa.
—Sabes, tuve dos pretendientes el año pasado. Pero Sebastián dice que soy demasiado joven y me los espantó. Él quiere que cumpla los dieciocho, pero en esta aldea he visto a las mujeres casarse más jóvenes.
—Pues yo tengo veinticinco y no estoy casada. Pero no te alarmes —añadió rápidamente—, en el mundo donde yo vivo las mujeres se casan mucho más mayores que yo si así lo desean, y algunas ni siquiera se casan, se juntan con sus novios o simplemente se quedan solteras.
—¿Y por qué no querrían casarse las mujeres?
—No lo sé Daniela, cada una tendrá sus motivos. La vida allí es… diferente a la de aquí.
—Espero que cuando sea mayor Sebastián me acompañe. Él ha ido mucho y dice que es por eso por lo que no me deja.
—¿Sois xerbuks? —preguntó, aunque estaba segura que sí puesto que Morgan, el sirviente de Marco, le había dicho que solo los xerbuks podían abrir el portal hacía su mundo.
—Sí, lo somos. Hay con nosotros unos cuantos refugiados más y otros tantos en otras aldeas. La reina acabó con muchos de los nuestros hace algunos años y si nos encuentra su ejército maldito nos matará.
Las dos se quedaron mirándose durante un eterno minuto. La reina quería muertos tanto a los zedhriks como a los xerbuks. Unos por la profecía y los otros por poderosos. Estefanía decidió volver al tema de los pantalones.
—Me probaré la ropa ahora mismo.
Se pasó más de una hora probándose los pantalones y las camisas mientras Lucy los arreglaba de manera que le quedaran perfectos. Una vez concluida la tarea, se volvió a
colocar el camisón y Lucy le dijo que le subiría la cena. Las dos muchachitas cerraron la puerta y volvieron a dejarla sola en el cuarto.
Apenas unos minutos después volvieron a tocar la puerta, Lucy se había dado prisa con la cena, pensó Estefanía.
—Adelante —dijo de espaldas mientras ordenaba en el armario la ropa que le había traído Daniela.
Dejó un par de prendas fuera pues esas se las colocaría mañana. El problema iba a ser la ropa interior, era demasiado grande e incómoda, así que pensó en lavar sus braguitas esta noche y así mañana se las podría poner.
—¿Cómo estás? ¿Has descansado? —preguntó una voz grave y varonil a sus espaldas.
Era una voz que ella había aprendido a conocer muy bien. Al escucharla casi se le paró el corazón. Por fin estaba aquí, por fin su guerrero estaba con ella nuevamente. Un hormigueo que nacía en su estómago le iba subiendo hasta hacerle un nudo en la garganta. Y eso solo con su voz. Las horas que habían estado separados habían sido interminables para ella. Se había acostumbrado demasiado rápido a tenerle cerca y a sentirse protegida por su presencia. Rodeada por su brazo, tan cerca de su cuerpo.
Se giró lentamente para verle allí parado con una bandeja llena de comida en las manos. Una sonrisa pícara en los labios y una mirada cansada.
—Pasé por la cocina y traje la cena —dijo dirigiéndose a la pequeña mesa que había en una esquina.
Depositó la bandeja en la mesa y acercó las dos sillas que había junto a la pared.
Ella le siguió con la mirada. Le observó trajinar con los platos, los cubiertos para la cena. Había estado pensando que en cuanto llegara le regañaría por tardar tanto. Sin embargo, no pudo hacerlo. Le había traído la cena personalmente y pensaba acompañarla por cómo estaba preparando las cosas. Además, había decorado la bandeja con una rosa de un fascinante color violeta con reflejos más oscuros que realzaban su belleza. Nunca había visto una rosa igual, era una preciosidad.
Al parecer Marco también había tomado un baño. Su pelo estaba todavía húmedo y la luz de las velas le proveía un brillo que jugaba con sus amplios y oscuros rizos. También se había cambiado de ropa. Llevaba unos pantalones más ligeros, y una bata abierta que dejaba ver que no llevaba camisa. Parte de su pecho estaba a la vista de ella. Tendría que decirle que se atara la bata si no, no iba a ser capaz de cenar. Seguro que no quitaría la vista de su esplendorosa piel morena y desnuda. Y era capaz de morder las servilletas en vez de la comida. ¿Acaso estaba tan necesitada de un hombre?
—Sí, he descansado y gracias por traer la cena —consiguió decir sin apartar la vista de sus ojos, gracias a Dios.
Marco cogió la rosa de la bandeja y acercándose a ella, se la ofreció. Solo les separaba un palmo de distancia y cuando habló pudo sentir su cálido aliento en el rostro. A pesar que no sonreía, podía leer en sus ojos la alegría de estar allí a su lado.
—Siento haber tardado tanto, ¿me perdonas?
Y quien no perdonaría a un hombre que le estaba mostrando su pecho moreno y musculoso, a la vez que le ofrecía una hermosa rosa mientras le pedía perdón con tanta ternura. Podría derretirse como la mantequilla al sol allí mismo. Sintió que se convertía en gelatina con todo su cuerpo temblando.
Carraspeó disimuladamente y trató de que su voz sonara lo más normal posible, cosa bastante difícil dado su estado.
—No tienes que disculparte, seguramente estabas tratando un tema importante. —Cogió la rosa de sus manos y se la llevó hasta la nariz. Cerró los ojos e inspiró profundamente —gracias, es preciosa. Nunca había visto una rosa como esta.
—Solo crecen en Xerbuk.
—Ah.
La mirada de Marco se volvió cansada de nuevo cuando volvió a hablar.
—Estaba planeando con mis hombres el asalto al palacio que realizaremos en unos días. Yo pensaba discutir de todo eso mañana, pero los hombres estaban impacientes…
—Ya no te preocupes, eso era más importante que venir para estar conmigo.
—Nada es más importante para mí que estar contigo. Estaba deseando acabar esa dichosa reunión —dijo acentuando la palabra «dichosa».
Tras esa declaración, Estefanía se quedó sin palabras. Al parecer él también había deseado estar con ella. ¿Sería sincero? Ojalá que sí, cuánto deseaba que lo que acababa de decir saliese de su corazón. Por el momento decidió creer en todas sus palabras y en su galantería. Sabía que todo podría ser mentira, que solo la estuviera utilizando para derrotar a la hechicera. Sin embargo, se sentía tan hambrienta de palabras dulces que se vio en la necesidad de creerle. Además, Marco parecía tan hambriento como ella. Su corazón le decía que su guerrero era sincero aunque su cabeza le pedía precaución a gritos. ¿A quién hacer caso?
—¿Cenamos? —preguntó Marco tendiéndole el brazo para acompañarla hasta la mesa.
Ella no vaciló en agarrarse a él. Caminaron hacia la mesa y se sentaron uno enfrente del otro.