Marco entró al pueblo con su Fani en brazos. Tanto los aldeanos como los guerreros que allí se habían refugiado, les miraron con cara de preocupación. Por un momento pensaron que tal vez a la zedhrik, su última esperanza, le había sucedido algo malo. Pero esa preocupación solo duro unos segundos. En cuando vieron la cara de satisfacción que traía su príncipe, se les fueron sus miedos.
La entró a la casa principal, subió por las escaleras hasta su recámara y la depositó cuidadosamente en la cama. Le ordenó que no se moviera. Posteriormente, Marco subió el almuerzo a la habitación de ella y lo compartieron sentados en la cama.
Fani se había mostrado más tímida con él que de costumbre. Marco prefería su faceta atrevida como esa mañana en el arroyo. Pero comprendía que tal vez el beso que compartieron o todo lo que ella le había dicho, la habían hecho sentirse avergonzada. No cabía duda de que algo había cambiado entre ellos. No obstante, en cuanto se acostumbrase a ser besada por él, volvería a ser ella misma, como lo había sido junto al arroyo, porque no pensaba dejar de besarla después de haber probado su dulce néctar. Además, la esperanza que creía perdida, crecía a cada momento dentro de su corazón, no iba a permitir que escapara. No le importaba lo que dijera su padre, ni su gente, ni nadie. No alejarían a Fani de él. Ya no.
Habían acabado de almorzar, una sirvienta ya se había llevado todo. Fani seguía recostada, con una mullida almohada en la espalda y observando cómo Marco paseaba frente a la ventana de derecha a izquierda y viceversa. Se le veía sumido en sus pensamientos, su guerrero desenfadado de hacía unas horas había desaparecido convirtiéndose en serio y preocupado. Todo un futuro rey.
—Tengo que tratar unos asuntos con mis hombres —soltó de pronto.
—¿Ahora?
—Sí.
Fue hasta ella, la cogió de la mano para que se levantara y lo acompañara hasta la puerta. Justo antes de abrirla, le soltó la mano para agarrarla de la cintura y apretarla contra él. A ella se le aceleró el pulso, ya sabía lo que pretendía hacer. Iba a besarla. Y cómo deseaba que lo hiciera.
El sentir la fuerza de sus manos en su cintura, cómo la oprimía contra su cuerpo, hacía que el estómago de Fani estuviera hecho un nudo y que su parte más íntima deseara que Marco no solo la besara. Deseaba mucho más de él. Esa conclusión la asustó. Sin embargo, aun estando asustada se sentía feliz. No había sentido ese deseo con ningún hombre. Es cierto que había notado mariposas revoloteando por su cuerpo cuando la besaban, pero el deseo de que la tocaran en otras partes, jamás.
Con el corazón a velocidad de vértigo, Marco no se lo pensó dos veces y atrapó la boca de ella con la suya.
Este beso no fue tranquilo como el del arroyo, fue poderoso. Sus lenguas bailaron en una danza de pasión a punto de descontrolarse. Él bajó sus manos hasta su trasero, la levantó ligeramente y la apretó contra su cadera. Fani, dejó de tocar el suelo con los pies. Pudo sentir su pene duro presionando más abajo de su ombligo. Entonces ella pasó sus brazos alrededor del cuello de él y se dejó llevar.
De mala gana Marco se separó de ella y la depositó en el suelo. En ese instante solo deseaba poseerla. Pero por desgracia tenían una guerra que librar y cuanto antes comenzaran a planearla antes podrían acabarla.
—Descansa, volveré por ti en una hora más o menos —jadeó él. Todavía no se había repuesto del reciente beso apasionado.
Ella le contestó con una radiante sonrisa, sus ojos tenían un brillo especial, un brillo de pasión contenida. Oh, cuánto deseaba él desatar esa pasión. Pronto, se prometió a sí mismo. En este momento tendría que esperar. No importaba, había esperado cinco años, un poco más no lo mataría. Aunque de eso no estaba tan seguro. Ahora todo era diferente, él sabía que ella aceptaría. Y ser consciente de eso lo desesperaba.
Devolviéndole la sonrisa cargada de promesas, abrió la puerta y se marchó.
***
La hora que Marco había dicho que tardaría se convirtió en dos. Y esas dos horas se convirtieron en tres.
Estefanía tan solo había dormido unos treinta minutos, así que ya estaba angustiada. No sorportaba ni un segundo más confinada en su habitación. Marco tenía un serio problema con la puntualidad.
Sintiéndose aburrida y abandonada, decidió salir de su dormitorio y dar un paseo por la aldea.
Se vistió con los pantalones y la camisa que le entregó Daniela y salió de la habitación. Había un guerrero montando guardia en la puerta. Ella se encaminó hacia las escaleras y oyó los pasos del guerrero siguiéndola. Ella se giró y lo encaró.
—¿Por qué me sigue?
—Velo por su seguridad, señora —contestó cortésmente el guerrero.
—Solo voy a dar un paseo por la aldea, no creo que deba preocuparse.
—Sigo órdenes del príncipe, señora.
—Creo que el príncipe es un poco neurótico —dijo ella sonriendo en plan broma. Claro que el guerrero no se lo tomó así.
—¿Está usted insultando a nuestro príncipe? —preguntó de forma amenazadora.
—¡No! —contestó apresuradamente—. Lo decía en broma. Sabe, de donde yo vengo se suelen gastar esta clase de bromas —trató de hacérselo entender.
—Me han dicho que es un lugar extraño donde nadie se respeta. —El guerrero seguía áspero con ella.
—Bueno, mucha gente todavía se respeta y traiciones hay en todas partes. ¿O me va a negar que aquí no las ha habido? —Ella lo dijo en un tono contundente. Sabía perfectamente que Xerbuk había sido traicionado. El rey encarcelado y todos los xerbuks perseguidos.
—Ya he comprendido. Y sé que ustedes tienen una cultura distinta, su alteza me lo explicó. Disculpe si la he malinterpretado.
—Descuida —dijo con una amplia sonrisa. Se giró y comenzó a bajar las escaleras.
Tanto la sonrisa como el pantalón de cuero que llevaba, hicieron tambalear la posición seria del guerrero y se puso nervioso de tal modo que al seguirla tropezó con su propia espada. Al oír el traspié, Estefanía se giró para ver al guerrero enderezarse. Volvió a girarse rápidamente y se tapó la boca con las manos para que no la descubriese riendo, no sabía cómo se lo podría tomar. Estaba claro que ese hombre no tenía sentido del humor.
Cuando salió a la aldea, respiró hondo llenando sus pulmones con el aire fresco y húmedo del lugar, después miró a su alrededor y observó a la gente. Todos estaban haciendo sus quehaceres. Mujeres caminaban cargando canastas de ropa, otros con leña, un par de carros que cruzaba la aldea… Había niños pequeños corriendo de aquí para allá y otros más mayores ayudaban a sus padres. Todo estaba tranquilo, si no fuese porque sabía que estaban en guerra, no lo parecería.
Comenzó a caminar hacía el otro lado de la aldea, no había dado ni dos pasos cuando una mujer se le acercó corriendo.
—¡Mi señora! —gritó mientras se acercaba.
Estefanía se detuvo y esperó que la mujer llegara hasta ella para atenderla.
—Mi señora, sé que está usted aquí para ayudarnos, pero ¿cuándo va a ser eso? —La mujer parecía algo histérica.
—Cuando el príncipe lo ordene —le contestó con tranquilidad.
—Pero hemos oído que no tiene los poderes que necesitamos, que debe aprenderlos. ¿Por qué está usted paseándose?
Esto se estaba poniendo feo. Esa mujer la acusaba de no estar haciendo nada por ayudarles. ¿No se daba cuánta que podría estar ahora mismo viendo televisión en su casa, en Salamanca? Aunque claro, con unos asesinos tras ella… no estaría tan tranquila, de todos modos había decidido ayudarles.
Otra mujer al oír alboroto, se acercó también.
—Yo pienso que esta mujer no es la zedhrik —gritó mientras la señalaba con el dedo.
—Tal vez el príncipe se equivocó —acusó un hombre que también se acercó.
En pocos minutos Estefanía se vio asediada por los aldeanos. El guerrero que la protegía mantuvo las distancias entre la gente y ella, pero no pudo evitar que se formara un corro a su alrededor. Tanto hombres como mujeres le gritaban y la acusaban. A ella ni tiempo le daba a defenderse entre acusación y acusación y decidió quedarse muy quieta y no decir nada. Empezaba a asustarse de verdad. Solo un guerrero la protegía y allí se había juntado toda una multitud. Si decidían ir por ella, la matarían. ¡Oh Dios mío! ¿Dónde estaba Marco? Le necesitaba con urgencia.
—¿Qué es lo que estáis haciendo? ¡Marchaos! —escuchó la voz de Daniela que se alzó por encima del bullicio.
La gente la dejó pasar y se colocó junto a Estefanía.
—No tenéis derecho a exigirle nada, está aquí por voluntad propia, para ayudarnos. Además, solo lleva un día en la aldea. El príncipe está ahora mismo reunido con sus hombres. Estoy segura que cuanto tengan que atacar, atacarán. Tened paciencia.
La gente escuchó cada palabra de Daniela, aunque era una muchachita bastante joven, era la hermana de un hombre importante y además, hablaba con tal convicción y firmeza que toda la gente allí reunida agacharon la cabeza en señal de disculpa y empezaron a disiparse.
—Gracias Daniela —le dijo ella con triste sonrisa.
—Somos nosotros los que tenemos que darte las gracias por estar aquí. —Daniela la cogió del brazo y fueron de regreso a la casa—. No les hagas caso, son buena gente. Solo están nerviosos y ansiosos, desean que el Reino de Xerbuk vuelva a ser lo que era y puedan vivir tranquilos.
—Lo entiendo. Lo mejor será que vuelva a mi habitación y espere a que regrese Marco.
En cuanto Daniela cerró la puerta y la dejó sola en su alcoba, Estefanía estalló en lágrimas. Las había tenido contenidas toda la semana. El único pensamiento que ocupaba su mente era «quiero volver a mi casa», «quiero abrazar a mi madre, a mi padre y a mi hermanita». Entonces recordó por qué estaba allí. Querían asesinarla y si regresaba podían hacer daño a su familia. Todo lo que podía hacer era emplearse a fondo y acabar con esta asquerosa guerra.
Ella mataría a la reina y Marco liberaría el reino. Su familia ya no correría peligro. Y todos felices y contentos. Ella regresaría a casa, a abrazar a sus padres y seguir con la vida que tenía antes de que Marco irrumpiera en ella cambiándolo todo. Ahora tenía una visión de la vida y de la realidad muy diferente, tenía la mente más abierta, era capaz de creer en cualquier cosa después de lo que había sucedido.
Pero, ¿qué pasaría con Marco y con ella? Él era el príncipe de Xerbuk, no podía marcharse. Y ella necesitaba a su familia cerca. Este tiempo que había pasado lejos de su hogar, le había servido para echarlos de menos más que nunca. Se sentía tan sola.
Las lágrimas seguían brotando de sus ojos. No quería dejar a Marco. Jamás había sentido por ningún hombre lo que sentía por él. Y él la amaba, se lo había dicho y se lo había demostrado con creces. Era sensible, romántico y apasionado. Era todo lo que ella siempre deseó de un hombre y sabía que con un poco más de tiempo ella también le amaría.
Tras un rato de llanto se sentó en la cama y empezó a secarse las lágrimas con la sábana. No iba a pensar ahora qué pasaría cuando la guerra acabara. Marco estaba enamorado de ella. Él encontraría una solución, no la dejaría marchar, debía confiar en él como estaba haciendo hasta ahora.
Un par de golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Ella se apresuró a levantarse y fue hasta el aguamanil y se lavó la cara.
Se oyó otro par de golpes. Cuando hubo acabado de lavarse, se secó y se sentó en una silla, junto a la mesa y trató de mostrarse serena.
—Adelante —dijo ella con la voz todo lo tranquila que pudo.
Marco apareció en la puerta. Tan alto y ancho de hombros, ocupaba todo el hueco. Su guerrero daba una visión magnífica. Su pelo estaba revuelto y sus ojos mostraban cansancio. Le dedicó una leve sonrisa y entonces ella supo que Marco no se sentía bien.
Se levantó de la silla mientras él se le acercaba con las manos a la espalda.
—Siento mucho haber tardado tanto. —Mostró una de las manos de detrás de su espalda y le ofreció una rosa color violeta, ese extraño violeta que la cautivó desde el primer día—. ¿Me perdonas? —preguntó dulcemente.
Ella asintió con un leve movimiento de cabeza, puesto que no podía responder, tenía las palabras atragantadas por lágrimas no derramadas. Hoy estaba extrañamente sensible.
Él vio el brillo que cubría sus pestañas y se maldijo a sí mismo. ¡La había hecho llorar con su tardanza!
—¿Estás llorando? Yo… siento mucho haberte dejado sola tanto tiempo. Los hombres están muy nerviosos y ansiosos por atacar el palacio…
—No te preocupes —lo interrumpió ella.
—Muchos de ellos tienen a sus familias encarceladas junto a mi padre. A otros les han quitado sus tierras. Han puesto precio a la cabeza de cualquier xerbuk.
—Lo entiendo Marco —volvió a interrumpirle— se que están muy nerviosos. Esta tarde cuando salí a pasear… bueno, les entiendo.
—¿Saliste a pasear y te molestaron? ¿Te tocaron? Mira que si alguno de ellos te puso la mano encima yo… —Marco no pudo terminar la frase, estaba furioso de pensar que la habían ofendido y solo imaginar que alguien pudiera hacerle daño lo volvía loco.
Ella se acercó más a él al ver la furia que recorría su rostro. Lo agarró con fuerza del brazo y le dio unas palmaditas para tranquilizarlo.
—Tranquilo Marco. Nadie me hizo daño, tenía a ese guerrero que pusiste para cuidarme y Daniela me defendió también. Es como tú dices, están nerviosos y dudan de mi capacidad, eso es todo.
—Pero te hicieron llorar.
—No fue por ellos.
—Entonces, ¿por qué llorabas?
—Echo de menos a mi familia. Yo no suelo ponerme así, pero hoy… bueno, estaba recordándoles y me puse un poco tonta.
Él le acarició la mejilla con el dorso de su mano. Descendió por su cuello hasta su hombro y volvió a subir. Entonces le sostuvo la cara con ambas manos.
—Esta noche, te llevaré a ver a tu familia. Cuando tengas deseos de verles, simplemente dímelo. No me gusta verte llorar —había una tristeza sincera en la voz y en los ojos de Marco.
—¿Me puedes llevar cuando yo quiera? —La sorpresa y la alegría colmaron a Fani y eso animó a Marco más de lo que pudiese imaginar.
—Por supuesto. ¿Después de la cena te parece bien?
—Sí, sí, sí. —Dicho esto, ella se abalanzó sobre él y lo besó con ímpetu.
Al momento Marco se repuso de la sorpresa de que ella le besara y la rodeó con sus brazos. Estefanía incursionó la boca de él con su lengua y se apoderó de toda ella. Unieron sus bocas con toda la pasión que ambos habían contenido todo el día.
Ella pasó los brazos por debajo de los suyos envolviéndose en su abrazo y comenzó a acariciar su tensa y dura espalda. Él la apretó más contra sí. Fani era exquisita. Hacía que su corazón latiese vertiginosamente. No sabía por cuánto tiempo más podría contenerse y no hacerla suya.
Estefanía se sintió consolada y reconfortada y se acoplaba tan bien a su cuerpo. Era toda una delicia.
Terminado su beso, Marco se separó de ella un poco, para ver su cara. Su respiración estaba agitada. En sus ojos ya no había rastro de lágrimas, aunque todavía estaban algo rojos. Sus labios también enrojecidos y brillantes le pedían que siguiera besándolos. Sin embargo tenían que volver a la realidad y cumplir con su deber. Esto último lo fastidió sobremanera. En momentos como ese no deseaba ser el príncipe y que recayera sobre él toda la responsabilidad.
—Estoy tan cansado —dijo él arrastrando las palabras.
—¿Cómo dices? —Ella no entendía a qué venían esas palabras.
—Estoy cansado de esta guerra. De que los hombres me exijan cosas que no puedo dar. De que me echen la culpa de esta situación. De que hayan perdido a sus familias, sus tierras… Sé que, en parte, soy responsable —suspiró—, pero estoy cansado Fani.
—No es justo que te echen la culpa. Tú has perdido tanto o más que ellos. Deberían agradecer tu entrega —dijo ella con indignación.
Él sonrió a su pesar, le gustaba tenerla de su lado. Nunca había hablado de este tema con nadie. Ni siquiera con Sebastián. Él sabía que debía dar confianza a su gente y si notaban cierto grado de debilidad, tal vez no le apoyaran. Tenía que permanecer firme y fuerte frente a todo su reino. Sin embargo, con Fani se sentía distinto. Sabía que podía hablar con ella de cualquier cosa porque no le juzgaría por ello y dio gracias a Dios por tener a Fani junto a él.
Todavía abrazados, él besó su frente.
—Gracias por escucharme. Desde que Xerbuk fue ocupado, no he podido hablar con nadie de cómo me siento.
—¿Y Sebastián? —Ella tenía entendido que era su mejor amigo.
—No quiero que vea mi debilidad.
—Estar cansado de guerrear, no es debilidad. Es ser sensato.
—Sí, es una debilidad, y puede llevarnos a la derrota —dijo de forma tajante.
—Ganaremos esta guerra Marco. Juntos.
—Es por eso que deseo acabarla cuanto antes. Para que estemos juntos. Tú y yo.
—Yo también lo deseo.
Marco le acarició el pelo con los dedos y después los pasó suavemente por su mejilla hasta su barbilla y volvió a subir.
—Te amo. ¿Te lo había dicho antes?
—Tan directamente no —contestó sonriendo de la satisfacción que le produjo oír esas palabras. Jamás se las había dicho a nadie, solo a ella.
—Te he amado en la distancia durante cinco años. Y ahora que te tengo cerca, te amo aún más.
—No sé qué decir Marco. Solo que nunca había sentido por nadie lo que siento por ti. No sé si eso te vale, si me das un poco de tiempo… No quiero hacerte daño.
—Con eso y con que me permitas estar cerca de ti, me conformo. Y de tiempo te daré todos los días de mi vida.
Le dio un rápido beso en los labios sin dejarla contestar.
—Bueno, tendremos que entrenar duro para acabar pronto con la guerra si deseamos estar juntos.
—De acuerdo, me aplicaré a fondo —prometió ella.