La cena fue tranquila, aunque no estaba segura de lo que comía, todo le pareció delicioso o quizá era el hambre que tenía, no estaba segura pero tampoco importaba demasiado.
Hablaron muy poco mientras comían y en cuanto acabaron, Marco llamó a la sirvienta para que recogiera todo de inmediato.
Estefanía se había levantado y estaba de nuevo junto a la ventana mirando las estrellas que brillaban con más intensidad, debido a la oscuridad que había embargado el cielo.
Él la observó desde el otro lado de la habitación. Era maravilloso poder estar en el mismo plano que ella. Y ahora que la había tratado personalmente, era aún más encantadora y bonita que cuando solamente la miraba a través del espejo. Estaba profundamente enamorado de ella, eso lo tenía asumido pues hacía meses que no estaba con una mujer. La última vez fue bastante desastrosa, tuvo que apretar los párpados e imaginar que estaba con Fani para poder hacerlo y cuando consiguió llegar al orgasmo, al abrir los ojos y ver a esa otra mujer sintió repugnancia por sí mismo. Se levantó a toda prisa, se vistió a medias y salió prácticamente corriendo de la habitación. Recordó haber oído sollozar a la pobre mujer. No había sido culpa de ella y él no había querido hacerla sentir mal. Pero, ¿qué podía hacer? La única mujer que deseaba era a su Fani. Después de aquello, ya no tuvo ganas de volver a estar con ninguna otra que no fuera Fani.
Ahora estaba aquí con él, en el mismo dormitorio. Ojalá no hubiera una guerra de por medio para poder seducirla y al fin acariciar su piel, sentir su aliento sobre su cuerpo, su calor, su aroma… Dios mío, cuántas veces había soñado con hacerle el amor. Pero ahora no era el momento para pensar en esas cosas. Necesitaba mantener la mente fría y serena para poder concentrarse. Sin embargo, con ella tan cerca era difícil mantenerse frío. Con solo mirarla le hervía la sangre y cuando Fani le devolvía la mirada sentía que se quemaba en el infierno.
—Sería bueno que te acostaras ya, mañana empezaremos temprano tu entrenamiento —soltó de pronto en un tono severo que para nada había pretendido.
—¿Qué entrenamiento? —preguntó ella sin tener ni idea de qué le estaba hablando.
—Bien, te contaré de qué va nuestro plan; necesitamos recuperar el cristal para que tú derrotes a la reina. Pero no sabemos dónde está. Así es que primero rescataremos a mi padre que es el único que lo sabe.
—Ah.
—Ahí entras tú también. Hace un mes quise rescatarlo pero no pude. La celda donde le tienen está protegida por magia. Es muy poderosa, imposible de traspasar.
—¿Y qué pretendes que haga yo? —gritó anonadada.
—Pretendo que abras una brecha en ella. Por lo que me contó mi padre, los zedhriks podían invocar el poder de la Fuerza Vital para mover diversos objetos e incluso cosas abstractas. Es por eso que pienso que podrías hacer una grieta en la magia que mantiene prisionero a mi padre.
—Eso es una teoría, podría no funcionar.
—Pero tenemos que intentarlo Fani. No se me ocurre nada mejor, y debo sacarle de allí. Él sabe dónde está el cristal y además, podrían utilizarlo como rehén para que no ataquemos.
La voz de Marco sonaba tan desesperada. Su padre había sido el rey y ahora llevaba ya tres años encarcelado y a saber en qué condiciones. Sí, tenían que intentar sacarle de allí. No tenía ni idea de qué era lo que Marco esperaba de ella, pero haría todo lo que estuviese a su alcance. Era muy extraño pensar que tuviera algún tipo de poder sobrenatural. No, ella no tenía poderes y esto era una auténtica locura. En apenas unos días había perdido el sentido común pero se sentía extrañamente comprometida con Marco, con las personas que acababa de conocer y con este lugar. Era como si de verdad perteneciese a él. ¿Podría ayudarles?
—Yo no sé si tendré poderes.
—Solo han estado dormidos en ti. Yo te ayudaré a despertarlos y te enseñaré a utilizarlos también. Tenemos unos días por delante mientras Sebastián avisa a nuestros hombres para que se preparen para el ataque.
—Oh Marco, todavía no puedo creer que esto esté pasando —suspiró ella.
—Yo tampoco. Hasta hace unos años mi única preocupación era que no quería casarme con mi prometida. Y ahora el reino y todos los que habitan en él dependen de nosotros.
—¿Tenías una prometida? —Eso sí que no se lo esperaba.
—Nos comprometieron cuando éramos niños. Y cuando nos hicimos mayores, para mí ella no era más que una buena amiga. No podía imaginármela como esposa. Así que traté de romper el compromiso.
—¿Y lo conseguiste?
—Se podría decir que sí, pero ella dio la vuelta a la tortilla y… —Marco se quedó callado, no tenía ganas de recordarlo. Al menos no en este momento.
—¿Y?
—Por favor, no tengo ganas de hablar de ello. Tal vez otro día.
—Lo siento, yo…
Él se acercó a Fani, le cogió la mano y depositó un suave beso en su dorso. Fue apenas un roce que la hizo estremecer.
—Acuéstate y duerme tranquila, yo te protegeré. —Su voz fue apenas un susurro.
—¿Te vas a quedar aquí?
—Sí.
***
Estefanía se había acostado y se había tapado solo con una sábana ya que la noche era cálida en Xerbuk. Siguió con la mirada a Marco que estaba colocando unas sábanas encima de la alfombra, también colocó una almohada que había sacado del armario. Después apagó todas las velas, se quitó la bata y se acostó encima de las sábanas. En el suelo.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.
Eso de que él se acostara en el suelo le pareció algo prehistórico. Eran adultos y estaban en el siglo XXI o eso había creído ella hasta hacía una semana.
—¿A ti que te parece? Me voy a dormir.
—¿En el suelo?
—¿Me dejarías acostarme en la cama contigo? ¿O acaso prefieres tú el suelo?
—Vamos Marco, somos personas adultas y la cama es grande. Tú puedes dormir en tu lado y yo en el mío. Tú no me molestarás y yo no te molestaré a ti.
—Tú nunca podrías molestarme en una cama. —La frase le salió casi sin querer.
—¡Marco! —gritó ella a la vez que le tiró su almohada a la cabeza, suponiendo que el comentario no era más que una broma.
La picardía se veía reflejada en su mirada y su sonrisa. Una sonrisa que ella no había visto hasta ahora. Le hacía verse más joven, más guapo y le hacía perder el hilo de sus pensamientos.
Marco pensó que su frase la incomodaría, sin embargo se la veía tan fresca y risueña que disfrutó irritándola un poco.
—Lo siento, me comportaré. —A pesar de sus palabras, su voz no sonó muy prometedora.
—Bien, imagino que era una broma —dijo mientras recogía la almohada que había tirado y la colocaba de nuevo en el cabecero de la cama.
«¿Una broma?», pensó Marco, si ella supiera lo que estaba pasando ahora mismo por su cabeza, no compartiría la cama con él. Hacía meses que no estaba con una mujer y jamás había pasado la noche entera con una… durmiendo.
Además, Fani no era cualquier mujer. Había soñado con ella cada noche desde que la conoció. Había imaginado cómo sería el tacto de su piel, el sabor de sus labios, el perfume de su pelo. Cómo se sentiría al estar dentro de ella. La había imaginado gritando su nombre mientras alcanzaba el éxtasis que él le proporcionaba. Sus senos apretados contra su pecho… ¿Podría alguna vez hacer su sueño realidad?
—¿Qué lado de la cama prefieres? A mí me gusta más el derecho.
La pregunta devolvió a Marco al presente y fue consciente de que aquel ofrecimiento era de verdad. Fani no estaba bromeando. ¿Sería capaz de poder dormir a su lado sin tocarla? De lo que estaba seguro era que no iba a rechazar su generoso ofrecimiento.
—Vamos, ¿qué lado quieres? —insistió al ver que él no respondía.
—Ya que tú has elegido el derecho, supongo que yo me quedaré con el izquierdo. Aunque en realidad, prefiero el lado en donde tú estés. —No pudo evitar volver a irritarla y la verdad era que deseaba hacer realidad su pequeña broma.
—¡Has dicho que te portarías bien!
Ella había fingido su enfado. Aunque apenas le conocía, confiaba plenamente en Marco. Se lo había ganado.
—Solo trataba de molestarte un poco —hizo una pequeña pausa y añadió—, prometo que me portaré bien.
Pero su mirada y su sonrisa decían lo contrario, aun así Estefanía le creyó. Por supuesto que le creyó. Él era su guerrero. Su protector. Nunca le haría nada que ella no quisiera, estaba convencida de ello.
Le gustaba la forma en que bromeaba con ella. En estos momentos tenía una mirada de niño travieso que a ella le encantó. Había confianza y complicidad. Nunca había tenido eso con un hombre y le gustaba cómo la hacía sentirse.
Había pasado un buen rato desde que se habían acostado y ella no podía conciliar el sueño. Marco estaba justo en el borde izquierdo de la cama, completamente inmóvil. Estaba tan al borde que si hacía un ligero movimiento estaba segura que caería al suelo. En cambio ella estaba bastante ancha. Tenía más de media cama para ella sola. Después de haberle lanzado un par de frases atrevidas… ni siquiera la había rozado. Ese pensamiento le sacó una sonrisa. Su guerrero era un hombre de honor y la respetaba. No se había equivocado al depositar toda su confianza en él. Aunque ella habría deseado que se atreviera un poco al menos. Sí, le habría gustado poder dormir apoyada en su pecho. Se había sentido tan bien abrazada a él cuando habían cabalgado juntos… Marco… su voz se apagó en su mente cuando pensó en esa tarde en que se había enterado que era príncipe. Ese conocimiento la inquietó bastante, ella no era nadie para un príncipe. ¿Cómo no lo había pensado antes?
Estefanía giró en la cama y se puso de costado mirando la espalda de él.
—Marco, ¿estás despierto? —musitó.
—Sí —suspiró.
Cómo iba a dormir. El pensamiento de tener el cuerpo de ella tan cerca del suyo lo mantenía en plena agonía. Y se había apartado tanto de ella para no rozarla que apenas le quedaba cama y estaba incómodo. Hubiera sido mejor dormir en el suelo después de todo.
—Estaba pensando en eso de que eres príncipe y… ¿Cómo debo llamarte? ¿Alteza? ¿Majestad? ¿Señor?
—Todo el tiempo me has estado llamando Marco, sigue haciéndolo. Además, te recuerdo que ahora no soy príncipe. Solo un guerrero más.
—¿Entonces es correcto que te llame Marco? —insistió ella.
—Sí. Ahora duérmete —contestó de forma seca.
Bueno si ella podía llamarle por su nombre de pila, tal vez había una posibilidad para ellos, aunque fueran de mundos distintos. Seguramente llegarían a un entendimiento. ¿Estaría él interesado en ella tanto como parecía? No es que tuviera mucha experiencia, pero esas miradas que Marco le lanzaba… y esas sonrisas… y le había dicho algunas cosas que daban a entender que le gustaba como algo más que una amiga. Al menos ella así lo esperaba porque él le gustaba muchísimo y no solo como amigo. Ningún hombre la había tratado como él. Ninguno le había hablado como él. Ninguno la hacía derretirse como él. Y le gustaba, vaya si le gustaba. Deseaba que el sentimiento que estaba creciendo en ella no acabase nunca. La hacía sentirse feliz dentro de esta guerra en la que había quedado atrapada sin quererlo.
Estefanía dio un par de vueltas más en la cama y le vino a la cabeza que desde que cumplió los dieciocho años no había tenido una segunda cita con nadie. Cinco años sin una segunda cita. Algo en ella debía estar mal, muy mal. Tal vez Marco se diera cuenta de qué había algo malo en ella si llegaba a tener una cita con él. Aunque debía conocerla bastante bien, por lo que le había dicho llevaba vigilándola cinco… años. ¡Oh Dios mío! ¡Él la había estado espiando cinco años! Había visto sus citas.
—Marco, ¿estás despierto? —preguntó bruscamente.
—Sí, ¿qué quieres ahora?
—Me preguntaba si… cuando me espiabas… bueno, ¿lo hacías todo el tiempo?
El se sentó en la cama y la miró con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.
—Yo, no te espiaba. Te cuidaba. Te protegía —contestó bastante irritado.
—Como quieras llamarlo, dime, ¿lo hacías todo el tiempo?
—No todo el tiempo, a veces lo hacían Morgan o Sebastián cuando yo no podía. —Se quedó un segundo pensativo y entonces creyó saber la razón de su pregunta—. Si lo que te preocupa es si te he visto desnuda, la respuesta es NO.
¡Madre mía! Ella ni siquiera había pensado en eso. Cómo no se le había ocurrido antes. «Espera un momento…»
—¿Por qué no me viste desnuda?
—Porque tengo más honor y ética de la que puedas pensar.
Con que honor y ética ¿eh? Veamos si las respuestas a sus siguientes preguntas corroboraban eso. Por el momento se sintió algo aliviada de saber que no la había visto desnuda, aunque hasta ese momento no se lo había preguntado.
—Y cuando tenía una cita con un hombre, ¿también apartabas la vista?
«¡Maldita sea!» pensó Marco. ¿Y ahora qué iba a decirle? De lo que estaba seguro es que no podía mentirle. Él era un hombre que siempre iba con la verdad por delante. Odiaba la falsedad, además, si le mentía podría romper la confianza que comenzaba a profesarle y eso era algo que no estaba dispuesto a arriesgar. Aunque estaba seguro de que dijera lo que le dijese, lo iba a estropear. Ella le odiaría, no volvería a mirarle como lo hacía estos últimos días. La perdería para siempre.
Bien… que sea lo que Dios quiera.
—No Fani. No podía arriesgarme a que estuvieras a solas con un hombre y que este pudiera hacerte daño.
—Así que… ¿estuviste en todas mis citas?
—Se puede decir que sí. Yo solo estaba protegiéndote, era mi deber —se defendió él.
—Entonces te darías cuenta de que nunca ninguno de ellos volvía a llamarme. Todos me dejaron plantada tras una primera cita.
Marco se quedó callado. ¿Por qué seguía insistiendo? No quería contestarle la verdad, pero tampoco quería mentirle. Tenía miedo de su reacción pues estaba seguro que no sería buena. Después de todos estos años, al fin la tenía a su lado. No soportaría que ella le despreciase. No, ahora no.
Fani pensó que su silencio daba a entender que era culpable, tal y como ella lo había sospechado.
—Dime Marco, ¿por casualidad tuviste algo que ver con que ninguno de esos chicos me llamase? ¿O es que soy detestable?
—¡No eres detestable!
—Eso quiere decir que sí tuviste algo que ver.
Marco se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. Se pasó varias veces las manos por el pelo. Se encontraba nervioso. ¡Diablos! Hacía tantos años que una mujer no le ponía nervioso que ya ni recordaba cómo se sentía. Llegó a la conclusión de que no le gustaba sentirse inseguro, y menos si Fani estaba de por medio. Tenía que pensar en la mejor manera de decírselo porque lo mejor era que ella supiese la verdad.
Al fin se quedó quieto a los pies de la cama, frente al arcón. Ella estaba sentada con la espalda apoyada en el cabecero y las manos entrelazadas en su regazo. Él la miró a los ojos con la escasa luz que proporcionaba la luna en la habitación. Le daba un reflejo sensual a su rostro y la hacía verse aún más hermosa que a la luz del sol. Seguramente esta sería la última vez que la viera en la penumbra de la noche. Así que la observó largo rato para memorizar sus rasgos y como los rayos de luna dibujaban sus facciones.
Cerró los ojos unos segundos y respiró profundamente. Dándose valor a sí mismo y preparándose para las consecuencias, volvió a abrirlos y la miró fijamente a los ojos. Vio la preocupación y la incertidumbre en ellos pero ni rastro de miedo. Entonces decidió hablar con el corazón. Poniendo toda su pasión en cada palabra. Qué más daba, después de hoy ya no habría esperanza para él, así que nada tenía que perder.
—¡Sí, yo soy la causa de que no tuvieses novio! Se me revolvía el estómago cuando veía a esos babosos comerte con la vista. Y tú les mirabas y te reías con ellos. Mientras yo solo deseaba que me mirases a mí. Que tus sonrisas fueran para mí. Pero tú ni siquiera sabías que yo existía.
Estefanía se quedó boquiabierta, para nada se esperaba esta declaración. Apenas podía respirar escuchando sus palabras cargadas de angustia y pasión. Ella no dijo nada, y aunque quisiera no podría, estaba paralizada.
—Cuando acababas tu cita —continuó Marco— y te acompañaban a casa, yo apenas podía mirar, porque sabía lo que venía. Ellos te besaban y te acariciaban, y yo solo quería morir. En un principio lo dejé pasar, pero después no pude. Me enamoré de ti como un loco, Fani. Entonces, cuando tú entrabas en casa, yo cruzaba el portal hacia tu reino, agarraba a esos cerdos cabrones que te habían tocado, les ponía mi espada en la garganta y los amenazaba. Sí, amenacé a todos ellos con matarles si volvían a tocarte. Yo… tenía la esperanza de que algún día fueras para mí. Solo para mí.
Acabó su última frase casi en un susurro. Después dio media vuelta y salió de la habitación como alma que lleva el diablo, sin esperar a ver la reacción de Fani a sus palabras. Prefería marcharse antes de que ella le echara. Sería demasiado doloroso escucharlo de sus labios.