Fani estaba en estado de shock. No supo cuánto tiempo estuvo allí inmóvil, sin apenas parpadear. No podía creer lo que acababa de escuchar. No sabía lo que Marco le iba a decir respecto a sus sospechas. Pensaba que tal vez no le permitían tener novio en el reino humano y por eso él intervino. O que el rey le tuviese un pretendiente esperando o… mil cosas más, excepto esto.
Ni en sus más románticos sueños se le había ocurrido una declaración de amor como aquella. Había tanta desesperación en esas palabras y también angustia e impotencia. Debió de dolerle mucho verla besarse con otros hombres. Hizo un gesto de negación con la cabeza, todavía no podía creer todo lo que Marco le dijo. ¿Realmente estaba enamorado de ella? Porque si sus oídos no la traicionaban, eso era exactamente lo que había acabado confesando. ¿Por qué nunca se lo habría dicho? Esa misma noche él le había comentado que estuvo comprometido. A lo mejor todavía lo estaba. No, le dio a entender que al final fue ella la que rompió con él. Si ese compromiso lo hizo el rey, seguramente se enfadaría mucho. Y tal vez no le permitiera estar con ella. Sí, posiblemente fuera algo de eso, mañana mismo le preguntaría, pues se había marchado tan rápido que ni tiempo le dio a reaccionar. Seguramente todavía tenía la boca abierta y los ojos como platos.
En estos momentos sentía deseos de abrazarle y de consolarle por todos esos años que había mantenido su amor guardado. Ningún hombre había hecho nada por ella, salvo pagar la cena o el cine. Pero Marco… podía verlo en su mente, con su armadura y espada en mano amenazando a Luis, su último ligue, con lo blandito que era, seguramente se mearía los pantalones. Y si Marco tenía el aspecto que ella le vio cuando luchó con esos guerreros que querían matarla… con razón nadie más volvía a llamarla. Eso le sacó una pequeña sonrisa, no sabía si sentirse halagada o enfadada. Después de pensarlo un minuto, decidió que definitivamente se sentía halagada. Al menos no había nada de malo en ella, como había estado pensando últimamente y saber que había un guerrero dispuesto a cualquier cosa por ella, la hacía sentirse amada por primera vez en su vida.
La noche pasó muy lenta para Marco, apenas pegó ojo. Estaba sentado en el salón, solo, desayunado.
No podía dejar de darle vueltas a la reacción de su Fani. Su Fani, repitió él amargamente. Seguramente ya no sería suya. Le odiaría por no haberle dejado llevar su vida. Por haberse entrometido.
Estaba bastante enfadada cuando lo acusó de ser el responsable de no haber mantenido nunca una relación. Ahora que al fin había conseguido ganarse su confianza... Marco suspiró abatido. Ella se sentiría traicionada, engañada y no la culpaba por ello.
Ni siquiera querría volver verle y Xerbuk dependía de ellos… ¡Maldita sea! Debió mantener la boca cerrada. Si no quería dirigirle la palabra, tendría que mandar a Sebastián para que se ocupase de ella. Había que seguir con lo planeado. Sus problemas personales no debían alterarlos. Lo sucedido anoche no cambiaba nada, solo que ahora sería más difícil cumplir con sus objetivos. Sí, debió mantener la boca cerrada al menos hasta que la guerra hubiera acabado. Hasta que ella hubiera derrotado a la hechicera. ¿Y si se negaba a colaborar? No, eso no era una opción, Sebastián tendría que convencerla de alguna manera.
Marco apoyó los codos en la mesa y se cubrió la cara con las manos. Le dolía el pecho de solo pensar en tener que enfrentarse al odio de Fani, porque tarde o temprano tendría que enfrentarse a él. No podría esquivarla para siempre, además tampoco quería. Prefería verla de lejos a no verla nunca más.
—Buenos días, has madrugado hoy. —El mejor amigo de Marco hizo su aparición.
—No he dormido mucho.
—¿No me digas que te acostaste con la zedhrik? —le preguntó sorprendido.
—¡Por supuesto que no! Lo que pasó es que… no creo que quiera volver a verme. Y espero no haber fastidiado los planes para recuperar Xerbuk.
—¿Qué pasó? —preguntó Sebastián ahora más serio.
—No tengo ganas de hablar de ello. Tú tendrás que enseñarle a usar su poder.
—Vamos amigo, siempre nos hemos contado nuestras cosas y hablar te hará bien.
Marco se quedó callado durante unos minutos. Después miró a su alrededor, para asegurarse que no había nadie. Entonces se acercó a Sebastián.
—Le conté la verdad.
—¿Qué estás enamorado de ella?
—Sí.
—No creo que esté enfadada por eso, es más, seguramente se habrá sentido hermosa, querida… a las mujeres les gusta una bonita declaración de amor.
—Ese es el problema. No fue bonita.
Sebastián estuvo a punto de reír a carcajadas, sin embargo no lo hizo. Sabía que esto era muy importante para su amigo. Hacía años que le veía sufrir por esa mujer. Él le había dicho muchas veces que se lo dijese. Pero Marco nunca quiso, él prefería esperar.
Sebastián también estuvo a su lado cuando fue a decirle al rey que quería romper su compromiso. Tuvieron que sufrir juntos la ira del padre de Marco.
Él jamás abandonaría a su amigo. Ahora volvía a necesitar que alguien le escuchase, le diera algún consejo, le echara una mano y para eso estaba él.
—¿Qué fue lo que le dijiste exactamente?
—Le conté lo que hice con sus pretendientes —dijo entre dientes.
—Esos hombres no se la merecían, ni uno solo de ellos te desafió —contestó despreocupadamente.
—Estaba muy enfadada cuando me acusó de habérselos espantado.
—¿Y por qué se lo dijiste?
—Ella ya lo sospechaba, debí suponer que no podría engañarla.
—Tú no la engañaste. Y sobre tu declaración, ¿qué te dijo?
—Nada, me marché antes de que contestara. Anoche no hubiera soportado que me dijese que me odiaba y que me fuera.
—Puede que se haya enfadado, pero no tiene por qué odiarte. Creo amigo, que estás exagerando.
—¿Podrías subir tú y decirle que la enseñarás a usar su poder? Yo iré a entrenar con los hombres.
—No podrás evitarla para siempre, tarde o temprano tendrás que enfrentarla y no te tenía por un cobarde.
—¡No soy un cobarde! Lo que pasa es que no quiero hacerle daño a ella con mi presencia.
—Creo que te has vuelto demasiado melodramático. —Sebastián no pudo reprimir una risita.
Su amigo estaba exagerando, estaba seguro de ello. Le llevaría el desayuno a la muchacha y valoraría los daños que Marco había causado. Después trataría de enmendarlo. Ambos habían sufrido demasiado los últimos años, al menos uno de ellos tenía la oportunidad de ser feliz en mitad de aquella espantosa guerra.
Veinte minutos más tarde, Sebastián estaba en la puerta de la habitación de Estefanía. Dio dos golpes suaves y no obtuvo respuesta. Dio otro par de golpes algo más fuertes. Pero nada. No se oía nada en el interior.
Sebastián optó por llamarla mientras golpeaba la puerta.
—¿Señora Estefanía?
Seguía sin obtener respuesta. Tras la puerta solo había un absoluto silencio. Eso hizo que Sebastián se alarmara enormemente. ¿Le habría pasado algo a la zedhrik? Marco no debió dejarla con tan solo dos guardias en la puerta. Debió quedarse con ella. Bien sabían los dos, que a la hechicera y a sus guerreros no les detenían los muros.
Dejó la bandeja del desayuno en una mesita que había en el corredor. Y con una fuerte patada, Sebastián tumbó la puerta. Miró a su alrededor, no había nadie en la habitación. Volviendo la vista hacia la cama, vio un pequeño bulto de sábanas y cobertor. Entrecerró los ojos cuando advirtió que se movía ligeramente.
Se acercó lentamente y la vio. Allí, durmiendo todavía. Él había tirado la puerta abajo y la muchacha ni se había inmutado. Su amigo no había podido dormir, en cambio a la zedhrik ni un terremoto la despertaba. Sebastián tuvo que ahogar una carcajada.
Le dio pena tener que despertarla, pero tenían mucho trabajo que hacer. Salió al corredor y recuperó la bandeja con el desayuno. Entró en la habitación, depositó la bandeja en la mesa. Después se acercó hasta el borde de la cama y se inclinó para despertarla.
—Señora Estefanía. Señora —empezó a llamarla.
Ella dio un par de gemidos antes de abrir los ojos y toparse con el rostro del amigo de Marco. Se asustó y dio un respingo en la cama.
—No se asuste Señora, le traje el desayuno. Hoy hay mucho trabajo por hacer, la espero abajo. Buenos días. —Le hizo una inclinación de cabeza y dio media vuelta para salir de la habitación.
—¡Espere! —gritó ella.
Sebastián paró y se giró para mirarla.
—¿Necesita alguna cosa, Señora?
—¿Has visto a Marco?
—Sí, ya desayunó y está en el campo de entrenamiento.
—Me dijo que hoy me ayudaría con eso de mis poderes. —Su voz sonaba decepcionada.
—Me pidió que la entrenara yo.
—Ah.
Ahora sí estaba decepcionada, Sebastián lo notó en seguida. Ella no odiaba a su amigo, ni siquiera estaba enfadada. Es más, se la veía ansiosa por verle. Aquello le alivió enormemente. Ya sabía él que Marco había estado exagerando. A todas las mujeres les gusta que un hombre les declare su amor, aunque sea de forma brusca. Bien, él tendría que arreglar esto.
—La espero abajo. —Volvió a hacerle una inclinación de cabeza y se dispuso a marcharse.
Mientras veía a Sebastián caminar hacia la…
—¿Qué le ha pasado a la puerta?
—Es que…llamé varias veces y no me abrías, ni siquiera me contestabas. —Recogió la puerta del suelo y la apoyó contra la jamba—. Enviaré a alguien para que la arregle.
Dicho esto, se marcho.
Estefanía se sentía muy mal. Anoche debió ir a buscarle, debió haberle dado consuelo y cariño. Se lo merecía después de todo.
Mientras desayunaba y se vestía no dejaba de pensar que tal vez Marco pensase que estaba enfadada y que le odiaba por lo que había hecho. Realmente debería estar furiosa. Sin embargó, el pensamiento de que él la amaba y de que haría cualquier cosa por ella… la hacía soñar despierta. Y en eso, era una experta. Ya había soñado con su esplendoroso cuerpo, con sus deslumbrantes ojos, con su radiante sonrisa. Sería maravilloso dejar de soñar y hacerlo realidad.
Al fin y al cabo, podía perdonarle. En cuanto tuviera la ocasión iría a buscarle y le diría que no importaba lo que había hecho en el pasado y que ya lo había olvidado. Sí, con eso sería suficiente para que Marco se sintiese mejor. No hacía falta que ella también le hiciera una declaración de sus sentimientos. Todavía no estaba muy segura de lo que sentía. Esperaba que un «te perdono» fuera suficiente, al menos por ahora.