Capítulo VII

 

Agarrada del brazo de Sebastián caminaba alejándose de la aldea. Era un día soleado. Ni una sola nube estropeaba el azul del firmamento. El aire fresco de la mañana rozaba su cara dejando en ella una sensación de bienestar. El contacto con la naturaleza siempre había sido uno de sus hobbies. Sin embargo, hacía mucho que no disfrutaba de ninguno de ellos, sus estudios y después su trabajo no se lo habían permitido. Hoy estaba dispuesta fundirse con el entorno, aunque hubiera preferido hacerlo con Marco, Sebastián también era una buena compañía y pensaba aprovecharla.

Respirando el aroma de la tierra y la hierba fresca, Estefanía subió una pequeña colina en pos del hombre que la acompañaba y… se quedó paralizada en cuanto vio lo que había tras ella.

Dos hombres luchaban con espada y escudo en mano. Ambos llevaban el torso descubierto. Se les veía duros y musculosos. Los rayos del sol hacían brillar su piel sudorosa y los músculos formaban sombras en sus cuerpos atléticos.

Había más hombres a su alrededor observando la pelea y otros luchando también un poco más allá. Era el campo de entrenamiento que le había nombrado Sebastián. Este la tomó del brazo para descender la colina, sin riesgo a que diera un resbalón y cuando ya estaba abajo sus pies quedaron petrificados. Uno de esos musculosos hombres era Marco. Ella ya le había visto luchar en dos ocasiones, pero ataviado con su armadura, no como ahora que dejaba ver todo su esplendor. Era increíble ver al hombre que la noche anterior se le había declarado tan apasionadamente, luchar como un feroz guerrero, todo en él gritaba masculinidad y hombría.

En esos momentos deseaba poder acariciar su cuerpo. Ella ya lo había tocado antes, así que sabía lo duro que era y la suavidad de esa piel morena que enloquecería a cualquier mujer con dos dedos de frente. Anhelaba tanto volver a tocarle. ¿Y cómo la tocaría él? Seguramente sería tierno y suave, aunque en estos momentos parecía una bestia salvaje. Pero con ella siempre se había mostrado delicado. Sí, también lo sería a la hora de intimar, estaba segura.

Sebastián tuvo que tirar de ella para lograr que caminara, le miró la cara y la vio ensimismada, eso le gustó. Era muy prometedor para su amigo.

—¡Alteza! —gritó Sebastián. Aunque era su mejor amigo, siempre le llamaba así cuando sus hombres estaban presentes.

Ambos luchadores bajaron las espadas y se giraron.

Marco entrecerró los ojos para ver bien en la distancia. Soltó una maldición cuando vio que Sebastián llevaba a Fani del brazo y se estaban acercando. ¿Alguna vez su amigo haría caso de una orden suya? Era exasperante.

Tiró la espada a un lado y fue a su encuentro. Se paró frente a ellos con las piernas separadas y las manos detrás de la espalda sin decir una palabra.

—Buenos días para ti también —saludó ella rompiendo el silencio.

—Lo siento. Buenos días Fani —respondió rápidamente dándose cuenta de su descortesía, pero es que esa mujer le hacía perder el hilo de sus pensamientos.

Sin duda Marco estaba a la defensiva, tal y como ella había esperado, pensó Fani. Él imaginaba que ella le odiaría y que estaría furiosa. Razones no le faltaban, sin embargo le era imposible estar enfadada con ese hombre.

—Ya sé que me pediste que la entrenase yo, pero han requerido mi presencia al otro lado de la aldea —mintió su amigo y compañero de batalla.

Sí claro, como no, pensó Marco. Bueno si a ella no le importaba estar en su compañía… si permanecer a su lado era lo más que se podía permitir, intentaría conformarse, peor era verla únicamente a través del espejo.

—Está bien, yo me encargaré. —Posó sus ojos en Fani—. Vamos al claro del bosque —dijo señalando más allá de los árboles.

—¿Es necesario alejarse tanto?

—No sé cuánto poder tienes y además no sabes controlarlo. Creo que cuánto más lejos estemos de la gente mucho mejor.

A Estefanía las palabras de Marco no le sonaron nada alentadoras. Bien, pronto averiguaría hasta dónde llegaba su poder y hasta qué punto lo podría controlar. Eso, si es que tenía alguna clase de poder, porque en realidad no estaba muy segura. La magia era algo en lo que nunca había creído y ahora… le costaba mucho asimilar que existía y mucho más que ella la poseyera.

 

Se adentraron en el bosque y caminaron largo rato. Marco iba delante dando grandes zancadas y ella le seguía los pasos casi corriendo.

Llegando a un arroyo, Marco fue hacia a él. Se puso en cuclillas y se lavó la cara. Se mojó también el pelo, peinándoselo con los dedos hacia atrás. Después se echó agua también en los brazos y el pecho. Seguramente apestaría a transpiración y no quería estar cerca de Fani sudoroso. Solo faltaba que además de odiarle también le diera asco.

Estefanía, para su propia sorpresa, se estaba excitando mientras le veía lavarse. Algo dentro de ella le decía que apartara la vista, sin embargo no lo hizo. No podía. El cuerpo de él desprendía un poder magnético que la atraía de forma involuntaria. Lo que más deseaba en estos momentos era acercarse y lavarle ella misma. De pronto, imaginárselo la excitó mucho más y… ¿Qué pasaría si hacía justo lo que deseaba? Antes de poder responderse a sí misma ya estaba junto al arroyo, detrás de él.

Marco  giró la cabeza y la miró. Pero no dijo nada y volviendo la cara siguió con su tarea. Entonces ella se arrodilló a su lado y cogiendo agua con ambas manos, se la echó en la espalda y le pasó la mano suavemente por sus resbaladizos músculos.

Él se tambaleó hacia delante de la impresión, puesto que no se lo esperaba, y cayó de rodillas. Ella volvió a coger agua con sus dos manos juntas y volvió a echársela por la espalda. Ahora la mano de ella se deslizó suavemente por uno de sus hombros y bajó por el omóplato derecho pasando justo por su tatuaje de dragón que la fascinaba.

Estefanía notó como se ponía rígido. Todos los músculos de la espalda y los brazos se le tensaron al instante. También notó su respiración acelerada. Aun así, él seguía sin decir nada y ella decidió continuar.

Repitió un par de veces más su acción de lavarle y él ya no pudo soportar más aquel delicioso roce.  La suavidad de sus manos en su piel era más dolorosa que la peor de las torturas. Había soñado durante tanto tiempo en cómo serían sus caricias, en cómo sentiría sus manos… y eran tan suaves como pétalos de rosa.

Cerró los ojos para sentir con más profundidad la delicadeza con la que le tocaba. Su virilidad cobró vida y la lujuria se estaba apoderando de él. Su deseo era tal que creía que la tumbaría allí mismo y le haría el amor como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Su instinto animal empezaba a dominarlo. Pero no era un salvaje y no se comportaría como tal. Lo mejor era que ella dejase de provocarlo. Seguro que lo hacía a propósito para vengarse de él por lo que le dijo la noche anterior.

Entonces Marco se dio la vuelta, la cogió por las muñecas y miró fijamente esos ojos verdes que tanto adoraba.

—¿Qué crees que estás haciendo? —rugió jadeando.

—No llegabas a la espalda —susurró inocentemente.

—¿Eres consciente de cómo te deseo? Claro que sí, por eso me provocas y me torturas, para vengarte —sonrió amargamente.

Estefanía tuvo la sensación de que estaba muy dolorido. Ella en ningún momento quiso provocarlo y mucho menos torturarlo.

—Lo que menos desearía en este mundo es hacerte daño. Y en cuanto a eso de que te estoy provocando… déjame decirte que eres tú el que esta medio desnudo frente a mí y echándose agua por el cuerpo. ¿Quién está provocando a quién? Creo que ésa no soy yo.

Marco esperaba cualquier respuesta menos aquella. Incluso que no dijera nada. ¿Acababa de decirle que él la había provocado a ella? Debía de tener los oídos atrofiados porque esas palabras no podían haber salido de la boca de Fani. Le había dejado completamente atónito y sin palabras, no obstante hizo el esfuerzo por articular alguna.

—Yo… ¿Te provoco?

—¿Es que no eres consciente de tu atractivo?

Marco se quedó mudo. La actitud de esa mujer lo estaba desconcertando. Se suponía que ella estaba enfadada con él, que le odiaba. Además era tímida, nunca la había visto hablar de esa forma con ningún hombre.

Al ver que él no contestaba, ella continuó:

—Esta no es la primera vez que te lavo.

Él pensaba que ya no podría sorprenderse más, pero estaba equivocado. La afirmación de Fani aún lo dejó más perplejo.

—¿Cuándo me has lavado?

—Cuando estuviste inconsciente en tu refugio. Morgan me echó una mano.

—¿Y por qué lo hiciste?

—Me salvaste la vida, dos veces. Lo menos que podía hacer era cuidar de ti. Estabas herido.

Así que lo único que sentía por él era agradecimiento. Bueno eso era mejor que odio y enfado pero… no era precisamente lo que él deseaba que sintiera.

—¿Y por qué lo has hecho ahora?

—Ya te lo he dicho, me estabas provocando y no pude resistirme —en cuanto la frase salió de su boca, bajó la vista. Todavía no podía creer que le hubiese dicho eso.

Un ataque de timidez la obligó a dejar de mirarle a los ojos. Ella no era así de atrevida con nadie. Claro que con él iba sobre seguro, ya se había declarado y sabía que no la rechazaría. Junto a él se sentía guapa, sexy y también especial. Era algo que nunca había sentido con nadie.

—¿No estás enfadada conmigo por lo que te dije anoche?

—Debería estarlo, te has estado metiendo en mi vida privada. Pero no puedo, no después de… ¿de veras estás enamorado de mí?

Marco le soltó las muñecas y enmarcó su cara con ambas manos y se la levantó para que le mirase a los ojos.

—Sí, desde hace mucho tiempo. —Su voz fue profunda y grave.

Estefanía no pudo pronunciar palabra, se veía reflejada en sus ojos. Esos ojos marrones y tan claros como el cristal. Esos ojos que la habían cautivado desde el primer momento en que los vio. Y estaba tan cerca de sus labios. Labios carnosos y morenos, perfectamente dibujados en su rostro. Podía sentir la respiración de Marco en su cara. Eso provocó que se le erizara la piel y que su cuerpo entero temblara como gelatina.

En esos momentos él sonrió. Era una de esas sonrisas pícaras que tanto le gustaban a ella. Esas que la hacían derretirse más de lo que ya estaba. Ese hombre conseguiría cualquier cosa de una mujer con solo sonreír.

 

Marco no pudo ocultar su alegría. Al fin la esperanza se abría camino por el oscuro túnel en el que se había visto atrapado. Fani no le odiaba, no estaba enfadada. Eso era un paso hacia delante. Y además su cuerpo la provocaba, eso era otro paso aún más grande. Uno con el que no se había arriesgado a soñar.

Fani había intentado mostrarse atrevida con sus palabras, pero al final no pudo mantenerse firme y la timidez pudo con ella. Él jamás la había visto tan osada con ninguno de sus pretendientes. Nunca pasó de un beso en la puerta de su casa. Claro que él no les dio muchas más posibilidades al amenazar a esos hombres. Pero podría haberles llamado ella o invitarles a entrar a su casa, sin embargo no lo hizo. Era la primera vez que la veía haciendo semejante locura. Y le gustaba que fuera con él. Le gustaba que se mostrase así solo con él. Era como cuando bailaba sola. Soltaba toda su pasión sin temor a ser ella misma.

La mirada de Marco se posó en sus labios, los tenía sonrosados y entreabiertos, su respiración era rápida, casi parecían jadeos. Su boca pedía a gritos ser besada y él no iba a denegar tal petición. Así que acercándose aún más a ella, se apoderó de sus labios sin vacilación.

 

Su beso fue dulce y tierno. La besó de manera tranquila, saboreando sus labios como si fuesen la fruta más exquisita.

Marco introdujo su lengua y fue al encuentro de la de ella. Gimió de placer cuando respondió a su beso con igual entusiasmo. Sus bocas fusionadas, sus lenguas entrelazadas, aquello era lo más sensual que había experimentado en la vida. Después se separó apenas unos milímetros para deleitarse en su labio superior, después en el inferior y continuó con aquel beso maravilloso con el que había estado soñado durante cinco largos años.

El tiempo se había detenido en esos momentos y no existía nadie más que ellos dos. El mundo entero a su alrededor había desaparecido.

Ella enterró las manos en su pelo, estaba húmedo y suave a la vez y lo acarició sin cesar.

Las manos de Marco subían y bajaban por la espalda de ella de forma delicada. En ningún momento despegaron sus labios. Marco deseaba tumbarla en la hierba y hacerle el amor ya mismo. Abrazarla piel con piel y probar el sabor de todo su cuerpo. Hacerla estremecer y gemir de placer…

Esos pensamientos le hicieron sentir un dolor muy agudo en la entrepierna y le devolvieron a la realidad. No podía hacerle el amor allí y ahora. Fani no se merecía un revolcón en medio del bosque, valía mucho más que eso. Cuando tuviese que hacer el amor con ella, quería hacerlo bien. En una cama. Bajo la luz de las velas, rodearla de pétalos de rosa. Quería ser dulce y tierno. Ese momento tenía que ser mágico. Fani lo merecía, Fani lo valía.

Se separó de ella y la miró. Se estaba mordiendo el labio inferior, tenía las mejillas un poco sonrosadas.  Sus ojos habían adquirido un verde casi azulado. Se le habían soltado algunos mechones del pelo que llevaba recogido en una cola. Y su respiración estaba tan agitada como la suya propia. Estaba tan hermosa, más hermosa que nunca.

Marco se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella la tomó sin reservas y con un leve tironcito, él la levantó. Le colocó las mechas sueltas detrás de las orejas y con un dedo rozó su mejilla.

—Eres preciosa.

—Gracias, tú también eres muy guapo.

Él sonrió ampliamente.

—Todavía no puedo creer que me dijeras que te he provocado.

—La verdad es que sí, deseaba tocarte. Pero quiero que sepas que yo…no suelo hacer estas cosas —agregó rápidamente— yo no soy para nada atrevida. No sé qué me ha pasado hoy.

—Ya sé cómo eres. Bueno creía saberlo, porque esta faceta tuya no la conocía. Pero te confesaré que es la que más me gusta —sonrió con picardía.

—Marco, ¿por qué nunca me dijiste nada?

Él dio un largo suspiro, la cogió de la mano y fueron caminando hacia el claro del bosque. Poco antes de llegar, Marco paró y se volvió hacia ella.

—Tenías sueños que cumplir, objetivos que alcanzar. Deseabas acabar tu carrera y realizar un crucero para celebrarlo. Querías encontrar un buen trabajo y sentirte realizada. ¿Quién era yo para meterme? Seguramente te habrías quedado a medias de conseguir tus objetivos y tampoco había garantías de que me correspondieras.

—Si no hubiese sucedido esto, ¿nunca hubieses venido por mí? —preguntó preocupada. Le daba pánico pensar que él nunca hubiese ido a buscarla.

—No creo que hubiese podido pasar mi vida sin ti Fani. Ya conseguiste acabar tu carrera. Y trabajabas en lo que siempre habías querido. Estaba esperando que realizases ese crucero que tanto tiempo has estado planeando. Después de todo eso, no creo que hubiese podido resistir más tiempo observándote en la distancia.

—Es increíble que sepas tantas cosas sobre mí. —Hizo una pausa—. ¿Sabes? Al final no lo he hecho.

—Cuando esto acabe, lo harás. Me aseguraré de que cumplas todos tus sueños —dijo de forma contundente.

—Gracias por ser como eres.

—No, gracias a ti por ser parte de este mundo. Y gracias a Dios por haberte puesto en mi camino.

Una lágrima rodó por la mejilla de Estefanía. Él la vio al instante y la enjugó con el pulgar de forma dulce y suave.

—Oh cariño, ¿qué sucede?

—Es tan fácil quererte Marco. Si sigues comportándote así voy a acabar perdidamente enamorada de ti —contestó con ojos húmedos.

—Si eso sucediese, habré entrado en el Cielo sin haber muerto.

 

Estefanía y Marco llegaron a un pequeño claro que había en el bosque. Él la llevaba cogida de la mano y la plantó justo en el centro para luego alejarse unos pasos de ella.

Marco no sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que conseguir que Fani sacara todo su poder, que no estaba seguro de cuál era. No había llegado a conocer a ningún zedhirk, pues era muy pequeño cuando todos murieron. Ella jamás había intentado usar su poder y él no sabía hasta dónde podía llegar.

Estuvo pensando en lo que su padre le contó sobre los zedhriks hacía ya muchos años, debía agarrarse a esos recuerdos para ayudar a Fani. Su poder residía en la Fuerza Vital que nos rodea, así que tendría que convocarla tal y como él hacía para abrir un portal hacia otro reino. Bien, trataría de enseñarla como él sabía aunque sus poderes fueran diferentes.

—Cierra los ojos y relájate Fani.

Ella cerró los ojos como él le había dicho. Relajarse era más difícil, estaba muy nerviosa porque no sabía lo que iba a suceder. Tenía miedo. Sabía que ese miedo era absurdo, Marco estaba con ella y no permitiría que nada malo le sucediese.

—Ahora piensa en la vida que te rodea. Los árboles, roedores, pájaros y demás animales que hay en un bosque. —Esperó unos minutos para darle tiempo a pensar todo lo que le había dicho. —¿Cómo vas?

—Bien —contestó por decir algo, la verdad, no estaba sintiendo nada diferente.

—Piensa también en la fuerza de la tierra, las rocas, el agua del arroyo. Incluso puedes sacar fuerza del viento que golpea tu cara. Piensa en toda esa energía que hay a tu alrededor y deja que penetre en ti.

Transcurridos unos minutos, Estefanía notó algo extraño y empezó a asustarse de verdad.

—Estoy sintiendo un hormigueo en los brazos que baja hasta mis manos.

—Ya has convocado la Fuerza Vital y está dentro de ti. Mírate las manos.

Estefanía abrió los ojos y levantó sus manos para verlas. Estaban envueltas por un ligero resplandor. Gritó espantada y todo se desvaneció al instante.

Ahora se sentía fatigada, como si hubiese corrido una maratón. Le temblaban las rodillas de tal modo que pensó que se caería. Pero Marco fue rápido en ir a sostenerla. La tomó por la cintura con una mano y con la otra la sujetó del brazo.

—Muy bien Fani, lo estás haciendo muy bien. Lo dejaremos por ahora y esta tarde si te sientes bien, volveremos a entrenar.

—¿Por qué me siento tan cansada?

—Porque has utilizado más de tu propia Fuerza Vital en vez de utilizar la que te rodea. Pero con mucho entrenamiento lograrás controlarlo.

—Haces que todo parezca tan fácil.

—Yo pienso que nada es imposible de realizar si uno se propone de verdad conseguirlo.

Fani se agarró también a su brazo y dejó caer su peso sobre él.  Marco advirtió que estaba más cansada de lo que él había pensado.

Se agachó y pasándole las manos por detrás de las rodillas, la alzó en brazos.

—No es necesario, puedo caminar.

—No deseo que te agotes más de la cuenta. Después del almuerzo tendremos que volver a entrenar.

—Ya, pero…

—Shh, calla mujer —la cortó él cariñosamente.

Inclinó su cabeza hacia la de ella y depositó un dulce beso en la nariz y otro en los labios.