Capítulo XVI

 

La luz del alba que entraba por la ventana iluminó su rostro, haciendo que despertara. Estefanía se frotó los ojos y empezó a abrirlos lentamente. Estiró un brazo, luego el otro y con un agudo gemido se desperezó. Después giró la cabeza y descubrió que Marco no estaba a su lado. En su lugar había una rosa de ese extraño color violeta que tanto adoraba. Cogió la flor, se la acercó a la nariz e inhaló profundamente su aroma. Había una pequeña nota al lado. La desplegó y leyó:

«Me has hecho el hombre más feliz de todos los reinos. Te amo».

Una sonrisa tonta iluminó su rostro. El cosquilleo que sintió recorrió todo su cuerpo y no podía dejar de sonreír. Había hecho muy bien en hablarle de sus sentimientos. Aún no entendía por qué había tenido miedo de contarle lo que albergaba en su corazón.

Se levantó de la cama dispuesta a vestirse y bajar a desayunar, pero cuando puso el primer pie en el suelo, vio encima de la mesa un ramo de rosas violetas. Giró la vista y descubrió dos ramos más a cada lado del aguamanil. Y dos más cerca del armario. Encima del arcón que había a los pies de su cama, encontró tres ramos iguales que los anteriores.

Marco le había llenado la habitación de rosas. Nadie jamás había hecho nada parecido por ella. ¡Qué bello era sentirse amada! Marco la hacía sentir la mujer más hermosa del mundo, la única que contaba para él y además era increíblemente romántico. Quién iba a decir, cuando conoció a su feroz guerrero, que sería tan tierno y dulce. Rió casi a carcajadas al recordar el terror que le provocó la primera vez que le vio. Pensaba que iba a asesinarla. Qué tonta había sido. Su guerrero la amaba con todo el corazón. Pero… ¿cómo iba ella a saberlo en ese momento?

Escuchó unos golpes en la puerta.

—¡Pase! —gritó ella con entusiasmo.

Al girarse y descubrir que era Marco quien acababa de entrar. Fani corrió hasta él y se lanzó literalmente en sus brazos. Levantó las piernas rodeándole la cintura y con los brazos se aferró a su cuello.

—Gracias, me encantan. —Después le besó con frenesí.

Recorrió con su lengua cada milímetro de su boca, encendiendo la pasión del guerrero. Quería transmitirle todo su amor y gratitud por las flores que le había mandado.

Marco correspondió a su beso enredando su lengua con la de ella. Bebiendo esa agua dulce que solo ella poseía y tanto anhelaba un náufrago perdido. Porque así se había sentido todos estos años, como un náufrago sediento.

Las manos de él se posaron en sus nalgas y ella hundió sus dedos en los mechones de su pelo.

Después de compartir el apasionado beso, Marco la bajó lentamente haciéndola resbalar por su cuerpo hasta el suelo. Los dos habían quedado temblando por la excitación que el beso les había producido. Las respiraciones agitadas y los latidos de sus corazones golpeaban sus pechos con la misma intensidad, al unísono.

Fani llevaba el pelo suelto y despeinado. Él se lo apartó de la cara en una tierna caricia.

—Por este recibimiento ha valido la pena.

—Eres tan dulce y romántico.

—Ni se te ocurra decírselo a nadie.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

Marco volvió a besarla, esta vez de forma suave y delicada. Le acarició la mejilla con sus dedos y con la otra mano la espalda. Después, se separó de ella unos centímetros para explicarle cuál sería el plan para ese día.

—Vístete lo más cómoda que puedas. En una hora partimos en busca del cristal.

—¿Ya? —Su voz sonó aterrada.

Fani sabía cuál era su misión en el Reino de Xerbuk, derrotar a la reina con el cristal. Había pensado que ese día no llegaría nunca. Pero se había engañado a sí misma. Todas las razas del reino estaban desesperadas porque ella se enfrentara a la hechicera y la venciera. Ese día se acercaba lentamente pero no había vuelta atrás, más tarde o más temprano llegaría y ella combatiría.

Marco vio el miedo en sus ojos. Y para ser sincero, él también sentía miedo. Miedo por su Fani. Nadie sabía qué poder tenía el cristal y cómo se utilizaba, lo único que tenían en claro era lo que explicaba la profecía: «solo la sangre zedhrik podría derrotar a la hechicera», nada más.

Ella debía enfrentarse a la reina, eso lo tenían claro también, no había otra alternativa. Y no quería ni imaginarse a su dulce Fani frente a esa bruja malvada. Cualquier cosa podría pasar.

Marco confiaba en ella. Estuvo magnífica cuando fueron a rescatar a su padre. Estaba seguro de que ahora, también daría todo de ella misma con  tal de devolver la paz y la libertad a su reino. No obstante el miedo de que algo saliera mal y perdiese a Fani estaba ahí, presente en su mente. Atormentándole. De todas formas, confiaría en ella, la animaría y la apoyaría. ¿Qué remedio le quedaba?

—No te preocupes, amor. No estarás sola cuando te enfrentes a la reina. —Enmarcó su cara con las manos con dulzura y cariño—. Un ejército de xerbuks estará contigo. Yo estaré contigo, no me separaré de tu lado ni un solo segundo.

—Lo sé. —Bajó la vista y miró el suelo—. No tengo miedo de lo que la reina pueda hacerme.

—Y entonces, ¿de qué? —preguntó intrigado.

—Tengo miedo de fallar y decepcionaros a todos. De que si no consigo derrotarla, ella cobre venganza contra ti. De que al fracasar yo, empeore la situación de todos vosotros…

—Ya, ya. Basta Fani —la interrumpió él.

Los ojos de Estefanía brillaban con lágrimas que amenazaban con caer. Mirando fijamente a Marco vio la ternura en su rostro y a la vez fuerza y confianza.

—Todo saldrá bien, ¿verdad?

—Claro que sí, cariño. No permitiré otra cosa.

Dicho esto, bajó sus labios hasta los de ella y depositó un dulce beso sobre ellos y la dejó para que se vistiera.

 

Una hora más tarde se encontraban frente a los establos. Sebastián y Marco se hallaban rodeados por una docena de xerbuks. Les estaba dando instrucciones a sus guerreros.

Por encima de ellos Marco vio como Fani, que se acercaba al grupo, ya no llevaba el vestido sino unos pantalones que se trajo del reino humano. No tenía ninguna queja, estaba acostumbrado a verla vestir así. No importaba qué llevase puesto, su Fani siempre estaba maravillosa.

Tratando de no sonreír como un idiota por culpa de su amada, les dio una última orden a sus hombres y éstos se dispersaron rápidamente. Entonces, se acercó a ella y tomándola de la mano la llevó hasta el otro lado del establo. Por encima de la puerta de madera asomaba la cabeza de un caballo color blanco plata.

—Esta es Abigail y es tu yegua —Marco acarició su crin plateada que caía sobre sus ojos negros y vivos.

—¿Es mía? ¿Lo dices de veras? —Fani estaba boquiabierta por el regalo de Marco. Jamás había soñado con tener un caballo, y la posibilidad de tener uno, la alegraba mucho más de lo que pudiera imaginar. Era una yegua preciosa.

—Sí Fani, es tuyo.

Marco esperaba que ella se le lanzara al cuello en agradecimiento, igual que había hecho cuando le llenó la habitación de rosas, pero no. Ella se lanzó al cuello de su yegua. La abrazó, la acarició, le susurró su nombre y otras palabras cariñosas. Se sentía eufórica. Todavía no podía creerlo.

—Me voy a poner celoso —comentó Marco con  desgana.

Ella ni siquiera lo escuchó mientras seguía acariciando a su querida yegua.

—¡Fani! —gritó él, tratando de llamar su atención.

Por fin ella se giró y con una sonrisa de oreja a oreja, dejó a Abigail y se acercó a Marco. Se puso de puntillas para poder darle un suave y casto beso en los labios. Los guerreros xerbuks estaban a poca distancia y no quería dar un espectáculo, con el que dio la noche anterior durante la cena, tenía suficiente.

—Gracias Marco, es el mejor regalo que me han hecho jamás. ¡Voy a montar un caballo!

—Pues no te entusiasmes demasiado, las riendas de Abigail irán atadas a mi Vengador hasta que te desenvuelvas un poco tu sola.

—¿Vengador?

—Mi caballo.

—Aguafiestas —replicó ella haciendo morritos.

—No me importa ser un aguafiestas, no dejaré que te rompas la cabeza.

Ella murmuró entre dientes algo que Marco no pudo entender, pero por su tono supo que era una queja.

—Cuando esta guerra acabe, te enseñaré a montar. Y podrás cabalgar a lomos de Abigail tú sola por las praderas de Xerbuk. ¿Qué te parece?

—Me parece que eres un encanto. —Y sonriendo un poco avergonzada añadió—. Siento haberme quejado, no iba en serio.

Marco le contestó asintiendo con la cabeza mientras abría la puerta del compartimiento y sacaba a la yegua. Le explicó cómo debía montar y cómo coger las riendas. Después, tomando a Fani por la cintura la ayudó a subir.

A su espalda, David sujetaba a Vengador, Marco lo acarició y de un salto se montó sobre él, agarró las riendas de Abigail y tiró de ellas haciéndola avanzar al mismo paso que su caballo.

El grupo de hombres estaba esperándoles al pie del camino, junto con Sebastián.

—¿Tu padre no nos acompaña? —pregunto Fani. Dado que era el único que sabía dónde estaba el cristal, ella supuso que el rey iría con ellos.

—No, me explicó donde lo escondió. Él se ocupará de viajar a las aldeas donde se refugiaron muchos de los xerbuks para preparar nuestro ataque.

La batalla se acercaba, pensó inquieta. Para tratar de calmarse acarició el pelaje brillante de su preciosa yegua y pensó en cuánto tiempo tardarían en llegar hasta el cristal. No iban demasiado rápido que digamos.

—Marco.

—¿Qué ocurre?

—Estaba pensando en por qué no abrís un portal hasta allí, llegaríamos antes ¿no?

—Somos un grupo numeroso de hombres, a caballo además. Debemos ser cautelosos y discretos. Abrir una docena de portales llamaría la atención de la hechicera.

Bien, ya tenía su respuesta. Los portales eran muy luminosos y que apareciera de pronto un grupo de guerreros a caballo, no era para nada discreto. Así pues, se acomodó en la silla y disfrutó de su yegua.