Capítulo XI

 

Minutos más tarde Marco se retiró del cuerpo de Fani y se recostó a su lado. Apoyando un codo en la cama y sujetándose la cabeza con la palma de la mano, la miró. Sus ojos brillaban con la media luz que había en la habitación. Con la otra mano le apartó unos mechones de pelo que le caían por la cara, y los colocó detrás de su oreja.

—¿Cómo te sientes? —musitó él.

—Me siento como… saciada —no estaba segura si esa era la palabra adecuada para describir sus sentimientos. —En realidad no lo sé, nunca me había sentido así.

—Creo que saciada es una muy buena palabra —dijo sonriendo—. He soñado con este momento desde hace años Fani. Gracias.

—No me des las gracias, hemos compartido una experiencia maravillosa. Tú y yo, juntos.

—¿Te he dicho ya lo mucho que te amo?

—Unas cuantas veces, pero no viene nada mal volverlo a oír. —Le dedicó una traviesa sonrisa.

—Te amo Fani.

—Y yo estoy empezando a quererte mucho, Marco.

Se acercó a él. Y Marco pasó su brazo alrededor de su cuello de modo que ella pudiera descansar su cabeza sobre su pecho.

—¿Sabes? Mi intención cuando entré aquí no era esta —confesó.

—¿No? ¿Y cuál era?

—Bueno, venía a informarte que el rescate de mi padre está previsto para antes del amanecer. Quería que estuvieras preparada.

—¿Qué? Eso es dentro de unas horas, deberíamos de estar durmiendo.

—Eh… sí, deberíamos —dijo con sonrisa pícara—, pero cuando entré y te vi tan dulcemente dormida. Estabas tan hermosa. Yo había tenido un día terrible y solo deseaba que me abrazaras —suspiró— sinceramente no creí que me permitieras hacerte el amor. Yo me hubiera conformado con un simple abrazo.

—¿Por qué pensaste que te rechazaría?

—Hace poco que me conoces, tenemos costumbres diferentes. Y el hecho de que te estuve vigilando tanto tiempo me dijiste que te daba cierto reparo.

—La verdad que el primer día me asustaste mucho. Pero el tiempo que estuve cuidándote en tu refugio me quitó ese miedo. Y esta última semana hemos pasado mucho tiempo juntos. Creo que todavía queda mucho por descubrir, pero por el momento me gusta lo que veo.

Él le acarició los brazos y le dio un beso en la frente.

—Entonces tengo esperanzas.

Ella le contestó con una sonrisa. Permanecieron un rato en silencio. Pensando.

—¿Crees que lo lograremos? —preguntó ella refiriéndose al rescate.

Marco casi lo había olvidado. No estaba seguro de si lo lograrían. Que ella pudiera hacer una brecha en el muro mágico que retenía a su padre, no era más que una teoría. Su padre le había explicado el alcance del poder de los zedhriks, supuestamente ella podría hacerlo. También había otro factor en contra, Fani hacía solo una semana que usaba sus poderes y todavía no los controlaba del todo. Había una posibilidad de que no fuera capaz. Pero este plan era la única esperanza que Xerbuk tenía y no iba a ponerse pesimista ahora. Ya bastante había tenido que discutir con sus hombres. Tampoco iba a hacer que Fani se sintiera más insegura de lo que ya estaba. Ella debía confiar en sí misma. Así que contestó simplemente:

—Espero que sí. Hemos entrenado mucho y necesitamos lograrlo.

—Bien, durmamos entonces.

 

***

 

Antes del crepúsculo de la mañana, Marco y Fani, junto con Sebastián y dos xerbuks más, dejaban sus caballos en el bosque a unos cinco metros de distancia del muro que protegía el palacio. Estaban listos para el asalto, el plan no podía fallar, lo habían trazado cuidadosamente durante todo el día anterior y Fani estaba más que lista. Apenas habían dormido nada, pero se sentían con fuerzas, animados y esperanzados.

Marco y Sebastián colocaron a Fani detrás de ellos, mientras Benjamín, uno de los xerbuks que les acompañaba, apuntó con su ballesta al único centinela que protegía esa parte de la muralla. La flecha le atravesó la garganta y murió en el acto sin hacer el menor ruido. Por el momento todo iba perfecto.

—Escuchadme, vamos a atravesar la muralla. Hay una entrada a las mazmorras justo a la derecha, es bastante estrecha —informó Marco a sus hombres. Después, volviéndose, se dirigió a Fani—. Quiero que tú estés detrás de mí todo el tiempo y no te separes por nada del mundo. ¿Entendido?

—Sí —respondió sin más.

Dios mío, estaba pasando, iba a hacerlo. Todavía no lo podía creer, pero iba a hacerlo, pensó ella tratando de calmarse para que todo saliese bien.

—Benjamín, ten la ballesta preparada, seguramente habrá más guardias. Sebastián, David, vosotros cubrid la retaguardia.

Sin pronunciar palabra, los hombres asintieron.

Benjamín echó a correr el primero cargado con su ballesta hacia la muralla. Seguidos de Marco y Fani que iban tomados de la mano.

Corrieron tan rápido como pudieron hacia el muro. No había escalera, ni cuerda, ni nada y el muro estaba cada vez más cerca. Marco no aminoraba su carrera y tiraba de ella, Estefanía pensó que se estamparían contra él. Sin embargo, en ese mismo instante, Benjamín que iba delante de ellos, desapareció frente a sus ojos.

—Cariño, cierra los ojos y no dejes de correr —ordenó Marco.

Ella le obedeció con una confianza ciega y cerró los ojos apretando mucho los párpados.

Segundos más tarde Marco paró en seco y Fani se estrelló contra su espalda. Abrió los ojos y pudo ver que ya estaban dentro. Habían atravesado la muralla tal y como él había dicho, solo que ella no había pensado que lo harían de forma literal. Había visto tantas cosas extraordinarias en tan poco tiempo que ya nada le sorprendía, ni siquiera atravesar paredes.

A la derecha, en el suelo, había una trampilla que según comentó Marco daba a las mazmorras. Estaba cerrada con llave. Marco se acercó y sacó su espada clavándola con fuerza en la cerradura, la hizo saltar junto con algunas astillas de madera.

Benjamín bajó el primero. Después Marco y ella. Y les siguió Sebastián y David. El pasadizo era tan estrecho que los hombros de los guerreros rozaban las paredes. Marco y los demás hombres bajaban de lado. Las escaleras estaban resbaladizas y la oscuridad reinaba en aquel agujero. El olor era repugnante, una mezcla entre humedad y gato muerto, pensó Estefanía.

El xerbuk que iba a la cabeza hizo una bola de fuego en la palma de su mano para poder ver en la oscuridad. Sin darle tiempo a reaccionar, un hombre se abalanzo sobre él con una espada en la mano hiriéndole en el costado y haciéndole caer. El hombre levantó su hierro para volver a arremeter contra Benjamín, pero Marco le lanzó una bola de fuego que lo impulsó hacia atrás cayendo de espaldas. Después saltó por encima de Benjamín para llegar hasta el hombre que había caído unos metros más allá y con una rapidez sorprendente, lo atravesó con su espada sin darle tiempo a levantarse.

Dos guardias cargados con antorchas, alertados por el ruido, se dirigieron hacia ellos.

Marco enfrentó al primero y Sebastián, que había apartado a Fani de un empujón, afrontó al otro. Ambos eran ágiles con sus espadas. Atacaron con fiereza una y otra vez contra sus oponentes y no tardaron en vencerlos a los dos.

Fani no quiso verlo. Estaba mucho más asustada de lo que esperaba. Marco le había dicho que seguramente habría guardias a los que tendrían que abatir. Pero la realidad era más espantosa. Ahora solo deseaba no tener que enfrentar a ningún guardia más. Sus lágrimas amenazaban con caer. Su corazón latía a velocidad de vértigo. Deseaba gritar el nombre de Marco, pero tenía un nudo en la garganta. Esto era demasiado para ella. Era demasiado.

Benjamín se levantó y cogió una de las antorchas para descubrir que la pelea ya había terminado. Marco y Sebastián derrotaron con facilidad a sus antagonistas sin sufrir el menor rasguño. Entonces regresaron a su formación, esta vez fue Sebastián quien se puso a la cabecera porque Benjamín estaba herido. Marco fue hasta Fani y volvió a tomarla de la mano para que avanzara pegada a él. En la oscuridad no pudo ver la cara de horror que tenía pero sí la sintió temblar.

—Cálmate cariño.

—No puedo. —Su voz sonaba trémula.

—Inténtalo. —Marco se paró y tomo la cara de Fani con ambas manos—. Siento mucho hacerte pasar por todo esto, pero te necesitamos. Yo te necesito.

La última frase de Marco la tranquilizó más de lo que él pudiera imaginar. Más de lo que ella misma hubiera creído. Marco la necesitaba, Xerbuk la necesitaba, para eso había entrenado tanto. Ella no les defraudaría. Además, siempre sabía mantener la compostura en situaciones difíciles, ahora también lo lograría.

—Ya me siento mejor.

—Esta es mi chica.

Le dio un rápido beso en los labios y continuaron la marcha. Avanzaron a paso ligero por el corredor. Fani cerró los ojos cuando pasaron por encima de los guardias abatidos por Marco y Sebastián. Estaba lo suficientemente oscuro como para no distinguir la sangre, no obstante no quiso ver los cuerpos.

Conforme avanzaban, el pasillo empezaba a hacerse más ancho. Unos metros más adelante comenzaron a verse las celdas a derecha e izquierda. Había pasillos que se entrecruzaban con más celdas a los lados, todas iluminadas con débiles antorchas que proporcionaban la suficiente luz para que Sebastián no necesitara usar su magia.

Al fondo de uno de los pasillos se podía ver una luminosidad blanca y distinta, la celda de su padre, recordó Marco.

Siguieron su avance con suma cautela y con sus espadas en alto, listos para el combate si se presentaba. De pronto, Sebastián se paró, y volvió sus pasos hacia el resto del grupo. Por la expresión que traía su amigo, Marco sabía que algo no andaba bien. Algo que no había previsto se interponía entre él y la liberación de su padre. Solo cabía esperar que pudieran hacerle frente.

—¿Qué sucede? —murmuró Marco.

—La celda de tu padre tiene un vigilante.

—Era de esperar.

—Pero no un vigilante cualquiera, es uno de esos monstruos de la reina.

—¡Maldición! ¿Hay más de uno? Fíjate bien.

—Creo que solo uno. Pero como ya sabes, uno de ellos es más fuerte que cinco de nosotros juntos.

Marco estuvo de acuerdo con la afirmación de Sebastián. Una sola de esas bestias podría acabar con todos ellos. La hechicera lo sorprendió con su gran poder al crear a esos monstruos a partir de animales salvajes. Se había hecho con todo un ejército que el suyo no pudo derrotar tres años atrás. Muchos de sus guardias que no eran xerbuks se unieron a ella y la que había sido la raza más poderosa de Xerbuk tuvo que huir.

Esto no lo había previsto.  Pero no podían fracasar, no se lo podían permitir. ¿Cómo demonios procedería ahora? Tenía que pensar, debía haber una forma de distraer a esa bestia para que ellos pudiesen liberar al rey.

—¿Y si yo lo inmovilizara mientras vosotros le atacáis? – propuso de pronto Fani.

Todos los hombres giraron su cabeza para mirarla con asombro.

—¿Podría usted hacer eso? —preguntó David incrédulo.

—Fani, esta cosa no es un animalito del bosque, se resistirá y es mucho más  fuerte de lo que te imaginas —le advirtió Marco.

—Practiqué con varios animales a la vez y este es solo uno. Además, ¿qué otra cosa podemos hacer? —contestó ella.

—Está bien —ella tenía razón, no les quedaba otra opción. En las manos de Fani se encontraba el éxito de su misión.

Marco se giró hacia sus hombres para informar del nuevo plan.

—Fani inmovilizará a la bestia y a su señal, todos juntos nos lanzaremos a por él.

—¿Ella podrá hacerlo? —preguntó Benjamín sin acabar de creerse que esa mujercita flacucha pudiese paralizar a una bestia diez veces más grande que ella.

—Sí, podrá —o al menos eso esperaba o estarían todos muertos.

Abriéndose paso a través del masculino grupo, Fani se colocó delante de ellos. Avanzó hasta  llegar al siguiente corredor y se asomó para poder ver al guardián que vigilaba la celda del rey.

A Fani se le cortó la respiración cuando lo vio. Con razón lo habían llamado monstruo, es que eso era exactamente, un monstruo. Cuando los hombres de Marco lo llamaron bestia ella pensó que sería porque era muy grande. Ahora ella no estaba tan segura de si iba a poder inmovilizarlo.

Iba vestido con una armadura, pero sin la malla que cubre brazos y piernas. Estas las tenía muy peludas. Llevaba una lanza en su mano. No era muy alto, pero sí ancho. Y su cara. ¡Oh Dios mío, su cara! Tenía aspecto de jabalí pero con rasgos humanos. Era algo espantoso. Seguramente tendría pesadillas con esa cosa cada noche a partir de hoy. Si es que salían de allí con vida.

Volvió su cabeza  hacia Marco que se había puesto a su lado y le dijo con la voz lo más tranquila que pudo:

—A mi señal atacáis, y daos prisa, no sé cuánto tiempo pueda retenerlo.

—Ya lo habéis oído —dijo él dirigiéndose a sus hombres.

Fani clavó su vista en ese horrendo ser. Después cerró sus ojos tratando de visualizarlo en su lugar mientras convocaba sus poderes.

En cuestión de segundos comenzó a sentir el hormigueo que bajaba por sus brazos hasta sus manos. El hormigueo se hizo más y más intenso hasta alcanzar la punta de sus dedos.

Entonces, abrió los ojos. Mirando al monstruo de manera fulminante, extendió sus brazos en forma de cruz y se abrazó a sí misma con fuerza. Vio que el ser empezaba a jadear. De pronto se le cayó la lanza. Entonces Fani dio la señal de atacar.

—¡Ahora!

Todos los xerbuks, incluido Benjamín que estaba herido, se lanzaron sobre la bestia. Marco le lanzo una de sus bolas de fuego para derribarlo. Una vez en el suelo, Sebastián fue a atravesarlo con su espada, pero la bestia logró darle un manotazo a su hierro, lanzándolo lejos. David y Benjamín fueron a la vez a por su cabeza. Pero la bestia seguía dando manotazos al aire impidiéndoles acercarse. Marco le lanzó varias bolas de fuego para tratar de paralizarlo todavía más en el suelo. Viendo que su objetivo se cumplía, David y Benjamín se arrojaron a por su cabeza otra vez. La bestia todavía se revolvía y era muy difícil acercarse.

Sebastián que ya había recuperado su espada se acercó por la parte de atrás para que la bestia no pudiese verlo. David y Benjamín adivinaron lo que iba a hacer y trataron de distraerlo mientras Marco seguía lanzándole bolas de fuego.

Como un guepardo acechando a su presa, Sebastián seguía acercándose hasta que saltó sobre su cabeza y con un rápido movimiento de su brazo logró cortarle el cuello. Como la piel de la bestia era muy dura, Marco desenvainó su espada y ayudó a su mejor guerrero a seccionarle la cabeza. En pocos segundos estaba muerto.

—Lo logramos muchachos —dijo Marco con entusiasmo.

—Nunca pensé que podríamos acabar con una de estas bestias —comentó David.

Ese comentario le llevó a mirar a Fani. Estaba de rodillas en el suelo. Corrió hacia ella velozmente y se arrodilló a su lado.

—Mi amor, ¿estás bien?

—Solo un poco cansada. Tenías razón, era muy fuerte, apenas pude contenerlo.

—Hiciste lo suficiente para que pudiésemos con él. Lo has hecho muy bien.

La agarró por la cintura y la ayudó a ponerse en pie. Anduvieron hasta pararse frente a la celda luminosa.

—Esta luz es la magia que protege a mi padre. Es donde debes hacer la brecha, Fani. ¿Te sientes con fuerzas?

—Sí, creo que podré hacerlo.

Marco clavó su mirada en la pared mágica deseando poder ver a través de ella.

—¡Padre! —gritó sin obtener respuesta.

—¡Padre, vamos a sacarte de ahí! —Tampoco esta vez escuchó nada al otro lado de la luminosidad que lo encerraba.

Dios mío, había que sacarle cuanto antes. No le había visto desde que entraran Sebastián y él y les contara la profecía, pero les descubrieron antes de que pudiera indicarles el paradero del cristal. De eso ya hacía demasiado tiempo. Su salud estaba muy deteriorada en aquel momento. No quería ni pensar cómo estaría ahora. La posibilidad de que estuviese muerto le desesperaba.

Fani respiró profundamente, tratando de sacar fuerzas de alguna parte. Se sentía débil. Había tenido que usar su propia Fuerza Vital para combatir a la bestia, era realmente fuerte. Miró a cada uno de los hombres que la rodeaban. Uno de ellos le sonrió.

—Bien hecho, señora —le dijo David con respeto y admiración, era el que más había dudado de ella.

—Sí, nos alegramos de que esté con nosotros, señora —le siguió Benjamín en un intento de darle ánimo y apoyo, pues todos se habían percatado de que estaba algo débil.

Sebastián solo se limitó a sonreír, sin embargo ella no se atrevía a devolvérsela todavía, aún debía abrir una rendija en la magia y lo suficientemente grande como para que pudieran entrar. Pero esos hombres parecían confiar plenamente en ella. No había dudas en sus rostros. Así que, respirando hondo se puso a ello. No los decepcionaría.

Cerró los ojos y comenzó a convocar sus poderes. Ya sentía el hormigueo habitual que descendía por sus brazos. Abriendo de nuevo sus ojos se centró en un punto fijo de la pared luminosa. Alzó sus brazos en forma de cruz y los juntó con fuerza dando una palmada. Después fue separando lentamente las manos. Al mismo tiempo que las manos de Fani se separaban, un pequeño orificio se fue creando en la pared mágica. Ella seguía separando sus manos y el hueco se hacía más y más grande. Hasta que fue lo suficientemente amplio como para entrar un hombre, entonces Marco le tocó el hombro.

—Ya puedo entrar, mantenlo así Fani.

Marco fue el único que entró por la brecha que ella había hecho, los demás se quedaron a proteger a Estefanía por si se presentaba algún enemigo.

Observó que la celda era muy pequeña y el hedor que desprendía, casi insoportable. Miró a su alrededor y descubrió que aquel lugar era un agujero inmundo. En una de las repugnantes esquinas vio a su padre, estaba sentado en el suelo, con la cabeza entre las rodillas y abrazándose a sí mismo.

—¡Padre! —gritó con todas sus fuerzas pero su padre no se movió—. Soy Marco, hemos venido a sacarte de aquí —le dijo mientras se agachaba y le agarraba del brazo.

—Si me voy, la hechicera arrasará el reino buscándome. No debiste regresar, marcharte hijo.

Aquel era un rey abatido, derrotado. Jamás le había visto así y Marco cerró los puños con fuerza. La rabia le carcomía por dentro.

—La zedhrik está aquí, padre. Acabaremos con la reina, pero debemos darnos prisa.

«Zedhrik» fue la palabra mágica que hizo al rey reaccionar. Levantó la cabeza y fijó sus ojos en los de su único hijo. Al ver la verdad en su mirada, se levantó todo lo deprisa que sus fuerzas le permitieron. Incrédulo todavía, lo tomó por los hombros.

—¿De verdad está aquí? ¿Y puede usar sus poderes?

—Por supuesto, ¿cómo crees que he entrado? —rió.

—¿Sabes lo que significa eso? Recuperaremos el reino, la profecía se cumplirá – La voz de su padre sonó esperanzadora y Marco descubrió que el rey que un día fue, todavía vivía en su padre.

—Así es padre, ahora vámonos.

Marco ayudó a su padre a caminar hasta la brecha que Fani había hecho.

—¡Marco, date prisa, no puedo más! —Marco escuchó la voz fatigada de Fani.

Rápidamente, empujó a su padre a través de la abertura y después saltó él. Fani estaba a punto de desplomarse cuando Sebastián se dio cuenta y la sujetó antes de que cayera al suelo.

—Señora, ¿se encuentra bien? ¿Podrá caminar?

—Solo estoy un poco agotada, pero bien.

Cuando Marco levantó la vista, vio a su amigo que aguantaba a Fani. Él sabía que estaba en el límite, había usado sus poderes mucho más que en los entrenamientos y no tenía la experiencia suficiente. Debían salir cuanto antes de aquel lugar. Dirigiéndose a sus hombres, Marco dio las órdenes.

—David, a la cabecera. Sebastián, ocúpate de mi padre. Benjamín, tú a la retaguardia. Fani, tú conmigo.

Una vez dadas las órdenes se apresuraron a salir de allí. Tanto Fani como el rey se sentían jadeantes y tuvieron que aminorar la marcha. No se tropezaron con más guardias o bestias. Al parecer fueron bastante sigilosos, pensó Marco con satisfacción.

No tardaron en llegar al pasadizo estrecho y subieron por los resbaladizos peldaños hasta la trampilla. Salieron tan deprisa que ni cuenta se dieron que David se había detenido y Marco casi chocó contra él, al igual que Sebastián y los demás.

Por lo visto no habían sido tan sigilosos como él había pensado. Tres de los monstruos pertenecientes al ejército de la reina estaban frente a ellos con sus lanzas. Qué iban a hacer, Fani no podría inmovilizar a los tres, además estaba tan cansada que seguramente no podría ni con uno. Y su padre también estaba débil. No había tiempo para pensar, iban a morir allí mismo. Sin embargo, él no aceptaba ese destino. No, no ahora que estaban tan cerca de conseguirlo. Nunca se daría por vencido.

—¡David, coge a Fani y corred como el demonio!

—¿Y tú? —preguntó ella.

—¡Corred todos ya! ¡Es una orden!

David agarró a Fani con brusquedad y fueron velozmente hasta la muralla dejando atrás a Marco.

—Benjamín ayuda a tu rey a salir de aquí, ¡rápido! —gritó Sebastián.

Este le obedeció de inmediato. Y en cuanto todos echaron a correr, Marco y su amigo  prepararon sus bolas de fuego en una mano mientras sujetaban sus espadas con la otra.

—Debiste haberte ido con ellos.

—¿Y dejar que de diviertas tú solo con esas bestias? Ni lo sueñes —contestó Sebastián con una media sonrisa en los labios al tiempo que lanzaba una de las bolas de fuego contra las bestias, la lucha comenzaba.

Marco le siguió lanzando una tras otra. Pero las bestias casi ni se inmutaron y avanzaron amenazándoles con sus lanzas. Ellos se pusieron en guardia con sus espadas, estaban preparados para todo. Incluso para morir. Pero morirían sabiendo que Xerbuk sería liberado. Marco sabía que con su padre en libertad guardando el cristal y Fani con el poder de utilizarlo, derrotarían a la reina. Solo sería cuestión de tiempo. Tanto él como Sebastián eran prescindibles.

 

Al otro lado de la muralla, el resto del grupo logró escapar y se dirigieron hacia el bosque donde habían dejado los caballos.

Mientras corrían, Fani se volvió. No había rastro de Marco o Sebastián. Asustada como jamás lo había estado en su vida, pegó un tirón del brazo de David que la sujetaba.

—¡Esperad! Marco y Sebastián todavía no han regresado.

—Señora, debemos marcharnos cuanto antes, puede ser que el ejército de la reina nos haya visto salir y venga tras nosotros.

—Pero…

—Un ejército de esas bestias podría estar tras nosotros ahora mismo. ¿Entiende lo que le digo? —corroboró Benjamín.

Cada uno montó en su caballo, también habían traído uno para el rey. Fani había subido al de David.

—Aun así no podemos dejarlos allí.

—Confiamos en la habilidad de nuestro príncipe, señora. Además, no está solo, el mejor guerrero del reino le acompaña.

Sin permitirle que volviera a replicar, los hombres se pusieron al galope.