17
Madrid, junio de 2011.
Alicia acudió a la llamada de su padre. Había llegado hacía un rato y desde entonces lo había oído trastear en su habitación. Llamó antes de entrar.
—Pasa —ordenó Ramón—. Quiero toda esa ropa planchada y bien doblada y acomodada en esa maleta. —Y le señaló la maleta arrinconada para que no estorbara.
—¿Para mañana? Tengo un examen y es mucha ropa —consiguió articular Alicia.
—No, para el viernes que viene. Que te ayude María —contestó su padre risueño.
—¿Te vas de viaje?
—Sí, diez días a Francia. He trabajado mucho y tengo derecho a resarcirme.
Alicia pensó que ella también había trabajado duro, y más que él, y no tenía derecho a nada. Luego cayó en la cuenta de que estarían solas durante diez días, sin control. Su mente comenzó a trabajar febrilmente.
—Mientras estás fuera, se abrirán los plazos de matrícula.
—Ya, bueno. Necesitarás el número de la cuenta corriente. ¿Tengo que firmar algo?
—No lo sé, pero ya lo miro y te preparo los papeles para el viernes.
Su padre se quedó esa noche en casa así que cada una permaneció en su habitación estudiando, además no quería distraer a María con la noticia. Sin embargo, al día siguiente, martes, voló escaleras arriba a casa de Teresa.
—Mi padre se va a Francia —anunció atropelladamente según cruzó el umbral—. He pensado en trasladar la matrícula de María a Santander. ¿Cómo lo ves?
—¡Calma, calma! —pidió Teresa—. Vamos por partes. A Blanca le entregaron las notas ayer y hoy tiene el oral de inglés en la Escuela Oficial. Mi cuñada le ha sacado el pasaje en el autobús de mañana.
—¡Se va! —exclamó consternada Alicia.
—Era lo planeado. ¿De qué te extrañas?
—Sí, sí… pero tan pronto. —Se dejó caer en el sofá.
—Comprendo tu tristeza, pero míralo de esta manera: es el principio del fin de esta separación. Pronto estaréis todas reunidas en Santander. ¿Qué me decías de la matrícula y de tu padre?
—Mi padre está en la inopia últimamente, como ya te comenté, y muy alegre. Está haciendo la maleta para irse el sábado a Francia, imagino que con esa mujer. El caso es que está distraído y se me ha ocurrido que puedo intentar que firme una autorización para que María traslade la matrícula de universidad. ¿Podrías redactar algo que sirva como justificante ante un tribunal cuando él se dé cuenta del engaño?
—¿María está de acuerdo?
—No sabe nada, ni siquiera que papá se va. Está en un examen y no quería descentrarla, se lo contaré a mediodía.
—Puedo hacerlo, lo que me preocupa son las consecuencias. ¿Y si se da cuenta?
—Decido yo en el último momento, según como lo vea —se animó Alicia.
—El escrito sería para los dos traslados y sólo sería orientativo. Quiero decir, si tu padre se negara a pagar la matrícula en el último momento, tendríais que denunciarlo. El papel sería la manifestación de vuestra buena fe: solicitasteis el permiso, pero luego él cambió de opinión. Algo ridículo si ha firmado con conocimiento.
—Sería para un traslado —corrigió Alicia— ¿Y entonces?
—María se la juega: realiza el traslado de expediente y matrícula. La situación estaría justificada porque tu madre ha cambiado el domicilio familiar y María, como mayor de edad, puede elegir con quién quiere vivir. Si tu padre se niega a aceptarlo, habrá que denunciarlo y tendrás que buscar un aval para pedir un préstamo para adelantar el pago de la matrícula mientras se decide el tribunal, si no, María perderá el curso. ¿Por qué no quieres hacer el traslado también?
—Conozco a los profesores y estoy contenta con las prácticas que estamos realizando. Ahora terminaré segundo. No me agrada la idea de dejarlo todo y comenzar en un mundo que desconozco. No quiero bajar la media de mis notas.
—¿Y qué pasará cuando tú, la responsable, te quedes a solas con él todo el invierno? —reflexionó Teresa.
Por una fracción de segundo Alicia se amedrentó, pero se repuso enseguida e, irguiéndose, contestó segura de sí misma.
—Lo importante es que todas estén juntas y a salvo.
—¡Vaya por Dios! Juana de Arco en acción. Muy loable, pero poco práctico —sonrió Teresa—. Mis cuñados echarán de menos a Blanca, incluso se están planteando acoger a una estudiante para que haga de canguro por las noches. Se han habituado a la buena vida.
—Sería una solución magnífica —aceptó Alicia.
—Siempre y cuando María se arriesgue —puntualizó Teresa.
Alicia regresó al piso y pasó parte de la mañana planchando y doblando cuidadosamente las prendas de su padre para que no hubiera errores que lo enfadaran. Era importantísimo que no se alterase. Su mente saltaba con ideas alocadas de libertad, de trabajo y estudio. Se quedaría sola, pero no le importaba si conseguían alejarse de su padre, salir de aquella maldita casa a la que odiaba con todas sus fuerzas, escapar de la penuria en la que las tenía sumidas. Por fin llegó María, a las dos y media, con gesto satisfecho.
—Me ha salido bien. He tenido suerte y buena intuición.
—María, siéntate, tenemos que hablar.
Y Alicia habló con su hermana largo y tendido, explicando, argumentando y convenciendo sobre la conveniencia de abandonar la casa.
—Además —finalizó Alicia—, si cambias de facultad y yo me instalo en casa de sus cuñados, podemos pasar el verano en Santander sin tener que buscar ninguna explicación.
El rostro de su hermana le comunicó que había acertado de lleno en su último alegato.
—Está bien, me la juego —aceptó—. Pero si sale mal, me tienes que apoyar en la denuncia.
—En ese caso, me sumaría a la denuncia para recibir mi pensión de alimentos —prometió Alicia—. No te dejaré sola.
Ramón disfrutó de la inusual solicitud de sus hijas. Enseguida intuyó que el abono de las matrículas estaba de por medio. Por un momento saboreó el placer de negársela en el último instante, pero recapacitó a tiempo. No sería buena política tener un escándalo en los tribunales cuando andaba el negocio de su nuevo matrimonio de por medio. Pero era una idea a tener en cuenta para retenerlas durante esos tres años. Cuando querían, sabían ser muy serviciales. Llegó el viernes y les facilitó el número de cuenta además de algunas recomendaciones.
—¿Os quedan muchos exámenes? —preguntó de forma casual.
—Sí, el último es el treinta y faltan algunas prácticas.
—Perfecto, ya he hablado con la abuela para que te quedes con ella. La ley le obliga a dar vacaciones a esa filipina majadera. Mientras, María se encargará de hacer una limpieza general del piso. Cuando regrese, seguramente vendrán amigos míos a conocer la casa y quiero que todo esté a punto.
—¿Cuánto dinero nos dejarás? Igual hay que reponer algo —sugirió Alicia.
—¿Dinero? No, no, nada de dinero. No sabéis manejarlo. Lo anotáis y ya iremos de compras cuando vuelva.
Sin dinero no podrían moverse de allí ni salir detrás de su madre, y él tenía muchos gastos para prescindir de unos euros. ¡Menudo tren de vida llevaban los amigos de Nerea!
El sábado por la mañana se despidieron de su padre y, en cuanto lo vieron subirse a un taxi, comenzaron a gritar y a abrazarse. Ya sólo era cuestión de días para seguir la estela de su hermana Blanca, y de dinero.
—¿Cómo conseguiremos el dinero? —cuestionó María preocupada.
—Ya lo había planeado cuando realicé el último intento de sacárselo a papá. Pagan bien las horas nocturnas por acompañar a los enfermos. En una semana obtendremos los billetes. No te preocupes. Limpiaremos el piso, vaya que si lo dejaremos limpio, pero no como él espera.
Y se rieron con ganas.