Capítulo 50
Un par de semanas después, bajo una ligera lluvia de verano, Harry giró en la esquina hacia Ruby. Squeeze tironeaba de la correa, deteniéndose de vez en cuando a beber de los charcos. El veterinario le había afeitado la piel del pecho, donde la cicatriz relucía, roja y lívida.
—No hay prisa, amigo —dijo Harry, con indulgencia.
El perro merecía tomarse todo el tiempo del mundo. Formaban una buena pareja: él, con la cicatriz en la cabeza; Squeeze, con el pecho surcado, como un par de gamberros.
—Nadie se atreverá a meterse con nosotros, viejo —añadió, muy sonriente.
Entró, haciendo sonar la campanilla colgada de la puerta. Mientras se quitaba la chaqueta de cuero negro echó un vistazo a la escena. Era más o menos la de siempre: las ventanas empañadas dejaban afuera el anochecer oscuro y lluvioso; el humo hacía espirales hasta el techo manchado de nicotina; un viejo olor a salsa y pollo frito, cerveza y cigarrillos formaba una reconfortante bruma.
Como siempre, estaba de bote en bote, con todas las mesas ocupadas. Cruzó una mirada con Doris, que preparaba pastel de chocolate con helado de vainilla.
—En seguida estoy contigo —dijo ella.
Después de atender a sus clientes se acercó, limpiándose las manos en el delantal.
—¿Si?
—Sí ¿qué?, Doris? —inquirió él, sonriéndole de oreja a oreja.
—¿Qué quieres?
—Quiero una mesa, mujer.
—Siempre vienes cuando más ocupada estoy —gruñó Doris—. Si no fuera porque ese valiente perro tuyo necesita descansar y comer algo decente, te diría que te fueras por donde has venido. —Dio una palmadita en la cabeza a Squeeze, que movió la cola con aire esperanzado—. Éste sabe lo que es una mano suave. Como su amo.
—Espero a Mal Malone —aclaró Harry—. Vendrá en unos quince minutos.
—Bueno, ¿por qué no has empezado por ahí?
Doris paseó una mirada por las mesas, observando las tazas de café medio vacías. Finalmente fue hacia la mesa del rincón.
—¿Terminasteis? —interpeló, con los brazos en jarras—. ¿O acaso no veis que hay montones de gente esperando?
Harry sonrió. Ruby era siempre el mismo... y Doris también, gracias a Dios. Desocupó la mesa en cinco minutos, la limpió con un paño húmedo y dispuso los manteles individuales de papel a cuadros rojos. Las servilletas y los cubiertos aparecieron en un abrir y cerrar de ojos, al igual que un vaso de agua con una margarita amarilla.
—Es todo lo que he podido encontrar. Tómalo o déjalo —murmuró, plantándola en la mesa.
—Gracias, Doris. Eres estupenda.
Squeeze gimoteó, dirigiéndole una mirada anhelante.
—¿Temes que me haya olvidado de ti? —desapareció tras el mostrador y volvió pocos minutos después, trayendo un plato lleno de carne—. Este valiente muchacho merece lo mejor —añadió, mientras el perro lo devoraba—. Es el perro más famoso de Boston.
—Lo sé —respondió él, sonriendo—. Y yo, el policía más famoso.
—Se te han subido los humos a la cabeza —resopló ella—. ¿Querrás cerveza? ¿O piensas invitar a la señorita Malone con una botella de champán?
—Cerveza, no más —aseguró Harry, manso.
Echó un vistazo a la puerta, recordando aquel otro atardecer lluvioso en que había esperado a Mal en esa misma cabina, no muchas semanas antes. Era un milagro que un encuentro casual pudiera cambiar tanto la vida. Se pasó las manos por el pelo revuelto, preguntándose si no habría debido arreglarse en honor de ella. Camisa y chaqueta. Pero corbata no, eso nunca.
Sonó la campanilla y Mal apareció junto a la puerta, mirando a su alrededor con las cejas algo arqueadas, como si se preguntara qué estaba haciendo allí. Él se acercó a ella con una gran sonrisa. Mal no cambiaría jamás.
—Hola —saludó, ofreciendo su mano.
—Hola —ella la estrechó.
La miró de arriba abajo. Vestía una camisa azul, vaqueros y una chaqueta de cuero negro.
—Qué elegante —comentó él, sonriente.
—Se trata de vencer o adaptarse.
Se miraron a los ojos, olvidados de la cafetería llena de humo y de los demás parroquianos.
—¿Estás bien? —preguntó Harry.
Ella asintió con la cabeza. Las gotas de lluvia chispearon como lentejuelas en el pelo rubio.
—Por aquí, señora —él la llevó de la mano a la mesa del rincón.
—Nuestra mesa —recordó ella.
—Doris te trajo una flor.
Ella sonrió al ver la margarita amarilla.
—Doris es una buena mujer.
—Un encanto.
—Ya sé que tienes debilidad por las camareras —comentó ella, recordando a Jilly.
—Y por las detectives de la televisión —Harry disfrutó viendo el modo en que ella se deslizaba en la banqueta; le hizo pensar en ese vestido mínimo que había llevado en la fiesta de su madre.
Squeeze apareció por debajo de la mesa y se sentó, fijando en Mal una mirada devota.
—Hola, Squeeze —ella le estrechó la pata—. ¿Cómo está mi niño?
—Si me amas, ama a mi perro —suspiró Harry.
—¡Eso quisieras tú! —Mal le sonreía con aire burlón.
Él volvió a suspirar.
—No cambias nunca, Malone.
Doris venía rápidamente hacia ellos, limpiándose las manos en el delantal.
—Hola, Mal, ¿cómo está? —preguntó, radiante—. ¿Ese miserable va a invitarla con champán o será lo de costumbre?
—Lo de costumbre, supongo —dijo Mal—. ¿Cómo está usted, Doris?
—No puedo quejarme —la mujer se enderezó la gorra—. Quería decirle que usted es muy valiente, Mal, por lo que hizo. Por salir a decir aquello. Gracias a usted han atrapado al Asesino de Boston. Las mujeres tenemos que defendernos mutuamente, como siempre digo.
—Gracias, Doris —dijo Mal, ruborizada. Harry se asombró de que aún fuera tan tímida—. Debía hacerlo.
Doris le dio una palmadita aprobatoria en el hombro.
—La cerveza corre por mi cuenta —anunció por encima del hombro.
Ellos se miraron.
—¿Irás esta noche a la fiesta de Vanessa? —preguntó Harry.
—Por supuesto. No me la perdería por nada del mundo. Así podré volver a bailar contigo.
Él se pasó la mano por el pelo, sonriendo.
—Salsa, ¿no?
Y agitó los hombros con cara de seductor.
—Me muero por ir —rió ella.
—¿Ha visto la medalla de Squeeze? —preguntó Doris, que volvía con las cervezas, orgullosa como si el perro fuera suyo.
—¿Qué medalla? —Mal miró a Harry, estupefacta.
—El jefe le concedió la Medalla de Honor Canina. En realidad, no le correspondía, pues técnicamente no es perro de policía, pero todos dijeron que se la había ganado.
Squeeze salió otra vez para dar la pata a Doris, con aire de adoración.
—Ya es hora de que le enseñes otra gracia —suspiró ella—. Esto ya es aburrido.
Y volvió a su mostrador, presurosa. Harry susurró a Mal:
—Ya verás.
Un momento después, Doris volvió con otro plato de carne. Cuando oyó el exagerado suspiro del detective, protestó a la defensiva.
—Va a engordar, sí, ¿y qué?
—Se lo ha ganado —reconoció Mal—. Además, es más divertido que la medalla. Gracias, Doris.
—¿Quieres que pida algo para ti? —preguntó Harry.
—Por supuesto. Me gustan las sorpresas —ella cruzó los brazos, lista para el desafío.
—Dos chuletas de cerdo con patatas fritas y todas las guarniciones, Doris, por favor. —Y miró a Mal con una gran sonrisa—. Como dice la señora, se trata de vencer o adaptarse.
Mientras Doris encargaba la comida, Mal tomó un sorbo de cerveza y miró a Harry. El pelo revuelto iba cubriendo la cicatriz y tenía una sombra de barba crecida en la mandíbula. Estaba tan cerca que hasta podía ver las motas oscuras de sus ojos grises. Era lo mejor que le había pasado en su vida.
—Bueno, y ahora que todo terminó, ¿qué será de lo nuestro? —preguntó él, tranquilamente.
Ella enarcó las cejas, sorprendida.
—¿Es un nuevo detective Jordan el que habla?
—Es el de siempre, pero ha recobrado el tino. —Viendo la cara vacilante de Mal, agregó—: ¿Vamos a reñir otra vez, señorita Mallory Malone?
—Prefiero Mal, simplemente.
Él puso los ojos en blanco, exasperado.
—Bien, Mal, dime: ¿estamos riñendo?
—Tú estás riñendo —exclamó ella, fulminándolo con la mirada.
—Yo habría dicho que eras tú.
—Por supuesto. Como siempre.
Se miraron fijamente. Luego él sonrió de oreja a oreja.
—Imagina la reconciliación.
En la boca de Mal acechaba una sonrisa.
—¿Qué decías de lo nuestro?
Él se encogió de hombros.
—Es difícil. Entre los horarios de un policía y los de una estrella de televisión... Y estando tú en Nueva York y yo en Boston...
Mal aspiró hondo. Ahora o nunca.
—¿No sabes si necesitan una chica para leer el pronóstico meteorológico en la repetidora de Boston? —preguntó con una sonrisa.
Squeeze se echó y apoyó el hocico sobre los pies de Mal, con un suspiro de perro feliz.
Harry la miró a los ojos.
—Parece que los dos hemos perdido el corazón —dijo.
Y se estiró por encima de la mesa para besarla.
* * *