Capítulo 49
Mal estaba sentada en la salita de Miffy, bajo la mirada de los retratos familiares; los dogos enanos se apretaban a ella como un par de almohadones. Miffy se sentó frente a Mal, nerviosa, y le sirvió el té; se había puesto una bata china de satén dorado con un diseño de nubes.
—Los de pan blanco son de pepinillos; los de pan integral tienen salmón —informó, pasándole un plato de bocadillos.
Mal tomó uno de pepinillos y se lo agradeció con una sonrisa.
—¿Estás segura de que no quieres acostarte? —preguntó Miffy, preocupada—. Después de lo que has pasado...
No terminó la frase, pues temía expresarlo con exactitud. Era demasiado terrible.
—Espero a Harry —explicó Mal—. Tengo que decirle lo del perro.
—Bueno, al menos han encontrado a ese hombre terrible. Ya no podrá hacer daño a nadie.
Harry había llamado para decirle que Blake se había suicidado.
Mal mordió el bocadillo. Su sabor era fresco, sencillo y delicioso. De pronto sintió un hambre devoradora.
—Podría comerme el plato entero —comentó, sonriendo.
Cuando Harry llegó había liquidado la mitad del plato. Él se detuvo a mirarla desde la puerta, mostrando en los ojos todo lo que sentía: preocupación, miedo, alivio, amor.
Miffy le había prestado un camisón blanco y una bata de baño amarilla. Un parche de gasa le cubría el corte, entre el ojo izquierdo y el hueso de la mandíbula. El se acercó y le puso una mano en el hombro.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
Mal lo miró. Estaba muy despeinado, como si se hubiera pasado las manos por el pelo un millón de veces. Lo que vio en sus ojos le gustó.
—Ahora sí —dijo.
—Ya pasó todo, Mal. Está más muerto que mi abuela. Se mató tal como mató a las chicas. Es lo mejor que pudo hacer.
Ella suspiró.
—Qué cerdo.
—Sabemos cómo consiguió los números telefónicos. Fue a la comisaría para llevar un informe. Dice Rossetti que lo dejó solo en la oficina unos diez minutos; al volver lo encontró jugando con el ordenador. Dijo que le fascinaba. Rossetti no le dio importancia.
Ella asintió. El hombre había sido inteligente, tanto que habría podido zafarse. Pese a su vacilación, tuvo que preguntarlo.
—¿Y mi... la chica?
—Está bien y no sabe nada. Ni siquiera sabe que estuvo en peligro —Harry sabía lo que ella estaba pensando—. No se enterará jamás, Mal. Nadie lo sabe.
Mal comprendió que la chica ya no era su hija. Pertenecía a la familia que la había recibido en su corazón y que la había guiado con amor. Nunca sabría de su relación con el doctor William Blake; no tendría que llevar esa carga horripilante. Era inteligente, joven y adorable. Era feliz. Y seguiría siendo así.
—Por fin está libre —dijo, suspirando.
Harry le besó la mano.
—Y tú también —dijo. Ella sonrió—. Estuve a punto de echarlo todo a perder. Pensé que en mi casa estarías a salvo. Ignoraba que Blake conocía mi dirección. Debí haberme percatado el día en que vi el Volvo aparcado en la plaza.
—Squeeze hizo honor a su nombre y escapó de tu cuarto justo a tiempo. Blake le dio una puñalada. Faltó poco para que le atravesara el corazón. Ha perdido mucha sangre, pero lo operaron y se va a recuperar.
Harry cayó en el sofá, a su lado, y escondió la cabeza entre las manos.
—Cristo —musitó, pensando en lo cerca que había estado de perderlo todo.
Ella le tomó la mano. Se miraron con atención, como si no pudieran creer que aquello había terminado.
Miffy pensó que hacían una pareja muy bonita. Era de esperar que el muchacho no la dejara escapar.
—¿Otro bocadillo? —invitó, sonriendo.