29

Cuando regresé a de Cathy, la sala estaba repleta de gente. Además de Cathy, Bill Casale y Hal Ganz habían llegado tres personas más, cuyas presencias me sorprendieron muchísimo. Uno de los recién llegados era Ron, a quien no había esperado ver libre bajo fianza, sino hasta la mañana siguiente. El otro era Art, mi ex guardaespaldas, cortesía de Jack Wycza, a quien no había esperado volver a ver más. Y el tercero, era el concejal Myron Stoneman, una de las siete personas a las que había lanzado mi ultimátum el día anterior.

Todos quisieron hablar al mismo tiempo, hasta yo mismo, de modo que acabamos todos parloteando sin escuchar, hasta que finalmente Ron nos hizo callar a gritos y dijo:

—Uno a la vez, maldita sea, uno a la vez. A ver si nos aclaramos de una vez. Myron, tú primero.

Myron se dio por aludido. La rabia contenida le ensombrecía el rostro regordete y de aspecto nada brillante.

—Gracias, Ron. Ya veo que te has estado preparando para la legislatura.

—Di lo que tengas que decir, Myron —intervine yo.

Myron me lanzó una mirada amenazante.

—Siempre consideré que era una buena idea saber qué se traían entre manos mis amigos y socios. Por eso me he congraciado con unas cuantas secretarias y empleados, un sistema de espionaje de segunda categoría, para que me informasen de lo que está ocurriendo en el mundo. Resulta sumamente útil. Hace aproximadamente una hora, me telefoneó la secretaria de Jordan Reed. Reed nos ha traicionado a todos. Han hecho un trato con los de la Liga, él, Harcum y Watkins..

—¿Un trato?

—Por lo que oí decir —prosiguió con tono de total amargura—, Jordan tiene muchas esperanzas de convertirse en gobernador.

De manera que eso es lo que Jordan buscaba, un sustituto para su hijo. El estado entero.

—¿Qué me dices del resto de vosotros? —pregunté.

—Nos arrojará a los lobos. A Dan Wanamaker, a Claude Brice, a Les Manners, a Ron y a ti, Tim. Como verás, se trata de una alineación de estrellas para el partido del escándalo.

—De modo que eran sobornables —murmuró Ron.

Myron le echó una mirada y sonrió sin ganas.

—Como que hay un Dios —repuso—. Dan Wanamaker y Claude Brice ya se han marchado de la ciudad. Les Manners está leyendo sus libros de derecho. Quiero saber qué pensáis hacer vosotros.

Hal Ganz, cuya fe en las instituciones humanas era prácticamente indestructible, preguntó:

—¿Estás seguro de que han hecho un trato con los de la Liga? Tal vez sólo esperan poder llegar a un acuerdo con ellos, tal vez los de la Liga no saben nada de esto.

—La Liga está perfectamente al tanto de todo —le comenté—. Por eso han quitado de en medio a Masetti. Porque era un reformista honesto y legalista. Danile, el tipo que han enviado para sustituirle, no es más que un político mandado.

—Tim, tú has hablado con él —intervino Ron—. ¿Qué te dijo?

—Me mandó a hacer gárgaras —respondí—. No quiso saber nada de mí ni de lo que iba a ofrecerle. Cuando me fui, el chófer de Jordan Reed se disponía a llevar a Danile a ver a Reed.

—En la planta —anunció Myron—. La secretaria de Reed me dijo que se reunirían en la planta.

—Aquí somos seis, sin contar a Cathy —dijo Ron—. Quizá sería buena idea ir a la planta a hablar con esta gente.

—No —replicó Art.

Todos nos volvimos a mirarle. Prácticamente me había olvidado de que estaba allí. Aún ignoraba si Jack Wycza le había enviado de vuelta, o si había venido por su propia voluntad, en cumplimiento del trato que habíamos hecho.

—¿Por qué piensas que no sería una buena idea? —le preguntó Ron.

—No conozco a ninguna de estas personas, señor Smith —dijo Art mirándome—, excepto a Bill Casale que está ahí.

—Está bien. Estamos todos metidos en el mismo baile —le informé y eché una mirada a los presentes—. Este es Art, trabaja para Jack Wycza.

—Trabajaba —me corrigió.

Recité rápidamente los nombres del resto de los presentes y agregué:

—Veamos. ¿Por qué no sería buena idea que fuésemos a la Reed & King?

—Porque Reed y Jack Wycza están de acuerdo —contestó. Al instante, todos se pusieron a hablar al mismo tiempo.

Esta vez, me tocó a mí gritar para que hicieran silencio. Entonces, le pregunté a Art:

—¿Qué quieres decir con eso de que están de acuerdo?

—Exactamente eso. Se han unido. Supongo que Reed tendría miedo de que todos ustedes armasen lío. Por eso, él y el resto de su gente se han encerrado en la planta, y Jack irá hacia allí con su pequeño ejército. Ese es el trato. Reed ha prometido que protegería a Jack de los de la Liga, y Jack pone a disposición de Reed su pequeño ejército para que le proteja de todos ustedes.

—Veo que después de todo —murmuró Myron Stoneman—, Dan y Brice fueron los más astutos. Creo que en estas circunstancias, lo más inteligente sería irnos de la ciudad.

—¡No, maldita sea! —estaba atrapado, y comenzaba a enfurecerme, y lo peor de todo era que no tenía adonde ir para dar rienda suelta a mis iras—. No voy a huir de aquí. ¡Le daré su merecido a esos bastardos!

—¿Cómo? —preguntó Myron.

Le fulminé con la mirada y sacudí la cabeza. No sabía cómo.

—Un ejército —musitó Ron, como si no pudiera creérselo—. Por el amor de Dios, tiene un ejército.

Se hizo un largo silencio. Estábamos todos metidos en este lío, y comenzábamos a descubrir que llevábamos la peor parte. Todos excepto Bill Casale, que seguía sentado en un rincón, sin decir palabra, esperando descubrir quién había asesinado a su abuelo.

¡Bill Casale! ¡Por Dios, si yo también tenía un ejército!

Me puse en pie de un salto.

—¡Bill! —grité. Se sobresaltó al darse cuenta de que le hablaban—. Una de esas siete personas han matado a tu abuelo. Uno de ellos es Myron Stoneman, que está aquí con nosotros. Hay otros dos que acaban de abandonar la ciudad, otro de ellos está en su casa, intentando encontrar alguna escapatoria legal en sus libros de derecho. Y los tres restantes están en la planta de la Reed & King. Tiene que ser uno de estos siete.

—¿Cuál de ellos? —inquirió Bill.

—Yo no he sido, Tim —protestó Myron.

—Cierra la boca —le ordené por encima del hombro. Y dirigiéndome a Bill, proseguí—: ¿Qué harás cuando te diga cuál de ellos ha sido?

—Llamaré a mi padre y se lo diré.

—¿Y luego qué?

—Luego —replicó impasiblemente—, mi familia atrapará al culpable.

—¿Y qué ocurriría si fuera uno de los tres que están en la planta —insistí—, encerrados junto con Jack Wycza y su pandilla del North Side para que le protejan?

—Le atraparíamos de todas maneras —replicó Bill con calma.

—¿Estás seguro?

—Sí, conozco a mi familia.

—¿Y qué pasaría si yo te sugiriese un nombre? —pregunté—, ¿qué pasaría si dijera que Jordan Reed ha matado a tu abuelo?

—¿Ha sido él?

—Esa no es la cuestión. ¿Qué pasaría si dijese que ha sido él?

—Tendrías que probárselo a mi padre. Mi familia no está para solucionarte los problemas a ti.

Me había excedido en mis funciones. No olvidaba los viejos tiempos, cuando la familia Casale estaba dispuesta a linchar a Ron Lascow basándose simplemente en un comunicado de la radio. Y ahora, que les necesitaba, querían pruebas.

—Bill, si pruebo lo que estoy afirmando —dije—, y resulta ser que ha sido uno de los hombres que están en la fábrica, entonces tu familia iría a atraparle, ¿no es así?

Asintió.

—Señor Smith —declaró Art con una risita ahogada—, es usted una maravilla.

—No entiendo —dijo Hal. Nos miraba a todos con aire consternado.

—Es muy simple —le explicó Hal—. El señor Smith acaba de reclutar a su propio ejército.

—Tim, podría resultar que no ha sido ninguno de los tres —intervino Ron.

—Tim, no hablarás en serio —dijo Hal Ganz—. Tim, así no se hacen las cosas, tienes que dejar que la ley...

—Si dejamos que la ley intervenga —le interrumpió Myron—, iremos todos a parar a la cárcel. Supongo que tú no, porque eres uno de esos tipos honrados. Pero yo sí que iré a la cárcel, y Ron Lascow y Tim.

—¡Por el amor de Dios! —gritó Hal—, sería una batalla campal...

—¿Qué otra forma hay de solucionarlo,

Hal? —inquirí.

—No puedo creer que los de la Liga...

—comenzó a decir.

—Hal, despierta —le espetó Ron—. Ya has oído lo que nos contó Tim cuando regresó. El tipo de la Liga ha ido a entrevistarse con Jordan Reed.

—Jack Wycza no habría movilizado a su gente —apuntó Art—, si no hubiera tenido una garantía en firme de Reed.

—Tiene que haber algún otro modo —insistió Hal—. Si le enviáramos una petición al gobernador...

—No, Hal —le interrumpió Ron—. Lo siento, pero la respuesta es no. Déjame que te dé unas lecciones sobre política.

El gobernador de este estado vive en la capital, en Albany. Pertenece a un partido político, y la ciudad de Albany está controlada por el partido opositor. Por lo que yo he podido averiguar, la Liga tiene ciertas relaciones con el partido del gobernador, y están tratando de hacerse un nombre en las poblaciones pequeñas para conseguir la máquina del poder en Albany. Como es lógico suponer, al gobernador le encantaría que su partido gobernara la capital del Estado.

—Esto va más allá de la política —protestó Hal con desesperación.

—Es posible que para ti, sí —dijo Myron—, pero no para los políticos.

—En un asunto como éste —prosiguió Ron—, la política sigue interviniendo hasta que los hechos se lleven al tribunal, y hay veces en que la influencia de la política tampoco se detiene ante un tribunal. Quienes sean procesados y condenados por el jurado son los únicos perdedores.

—No entiendo por qué trata de convencerle —protestó Art—. ¿No tiene usted otras cosas que hacer?

—Creo que tengo que irme —anunció Hal, poniéndose en pie.

—Será lo mejor —dije yo.

Esperamos en silencio hasta que se marchó, luego Art preguntó:

—¿Cuándo entrará en acción su ejército, señor Smith?

—Esa es la peor parte —repliqué—. Tengo que averiguar quién ha sido el asesino. Y si no es uno de los que están en la fábrica, entonces no tengo ningún ejército.

—Yo no he sido —dijo Myron—. Es todo lo que puedo decir. Yo no he sido, y me enteré de la existencia de esta Liga al día siguiente de que el pistolero aquel tratara de matarte.

—Apliquemos el método clásico —propuso Ron—. Los tres componentes de todo crimen son: el motivo, el método y la ocasión.

—De acuerdo. Aplica tu método y veamos adonde nos conduce. Empecemos por la ocasión. Todos ellos han tenido múltiples ocasiones. El primer intento se hizo a la una de la madrugada. ¿Dónde estabas tú, Myron? —pregunté.

—En casa, durmiendo —respondió con una mueca de disgusto.

—Es exactamente lo mismo que dirán los otros seis. El segundo intento tuvo lugar cuando el tipo me disparó desde el Ayuntamiento. Los siete sospechosos estaban en el Ayuntamiento cuando ocurrió.

—A mi abuelo lo mataron a las once y media de la noche —intervino Bill.

—Otro trabajito nocturno —dije—. Y todos volverán a decir que estaban en sus casas durmiendo. Y el cuarto intento fue la bomba en mi coche. Tuvieron doce horas para colocarla y cualquiera podría haberlo hecho. Ya hemos analizado la cuestión de la ocasión, ¿que sigue ahora?

—El método —replicó Ron.

—Un pistolero contratado, una granada, un revólver y una bomba casera. ¿Qué puedes decirme del método? —pregunté encogiéndome de hombros.

—El asesino parece ser bastante tímido, eso se puede afirmar sin lugar a dudas —dijo Art—. No le gusta dar la cara.

—Cuando ocurre algo ilegal, los políticos suelen mantenerse instintivamente al margen —añadió Ron imperturbable.

—Después del primer intento —proseguí—, y basándome en el método, le di a Harcum una descripción del tipo que teníamos que buscar. Contrató a un asesino a sueldo de Nueva York. Lo cual indica que quien le contrató es una persona de dinero. Le disparó al pistolero profesional con un rifle de caza, lo que probablemente signifique que tiene licencia, y que cuando llega el otoño caza ciervos. Al pistolero no se le veía preocupado por la posibilidad de que le arrestasen, de manera que el tipo que le contrató tenía influencias a nivel local. Ahí tienes la imagen que surge de aplicar el método. Un ciudadano local, rico e influyente que tiene un rifle de caza.

—¿Y quién ha estado en Nueva York hace poco? —preguntó Cathy.

—Esa imagen se adapta a cualquiera de los siete —dijo Myron— y, desgraciadamente, hasta yo mismo puedo haber sido. Todos tenemos influencia a nivel local, o al menos la hemos tenido hasta el día de hoy. Y todos tenemos licencia y rifles de caza. Y todos hemos ido a Nueva York durante los últimos dos meses. Y... —se interrumpió, nos lanzó una sonrisa torcida y prosiguió—, todos tenemos una posición económica bastante sólida.

—Analicemos el método del segundo intento —dije—. Un revólver. Cualquiera puede tener uno.

—En el tercer intento —intervino Ron— se empleó una granada de mano. Yo no diría que las granadas de mano son fáciles de conseguir —nos hizo a todos una mueca amarga y prosiguió—, excepto si se sacan de la Guardia Nacional.

—Los siete —reflexionó Myron— tenemos libre acceso al Ayuntamiento. Incluida la cárcel y el Departamento de Policía que están en el sótano. Tengo entendido que en el depósito que hay en el sótano se guardan una serie de armas, incluidos algunos revólveres de recuerdo, granadas de mano y sables de samuráis traídos por nuestros veteranos de la segunda guerra mundial.

—En el cuarto intento —proseguí— se utilizó una bomba de confección casera. Ignoro cuál de ellos tiene conocimientos como para construir una bomba así. ¿Qué me decís?

—Jordan Reed tiene su propia planta química —apuntó Art.

—Como idea no está mal. ¿Pero significa eso que Reed sabe cómo fabricar una bomba?

—¿Y tiene él el mismo libre acceso al Ayuntamiento que los demás? —preguntó Ron.

—Supongo que podría coger las llaves si las pidiera —replicó Myron.

—De manera que todos ellos tuvieron la ocasión, y cualquiera de ellos podría haber empleado estos métodos, aunque Jordan Reed podría haber sido el que fabricó la bomba que se encontró en el coche.

—Nos queda lo del motivo —dijo Ron.

—La llegada de la Liga —anuncié—, y otra vez todos pueden encajar perfectamente.

—Espera un momento, Tim —interrumpió Cathy—. Eso no es exacto.

—¿Qué es lo que no es exacto?

—Estás diciendo —replicó con toda seriedad— que el querer que alguien esté muerto es un motivo para cometer un crimen. Pero no es exactamente así. Tienes que saber por qué esa persona quería que el otro muriese. Ese es el motivo. Tienes que preguntarte por qué la llegada de la Liga provocó en ese hombre el deseo de matarte.

—Hace dos días que esa pregunta me martillea los sesos —repliqué.

—¿Y qué me dices de esa chica que murió en la finca de Reed? —preguntó Ron—. ¿Cómo diablos encaja ella en todo esto?

—Me parece que no encaja en nada —respondí.

—¿Qué chica? —quiso saber Myron.

—Una chica llamada Sherri no sé cuántos —repliqué—. Una rubia llena de curvas. Es muy probable que la hayas visto por ahí en compañía de Harcum.

—¿Está muerta?

—Según parece, es una antigua amiguita de Marvin Reed. Supongo que la chica se sirvió de Harcum para que la trajera hasta aquí y, a la primera oportunidad que tuvo, se fue a ver a Marvin. La encontraron en los bosques que rodean la finca de Reed, con un cuchillo de caza clavado en el cuerpo.

—Y según todo parece indicar, Marvin ha sido el asesino, ¿no es así? —preguntó Cathy.

—Eso parece —repliqué pensativamente—. Es extraño, Jordan se lavó las manos en este asunto en cuanto supo que Marvin había estado haciendo el loco. Recuerdo que Mary le dijo a su padre que haría cualquier cosa por él. Sí, eso mismo dijo.

—¿Y con eso qué? —me interrumpió Ron.

—Esto es ridículo —protesté.

—¿Insinúas que Jordan mató a la chica y que Marvin se declaró culpable? —preguntó Myron.

—Algo aún más ridículo —repliqué—. Marvin haría cualquier cosa por su padre. Hasta me mataría, ¿qué te parece? Si un grupo de reformistas viene a la ciudad, y él sabe que su padre está preocupado...

—Marvin no es de ésos —intervino Cathy—. Es probable que haya matado a la chica porque se sintiera acorralado. Pero no planearía fríamente matar a nadie, y lo que es más, no lo habría intentado una y otra vez.

—Olvidémoslo —propuso Ron—, y volvamos al tema principal. Estábamos hablando del motivo.

—Sí, y no habíamos llegado a ninguna parte —le recordé.

—¿Por qué querría matarte ese tipo? —inquirió Ron retóricamente.

—Tal vez no sea la pregunta adecuada —musitó Cathy, pensativa.

—¿Qué otra pregunta se te ocurre? —inquirí, mirándola.

—No estoy segura, no sé si esto te ayudará o no, pero por qué no preguntarnos qué ocurriría si tú estuvieses muerto.

—¿Que qué ocurriría si yo estuviese muerto?

Asintió.

—Es la misma pregunta.

—No, no es la misma pregunta —profirió Ron, de repente—. Cathy puede estar en lo cierto —me echó una mirada nerviosa y agregó—: Tim, ¿qué es lo que cambiaría, qué es lo que sería distinto si tú murieras?

—En estos momentos, nada —contesté—. Hace dos o tres días, cuando empezó todo esto, no lo sé... Probablemente la Liga tendría que haber ido a buscar pruebas a otra parte, es todo. No se me ocurre nada más.

—Tus expedientes seguirían existiendo —reflexionó Ron—, y los de la Liga podrían haberse apoderado de ellos. De modo que no veo la diferencia.

—Es que tiene que haber existido un resultado bien claro en la mente del asesino —insistió Cathy—, algo que ocurriría en el momento en que tú murieras.

—Si pudiéramos... —comenzó a decir Ron, y en ese preciso instante me di cuenta de todo.

—¡Esperad un momento! —aullé y de un salto me puse en pie, señalando a Ron que pestañeaba totalmente confundido—. ¡Tú mismo acabas de decirlo! —grité—. ¡Acabas de decirlo!

—¿Qué es lo que acabo de decir? —preguntó y se quedó mirándome con la boca abierta.

—Esperad, esperad un minuto —supliqué corriendo hacia el teléfono. Marqué un número, esperé y cuando Charlie se puso, pregunté—: ¿Está Sherri London?

—Ha muerto —me contestó.

—Gracias —dije y colgué con una sonrisa de triunfo.

—¿De qué se trata, Tim? ¿Sabes ya quién ha sido? —inquirió Cathy.

—¿Ya lo sabes, Tim? —preguntó Bill, súbitamente alerta.

—Llama a tu padre —le ordené—. Llámale ahora mismo. Tengo a ese sujeto en mis manos.