21
Cuando regresé encontré a Art sólo en el coche. Me senté al volante y le pregunté:
—¿Dónde esté Ben?
—Le envié a comprar tabaco —contestó con su sonrisa burlona y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo. Encendió uno y me dijo—: Quería comentarle un par de cosas en privado.
—¿Qué clase de cosas?
—De las que no quiero que se entere Jack Wycza.
—¿Como qué, por ejemplo?
Se lo pensó durante unos momentos. Finalmente me confesó:
—Verá, señor Smith, usted me cae bien. Antes que todo esto empezara había oído unos comentarios acerca de usted, y lo que oí me gustó. Astuto pero honrado. En esta ciudad habrá mucho jaleo, pero tengo el presentimiento de que usted saldrá a flote.
—Eso espero —dije.
—Yo que usted no me fiaría demasiado de Jack Wycza —añadió mirando por la ventanilla,
—No tengo intenciones de hacerlo.
—Le sería sumamente útil si pudiera estar usted con alguien que estuviera cerca de Wycza para informarle de lo que ocurre.
—Acaba de decir una gran verdad. ¿Se ofrece usted para el trabajo?
Sin dejar de mirar por la ventanilla, asintió.
—¿Y por qué?
—Porque me cae usted bien, señor Smith —insistió. Se volvió para mirarme, sonrió burlonamente, y agregó—: Y además me gusta estar del lado de quienes salen a flote.
—Ahí viene Ben —le advertí.
—¿Acepta usted el trato?
—¿Qué quiere usted a cambio?
—Soy un tipo muy útil, señor Smith —respondió encogiéndose de hombros—, quien gobierne esta ciudad cuando todo este lío haya explotado podrá utilizar mis servicios. Y usted podría ser mi punto de referencia.
—¿Es todo?
—Es todo.
¿Podía fiarme de él? ¿Por qué diablos me hacía esta propuesta? Poco importaba, podía aceptarla y no ocurriría nada, me fiara o no de él. Es más, ¿qué ganaría negándome?
Ben abrió la puerta trasera, del lado de la calle, se metió en el coche y le alcanzó el paquete de cigarrillos a Art.
—Entonces, creo que está bien —dije.
—Perfecto —dijo él—. Gracias por los cigarrillos, Ben.
Se abrió la otra puerta trasera, me di la vuelta para ver quién era y vi que Bill Casale subía al coche.
—Me alegra volver a verte, Bill —comenté.
Tenía el semblante inexpresivo de siempre cuando me preguntó:
—¿Dónde te escondías, Tim?
—Recuérdame que te lo diga algún día. Os presento a Bill Casale, éste es Art y ese es Ben.
Intercambiaron unos gruñidos a manera de saludo y puse el Ford en marcha.
—¿Adónde vamos ahora, señor Smith? —preguntó Art.
—A intentar conseguir esa garantía —repliqué.
Me gustara o no, la garantía tendría que dármela Cathy.