15

Me dejaron dormir hasta el mediodía. A esa hora, Andy Wycza, otro beneficiario más del nepotismo de Jack Wycza, me despertó para decirme que en la oficina del fondo del pasillo había una persona que quería hablar conmigo.

Tenía un hambre atroz, y la cabeza se me partía del dolor; necesitaba afeitarme; y se suponía que los muy bastardos tenían que haberme despertado a las ocho. Mascullando, recorrí el pasillo para ver quién me andaba buscando.

Eran Dan Wanamaker y George Watkins, en persona, y en magnífico tecnicolor. George estaba más bien rojo, y Dan más bien verde, pero ambos sonreían.

—¿Qué tal va tu pésima obra, George? —pregunté.

—Tim, queríamos hablar contigo —respondió. Estaba demasiado enfadado como para pensar en obras de teatro.

—Antes de que hicieras algo —agregó Dan. No paraba de sonreír, y estaba completamente aterrado—. Antes de que tomaras decisiones —me explicó.

—Entonces habéis llegado demasiado tarde —les contesté y me dispuse a marchar.

—¡Espera! ¡Por favor, Tim, espera! —me suplicó Dan.

—Está bien. ¿De qué se trata? —dije con un suspiro y me volví a mirarles a la cara.

—¿Tim, esperarás a Jordan? —preguntó George—. ¿Al menos harás eso?

—¿Por qué?

—Somos conscientes de tu amenaza —empezó a decir Dan, todo temblor y sonrisas.

—Yo no he amenazado. He prometido —le corregí.

Hizo un violento movimiento afirmativo con la cabeza, la sonrisa se le ensanchó tanto que casi llenó la habitación. Estaba dispuesto a darme la razón aunque tuviera que ir al infierno.

—Ya sabemos que has prometido —se corrigió— trabajar con la Liga si había otro intento, pero...

—Y ha habido otro intento —le dije.

—Tim, podemos aclarar las cosas. Si sólo esperaras a ver a Jordan —intervino George.

—¿Esperar a ver a Jordan?

—Espera hasta que regrese —prosiguió.

—¿Que regrese de dónde? —pregunté mirando primero a uno y después al otro.

Intercambiaron unas tímidas miradas y George contestó de mala gana:

—De Albany.

—De modo que lo habéis intentado con Masetti, pero no dio el brazo a torcer. Y ahora Jordan está tratando de discutir el asunto con el jefe de la organización, con..., ¿cómo se llama?

—Bruce Wheatley —logró decir Dan a través de su amplia sonrisa, deseoso de ayudar.

—Estará de regreso a eso de las cuatro, Tim. ¿Esperarás hasta hablar con él?

—¿Por qué?

Juro por Dios que creí que a Dan se le partiría la cabeza en dos de tanto sonreír.

—El podrá explicarlo todo, arreglar las cosas, Tim. Sé que lo hará.

—Sólo son cuatro horas —acotó George, esperanzado.

—En cuatro horas pueden pasar muchas cosas —le dije.

—Por favor, Tim —me rogó Dan, con tono persuasivo.

Sudaba y se iba poniendo cada vez más verde; en ese instante, tenía la cara de un Santa Claus imberbe cuyos renos se hubieran parado en seco a nueve mil metros de altura. Y su sonrisa era un sable lleno de dientes.

Me mordí el labio inferior mientras pensaba. En realidad, no quería delatarles. Eran unos malhechores, de eso no cabía duda, pero gracias a ellos todo funcionaba bien v la ciudad estaba limpia y bien gobernada. Después de la limpieza, no lograba imaginar cómo se las arreglarían sus reemplazantes para hacer un trabajo mejor que el de sus antecesores. Si existía alguna forma de no delatarles, y aun así, pescar al hijo de perra que había intentado matarme tres veces y que en vez de acabar conmigo había liquidado al pobre Joey Casale, me sentiría muy aliviado de poder usar esa alternativa. Al cabo de un momento, asentí y les dije:

—Está bien. A las cuatro. En casa de Jordan.

George sonrió tanto como Dan, y los dos se pusieron a hablar al mismo tiempo.

—Muy bien, Tim.

—Eres un buen muchacho, Tim.

—No te arrepentirás, Tim.

—Sabía que entrarías en razón, Tim.

—De acuerdo —dije—. Pero a las cuatro y media todavía puedo ir a ver a Masetti.