22
Cathy estaba a punto de estallar, con esa mezcla de furia y terror que sólo las mujeres se saben de memoria. Tendría que haberle dedicado unos minutos, para tranquilizarla y disculparme por hacerla preocupar, y esas historias, pero no tenía tiempo ni paciencia para hacerlo.
—Mira, Cathy, deja los gritos para más tarde, ahora tengo muchas cosas que hacer.
Dejó de gritar y me estudió durante unos momentos.
—Quiero saber dónde estás —anunció finalmente—. Quiero saber lo que te está pasando y lo que estás haciendo, y quiero que tú mismo me lo digas. No quiero llegar a la oficina una mañana, como me ha ocurrido hoy, y que alguien me diga que la noche anterior ha habido una explosión y que tú estabas allí, y pasarme la mañana entera volviéndome loca, tratando de averiguar dónde estás, si estás herido y qué te ha ocurrido. Quiero que tú me llames.
—Cathy, he estado dando vueltas como un loco. No he tenido tiempo...
—Cállate, aunque sea por un momento —me ordenó. Ya no gritaba, ya no estaba enfurecida. La única señal física de que estaba conteniendo la indignación fueron las dos manchas de color rojo que le encendieron las mejillas. Eso, sus ojos y su voz, que eran fríos y duros.
—Tim, tú me importas —dijo en voz baja, como si estuviera enunciando un hecho sin importancia—. Me importas y por eso quiero saber si estás bien y a salvo. Y quiero saber que a ti también te importo.
—Pero, Cathy, por el amor de Dios, yo...
—No digas nada más, si de verdad te importo, querrás evitarme otra mañana como la que he tenido hoy, si es que no representa demasiado esfuerzo para ti. Si te importo, querrás saber que yo estoy bien.
—Mira, Cathy...
—Si no significo nada para ti —continuó, pasando por alto mi interrupción—, no tienes más que decirlo. Dilo ahora mismo, y hemos terminado. Tú no tendrás que preocuparte por mí y no tendré que preocuparme por ti, además...
—Espera, Cathy —le dije reclinándome sobre el escritorio y tomándole las manos—, escúchame. No vas a echarlo todo por la borda sólo porque estás enfadada conmigo. Estos dos últimos días he estado corriendo en diferentes direcciones, sin saber lo que iba a ocurrirme al cabo de unas horas. Me ha resultado sumamente difícil captar con rapidez lo que me estaba ocurriendo como para que además tú me pidas que siga con mi vida de todos los días, con mi vida normal.
—¿Tu vida normal? Tim, sólo te estoy pidiendo que me llames...
—Está bien. Tendría que haberte llamado y no lo hice. No he pensado en ti tanto como debería haberlo hecho. Por el amor de Dios, Cathy, tampoco he estado pensando en mí lo suficiente. Espera a que todo este maldito asunto haya acabado, ¿lo harás? No esperes que actúe de la misma forma en que lo haría en circunstancias normales.
—No me explico por qué no pudiste coger el teléfono y llamarme —insistió meneando la cabeza.
—¡Porque no se me ocurrió, maldita sea! Porque estoy intentando pensar en un millón de cosas al mismo tiempo y no pensé en llamarte. Si quieres hacer un dramón de todo esto, ¡pues vamos, adelante! Pero al menos espera a que todo haya pasado.
Asintió, pero por la expresión de su cara pude adivinar que no estaba convencida.
—Está bien. No has venido sólo a verme. No tienes tiempo para cosas así. Has venido porque necesitas algo. ¿Qué quieres?
De no haber pasado por alto la indirecta, nos habríamos enredado en otra discusión, de modo que contesté su pregunta.
—Tengo unos expedientes escondidos en la tienda de Joey Casale. Es el as que me he guardado en la manga. Quiero que sepas dónde están. Si antes de las siete de la tarde no has sabido nada de mí, irás al hotel Winston y preguntarás por un tipo llamado Danile. Archer Danile. ¿Te acordarás del nombre?
Sus ojos se iban abriendo cada vez más, pero no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza.
—Le dirás dónde encontrar los expedientes —proseguí—. Eso si antes de las siete no has tenido noticias mías. Si las tienes, no tendrás que hacer nada. ¿De acuerdo?
—Tim, ¿qué vas a hacer?
—Escúchame bien. Los expedientes están metidos en dos cajas de cartón, de las de sopa de tomate, en el depósito de la trastienda, entrando a la derecha. ¿Lo has entendido?
—¿ Qué-vas-a-hacer ?
—Tengo una cita con Jordan Reed —repliqué—. Quiero que todos se enteren de que me he asegurado las espaldas. Que aunque me maten, los expedientes irán a parar a la Liga.
—Tim... —estaba a punto de comenzar con su otra rutina, la de temer por mi vida.
Tampoco tenía tiempo para eso.
—Te veré antes de las siete —le dije, y me dirigí a la puerta.
Cuando me di la vuelta, siguió hablando en voz alta. Temí que me siguiera hasta el pasillo, pero no lo hizo. Bajé en el viejo y rechinante ascensor, salí del Ayuntamiento y regresé a mi coche donde me esperaban mis tres compinches. Eran casi las cuatro. Hice un brusco cambio de sentido y enfilé hacia la casa de Jordan Reed.