4. VIVIR LA COHERENCIA CARDÍACA
Ron era lo que en la jerga médica se denomina un “intensivista” —un especialista de cuidados intensivos de reanimación— en el hospital donde yo era jefe del servicio de psiquiatría. Me llamó a la consulta una figura del consejo de administración de treinta y dos años que había sufrido un infarto hacía dos días. La gravedad de la depresión de ese joven resultaba inquietante: quería que le examinase lo antes posible, pues sabía que según la literatura científica los enfermos que se hunden en la depresión cuentan con escasas opciones de sobrevivir. Por otra parte, este paciente tenía una variabilidad de frecuencia cardíaca muy débil, señal suplementaria de la gravedad de su estado. En esta cuestión no sabía ni qué recomendar, ni a quién dirigirse. Por aquella época, yo tampoco.
Como suele ocurrir en este tipo de situaciones, su paciente no tenía ningún deseo de hablar con un psiquiatra. Rechazó todos mis intentos de evocar las circunstancias de su infarto o de su vida afectiva, que yo sabía era dolorosa. Siguió mostrándose muy evasivo en cuanto a sus condiciones de trabajo. Para él, el estrés formaba parte de su entorno; después de todo, sus compañeros estaban sometidos a las mismas presiones que él y no habían sufrido infarto alguno. De todas manera, no le correspondía a un psiquiatra que no había estudiado, como él, en Harvard, decirle cómo debía vivir su vida...
A pesar de este difícil primer contacto, había algo frágil, casi infantil, en la expresión de su rostro. También me conmovió la inmensa ambición que albergaba en él desde la infancia y que ahora le aplastaba, junto con su corazón. Me daba cuenta de que en él radicaba una gran sensibilidad, tal vez un sentido artístico, un amor por el color o la música que nunca se había expresado y que se debatía tras aquella fachada dura y fría. Salió del hospital al día siguiente, en contra de la recomendación de su cardiólogo, para regresar a su despacho, que le “esperaba”. Me sentí realmente desolado cuando Ron me dijo al cabo de seis meses que el paciente había muerto víctima de un segundo infarto, y que en esta ocasión no había tenido tiempo de llegar al hospital, y sin haber dispuesto de tiempo para abrirse a su propia sensibilidad. También me sentí apesadumbrado por no haber sabido ayudarle. En aquellos días, ni mi colega ni yo sabíamos que existía un método, simple y eficaz a la vez, para aumentar la variabilidad de los latidos del corazón y conseguir que entrasen en coherencia.
Las diferentes etapas de este método han sido desarrolladas y comprobadas por el HeartMath Institute de California, un centro consagrado al estudio y la aplicación de la coherencia cardíaca.1 Como sucede en la tradición del yoga, de la meditación, y de todos los métodos de relajación, la primera etapa del ejercicio consiste en dirigir la atención hacia el interior de sí mismo. La primera vez que se practica es necesario en primer lugar abstraerse del mundo exterior y aceptar apartar toda preocupación durante unos minutos. Aceptar que nuestras preocupaciones pueden esperar un poco, el tiempo necesario para que el corazón y el cerebro recuperen su equilibrio, su intimidad.
La mejor manera de lograrlo es comenzar realizando dos respiraciones lentas y profundas. De entrada estimulan el sistema parasimpático e inclinan ligeramente el equilibrio del lado del “freno” fisiológico. Para lograr un efecto máximo, habrá que permitir que la atención acompañe el aliento al principio de la espiración y realizar una pausa de algunos segundos antes de que se desencadene por sí misma la siguiente inspiración. De hecho, hay que dejarse llevar por la espiración hasta el punto en que se transforma de manera natural en una especie de dulzura y ligereza.[1]
Los ejercicios orientales de meditación sugieren continuar con esta práctica centrada en la respiración todo el tiempo posible, manteniendo el espíritu vacío. Pero para maximizar la coherencia cardíaca es necesario que, al cabo de diez o quince segundos de esta estabilización, se lleve conscientemente la atención a la región del corazón, en el pecho. Para esta segunda etapa, lo más sencillo es imaginar que se respira a través del corazón (o de la región central del pecho, si todavía no se siente directamente el corazón). Se continúa respirando lenta y profundamente (pero con naturalidad, sin forzar), y se visualizan —sintiéndolas— cada inspiración y espiración, atravesando esta zona tan importante del cuerpo. Imagine que la inspiración le proporciona, al pasar, el oxígeno que necesita, y que la espiración le permite deshacerse de los residuos que ya no necesita. Imagine los movimientos lentos y flexibles de inspiración y espiración, que permiten que el corazón se lave en ese baño de aire puro, clarificador y tranquilizante. Aproveche ese regalo que le está ofreciendo. También puede imaginarse el corazón como un niño en un baño de agua tibia, donde flota y disfruta, a su ritmo, sin restricciones ni obligaciones. Como un niño al que usted ama y que juega, sin pedirle nada más que ser él mismo, en su elemento natural, y usted le mira simplemente, observa cómo se las compone a su manera, mientras continúa aportándole aire dulce y tierno.
La tercera etapa consiste en conectarse a la sensación de calor o de expansión que se desarrolla en el pecho, y acompañarla y animarla con el pensamiento y la respiración. Al principio acostumbra a ser tímida, y a manifestarse discretamente. Tras años de maltrato emocional, el corazón a veces se comporta como un animal en estado de hibernación desde hace mucho tiempo, al que los primeros rayos del sol primaveral molestan. Entumecido e inseguro, abre un ojo, después el otro, y no acabará de despertarse hasta que esté seguro de que la clemencia del tiempo no es un accidente temporal. Un método eficaz para animarle es evocar directamente un sentimiento de reconocimiento o de gratitud y permitir que invada el pecho. El corazón se muestra en especial sensible a la gratitud, a todo sentimiento de amor, sea hacia un ser, una cosa, o incluso a la idea de un universo benevolente. Para muchas personas, basta con evocar el rostro de un niño al que se ama y que les ama, o incluso el de un animal familiar. Para otras, lo mejor es una escena de paz en la naturaleza, que provoca gratitud interna. Y para otras, la sensación aparecerá con un recuerdo de felicidad en la acción, como un descenso de esquí, un buen golpe de golf, un vuelo en parapente... Durante este ejercicio, a veces se constata que una sonrisa acude dulcemente a los labios, como si naciese en el pecho y desembocase en el rostro. Es una señal muy simple de que se ha establecido la coherencia.
En un estudio publicado en el American Journal of Cardiology, unos investigadores del HeartMath Institute demostraron que el simple hecho de evocar una emoción positiva relacionada con un recuerdo o incluso una escena imaginaria, induce rápidamente una transición de la frecuencia cardíaca hacia una fase de coherencia.2 Esta coherencia del ritmo de los latidos del corazón repercute con gran rapidez en el cerebro emocional, al que notifica, aportándole estabilidad, que en la fisiología todo está en orden. El cerebro emocional responde a este mensaje reforzando la coherencia del corazón. Este vaivén produce un círculo virtuoso que permite, con un poco de práctica, mantener este estado de coherencia máxima durante treinta minutos o más. Esta coherencia entre el corazón y el cerebro emocional estabiliza el sistema nervioso autónomo, el equilibrio simpático-parasimpático. Una vez alcanzado este estado de equilibrio, nos hallamos en situación óptima para hacer frente a todas las eventualidades. Podemos acceder simultáneamente a la sabiduría del cerebro emocional —su “intuición”— y a las funciones de reflexión, de razonamiento abstracto, y de planificación del cerebro cognitivo.
Cuanto más se practica esta técnica, más fácil resulta entrar en coherencia. Una vez que se está familiarizado con este estado interior se puede uno comunicar, por así decirlo, con su propio corazón. Al igual que Céleste, que hablaba con el hada que habitaba en su corazón, se le pueden hacer preguntas como: «¿Le amo de verdad, desde el fondo de mi corazón?». Una vez entrados en coherencia, basta simplemente con hacerse la pregunta y observar con atención la reacción del corazón. Si éste provoca una oleada suplementaria de calidez interior, de bienestar, significará que al menos desea mantener el contacto. Si, por el contrario, parece retirarse un poco, si disminuye la coherencia, es que prefiere apartarse y consagrar su energía a otra cosa. Pero eso no indica necesariamente que sea la solución: después de todo, son muchas las parejas que atraviesan períodos en los que el corazón de cada uno querría estar en otro lugar, al menos de manera temporal, antes de reconciliarse y de hallar una felicidad duradera en la relación. No obstante, es importante ser consciente de las preferencias del corazón en cada momento de la vida, porque influye enormemente en el presente. Imagino que en este verdadero diálogo interior el corazón es como un puente tendido hacia nuestro “yo visceral”, un intérprete para el cerebro emocional, abierto de repente a una comunicación casi directa. Ahora bien, resulta esencial saber si el cerebro emocional empuja en otra dirección distinta de la que se ha elegido racionalmente. Si ese fuera el caso, habría que esforzarse en darle seguridad mediante otros planes para que eso no provoque un conflicto con el cerebro cognitivo, el sabotaje de nuestras capacidades de reflexión y, a fin de cuentas, el caos fisiológico y su última consecuencia, la pérdida crónica de energía.
El programa informático que mide la frecuencia del corazón permite visualizar al segundo la influencia de nuestros pensamientos sobre la coherencia y el caos. Cuando se concentra la atención sobre el corazón y el bienestar interior, se ve que se opera un cambio de fase y que la coherencia aumenta de intensidad bajo la forma de ondas regulares y suaves. Por el contrario, cuando uno se permite distraerse en pensamientos negativos, preocupaciones —la tendencia normal del cerebro librado a sí mismo—, en pocos segundos se percibe la disminución de la coherencia, siendo sustituida por el caos. Si uno se abandona a la cólera, entonces el caos aumenta de manera explosiva e inmediata, y la línea sobre la pantalla dibuja un horizonte montañoso, casi amenazante. Este programa informático de retroalimentación permite visualizar de manera instantánea el nivel de coherencia y así acelerar el aprendizaje. No obstante, siempre han existido formas de alcanzar la coherencia sin ordenadores. A menudo he constatado, por ejemplo, que mis pacientes o mis conocidos que practican yoga entran fácilmente en coherencia cuando les he sometido a alguna prueba con el programa informático. Es como si su fisiología estuviese ya modificada en parte gracias a sus ejercicios regulares.
Figura 4: El corazón facilita el funcionamiento del cerebro. Según diversos estudios preliminares, la coherencia del ritmo cardíaco afecta directamente al funcionamiento del cerebro. Parece que las fases de caos interfieren con la sincronización de las funciones cerebrales, mientras que la coherencia facilita el acomodo de las operaciones del cerebro. Todo ello se traduce en respuestas más rápidas y precisas, y en un funcionamiento superior en condiciones de estrés (gráfico inspirado en una presentación de Rollin McCraty, director de Investigación del HeartMath Institute, LLC).
En otro registro, cuando realizaba una demostración de este método a un amigo con una vida espiritual muy intensa, apenas lograba superar el 35% de coherencia óptima. Me preguntó si, en lugar de seguir mis instrucciones, podía simplemente rezar como lo hacía de costumbre. Sabía que cuando rezaba de esa manera sentía una sensación de calidez y bienestar en el pecho que le parecía correspondía a lo que yo le describía. En pocos instantes, su coherencia ascendió al 80%. Contra toda evidencia, mi amigo había hallado por sus propios medios la manera de equilibrar su fisiología, sumergiéndose en el sentimiento de estar vinculado a un universo todopoderoso y benevolente. En cambio, para otras personas, la oración no induce coherencia alguna. A veces incluso sucede lo contrario. Ahí es donde el programa informático de retroalimentación puede resultar útil: permite calibrar la manera personal más eficaz de alcanzar la coherencia de la fisiología, sobre todo al principio.
Los beneficios de la coherencia
Existen pocos medios más eficaces para convencerse de que se puede aprender fácilmente a controlar la propia fisiología que ver sobre una pantalla de ordenador el propio corazón entrando en coherencia. Y uno se convence todavía más cuando se constata que los pacientes se desembarazan de sus palpitaciones o de sus ataques de pánico, o que se tornan capaces de dominar su ansiedad cuando deben cambiar de colegio o hablar en público. Por mi parte, lo que me ha convencido del todo son los estudios experimentales sobre la utilidad clínica de este enfoque, tanto para la psiquiatría como para la cardiología.
Por ejemplo, en la Universidad de Stanford (California), el doctor Luskin ha recibido fondos del National Institute of Health para formar acerca de la coherencia a un grupo de pacientes que sufren de insuficiencia cardíaca severa. Como suele ocurrir en estos casos, sus síntomas físicos —sofocos, fatiga, edema— iban acompañados de ansiedad y depresión. Al cabo de seis semanas de tratamiento, el grupo había aprendido a controlar su coherencia, conseguido disminuir de manera considerable su nivel de estrés (un 22%), y de depresión (un 34%). Su estado físico —su capacidad de caminar sin sofocarse— también había mejorado palpablemente (un 14%). Por el contrario, todos los indicadores del grupo que no había recibido más que los tratamientos habituales para la insuficiencia cardíaca, eran peores que los niveles de partida.3
En Londres siguieron una formación sobre coherencia del ritmo cardíaco cerca de seis mil ejecutivos de grandes empresas, como Shell, British Petroleum, Hewlett Packard, Unilever y la HongKong & Shanghai Bank Corporation. En Estados Unidos son varios miles los que han asistido a cursos de formación en el HeartMath Institute, como los empleados de Motorola y del Gobierno del Estado de California. El seguimiento posterior de los participantes demuestra que esta formación contrarresta el estrés en los tres niveles en los que se experimente su influencia: en los planos físico, emocional y social.
En el plano físico, un mes después del curso, la tensión arterial había descendido tanto como si hubiesen perdido 10 kg, y dos veces más que con un régimen sin sal.4 Otro estudio también sugiere una clara mejora del equilibrio hormonal: al cabo de un mes de práctica de este método a un ritmo de treinta minutos al día, cinco días a la semana, la tasa de DHEA —la hormona de la “juventud”—5 aumentó su nivel medio en un 100%. Al mismo tiempo, entre los mismos sujetos, la tasa circulatoria de cortisol —la hormona del estrés por excelencia, asociada a las subidas de la tensión arterial, al envejecimiento de la piel y el acné, así como a la pérdida de memoria y concentración—6 había descendido un 23%.7 Las mujeres a las que se les realizó seguimiento con motivo de este estudio también mostraron una notable mejora de sus síntomas premenstruales, con menos irritabilidad, menos depresión y menos fatiga. Tales cambios hormonales reflejan una regularización en profundidad de la fisiología del cuerpo, pues se ha realizado sin ninguna aportación externa en forma de medicamentos ni de hormonas sintéticas.
El sistema inmunitario también sale beneficiado de la práctica de la coherencia cardíaca. Las inmunoglobulinas A (IgA) son la primera línea de defensa del organismo contra los agentes infecciosos (virus, bacterias y hongos). Las IgA se renuevan constantemente en la superficie de mucosas como las de la nariz, garganta, bronquios, intestino y vagina, donde las infecciones suponen una amenaza constante. En un experimento se pidió a voluntarios que recordasen una escena vivida que les hubiese encolerizado. La simple evocación del recuerdo indujo un período de varios minutos de caos en su ritmo cardíaco. Tras este período de caos, la secreción de IgA cayó durante seis horas por término medio, reduciendo así su resistencia frente a los agentes infecciosos. En el mismo estudio, un recuerdo positivo inducía varios minutos de coherencia, acompañados de un aumento de la producción de IgA durante las seis horas posteriores.8
En otro estudio, publicado hace más de diez años en el New England Journal of Medicine, unos investigadores de Pittsburgh demostraron que el nivel de estrés al que cada persona está sometida predice directamente la posibilidad de atrapar un resfriado.9 Este fenómeno podría muy bien deberse al efecto de las emociones negativas sobre el sistema corazón-cerebro y la secreción de IgA. Cada vez que tenemos un altercado desagradable en la oficina, o con nuestra pareja, o incluso en la calle, ¡nuestra primera línea de defensa contra las agresiones externas baja la guardia durante seis horas! Salvo, así parece, si sabemos conservar nuestra coherencia.
Los estudios realizados en empresas demuestran que el efecto de la coherencia sobre la fisiología se refleja directamente en la disminución de los síntomas habituales del estrés: el número de ejecutivos que dice tener palpitaciones “a menudo o casi siempre” pasa del 47 (!) al 30% en seis semanas, y al 25% en tres meses. En cuanto a los síntomas de tensión en el cuerpo, las cifras pasan del 41 al 15%, y después al 6%. Respecto al insomnio, del 34 al 6%; y para la sensación de agotamiento, del 50 al 12%; en cuanto a dolores diversos —incluido el dolor de espalda—, del 30 al 6%. Según varios de los participantes de estos estudios en empresas, la fatiga mental se había convertido en un aspecto “normal” de su trabajo, un poco como se consideraba la fatiga física en minas y fábricas en tiempos de la revolución industrial. Como aprendieron a controlar sus respuestas fisiológicas frente a las constantes demandas de su trabajo, estos ejecutivos formados en la coherencia afirman ahora saber cómo hacer cesar su pérdida constante de energía.
En el plano psicológico, las estadísticas también resultan impresionantes: la proporción de los empleados que se consideran “ansiosos” la mayor parte del tiempo en estas grandes empresas pasa del 33 (¡uno de cada tres!) al 5%; los que se consideran “descontentos”, del 30 al 9%; los “coléricos”, del 20 al 8%. Los participantes describen una nueva capacidad de modular sus emociones. Según ellos, la práctica de la coherencia les ha permitido admitir que los episodios de cólera y negatividad no les aportaban nada y que ahora las jornadas en la oficina resultan mucho más agradables.
Charles, cuya historia hemos visto en el capítulo anterior, se reconocía en estas cifras. Y no obstante, la transición se llevó a cabo de manera muy progresiva. Cuando piensa en la manera en que se lo tomaba todo “a pecho” antes de formarse en la coherencia, no puede comprender cómo pudo aguantar tanto. Recuerda el estado en el que le dejaban los comentarios de su jefe, durante horas. Se acuerda de cómo era incapaz de deshacerse de esa sensación ni siquiera en su propia casa, de cómo daba vueltas en la cama durante la noche sin poder conciliar el sueño, a veces durante semanas. Ahora está tranquilo. Es capaz de dejar “pasar” los comentarios. Después de todo, el presidente le hablaba así a todo el mundo... Era su manera de ser.
Era su problema, no el de Charles. Había aprendido a calmar su fisiología, a impedir que se acelerase. Su médico se había sorprendido ante el descenso de su tensión arterial, y le había preguntado si había iniciado un régimen...
Por lo que respecta al funcionamiento de la empresa y de las relaciones sociales, los grupos que han aprendido a regular sus respuestas interiores trabajan de manera más armoniosa. En las empresas estudiadas en Gran Bretaña, seis semanas y seis meses después de un curso de formación en coherencia, los ejecutivos dijeron tener la mente más clara, saber escucharse mejor y organizar reuniones más productivas. En un gran hospital de la región de Chicago, en el que las enfermeras habían seguido un curso de formación, su nivel de satisfacción en el trabajo aumentó claramente. Al mismo tiempo, los pacientes de los que se encargaban se declararon más satisfechos de los cuidados. Las tasas de despido de las enfermeras al cabo de un año tras el curso había caído del 20 al 5%.10
Finalmente, un estudio realizado entre alumnos de institutos estadounidenses que debían repetir curso tras haber suspendido los exámenes de reválida, mostró hasta qué punto una regulación eficaz del estado interior puede transformar el rendimiento en condiciones de estrés. Tras una formación en coherencia de dos horas semanales durante ocho semanas, el 64% aprobó el examen de matemáticas, frente al 42% de los que no se beneficiaron de tal curso. Evidentemente, la coherencia no modifica los conocimientos matemáticos, pero permite que el saber existente esté accesible en el momento del examen."
Vivir la coherencia
Françoise Dolto sabía hablar mejor que nadie a los niños que sufren. Ante un niño perdido, incapaz de decir lo que le dolía e incapaz de hallar consuelo, Françoise le hacía una pregunta mágica para ayudarle a reorientarse: «¿Qué es lo que siente tu corazón?». Con esas pocas palabras sabía que estaba abriendo directamente la puerta de las emociones, atravesando la confusión de las construcciones mentales, de las ideas sobre sí mismo, de los “debería” y de los “no debería”. Ayudaba a quien sufría a entrar en contacto con sus motores internos, con sus deseos profundos, con esas cosas que, a fin de cuentas, siempre acaban por determinar el bienestar o el malestar.
Lo mismo vale para los adultos. Sobre todo para los más racionales de entre ellos, que sólo tienden a percibir y a reaccionar mediante su cerebro cognitivo. El día en que dirigen su mirada interior hacia las reacciones de su corazón se les abre un mundo inédito de sensaciones y emociones. Con frecuencia, una vez establecida la coherencia, se dan cuenta de que disponen de un yo intuitivo interior que les ha guiado hasta entonces, y extraen una sensación de compasión, casi de ternura por su ser interior. Como sugieren las tradiciones espirituales orientales, es precisamente de esta compasión por el ser interior de la que nace la compasión por el mundo externo: la sabiduría está en uno mismo, y el tomar conciencia de ello permite abrirse a los demás.
Yo mismo suelo echar mano de esta intuición del corazón. Por ejemplo, recuerdo el difícil caso de una joven paciente negra que sufría en todo su cuerpo, pero a la que todos los análisis que se le practicaban daban resultados negativos. Los médicos se negaron a realizar pruebas suplementarias. Ella deseaba que se le administrase morfina, a lo que se negaba el equipo encargado de su cuidado en ausencia de un diagnóstico claro. Como suele ocurrir en estos casos de tensión, mis colegas acabaron por llamar al psiquiatra. La joven se enfureció ante la posibilidad de que pudiera sugerirse que sus problemas estaban “en la cabeza”. No aceptó verme más que en presencia de su madre, que se mostró todavía más resuelta que ella a que la sometiesen a más pruebas. Desde su punto de vista, el rechazo a efectuar análisis suplementarios era señal evidente de racismo. Si el hospital se negaba a ello era únicamente porque no era blanca ni rica.
Yo había tenido un día muy largo y difícil, y como ambas mujeres me recibieron con una andanada de injurias, sin ni siquiera darme la oportunidad de presentarme, sentí una oleada de irritación, cercana a la cólera. Me despedí fríamente de ellas. Una vez en el pasillo me di cuenta de que se me había subido la sangre a la cabeza y de que tenía incluso ganas de vengarme. Como si fuese un profesor que ha sido vapuleado por un alumno, primero pensé en todos los problemas que podría ocasionar para hacerlas pagar sus malos modos. Al notar mi estado interior empecé por inspirar hondo dos veces, y me dejé entrar en coherencia concentrando la atención sobre el corazón, para después pensar en una tarde de verano en Normandía, cuando fui a pescar bígaros con mi hijo, casi a la puesta de sol. Una vez recuperada la calma y con el espíritu perfectamente despejado, volví a reflexionar sobre la situación.
Había otras ideas nuevas que parecían proceder de otra región de mí mismo: era evidente que aquella mujer debía estar sufriendo mucho para sentir toda aquella rabia contra las personas que hacían todo lo que podían para aliviarla. Debía haberse sentido rechazada e incomprendida en numerosas ocasiones. Y mi actitud no había ayudado a modificar su opinión acerca de los médicos del hospital, casi todos blancos. Después de todo, ¿no era precisamente mi trabajo saber ayudar a gente con personalidades difíciles? Si yo, psiquiatra, no podía comunicarme con ella, ¿quién podría? ¿Y cómo había podido albergar en mi interior ideas de revancha? Así no iba a adelantar nada. De repente, percibí un nuevo ángulo de ataque. Regresaría a la habitación y le diría: «Tiene usted derecho a los mejores cuidados que existen y al mejor tratamiento posible, tanto por mi parte como por la de mis colegas. Siento mucho no haber estado a la altura. Si me lo permite, me gustaría tratar de comprender exactamente qué es lo que ha pasado aquí y en qué nos hemos equivocado...». Una vez iniciada la conversación sobre el tema, acabaría sin duda por enterarme de qué era lo que realmente la hacía sufrir de aquella manera y, tal vez, podría sugerir enfoques más eficaces que los análisis suplementarios, tan desagradables como inútiles. ¿Qué iba a perder con ello?
Regresé a la habitación en este nuevo estado y les presenté mi proposición. Sus rostros, antes cerrados, se iluminaron progresivamente y pudimos entablar una auténtica conversación. Me enteré de que habían sido varios los servicios de urgencias que habían rechazado a la joven, que un médico la había insultado, y, poco a poco, la conversación se fue haciendo más íntima. La chica acabó por pedirle a su madre que saliese de la habitación, y entonces pudimos evocar su pasado de prostituta y su experiencia como toxicómana. Estaba claro que una parte de sus síntomas actuales correspondían a un simple síndrome de abstinencia. Pero no era nada fácil aliviarlo, y le prometí ayudarla a controlar el dolor vinculado a la abstinencia. Nos despedimos en términos excelentes. Por su parte, confiada en que por fin alguien se iba a ocupar de ella, y yo, contento de haber podido realizar mi trabajo de médico. Al salir de su habitación por segunda vez, me estremecí al pensar que había estado a punto de echarla del hospital, a causa de la cólera...
Christine, que también había aprendido a entrar en coherencia interior, vivió casi la misma situación, durante su divorcio, con su hijo Thomas, de 5 años. Ella le había propuesto llevarle al zoológico un domingo por la mañana, pero él no realizaba esfuerzo alguno para encontrar sus zapatos. Acuciada por el tiempo, Christine escuchó en su cabeza la voz de su mejor amiga, que le decía: «Si no controlas al desordenado de tu hijo ahora, con el tiempo no hará más que empeorar. ¡Espera y verás cuando sea adolescente!». Empezó a reprocharle a su hijo su incapacidad crónica para ordenar sus cosas, que siempre hacía que saliesen tarde de casa. La reacción de Thomas fue sentarse en el suelo, cruzar los brazos y adoptar el aire de un niño vencido e incomprendido al borde de una crisis de nervios. Fue demasiado: Christine, que ya estaba nerviosa a causa de la situación familiar, decidió salir sin él, para no caer presa una vez más de las manipulaciones emocionales de su hijo.
Al llegar al coche se dio cuenta de su estado interno. Estaba encolerizada y tensa, e incluso más ahora, cuando comprendió que el resto de la jornada y, de golpe, el resto del fin de semana, iban a quedar arruinados por esa reacción catastrófica. Así que puso en práctica su formación sobre coherencia y, cuando empezó a sentirse calmada interiormente, se le abrió otra perspectiva: ¿y si el retraso y la desorganización de Thomas esa mañana no tenían nada que ver con su problema habitual de desorden, y tal vez se tratase de la expresión de su desconcierto frente al divorcio de sus padres? Durante un instante se imaginó en su lugar, como una niñita de 5 años desorientada, incapaz de hallar las palabras para expresar su miedo y tristeza. También se imaginó cómo habría reaccionado si su madre, en tales circunstancias, no la hubiera comprendido y se hubiese empecinado por algo tan secundario como unos zapatos que no estaban en su sitio... ¿Qué ejemplo estaba dándole a su hijo? ¿Es que quería que aprendiese a regular sus tensiones emocionales dando portazos, como ella acababa prácticamente de hacer...?
De repente, le pareció evidente que debía correr el riesgo de “quedar en ridículo” y regresar a casa para hablar con Thomas.
«Siento mucho haberme dejado llevar por la rabia —dijo—. En el fondo el zoológico no es tan importante. Lo importante es que tú estás un poco triste y que es normal, en la situación en que nos encontramos, tú, papá y yo. Y cuando se está triste a menudo uno no se ocupa de ordenar las cosas. Yo también estoy triste, y eso me pone muy nerviosa. Pero si tú y yo lo sabemos entonces podremos pasar por esto con más facilidad...»
Thomas levantó el rostro hacia ella y se deshizo en lágrimas. Christine le abrazó. Poco después su hijo volvía a sonreír y pasaron una jornada deliciosa juntos, durante la cual Thomas se mostró más organizado y atento que nunca. Una vez que la energía afectiva es liberada por la coherencia, suele ser posible hallar una solución y las palabras que unen en lugar de separar... y que reducen las pérdidas inútiles de energía.
La coherencia provoca una calma interior, pero no es un método de relajación: es un método de acción. La coherencia se practica en todas las situaciones de la vida cotidiana. Se puede entrar en coherencia tanto si el corazón late a 120 como a 55 pulsaciones por minuto. El objetivo esencial es permanecer en coherencia durante la excitación de la carrera o de la lucha, durante el placer de la victoria, pero también frente al dolor y la derrota; e incluso durante el éxtasis del amor. Los manuales de sexualidad orientales insisten en la importancia de abrir la puerta energética del corazón mediante la concentración a fin de regular y maximizar el placer. Sin duda, los maestros tántricos y taoístas habían percibido, mucho antes de la aparición de programas informáticos, el efecto de la coherencia cardíaca en el curso del acto sexual.
Los resultados obtenidos por hombres y mujeres que han descubierto la coherencia y la practican regularmente son casi demasiado bonitos para ser ciertos. El control de la ansiedad y de la depresión, el descenso de la tensión arterial, el aumento de las tasas de DHEA, la estimulación del sistema inmunitario... No se trata únicamente de un retraso del envejecimiento, ¡sino de un auténtico rejuvenecimiento de la fisiología! No obstante, la amplitud de resultados corresponde a la amplitud de los perjuicios físicos y psicológicos ligados al estrés. El estrés puede causar muchos males, pero no me sorprende que su dominio interno pueda hacer tanto bien.
Pero, para aquellos de entre nosotros que hayan sido heridos por la vida y cuyas cicatrices todavía no se hayan cerrado, dirigir la mirada hacia el interior puede resultar doloroso y generar ansiedad. En ese caso, lo que está bloqueado es el propio acceso a nuestra fuente interna de coherencia. Lo más normal es que eso se produzca a resultas de un traumatismo en el que las emociones hayan sido tan potentes que el cerebro emocional y el corazón no funcionen como antes. Ahora ya no son una brújula, sino un banderín agitado en una borrasca. En estas situaciones puede utilizarse otro método para recuperar el equilibrio, un método tan sorprendente como eficaz, y que tiene su origen en el mecanismo de los sueños: la integración neuroemocional mediante movimientos oculares.