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Ana encendió el móvil por la mañana. Empezó a sonar. Había cinco mensajes en él, de la noche anterior. Los abrió rápidamente, y vio que eran de su ex amante. Sin leerlos los borró. Inmediatamente sonó el móvil. Era él. Apagó el móvil. No estaba de humor para hablar con él.
—Venga, María, que vamos a llegar tarde al colegio, desayuna. Si no te vistes me voy a ir sola y te vas a quedar aquí sola.
—No, mamá, voy, de verdad.
—Apaga la tele de una vez, venga, que vamos tarde, hija.
A Gutiérrez le llamó Goikolea muy temprano esa mañana.
—No localizo a Ana. Va a haber un atentado de ETA. Ha sido preparado desde vuestra brigada. Van a matar a Ana. No la localizo. Búscala.
Gutiérrez colgó rápidamente y llamó a Ana. Le daba el móvil apagado. Salió corriendo del cuartel y cogió una moto de tráfico que estaba aparcada en la puerta. Sin casco siquiera, y con el móvil en la mano enfiló a toda velocidad hacia casa de Ana.
Korta junto con un chaval joven que acababa de reclutar para la organización esperaban en la puerta de la casa a que saliera. Aquella mujer había sido la responsable de que muchos compañeros hubieran caído. Era la causante de las torturas en los cuartelillos, de la represión de su pueblo. Le habían facilitado los datos de quien en su día dirigió la lucha contra ETA, de quien les había puesto contra las cuerdas, una fascista que iba a matar.
Ana cogió a María en brazos, y la llevó a su cuarto para vestirla. Iban a llegar tarde al colegio. Aquella mañana Ana se había levantado más tarde, se encontraba bien en la cama, ya no tenía esos miedos que la hacían salir rápidamente de ella, pero eso tenía consecuencias, y la primera es que iban tarde al colegio.
La vistió y cogieron los libros. Bajaron por el ascensor y salieron por el portal discutiendo sobre si era conveniente ver tanto Bob Esponja en la tele. En el buzón aparecía propaganda electoral. Aún faltaba un mes para las elecciones, y no era legal el buzoneo, pero los partidos disfrazaban esa propaganda de otras formas, y el caso es que la propaganda se salía ya del buzón.
Gutiérrez se saltaba todos los semáforos y circulaba a toda velocidad. No acertaba a poner la sirena, y al final lo consiguió. Siguió llamando a Ana, pero ésta tenía el móvil apagado. Enfiló la calle que conducía a la urbanización donde vivía.
Korta y su compañero vieron salir a Ana. Miraron a ambos lados de la calle. Se encontraba desierta a esas horas de la mañana. Ana se paró y miró en el bolso. Estaba encendiendo el móvil. Se pararon para no despertar sospechas. Sonaron varios pitidos de mensaje, mientras Ana los revisaba. Estaba quieta en la calle, mirando su móvil, con María al lado.
Korta se acercó por detrás, ese era el momento, apuntó a la nuca. Ana vio que tenía unos cuantos mensajes, pero le sorprendió que tuviera varios que eran llamadas perdidas de Goikolea y de Gutiérrez. Levantó la cabeza y de repente escuchó un ruido fuerte y sintió que perdía la sensibilidad en todo su cuerpo y que caía al suelo. Desde el suelo vio cómo María la miraba con cara de sorpresa.
—¡Dispárale en la cabeza, hostias!
El compañero de Korta era la primera vez que cometía un atentado, se había quedado quieto con la pistola en la mano después de que Korta le disparara a Ana en la nuca. Se fijó en los ojos con vida de Ana, que buscaban los de su hija, y sin pensárselo disparó dos veces a la cabeza de aquella mujer, que quedó desfigurada por los disparos.
Echaron a correr y se metieron en un coche que les esperaba, huyendo a toda velocidad. Minutos después llegó Gutiérrez, que cogió a María y se la llevó de allí, del cuerpo muerto y sin cara de Ana. Los vecinos llegaron y dejó a la niña con uno de ellos, uno que le sonaba la cara de alguna vez que había estado cenando en casa de Ana, y cogió la moto y emprendió camino a toda velocidad al cuartelillo.
Entró en su despacho, abrió un cajón y cogió una caja que unos días antes le había regalado Ana. Contenía una carta y una condecoración. Cogió también su pistola, la amartilló, asegurándose de que estaba cargada y fue directo al despacho de Mario.
Éste ojeaba una carpeta con el nombre escrito de Operación Mirlo Blanco. Acababa de recibir una llamada en la que le habían informado que dicha operación había finalizado, pero que poco después del atentado, un agente de paisano había aparecido en la escena, marchándose a continuación.
Cuándo Gutiérrez apareció en su despacho, supo inmediatamente quién había sido el agente mencionado, y se preparó para apaciguarle.
—Eres un hijo de puta.
Apuntó directamente con la pistola a la cabeza de Mario, que le miraba tranquilo mientras cerraba la carpeta.