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Vivía muy cerca del café donde habían quedado. Cuando se metieron en el ascensor la besó intensamente en la boca, mientras la acariciaba por todo el cuerpo. Al abrirse la puerta del ascensor había una señora esperando, y Ana bajó la mirada. La mujer les miró cuando salían, y sintió un poco de vergüenza, ya que se pensó que se trataba de una conquista más de su vecino, y que la señora lo sabía.
Al entrar en la casa, metió una mano por debajo de la falda y besándola comenzó a acariciar su sexo, sintiéndose muy excitada. Separó el pequeño tanguita y metió un dedo dentro de su sexo, que estaba muy húmedo por la excitación. Le sonrió y con el dedo ahí metido, haciendo un poco de presión, la condujo por la casa hasta su cuarto, que tenía las persianas bajadas.
Encendió una luz suave, cálida y la tumbó sobre la cama. Ana se dejó hacer. A pesar de que no entraba en sus planes de hacía escasamente un par de horas el acostarse con aquel hombre, se sentía cómoda, excitada, y con ganas de dejarse llevar.
La desnudó despacio, dejando la ropa a un lado de la cama, sin doblarla, pero sin arrugarla. Se notaba la experiencia, no faltaba detalle. Soltó hábilmente su sujetador y sus pechos quedaron al aire. Tumbada como estaba de espaldas, empezó a bajar sus labios por su cuello, hacia sus pechos. Sus pezones estaban grandes, excitados. Los chupó suavemente, y de repente a uno de ellos, lo mordió un poco, pasando la lengua por la punta. El placer y la excitación que Ana sentía la hacían descontrolar. Necesitaba que la penetrara, necesitaba hacer el amor.
Se entretuvo un poco más en sus pechos, amasándolos. Luego cogió un pezón con dos dedos, rascando con una uña la punta rugosa. El placer que sentía era indescriptible, pero se estaba convirtiendo en una tortura, ya que necesitaba más. Comenzó a ordeñar un poco los pezones, estirando de ellos, desde su base, y de ellos brotó un poco de calostro.
Sonrió mientras la miraba, ya que esa reacción de su pecho no se la esperaba.
—A veces, si has sido madre, cuando se excita mucho un pecho, sale un poco de leche.
Lubricó el pezón con el fluido que salía y lo acarició con la yema del dedo, mientras besaba su piel, bajando por entre sus pechos, con la lengua, rodeando su ombligo, bajando al tanguita que aún cubría su sexo.
Al llegar a él comenzó a morder suavemente la zona del clítoris por encima de la tela. La caricia era tan intensa que Ana se sintió completamente empapada, y totalmente en manos de aquel hombre, totalmente entregada.
Le quitó el tanguita y se levantó, cogiendo de la mesita de noche un frasco con aceite de esencias. Echó un chorrito sobre los pechos de Ana y comenzó a masajearlos, amasándolos, con las manos untadas de aceite. Luego bajó a su sexo. Ana lo recibió separando las piernas. Sin dejar de sonreír dejó caer un chorro de aceite sobre su sexo y empezó a acariciarlo, primero con la palma de la mano, luego con un dedo siguiendo la fina línea que unía su clítoris con su ano, metiéndolo un poco, apretando.
Ana separó un poco más las piernas y la empezó a acariciar con la palma de la mano, amasándolo, apretando, cogiéndolo. Se sentía muy excitada cuando de repente él le dio una palmada y acto seguido la acarició intensamente.
Ana no se lo esperaba, dio un respingo y la caricia posterior aumentó aún más la excitación que sentía. Otra palmada, más fuerte que la anterior, aumentó aún más su excitación con la caricia posterior. La última palmada que le dio le dolió, pero el dolor se compensó con creces con la caricia que la seguía, intensa, con el pulgar directamente sobre su clítoris lubricado y dos dedos dentro de su vagina, dilatándola.
La puso boca abajo y vertió un chorro generoso de aceite por tu columna, bajando, por su culo, dejando que fluyera abundantemente entre sus piernas. Lo sentía recorrer su sexo. Y comenzó la caricia por la espalda, bajando a su culo, a sus glúteos. Una mano se coló entre sus muslos, buscando su sexo. Ana fue a separar sus piernas, pero él se lo impidió, las quería cerradas.
La mano acariciaba intensamente su sexo, entrando un dedo en su vagina. De repente sintió que el pulgar violaba su esfínter. Nunca había practicado sexo por ahí, pero entró tan suave que le gustó. Él juntó por dentro el dedo que estaba en su vagina con el que estaba en su ano, lo cual le sobre excitó sobremanera.
De repente se puso encima de ella, y sintió como su pene se deslizaba entre sus muslos, acariciándola en un movimiento de entrar y salir, acariciando todo su sexo en esa postura, pero sin entrar en ella. Deslizó una mano por debajo y empezó a acariciar su clítoris muy intensamente, tanto que ella intentó levantar la cadera, y al hacer ese movimiento su pene la penetró, profundamente.
Al sentirlo dentro, tan excitada que estaba. Tuvo un intenso orgasmo. Él esperó a que acabara de disfrutar muy dentro de ella, pero sin moverse, y cuando acabaron los espasmos empezó a moverse, despacio, sin apenas salir, solo apretando, a la vez que le acariciaba con la mano intensamente, apretando, el clítoris, sin dejarla mover. El placer que sentía era muy intenso, pero se sentía angustiada, no podía correrse.
Él lo notó y la alivió, dejando que se fuera levantando, manteniéndose dentro, pero poniéndola a cuatro patas. Le agarró por los glúteos, poniendo los dedos muy cerca de su sexo y empezó a meter y sacar el glande de su vagina, a un ritmo cada vez más rápido, susurrándola que hiciera fuerzas, que apretara.
Ana respondió, haciendo fuerzas, sintiendo la intensa caricia en sus labios internos, pero sin llegar a penetrarla del todo, sintiendo cómo le subía otro orgasmo. Cuando creía que iba a correrse, él empujó hasta el fondo de su vagina, venciendo la presión que hacía al apretar, provocándole un intenso orgasmo, sin moverse muy dentro de ella.
Volvió a salir otra vez a los labios internos, a jugar tan solo con su glande y repitió el juego, provocándole varios orgasmos seguidos. De repente, sintió como un dedo muy mojado de aceite penetraba su ano y acariciaba el pene que tenía en su vagina por dentro. El placer que sentía era muy intenso, tanto que no la dejaba pensar ni reaccionar. En circunstancias normales no hubiera dejado que jugara por ahí, ya que nadie jamás lo había hecho y ella no se sentía cómoda por ahí, pero esta vez él hábilmente la lubricó y dilató.
Sacó el pene de su vagina y lo apoyó en su esfínter, separándolo un poco con los pulgares, aunque se escurría por el aceite que lo lubricaba, empujó y entró hasta el fondo. Inicialmente sintió un poco del dolor cuando violó su ano, pero rápidamente ese dolor se convirtió en un placer muy intenso, ya que esa penetración tan profunda le provocó un extraño orgasmo, al sentirse acariciada muy profundamente en su vagina, pero desde fuera, de una forma que nunca había sentido.
Él se movió dentro de ella, rápidamente pero sin sacarla apenas, evitando hacerle daño, y de repente sintió un calor de su semen dentro de ella. Tan sensible estaba que sintió cada gota, cada eyaculación que inundó su ano.
Se tumbó boca abajo, derrotada. De repente volvió a la realidad y sintió que le dolía todo, su vagina, su ano, sus piernas. Le dolía del cansancio y de la intensidad de aquellos momentos. Se dio la vuelta y le vio como la sonreía. La besó en la boca y se levantó.
—Voy a lavarme.
Cuando se quedó sola fue consciente de lo que había pasado. Jamás nadie le había hecho el amor así. Si se le podía llamar hacer el amor a esa intensa sesión de sexo que había tenido. Miró el reloj en su muñeca, eran las 6 de la tarde. En tan solo 2 horas la habían seducido y le habían proporcionado la sesión de sexo más intensa que jamás había tenido.
Se levantó y se acercó al baño. Se estaba duchando, y la invitó a entrar. Se metió con él y la empezó a enjabonar, sonriéndole. Le acarició los pechos, aún sensibles, con las manos untadas en jabón, con el agua recorriendo su cuerpo. Se sintió excitada de nuevo, y la excitación aumentó cuando él le empezó a acariciar el sexo con la palma de la mano, pero ya no podía con más sexo, por lo que le dijo que se le hacía tarde y salió de la ducha, secándose rápidamente y yendo al cuarto a vestirse.
Aún se estaba secando él cuando entró, le dio un beso en la boca, y con un simple “gracias” se despidió, y salió rápidamente de aquella casa, sin poder pensar realmente en lo que había pasado, aún excitada, tanto que cada paso que daba por la calle camino del metro para ir a su casa sentía el roce de sus pezones con la ropa interior, y como su tanguita le rozaba el sexo.
Llegó a casa y no habían llegado aún. Se preparó un baño de sales y se metió en la bañera. Entonces fue consciente de lo que había pasado, de lo excitada que estaba aún, y con el teléfono de la ducha, dirigiendo el chorro directamente a su sexo, se masturbó, quedándose después por fin relajada.