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A las 3 y media se despertó y se arrastró a
la ducha. El calor del agua la despejó y la hizo sentir bien. Mejor
aún le sentó ponerse ropa limpia y salió hacia Canillejas,
conduciendo su propio coche.
Tuvo suerte y aparcó enfrente de la
comisaría, y se topó con su compañero en la calle. Al entrar en
comisaría, en el mostrador estaba el testigo, preguntando por
Gutiérrez. Llegaron justo a tiempo de que Gutiérrez se presentara
al agente de guardia, que avisó a su superior.
El comisario era un hombre muy suspicaz que
les condujo a una sala de interrogatorios con el testigo. Ana y
Gutiérrez se miraron perplejos. No querían que nadie grabara la
entrevista al testigo, ni que la escucharan desde fuera. Ana se
dirigió al comisario.
—Se trata de un testigo en un crimen, que
colabora de buena fe y no está para nada implicado. En esta sala se
va a sentir incómodo. Si no le importa, preferimos charlar con él
en un lugar más tranquilo, nos encantaría que nos pudiera dejar
durante un breve período de tiempo un despacho de esta
comisaría.
El comisario, malencarado, les condujo hasta
su propio despacho y se despidió diciendo al policía que les
acompañaba que se iba a tomar un café a un bar cercano y sin apenas
despedirse se fue malhumorado.
Ana colocó la butaca del comisario al lado
de las dos sillas al otro lado de la mesa para poderse sentar los
tres juntos. Dejó que empezara Gutiérrez mientras encendía la
grabadora.
—Bueno, queremos que nos repitas lo que me
contaste sobre lo que viste el viernes por la tarde, para que Ana,
que es la que lleva el caso, pueda escucharte y analizar lo que ha
ocurrido.
—Vale. Yo iba por la calle, y de repente me
fije en el cielo, un avión que brillaba en el cielo del atardecer,
y levanté la vista. Tenía la boca del metro de frente y de repente
escuché un ruido fuerte, como una pequeña explosión, como un
disparo y vi como alguien encima desde arriba se daba la vuelta y
se iba. Al llegar a la boca de metro estaba el muerto tumbado en
las escaleras, con un charco de sangre que manchaba el suelo. Me
llamó la atención la mancha, era muy oscura, y un papelito de un
chicle o algo así flotaba en la sangre y se movía. Vamos a ver, yo
no vi el asesinato, pero el que se dio la vuelta estoy seguro que
era el asesino. Era un hombre alto, de pelo oscuro, complexión
normal. Vestía de oscuro, no de negro, pero sí oscuro. Se alejó
tranquilo del lugar, no corría ni nada. Pero estoy seguro que era
él.
—Céntrese por favor en el supuesto asesino.
Intente recordar lo máximo que pueda de él. ¿Cómo andaba, algún
gesto especial, le vio la cara?
—No, me pareció una persona normal, no
observé nada raro. Es más, no creo que pudiera reconocerle, me
pareció demasiado normal, demasiado natural. No había nada de él
que llamara la atención. Después de ver el cadáver me quedé
paralizado. Cuando reaccioné y volví a mirar a la plaza, me resultó
imposible distinguir al asesino. No sé por donde se marchó, solo
que se dio la vuelta y desapareció.
—No pudo ver hacia donde fue.
—No, sólo que fue hacia atrás de la boca de
metro.
—Repasemos la descripción. ¿Que edad
aparentaba el asesino?
—No sabría decirle, lo vi vagamente.
—Moreno, ¿pelo largo? ¿corto?
¿peinado?
—Ufff... no sé, moreno, pelo normal, no sé,
no me fije.
—¿Ojos?
—No puedo ayudarle, lo siento, pero no
recuerdo más de lo que le cuento.
—¿Ningún detalle de la boca, nariz?
El testigo se estaba poniendo nervioso. Ana
vio que Gutiérrez lo estaba acosando y decidió cortar. No le iba a
aportar nada más y no era cuestión de quemarlo. Quizá en el futuro
pudiera ser útil.
—Muchas gracias por su colaboración. Sé que
fue un momento duro, y sé que en esos momentos son las imágenes
impactantes las que graban con más fuerza en la mente. Vamos a
dejar pasar unos días, que las imágenes más duras se vayan
borrando, y a ver si aparecen nuevos datos. ¿Le apetece un
café?
—Mire, me vendrá bien, gracias.
Salieron de la comisaría y fueron a un bar
que estaba enfrente de la misma. Allí apuraba un café el comisario
que los vio entrar pero que hizo como que no los viera y se dio la
vuelta saliendo a la calle.
Estuvieron charlando un rato. El testigo,
que se llamaba Ismael, preguntó por el crimen, pero Ana enseguida
desvió el tema de conversación. Ismael vestía con pantalón de
piquillo, ajustado, y una cazadora de cuero, con una camiseta
debajo, a pesar de estar en invierno. Por la edad parecía un viejo
rockero y sacó el tema de la música, mencionando a Barrikada,
Rosendo, Los Suaves... y con éstos últimos el tema se animó. El
encontrar un punto en común siempre da cierta empatía, y se pierde
el miedo. De repente Ismael recordó algo.
—Llevaba una mariconera, un bolso cruzado.
Lo llevaba a la altura de la cadera, lo cerraba cuando le vi, pero
sin mirarlo, mientras se daba la vuelta.
Ya sabían donde llevaba el arma. Ismael no
recordaba ya nada más, pero prometió que si recordaba, les
llamaría. Se quedó con una tarjeta de Gutiérrez y se alejó mientras
ella y su compañero se metían en el coche.
—Llévame a casa, anda, que estoy muy
cansada.