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Ana recibió un mensaje “mi putita, te espero a las 4”. No le gustó el tono del mensaje, pero miró su agenda y Andrés le había dicho que recogería a María, por lo que hasta las 8 de la tarde no tenía nada que hacer. Aunque después de la última reunión que tuvieron, que fue corta, salió algo defraudada por su actitud. Sin embargo contestó que acudiría a la cita.
A las 4 se presentó en la casa, y le recibió con un beso intenso en la boca, a la vez que la iba desnudando, primero la blusa, para chuparle fuertemente los pezones. Se los estiró tanto, se los acarició tan intensamente, le excitó tanto que de ellos salió un poco de calostro.
Le quitó la falta y la tumbó sobre la cama, con las medias y los zapatos negros de tacón puestos. Era un poco fetichista, le gustaban esas cosas, y en eso Ana procuraba satisfacerle. Le empezó a morder el sexo por encima del fino tanga que llevaba, cosa que excitó muchísimo a Ana, sorprendiéndose a sí misma gritando de placer.
Le quitó el tanga y le empezó a chupar el clítoris. Lo absorbía y le daba pequeños mordiscos con los incisivos, y eso le provocó un rápido orgasmo, en el que sintió que por sus muslos corría el jugo que escapaba de su placer.
Se tumbó sobre la cama e indicó a Ana que quería una felación. Ana empezó a chupar ese pene que se le ofrecía. Nunca lo había hecho antes, no era un pene grande, más bien normalito. Aunque otras veces se había corrido en su boca, siempre lo había hecho masturbándose él. No estaba completamente duro. Lo agarró con la mano y comenzó a pasarle la lengua por la punta, por los pequeños labios por los que eyaculaba. Se lo metió en la boca, muy profundamente, con la boca muy humedecida en saliva, y lo sacó haciendo ventosa, sintiendo que se endurecía mucho en su boca, lo cual le gustaba.
Sintió un sabor intenso de unas gotas de líquido seminal, e inmediatamente se subió encima, introduciéndose aquel pene en su vagina, que estaba muy lubricada. Empezó a cabalgar sobre él, sintiendo como se ponía a mil cuando su clítoris rozaba el cuerpo de él, y además él le ayudaba poniendo un dedo entre ambos cuerpos.
—No te corras dentro, ya sabes
Él la agarró de los brazos y la atrajo hacia sí, y puso sus manos a ambos lados de sus glúteos separándoselos y provocando que su pene, al estar su sexo tan abierto, penetrara muy profundamente.
De repente sacó casi el pene de su sexo y le empezó a acariciar únicamente con el glande en sus labios internos. Sentía cómo subía su orgasmo y empezó a hacer fuerzas con su vagina, cerrándola, para sentir mejor la caricia, cuando de repente notó como él la penetraba profundamente, lo que le provocó un intenso orgasmo. Cuando cesaron sus espasmos, volvió a hacer la misma jugada, de acariciarla en sus labios internos con el glande, y cuando volvió a penetrarla, tuvo otro orgasmo, seguido del anterior.
Repitió el juego varias veces, pero en uno se empezó a mover rápidamente dentro y fuera de ella, alargando su orgasmo, cuando de repente sintió cómo se corría dentro de ella, cortándosele la excitación de golpe.
—Mierda, ¿te has corrido? Joder, sabes que no puedes hacerlo. Joder, tío, ya te vale.
—Anda, nena, no me digas que no te ha gustado.
—Joder.
Ana fue a la ducha y se lavó. Se lavó intensamente el sexo, sacando todo el semen que pudo de él. Él ni siquiera se levantó de la cama, quedándose en ella sonriendo.
—Venga, que ahora te tomas la pastillita y no ha pasado nada. Piensa en el universo de placer que se nos abre así.
Salió de la casa enfadada, sin despedirse. Cerca había una farmacia, y entró a comprar la famosa pastilla. Argumentó que se le había roto un preservativo. Se sintió como una adolescente, a su edad. Se dio cuenta de que estaba jugando con fuego, y que se estaba quemando, que aquellos orgasmos enganchaban, que aquel tío sabía cómo hacerla gozar, pero que la trataba sin ningún tipo de respeto, que la trataba como una mierda.
Al llegar a casa se tomó la pastilla, y los efectos secundarios que sufrió aquella noche y al día siguiente no compensaban los orgasmos que había disfrutado. El dolor y la molestia que sintió la pusieron de mal humor, y aunque intentó disimularlo, no pudo evitar levantar la voz a María por la mañana en el desayuno.
Cuando se quedó sola fue consciente de que otros estaban pagando sus errores, y le volvió a entrar el bajón que arrastraba ya desde semana santa, cuando el último asesinato.