Haragei
Anteriormente he mencionado a nuestros, dos, monjes domésticos y las funciones “divinas” que ejercían en nuestra casa.
Una mañana de noviembre los vi ejercitarse, en el jardín, en sus rituales. Por lo general eran individuos poco dados hablar de sus vivencias y mucho menos a exteriorizar sus opiniones sobre los ritos que efectuaban pero, ese día, se explayaron conmigo como jamás lo habían hecho antes.
- ¡Joven samurái¡ – me requirió uno de los monjes –, ¿qué opinas sobre el hara?. Me preguntó, de los dos monjes, el más bajito y gordo.
La pregunta me cogió desprevenido como el picotazo de una avispa.
- Te hemos visto ejercitarte con el sable, – dijo el más alto –, debes saber que desde el hara nace la energía ki, desde el hara se controla la respiración y el equilibrio corporal y, desde el hara, se ejecuta el seppuku.
Me quedé inmóvil y pensativo.
- Y todo ello es necesario controlarlo para ser hábil con la espada, – no sabía que responder al más bajito que era el que había tomado la palabra –, el zen bien practicado mejorará tu espíritu y calmará tus emociones pues practicando la meditación inmóvil del zazen hallarás los movimientos rápidos y fluidos para moverte, de esta manera, armonizas los movimientos del cuerpo, agilizas la mente y relajas la respiración, así lo escribió Takuan en su Kitsu Yoshu*, para mejorar el arte del kenjutsu, – tomó aire y me dedico una sonrisa, – además de todo lo dicho –, miró a su compañero –, si pronuncias el mantra “munen mushin” (lit.: “Sin idea y sin mente”) estás pronunciando el sagrado nombre de Buda.
En ese instante me quedé petrificado pues jamás habría soñado que nuestros monjes domésticos dominaran las enseñanzas mikkyo, secretas, del budismo.
- Cuando abrimos la boca, de par en par, para expulsar aire se escucha na y cuando la cerramos para inhalar aire se oye mu, – el monje más alto tomó la palabra –, cuando abrimos la boca se oye a y cuando la cerramos se escucha mi iba reproduciendo las silabas que me enseñaba, – cuando volvemos abrir la boca obtenemos da y al cerrarla de nuevo butsu, de esta manera, las inhalaciones y exhalaciones repetidas tres veces equivalen a la invocación budista “namu amida butsu”que es el sonido simbólico de las tres letras a y um, – el monje elevó sus ojos al cielo y siguió explicando –, el sonido a se reproduce abriendo la boca y el sonido um cerrándola,– seguía mirando al cielo –, por consiguiente podemos afirmar que en el estado de “ausencia total de mente”, munen mushin, estamos repitiendo el nombre de Buda aunque no lo pronunciemos en voz alta, de esta manera podemos concluir que el secreto del budismo se encarna en a y um o, dicho de otra manera,– bajo la vista del cielo y me miró a los ojos –, el arte de regulación de la propia respiración.
Permanecimos un buen rato, los tres, en silencio.
- Las advertencias apuntadas por antiguos maestros de kenjutsu (espada) a sus estudiantes les recomendaban que actuasen en el combate con la mente y el cuerpo completamente unificados mediante el hara, (vientre, y a la vez centro de gravedad), fluyendo así su poder coordinado en ki (energía universal) y así, en todo momento, canalizando su fuerza a lo largo de movimientos circulares y espirales – el monje más bajito, a la vez que se explicaba, me mostraba la técnica con su bastón – es fundamental que desarrolles tu región abdominal sutilmente llamada shita hara, distinguiendo su aprendizaje y uso activo del hombre de armas bujin (guerrero), del aprendizaje y uso pasiva del hombre contemplativo – se miraron mutuamente – aunque ambos métodos solían enseñarse, inicialmente, mediante el ejercicio de sentarse (de rodillas) en meditación zazen y de la respiración abdominal para ambos casos.
Vi a los monjes sentarse en el suelo y les imité.
- Si das prioridad al poder de tus músculos (chikara) el resultado está condenado al fracaso – el más alto inició sus explicaciones – el poder de la fuerza física debe relegarse a una posición secundaria y hay que esforzarse para ganar experiencia en el control y empleo del espíritu o de la mente ki – se tocó la sien con un dedo – pues, cuando lo consigas, la correcta aplicación de la fuerza se convertirá en espontánea y la técnica más depurada fluirá por tu cuerpo; no fuerza bruta sin control.
En ese instante abría deseado estar cerca de mi escritorio, deseaba anotar todas aquellas explicaciones.
- En el arte de la espada prima la técnica por encima de la fuerza – el más bajito habló – la habilidad y destreza por delante de la rapidez, la anticipación a los movimientos de tus adversarios llegan con la calma de tu mente (control de las emociones).
Volvimos a quedamos en silencio, sentados en el jardín, en medio de la nada.
- Así mismo – joven samurái, me miró el más alto – es indiscutible que el kiai es el haragei vocal, es decir, la centralización abdominal que canaliza su poder y lo coordina hacia un objetivo a través de las cuerdas vocales de un hombre – oí un estruendo en mis oídos, y como mi cuerpo se bloqueaba, y noté una presión en mi pecho “algo” invisible me proyectó hacia atrás y caí de espaldas – ¡Este kiai! – me miró el monje delgado – es la esencia fundamental de aiki (unión de energías) y kiai.
Poco a poco recobré la compostura. No me atrevía a sentarme, otra vez, cerca de los dos monjes.
- El poder del aiki se considera “silencioso” mientras el grito del kiai como un vector de poder – los dos monjes se miraron – la práctica del kiai tiene el efecto de fortalecer la región del saika – tanden (región abdominal, situada 5 cm., por encima del ombligo) y por tanto cerca del chakra del plexo solar constituyendo el desarrollo del coraje físico y del poder oculto. El monje más bajo me dedicó otra sonrisa y se calló.
- ¡Si deseas vencer, perderás, si no te importa la victoria, ganarás! ¡Por ello, un buen guerrero, solo aspira a un buen combate! si la victoria cae de su lado, mejor, sino, habrá sido un buen combate, aunque ese día no haya vencido. Grábate en la mente todo lo que te hemos dicho. No recuerdo quién dijo esas últimas palabras pero les recuerdo asintiendo, a la vez, con sus cabezas afeitadas.
Se levantaron sin decirme nada más, mientras me ofrecían su última sonrisa. Al alejarse vi como saludaban a Kempachi y, entonces, comprendí que mi ayo les había “obligado” a instruirme en sus secretos.