El camino del honor
El sentimiento del honor implica una conciencia sutil de valor y dignidad personal y no podía dejar de ser una de las características de los samuráis nacidos y educados, – yo lo sé bien – en la estima de los deberes y de los privilegios de su profesión.
“Un buen nombre, – decía mi padre – es la reputación que se obtiene y es la parte inmortal de uno mismo”.
En boca de un samurái era frecuente oír: “El deshonor es semejante a una cicatriz sobre un árbol que el tiempo, en vez de borrar, agranda todos los días”.
Para evitar la vergüenza y para forjar el carácter los jóvenes samuráis, se sometían ya en mí tiempo a toda clase de privaciones, soportaban las más severas pruebas de sufrimiento físico y moral. Eran conscientes “que el honor adquirido así, en su juventud, crecería con la edad”. Por consiguiente si una “causa” se presentaba y se juzgaba de “más valor que la propia vida”, con gusto y serenidad, se sacrificaba ésta. El entrenamiento del honor servía para preparar al samurái, si llegaba el caso, en el ritual del sacrificio y a ésta práctica se la denominó seppuku o harakiri dependiendo del acto “impuesto” o “voluntario”, pero éste aspecto será tratado más adelante.
El honor, como no puede ser “medido” con dinero, carece de sentido entre los hombres que solo buscan riqueza. No obstante, la costumbre autorizaba a los alumnos llevar a sus maestros, en diferentes épocas del año, dinero o mercancías como pago a sus servicios pues estas ofrendas eran recibidas con alegría por el carácter austero de quienes eran considerados “ejemplos vivientes” de una disciplina inquebrantable recta y austera.