La educación de un samurái
El primero de los puntos que debía observarse era el de formar el carácter dejando a un lado otras facultades, más “artificiales”, como pueden ser la prudencia, la inteligencia o la dialéctica, por poner unos ejemplos. Por indispensables que estas habilidades fuesen para todo hombre de rango eran, en su educación, más bien un accesorio que algo esencial. La superioridad intelectual era ciertamente estimada; pero la palabra chi, empleada para designar la intelectualidad, quería decir en primer lugar sabiduría, y no concedía a la ciencia más que un lugar muy secundario. El triangulo que soportaba la armadura del guerrero fue llamado chi, jin, yu, respectivamente (sabiduría, bondad y valor), así pues, un Samurái era esencialmente un hombre de acción. Y por ello, la ciencia se encontraba fuera del ámbito de acción de sus actividades cotidianas.
En este sentido, Kempachi, no consiguió erradicar del todo el concepto chi de mi juvenil mente, y de ello, se beneficiaría – creo – mi clan.
Para un niño de ocho años, la teología fue materia reservada a los sacerdotes, y como en casa había dos, pues ración doble.
El samurái no recurría a ella más que como ayuda para alimentar su valor – y yo mismo recurrí a ella en algunas ocasiones – la filosofía y la literatura integrarían la mayor parte de su educación intelectual; pero incluso cuando se dedicaba a estas ciencias muchas horas de estudio, era solo un método para la mejor exposición de un problema militar o político.
Con lo que acabo de exponer, no sorprenderá que el programa de estudios, de acuerdo con los parámetros descritos fuera esencialmente: esgrima, tiro con arco, jiujutsu, equitación, manejo de lanzas, tácticas de combate, caligrafía, ética, literatura e historia. Debo aclarar que, en mi tiempo, se concedía una gran importancia a una buena caligrafía debido, principalmente, a que nuestros caracteres ideográficos kanjis, por el hecho de expresar imágenes, poseen un gran valor artístico y porque la mano que traza los signos era considerada como una muestra del carácter personal. En cuanto al jiujutsu puede considerarse como una aplicación del conocimiento de la anatomía en el ataque o en la defensa. Difiere de la lucha cuerpo a cuerpo en que no depende de la fuerza muscular y difiere de las otras formas de lucha en que no se sirve uno de las armas. La habilidad consiste en coger o golpear una parte determinada del cuerpo del adversario y que éste resulte aturdido e incapaz de resistirse. Su objetivo no es matar, aunque se puede, sino tan sólo privar de movimientos o reacción al adversario.
A este respecto debo añadir que Kempachi me hizo muchas jugarretas y daño, más moral que físico, pero con el tiempo le devolví, y con creces, las “palizas” que me propino. Una materia de estudio que me hubiera gustado incorporar hubieran sido las matemáticas pero la “caballería” es antieconómica; pues se enorgullece de su austeridad.
El conocimiento de los números era indispensable en la numeración de los efectivos, así como en la distribución de los beneficios o las tierras; pero se consideraba esta tarea de gente más bien de poca alcurnia, algún samurái rural o sacerdotes.
Todo buen seguidor del Bushido entendía que el dinero era el principal factor de la guerra; pero jamás pensaba en colocar en un rango de virtud a éste.
El lujo, además, era considerado como el mayor enemigo de la virilidad y era exigida a la clase guerrera (samurái) la sencillez más severa en la manera de vivir.
Muchos asuntos abstractos cansaban el alegre espíritu de mí juventud y el principal era, como ya he dicho antes, la educación del carácter.
En verdad, se podría decir que el bushido se creó para “aprender sin pensar”. Como decía Confucio: “Es trabajo perdido; pensar sin aprender, es peligroso”. Cuando es el carácter y no la inteligencia, cuando es el alma y no el cerebro los que un maestro elige como materia a cultivar y a desarrollar, su profesión reviste un carácter sagrado. Fueron mis padres los que me trajeron a éste mundo; pero fue Kempachi, mi ayo, quién me hizo un hombre, por eso, guardo de mí preceptor una muy alta estima. Para que un hombre sea capaz de inspirar tal confianza y respeto a los demás es preciso que esté dotado de una personalidad superior, sin que por otra parte carezca de erudición, por eso deje escrito: “Tu padre y tu madre son como el cielo y la tierra; tu profesor y tu señor son como el sol y la luna”.