24
Traducido por Vanessa Farrow
Corregido por Alexa Colton
¡Más cafeína!
¡Tengo vidas que arruinar!
(Camiseta)
Reyes y yo nos acostamos en nuestras respectivas camas, nuestros rostros a centímetros de distancia, nuestras respiraciones encontrándose en el medio, acariciándose. Aunque era pasada medianoche, él acababa de ducharse y olía a limpio, su rico olor terroso bajo el jabón de sándalo que usó. Su cabello, aun ligeramente húmedo, enroscado en su mejilla y alrededor de su oreja.
No le saqué mucho más a Rocket, pero si tenía que morir para salvar al mundo, que así sea. El momento sería un problema, pero planeaba disfrutar cada segundo que me quedaba con mi prometido.
—¿Quieres venir a mi casa? —le pregunté.
El brillo en sus ojos bailaba con humor. —No sé —dijo—. Vives tan lejos.
Chillé cuando extendió la mano y me deslizó bajo su longitud, acariciando mi estómago con la boca al pasar, encendiendo mi piel con cada beso. Besé su estómago también antes de voltearme y acurrucarme a su lado.
Nos acomodamos en su lado de la cama. El suyo era mucho más cómodo que el mío, de todos modos. No tenía ni idea de lo diferente que me sentiría después de dormir en un buen colchón. Podría acostumbrarme completamente a eso.
Tenía este regalo increíble para vivir en negación. Hasta que muriera, iba a vivir cada día como si tuviera un millón más después de ese último. Y eso empezaba aquí y ahora.
—Si alguna vez nos divorciamos —dije en su cuello mientras dejaba un sendero de besos sobre sus puntos de pulsación—, voy a quitarte cada colchón que tengas. Advertencia justa. Puede que desees considerar un acuerdo prenupcial.
—¿Estás pensando en divorciarte de mí?
—No por el momento, pero estoy enamorada de algunas estrellas de cine por las que aún mantengo la esperanza. Si alguno de ellos llama, serás cosa del ayer.
—Sabes, es triste cómo muchas estrellas de cine mueren inesperadamente.
Jadeé y me levanté, así podía mirarlo boquiabierta. —¿Matarías a mis amores?
—Sólo a los que coqueteen contigo.
—Está bien. —Puse los ojos en blanco—. Le diré a Brad que deje de llamar. Él está casado, por amor de Dios.
—Eso sería inteligente. —Mordisqueó el lóbulo de mi oreja, causando que un cosquilleo se disparara a través de mí.
Quité un mechón de cabello de sus ojos. —Me compraste un nuevo Jeep —le dije, notando que ella había estado haciéndolo mucho mejor que antes de mi pleito con el Señor Loco de Remate de hace dos semanas.
—Tenía la esperanza de que no lo notarías.
—Me lo imaginé.
—Noni hizo lo mejor que pudo, pero conducirla sin reemplazar completamente el chasis habría sido peligroso. Habría costado más, y todavía habrías tenido problemas a largo plazo.
Entendí. —Gracias. Todavía es Misery. Puedo sentir su espíritu.
Me acarició la cabeza como lo haría uno cuando está consolando a un niño. —Cualquier cosa que te ayude a dormir por la noche, Holandesa.
Me hizo reír, pero aún tenía que ser castigado por su insolencia, así que le mordí el hombro. Con fuerza. Aspiró una bocanada de aire y rodó sobre mí. Quitándome el pelo de los ojos, dijo—: Sabes, dicen que los que conocen el nombre real del ángel de la muerte poseen poder sobre él. O, en este caso, ella.
Recobré la seriedad, de repente más interesada en la conversación que en sus deliciosos hombros. —¿Dicen eso? —le pregunté, preguntándome a que se referiría con nombre real.
—Sí.
—¿Y sabes mi nombre real?
Apoyó la cabeza en un codo y me miró. —Sí, lo sé. Lo escuché susurrado en la voz de todos los ángeles en el cielo cuando te enviaron.
—¿Y? —pregunté, ilusionada. Sabía muy poco acerca de esa parte de mí.
—No se suponía que lo supieras hasta que pasaras.
—¿Pasara? ¿Cómo, a mejor vida? —le pregunté, sorprendida. Eso podría ser mucho más pronto de lo que cualquiera de nosotros había esperado.
—Sí. Cuando te conviertas completamente en el ángel de la muerte.
—Pero lo sabes ahora, ¿verdad? Tú podrías decírmelo.
Bajó la cabeza. —No estoy seguro qué haría el saberlo. Como dije, hay un poder detrás de eso.
—¿Cómo puede algo tan arbitrario como un nombre tener poder?
—Tu nombre real es cualquier cosa menos arbitrario. Sólo recuerda algo, Holandesa. No eres de este mundo. Nunca lo serás. Tu existencia humana es sólo un microsegundo en tu vida. Un estado de ser necesario para que crecieras en este plano. Al principio, pensé que era por eso que mi padre quería que te esperara. No puedes capturar un ángel de la muerte a menos que puedas atrapar uno en forma humana. Simplemente no hay manera de atrapar un portal de otra manera. Es como tratar de agarrar humo.
—Tú lo dijiste, al principio.
—Sí. Estoy con Swopes. Creo que Lucifer nos mintió a mí y a él. Creo que hay más que eso; sólo que no sé el qué. De cualquier manera, aún tienes un trabajo esperándote después de que tu ser corporal deje de existir. Un trabajo que durará siglos.
—¿Y saber mi nombre me hará más poderosa? —le pregunté, perpleja.
—Sí. Es parte de tu transformación. Y puesto que tu familia es tan poderosa, tú incluso más aún, no puedo imaginar lo que haría el saberlo.
—Entonces, ¿por qué me estás diciendo esto ahora? —le pregunté. Había estado rogándole por este tipo de información durante meses.
—Te lo debo —dijo, prosaico.
—¿En serio? Genial. ¿Y por qué me lo debes?
La seriedad en sus ojos me golpeó con fuerza. —Porque dijiste que sí.
Parpadeé sorprendida. —¿Crees que porque accedí a casarme contigo me lo debes?
—No te das cuenta de lo que eso significa. Eres literalmente de la realeza, nacida del rey y la reina de tu especie. El que tú te cases conmigo será como que una princesa amada se case con un chico de la calle.
Me reí disimuladamente, pero su expresión seguía siendo grave.
—Pero, de nuevo, eres más especial que cualquiera de tu especie. Más poderosa. Estoy empezando a entender que tienes un propósito mucho mayor de lo que alguna vez comprendí. Nuestro matrimonio… digamos que tu celestial, por falta de una palabra mejor, familia no lo aprobaría.
—Me encantaría saber más acerca de ellos —presioné. Cuando quedó claro que no iba a sacarle nada más importante, lo presioné sobre la suya—. ¿Qué hay de tu familia? ¿Alguna vez vas a tratar de contactarlos? Todavía creo que les gustaría saber que estás vivo y bien.
—Quizá. Al igual que les gustaría a tus padres.
Me levanté sobre mis codos. —¿Qué quieres decir?
—Su sacrificio fue uno grande. Una vez que uno de los suyos es enviado, pierden todo contacto hasta que muere la forma física del ángel de la muerte. No tienen ni idea de lo que estás haciendo, cómo ha sido tu vida.
—Guau. Nuestros padres son más similares de lo que pensaba. ¿Te acuerdas de tu nacimiento? —le pregunté de la nada. Siempre me había preguntado cómo llegó al mundo, tanto en el reino de lo sobrenatural, cuando fue creado por su padre paria, como aquí en la tierra.
—El recuerdo de mi existencia humana no es como el tuyo. Recuerdo partes y piezas.
—¿Qué hay de tu creación? ¿Cuándo Lucifer te creó?
Se recostó y apoyó un brazo en su frente. —Eso lo recuerdo bien.
—¿Me puedes contar sobre eso? —le pregunté, apoyando la barbilla en su hombro. Me acercó más a su lado.
—Recuerdo el dolor de la creación —dijo, sus pensamientos muy lejos—. El calor del fuego. El color de mi piel mientras esta ardía, mientras el músculo y el tendón bajo ella se formaban y solidificaban. Recuerdo al ser que me creó —mi padre, por así decirlo— y desde el momento que tomé mi primer aliento, supe que él no amaba lo que había creado. Tenía oscuras maquinaciones. Tenía un plan, y yo era una gran parte de él. Pero primero tenía que probarme. Y así comenzaron las pruebas. —Volvió a mí y me besó la punta de la nariz—. Mi infancia no fue cosa de cuentos de hadas.
—Me encantaría oírte hablar de eso.
—Entonces vas a estar decepcionada. No te lo puedo contar.
—¿Por qué?
—Todo el amor que tienes por mí en tu corazón se desvanecería.
—Reyes…
—Holandesa —dijo, interrumpiéndome—. Por favor, no me pidas eso. Es una oscuridad que no puedo compartir. Te perdería para siempre, y siempre te he querido a ti. Eres literalmente la luz en mi oscuridad, la redención de mi pasado. Esperé siglos para que pudieras nacer en la tierra, para ser capaz de disfrutar de tu resplandor. Eres como una fuerza gravitacional que me atrae más cerca cada vez que respiras.
Me quedé bastante aturdida.
—Imagina un lienzo bañado completamente en negro. Sólo negro. No hay forma. Sin otro propósito que traer oscuridad. Entonces es salpicado por un blanco brillante. Añade algunos rojos y azules, algunos amarillos y verdes. De repente tiene significado. Tiene una razón para existir. Eso es lo que le has hecho a mi mundo. Me trajiste un propósito. Luz y color para llenar el vacío del olvido. Sin ti, sólo hay oscuridad.
Lo acerqué y lo besé en el cuello. Pasó sus dedos por mi cabello.
—Ese será mi regalo para ti el día de nuestra boda.
Me levanté y lo miré con una expresión interrogante.
—El nombre que capté en el aire cuando estabas siendo traída a este mundo. Todos los ángeles lo susurraban, todos y cada uno, pero sólo una vez. Se les prohíbe mencionarlo de nuevo hasta tu muerte. Entonces un ángel tendrá el honor de decírtelo a ti y sólo a ti. Lo he mantenido seguro, encerrado bajo llave. Será mi regalo para ti el día de nuestra boda. El poder detrás de él es inmenso. La luz que posee.
—Yo… no sé qué decir.
—Creo que deberíamos trabajar juntos.
—¿Qué?
Sus ojos brillaban con diversión. —Con los Doce que están viniendo, he decidido contratar un gerente para el bar y trabajar contigo a tiempo completo.
—Um.
—Lo sé —dijo, revolviéndome el cabello—. Tu gratitud es todo lo que necesito.
—Reyes…
—Sin discusión. No es seguro que te deje sola nunca más. Si trabajamos juntos, ¿quién lo cuestionará?
Guau, mis colaboradores se multiplicaban como conejos con Viagra. Supongo que podría aceptar tres socios: la tía Lil, Garrett y Reyes.
¡Podríamos ser los Cuatro Temibles!
O no.
—Pero tengo una pregunta —dijo, acariciando mi cabeza contra su pecho para hacerme saber que entendía lo agradecida que estaba porque se dignara a trabajar conmigo. Un chico humilde y agradable.
Me reí bajo su brazo juguetón y le dije—: ¿Sólo una?
—Por ahora. ¿Por qué un cuchador?
Me tomó un momento recordar mi respuesta a la pregunta del utensilio que le hice anteriormente. —Porque —dije, sorprendida porque preguntaba—, los cuchadores son multitareas. Lucen modestos, pero cumplen un objetivo poderoso. Al igual que una navaja suiza, sólo que no es tan útil.
—Ah —dijo, asintiendo en comprensión.
—Y es una palabra tan genial. ¿Quién puede resistirse a una buena cuchadorista?
Se rio, y estaba a punto de darme un beso, cuando alguien golpeó la puerta. Alguien loco, al parecer. ¿Quién se atrevería a interrumpir al hijo de Satanás?
Bueno, aparte de mí.
Me eché por encima la bata de Reyes y corrí a su puerta. Una vez allí, encontré a un Garrett Swopes preocupado, pero llamaba a mi puerta.
En el momento en que me vio, salió disparado hacia delante, empujándome para entrar. —Me equivoqué —dijo, y me entregó una pila de papeles—. Siento lo de la hora, pero estaba equivocado acerca de todo.
Claramente, necesitaba ser consolado. Y era la mujer para el trabajo. —Swopes. Todos nos equivocamos en algún momento de nuestras vidas. ¿Puedes decir calentadores desteñidos? Yo solía vivir por esas cosas. Fue un tiempo oscuro para mí.
Su golpeteó despertó a Cookie. Le señalé el interior, también, tratando de no reírme de su cabello. O el hecho de que tenía puesta una máscara de barro mineral verde. Estaba bastante segura de que olvidó ese hecho.
Entró arrastrando los pies adormilada, sus brillantes pantalones de color rosa metidos entre sus nalgas. Olvidaría esa información también.
Cuando Garrett se dio la vuelta, observó su apariencia y decidió no reaccionar. Sabía que me gustaba por una razón. Pero sólo eso. No hay necesidad de volverse loco.
Reyes salió luego, pero no reaccionó al ver a sus invitados antes de dirigirse a la cocina. Puso café, sabiendo que la hora tardía no importaría para Cookie y yo, y sacó dos cervezas mientras yo miraba los papeles que Garrett me entregó. Reyes captó la rutina y la tomó como un hombre. Dios, lo amaba.
—¿Te equivocaste? —le preguntó a Garrett.
Garrett asintió, su expresión grave mientras nos miraba a nosotros dos.
Levanté la vista de los papeles. —Ya nos dijiste todo esto —dije—. Son las profecías del tipo von Holstein.
—No, A. von Holstein es el traductor. Tenía mucho que vadear a través de las profecías escritas en una lengua muerta y en código. No lo culpo por entender algo mal. Malinterpreté su interpretación. Tu nuevo amigo, el Negociante, ha venido muy bien.
—Eso es bueno. —Me hundí en el sofá de Reyes junto a Cookie. Ella bostezó, y me di cuenta de que debía de haber tenido una larga noche con el tío Bob. Así que no iba a ir allí. Sólo podía esperar que se hubiera puesto la máscara después de la última copa.
Garrett se paseaba por el piso, absorto en sus pensamientos, tomando sorbos periódicos de la cerveza que Reyes le dio.
Reyes se sentó en el reposabrazos a mi lado. —El café en dos minutos. Ahora, ¿qué entendiste mal esta vez? —preguntó Garrett, fastidiándolo sólo un poco.
Le di un codazo a mi prometido, y luego dije—: Swopes, siéntate.
—Se trata de ti, la hija —dijo, su agitación creciendo—. Al principio el Dr. von Holstein y yo pensábamos que eras la hija a lo largo de las profecías. Todas las profecías. Que tú tenías que enfrentarte a Lucifer.
—Está bien —le dije, tratando de no babear cuando el olor a café preparándose se apoderó de mis sentidos como el agua bautismal. Podría enfrentar al padre de Reyes. Tenía que morir pronto, de todos modos.
—Pero hay dos —continuó—, dos referencias distintas. Dos períodos de tiempo distintos.
—Me estoy mareando —dijo Cookie mientras lo observaba pasearse. Se frotó la frente y la miré desde mi periferia cuando la comprensión la iluminó. Bajó la mano lentamente, su expresión cambiando de una agotada pero interesada a una de horror absoluto. Se sentó conmocionada unos segundos, luego se levantó lentamente, mirando hacia el baño de Reyes.
Tomó cada molécula de autocontrol que poseía no reírme. No de una manera mala. Bueno, algo mala. No estaba riéndome mucho de ella, sino con ella. Sólo en el interior, porque no quería ser malintencionada.
Antes de que diera dos pasos en esa dirección, otro golpeteo sonó en la puerta. Nuestros ojos se encontraron y nuestros pensamientos se fusionaron. Amber se encontraba sola. ¿Ella despertó y se asustó?
Ambas saltamos hacia la puerta, pero Reyes nos ganó. Jodidos seres sobrenaturales.
Pero cuando abrió la puerta, un grupo de monjas se encontraba de pie ante él. Lo que era inusual, especialmente considerando la hora.
—¿Está la iglesia recolectando ahora puerta a puerta? —pregunté mientras cojeaba hacia delante para pararme al lado de mi hombre. Mis amigas abstinentes se hallaban vestidas con bastante normalidad, los velos en la cabeza era lo único que revelaba que eran monjas. Se apartaron para dejar a un par de ellas entrar, revelando el hecho de que prácticamente cargaban a una de mis mejores amigas, la hermana Mary Elizabeth. Se hallaba casi inerte en sus brazos, su frente brillante con una fina capa de sudor, sus ojos con párpados caídos, con la mirada distante.
Me apresuré hacia delante para ayudar. Garrett hizo lo mismo, y arrastramos a la hermana al interior del apartamento de Reyes. Una vez que todo el mundo se encontraba dentro, Reyes cerró la puerta detrás de nosotros. La hermana Mary Elizabeth cayó de rodillas, se agarró la cabeza y gimoteó, insistiendo en que eran demasiados. Considerablemente demasiados.
—Ha estado así durante un par de horas —dijo la madre superiora, su comportamiento mucho menos intimidante de lo habitual en el vestido simple y el velo corto. Se arrodilló junto a nosotros.
Otra habló entonces. Una tal hermana Teresa, si no me equivocaba. —Ella gritaba al principio.
—Sí —acordó la madre superiora, acariciando el cabello de Mary Elizabeth. Era la primera vez que lo veía descubierto, y era más corto de lo que pensé que sería. Con un simple corte sobre los hombros, claramente había visto días mejores. Colgaba en mechones enredados, como si acabara de despertar y hubiera estado dándole tirones mientras dormía. Los puñados gruesos enredados en sus dedos confirmaron esa sospecha.
Otra habló después, una a la que no conocía. —Ha estado gimiendo de dolor y diciendo que todos hablaban a la vez.
—¿Los ángeles? —le pregunté, atrayendo la cabeza de Mary Elizabeth a mi pecho. Se tranquilizó al instante, pero se quedó en posición fetal, meciéndose contra mí.
—Sí —dijo la madre superiora—. De acuerdo con la Hermana Mary Elizabeth, algo los tiene muy molestos.
—¿Qué? —preguntó Cookie, con la cara verde impactada—. ¿Qué podría molestar a los ángeles así?
Antes de que cualquiera de ellas pudiera responder, Mary Elizabeth se quedó inmóvil. Se estiró y se levantó. La ayudé, y Reyes me ayudó a ayudarla, ya que mi tobillo se encontraba aún delicado. La tomé por los hombros y traté de llevar su mirada aterrorizada a la mía.
Cuando por fin se enfocó, su expresión cambió de aterrorizada a una impactada por tristeza. Acunó mi mejilla en su mano, y luego bajó la vista.
—Charley —dijo al fin, con una voz suave, llena de miedo—, ¿qué has hecho?
—¿Qué? —Eché un vistazo a las otras monjas, pero parecían tan confundidas como yo—. ¿Qué hice?
Se dejó caer de rodillas y puso ambas manos sobre mi abdomen antes de reenfocarse en mí. Tomó una mano para cubrir su boca mientras miraba de mí a Reyes, y luego de vuelta otra vez. —¿Qué has hecho? —repitió, sus palabras amortiguadas.
Y entonces comprendí. Me toqué el abdomen y lo supe. En un instante, como un relámpago, lo supe. Lo sentí. Una pequeña chispa al principio. Un calor. Un resplandor en mis regiones inferiores que brotó y me llenó con una alegría inexplicable. Un ardor inimaginable. Una devoción incondicional.
Reyes fue el primero en captarlo. Dio un paso adelante, su expresión tan impactada como la de Mary Elizabeth, y puso su mano en mi abdomen, cubriendo tanto la mano de la hermana como la mía a la vez. Sentí un pulso, una oleada, como un saludo de una nueva vida, mientras su cuerpo se conectaba con el mío.
Miré a Garrett. También lo sabía. —La hija —dijo, con la voz llena de asombro. Lo sabía. Las profecías acerca de la hija de la luz eran sobre mí. Pero las que hablaban sobre la hija, sólo la hija, bueno, las que habían estado hablando sobre… bajé la mirada a mi abdomen. Acunándolo como si la sostuviera ya. Reyes emitía una combinación de felicidad y desconcierto.
Entonces sentí otra presencia. Otra… admiradora del momento. No nos encontrábamos solos. Reyes se tensó, sintiendo la presencia, también. Afuera, en el callejón, sentí al Negociante, casi podía verlo sonreír en la oscuridad mientras todos empezábamos a entender. Pero él ya lo sabía. Él siempre lo había sabido.
En efecto, ¿qué había hecho?