20
Traducido por Zafiro
Corregido por Vanessa Farrow
Debería haber una
fila en todas las tiendas
para las personas que tienen su mierda
junta.
(Hecho Real)
Corrí al Target y deambulé por el pasillo de los pañales. Ninguna Marika. O, bueno, ninguna mujer con un bebé. Garrett me la describió, pero nunca la había visto. Probablemente ya se habían ido. No tenía ni idea de cómo iba a conseguir el ADN de ambos. El bebé no sería un problema. Podría frotar su biberón mientras mami no miraba. Pero, ¿cómo iba a conseguir el de ella?
Esto iba a causar problemas; podía decirlo.
Recorrí toda la tienda tres veces antes de desistir. No quería convocar a Angel en busca de ayuda. Necesitaba un poco de tiempo. Seguramente podía manejar cazar a una madre y a un bebé sin él. O no. Los había perdido, o eso creía. Mientras salía de la tienda, vi a una mujer con cabello rubio oscuro con un bebé en la cafetería de la pequeña tienda. Estaba bebiendo un refresco y leyendo un libro mientras el bebé tomaba un biberón en su silla de paseo.
Me acerqué y ordené un café, arriesgándome a echar una mirada de vez en cuando por encima de mi hombro. Era una mujer muy bonita, y sin embargo, por alguna razón, no era el tipo de mujer a por la que imaginé que iría Garrett. Sólo se veía como una mamá. Probablemente porque tenía un bebé. Tal vez eso era lo que me derribaba. Imaginar a Swopes en una actitud doméstica era un poco más de lo que mi cerebro podía manejar.
Se metió un largo mechón de pelo detrás de la oreja mientras me sentaba en una cabina frente a ella. Claramente una mujer de buen gusto, leía un romance histórico. Me encantaban los romances históricos. Y los romances contemporáneos. Y los romances paranormales. Y los romances para jóvenes adultos. Casi cualquier cosa con la palabra romance delante valía para mí.
—¿Es bueno? —le pregunté, en referencia a su libro con una inclinación de cabeza cuando me miró.
—Oh, sí, lo es. —Lo cerró y me ofreció un mejor vistazo.
—Parece increíble. Me encanta ese género.
Se volvió hacia su hijo cuando él hizo gorgoritos hacia ella. —A mí también.
—Y tu bebé es adorable.
Una sonrisa brillante iluminó su cara. —Gracias.
Me levanté un par de centímetros para tener una vista mejor del cochecito. Garrett había tenido razón. Su hijo era claramente multirracial. Quería un mejor vistazo de sus ojos y estaba a punto de pedir uno cuando el gerente de la tienda se acercó a ella.
—Hola, hombrecito —dijo, pretendiendo robar el biberón del niño hasta que se echó a reír. Entonces el hombre se volvió hacia mí, y el parecido con Garrett Swopes era asombroso. Piel oscura. Ojos plateados—. Hola —dijo, inclinando un sombrero invisible antes de besar a Marika en la mejilla y sentarse junto a su familia.
Llamé a Garrett en el camino a casa. —Así que, acabo de ver a tu ex y a su adorable bebé. Es evidente que no eres el padre.
A él no le hizo gracia. —¿Obtuviste las muestras? —preguntó.
—No, no lo hice. Va a ser un poco difícil pasar y recoger una muestra de la boca de su bebé. Y aún más extraño cuando empiece a recoger una muestra de la suya. ¿Qué voy a decir, Swopes? “¿Perdona mientras tomo una muestra de ADN para mi amigo paranoico?”
—¿Siquiera lo miraste?
—Lo hice —le dije—, y estoy de acuerdo. Es multirracial y tiene tus ojos, pero adivina qué.
—¿Qué?
—Lo mismo sucede con su novio.
—¿Qué?
—Sí. Su novio se parece mucho a ti. Como en, el mismo tono de piel, el mismo color de ojos, los mismos rasgos faciales. ¿Tienes un hermano del que nunca me hablaste?
—No.
—Bueno, no sé tú, pero apostaría mi último dólar a que el bebé es de su novio.
—Charles, no viste la forma en que me miró ese día. Es mío, lo sé.
Si alguien podía leer a la gente, era Garrett Swopes. —Está bien, ¿y si tienes razón? ¿Entonces qué? Ella tiene claramente una cosa por los hombres con piel oscura y sexys ojos plateados.
—¿Pero que si hay algo más que eso? —preguntó.
—¿Cómo qué?
—No lo sé, pero la forma en que me miró, Charles. Como si estuviera muerta de miedo de que hiciera la conexión. ¿Cómo parece con él?
—Bien. Quiero decir que parecían cercanos. No sentí ninguna tensión saliendo de ella cuando se acercó. Se veían muy contentos, de hecho.
—Algo no anda bien. Lo sé. No estás liberada.
—¿En serio? —Gemí—. ¿Aún tengo que conseguir su ADN?
—Sí. Y más temprano que tarde. Ahora tengo incluso más curiosidad sobre lo que ocultaba.
—Tal vez ocultaba el hecho de que te encontró paranoico y delirante.
—No lo creo. Esa no era la vibra que capté.
—Te estoy enviando una vibra en estos momentos. ¿Te está llegando?
—Eso no es amable, Charles —dijo antes de colgar.
Nunca había tenido que robar el ADN de alguien antes, pero estaba segura de que apestaría en eso. Iba a tener que darme una razón malditamente buena para correr ese riesgo.
Antes de que llegara muy cerca de casa, mi teléfono volvió a sonar. Era la agente Carson.
Le respondí con entusiasmo. —¿Bueno? —le pregunté, esperando una buena noticia.
—Nos vemos en el motel Crossroads en media hora.
—¿Qué? ¿La estás reteniendo en ese antro?
—No, vamos a encontrarte en ese antro. ¿De verdad crees que revelaría la ubicación de la casa de seguridad?
—Oh, bien. No importa. Estaré allí.
Cuando llegué al Crossroads, la agente Carson salió de una camioneta estacionada. —Arriesgamos mucho aquí, Davidson. Si Emily no testifica mañana por la mañana, Phillip Brinkman se va.
—Entiendo —le dije, fingiendo estar trabajando hacia el mismo objetivo, el enjuiciamiento exitoso del novio de Emily.
Subimos por las escaleras hasta la habitación 217. Carson utilizó la llave. Medio me esperaba un golpe secreto o una contraseña o algo así. No. Sólo usó la llave. Todo era bastante decepcionante.
Cuando nos sentamos alrededor de la mesa, Emily explicó lo que pasó a través de un mar de interminables lágrimas. Me senté, aturdida, completamente impresionada. La chica podía mentir. Me pregunté si tomó clases de actuación.
—Se puso tan loco —dijo, sonándose la nariz con un pañuelo—. Creo que olvidó que me encontraba allí. Estaba enojado con uno de sus hombres y lo mató a golpes con una barra de hierro, mientras que sus otros hombres sólo estaban alrededor y miraban. No me malinterpreten. Puedo decir que se sentían muy incómodos, preguntándose si serían los siguientes. Algo salió mal con un cargamento, dijo, y simplemente lo perdió. Nunca lo había… lo había visto así.
Luché contra el impulso de aplaudir.
Después de usar cada palabra suplicante en mi repertorio, finalmente convencí a la agente Carson para que me dejara hablar con Emily a solas. No se sentía feliz por eso, y me dio la sensación de que Emily tampoco lo estaba.
—Mira, Emily, hablé con Phillip. Sé lo que está pasando en realidad.
No confiaba en mí. Su mirada se precipitó hacia la puerta, hacia los agentes del FBI en el otro lado de la misma, como si se preguntara si estaba preparándola de alguna manera.
—Dicen que tienen a alguien de mi círculo íntimo y lo mantienen como rehén. Todo el mundo está presente y representado, pero no puedo correr el riesgo.
—No sabíamos qué más hacer. Lo matarán, Srta. Davidson.
—Lo sé, cariño. Eres muy valiente por hacer esto. Por poner en riesgo tu vida por tu novio.
—Lo amo, Charley. Es un idiota, pero es mi idiota. Nunca pensó que llegaría a esto.
—Lo entiendo, pero si se descubre que mentiste bajo juramento…
—No estoy preocupada por mí.
—Bueno, eso nos deja a una de nosotras. ¿Puedes buscar evasivas? —le pregunté—. ¿Puedes aguantar, no testificar mañana, pero no volver atrás? Sólo… —No tenía ni idea de qué decirle.
—¿Enfermarme? —preguntó—. Porque si estoy enferma, no puedo testificar, ¿no?
Era perfecto, pero ¿comprarían eso? —Tendría que ser a la vez grave y completamente creíble.
Una esquina de su boca se torció en una sonrisa. —Confía en mí, será ambos. Tengo un excelente reflejo nauseoso.
Asentí. Si sus habilidades de vomitar bajo demanda eran algo parecido a sus dotes interpretativas, había dado en el clavo. —Está bien, si piensas que puedes salirte con la tuya, hazlo. Sólo intenta con mucha fuerza no entrar en ese estrado mañana sin retractarte de nada por el momento. Si mi plan funciona, no tendrás que testificar en absoluto, y podremos decirle al FBI que tenías que hacerlo. Trataré de librarte de cualquier cargo.
—No estoy preocupada por mí —dijo de nuevo, y me di cuenta de lo mucho que amaba a Brinkman—. Puedo manejar cualquier cosa que me lancen. Sólo consigue sacar a Phillip de esto. Lo quiero vivo y bien. Eso es todo lo que importa.
—Eres una buena persona, Emily.
Negó con la cabeza. —No, él lo es. Sólo se equivocó, dijo que sí a las personas equivocadas. Pero es una persona muy buena en el interior.
—Entiendo. La gente equivocada puede ser así de persuasiva.
Ahora que Emily me compró algo de tiempo, seguramente podría obtener algún tipo de prueba contra los Mendoza sin ponerla en peligro, o a Phillip Brinkman.
—¿Encontraste algo en ese caso que te pedí que estudiases? —preguntó la agente Carson mientras me acompañaba hasta Misery.
No sabía qué decirle. Cuánto revelar, teniendo en cuenta la insistencia de Reyes para que me quedara fuera de eso. —Dijiste que tu padre pensaba que había algo dudoso sobre ese caso.
—Sí, lo hacía.
—Creo que tu padre tenía unos instintos increíbles.
Se detuvo y me dio toda su atención. —¿Qué has descubierto?
—Todavía estoy trabajando en ello, pero, ¿puedes simplemente comprobar una cosa?
—Por supuesto.
—¿Puedes encontrar más información sobre su hijo ahora? ¿Cuándo y dónde lo tuvieron?
—¿Por qué? —preguntó, frunciendo el ceño con sospecha.
—No estoy segura. Sólo creo que es muy extraño que no se parezca absolutamente nada a ninguno de ellos.
—Veré qué puedo averiguar.
Aparqué en la calle frente al Crossroads y esperé. La agente Carson salió unos minutos después de que yo, con Emily Michaels rodeada de no menos de tres hombres de traje. Me gustaba que confiara en mí lo suficiente como para dejar que me reuniera con su testigo estrella, sobre todo cuando la vida de la mujer se hallaba en peligro. Pero ahora que vi a Emily, estaba segura de que podía pasar por ella desde la distancia. Sólo necesitaba una peluca rubia y unas gafas de sol realmente grandes.
De la forma en que yo lo veía, si sacábamos a Emily de la ecuación, si su testimonio ya no era necesario, tanto ella como Phillip estarían a salvo. Pero para hacer eso, tendría que obtener algún tipo de confesión grabada. Algunas pruebas incriminatorias muy firmes que convencieran al fiscal de que no necesitaba el testimonio de Emily, ni necesitaba procesarla por hacer una declaración falsa. Trataba de salvar a Phillip, después de todo. Él estaba dispuesto a ir a prisión por un tiempo muy largo para salir de su vida de crimen. ¿Eso tendría algún peso con el fiscal? ¿Tomaría eso en cuenta a la hora de acusarlo de lavado dinero para una conocida familia mafiosa? Casi seguro que querría que Phillip testificara, y ese era el punto. Simplemente no podía, no sin poner a su ex esposa y a sus hijos en gran peligro. Los jefes del crimen no ven el mundo a través de los mismos ojos que el resto del mundo. Lo veían, y a todos en él, como un medio para un fin, siendo el fin la riqueza y el poder.
Fui a la recepción del motel y les dije que había perdido mi llave de la habitación 217. Conseguir otra no requirió demasiadas artimañas una vez que les mostré mi licencia de investigador privado. La mayoría de la gente no tenía ni idea de que significaba no casi nada en el gran esquema de las cosas. Ahora sólo necesitaba a Garrett allí para ponerme un micro y tener a Reyes en espera. Cuando Mendoza me contactara, estaría lista.
Me apresuré a regresar a mi apartamento en busca de suministros y para comenzar la configuración inicial de mi ingenioso plan. Llamé a Cookie en el camino, asegurándome de que se encontraba lista para la segunda fase de dicho plan. Una vez que llegué a mi apartamento, puse la batería de vuelta en mi teléfono regular, me senté en la mesa de la cocina y esperé la llamada de Cookie.
Aparqué a Misery al otro lado de la calle del motel Crossroads en una clínica médica y me dirigí hacia la habitación que el FBI había pagado convenientemente para vestirme con un gran suéter, una peluca rubia y gafas de sol oscuras. Si los Mendoza escuchaban cuando Cookie llamó pretendiendo ser la agente especial Carson, o Sack, como la llamé varias veces a lo largo de la conversación, creerían que Emily Michaels se encontraba detenida en la habitación 217.
Garrett aparecería pronto, vestido con un traje. Interpretaría a mi protector del FBI cuando los hombres de Mendoza se presentaran. Era un papel peligroso, uno que no sólo había aceptado, sino que insistía en interpretar. Pensé que si íbamos a trabajar juntos, probablemente debería acostumbrarse a la idea de mí siendo utilizada como cebo. Simplemente funcionaba muy bien gran parte del tiempo. Reyes no estaba en el restaurante cuando llamé allí, y no contestaba su celular, pero supuse que en cualquier situación en la que me hubiera metido, podría convocarlo en un santiamén. Siempre y cuando no estuviera conmocionada, drogada o sangrando tan profusamente que no pudiera concentrarme. Probablemente le tomaría horas a Mendoza reunir sus fuerzas y ejecutar un plan.
Acababa de poner el pie en el primer peldaño de la escalera cuando un coche paró en seco detrás de mí. La alarma se disparó y bombeó adrenalina. Era demasiado pronto. Sólo acababa de llamar, y Garrett no se encontraba allí todavía. Pero por supuesto, un hombre se bajó y me animó bastante rudamente para que entrara en el coche con ellos.
Así era como me encontraba en la parte posterior de un sedán oscuro, preguntándome si pensaban que era Emily o no, y también me preguntaba si en esta situación sería más peligroso ser Emily o simplemente la vieja Charley.
El plan había sido atraer a los hombres de Mendoza al hotel, capturarlos, y luego lograr que se volvieran en contra de su jefe. Hasta ahora, mi plan no iba precisamente de acuerdo a las especificaciones, pero la esperanza no se pierde. Aún tenía un casi prometido sobrenatural que respondía a la más leve provocación y tenía una afición por seccionar espinas dorsales al que podía llamar si la situación lo requería. Podía hacer esto.
—Quítate esa ridícula peluca —me dijo un hombre con un pesado acento mexicano. No tenía ni idea de quién era. Mis gafas de sol eran oscuras y las ventanas del sedán habían sido tintadas, de modo que era imposible ver. Pero me di cuenta, ya que los neumáticos chirriaban debajo de mí, que enfrentaba la dirección equivocada.
Nos encontrábamos en un coche alargado con dos asientos traseros situados uno frente al otro cuando alguien me arrancó la peluca y las gafas. Estuvo muy fuera de lugar. Sólo podía asumir que el hombre sentado frente a mí era el propio Mendoza. Me sorprendió que viniera en persona.
—Ese fue un buen intento, Srta. Davison —dijo mientras recortaba el extremo de un cigarro.
Vestía un traje blanco, de corte impecable, y sin embargo no se veía cómodo en absoluto. Era gordo y llevaba el oro suficiente como para requerir un servicio de carro blindado para llevarlo por la ciudad. Era como colonia barata en un multimillonario. No pertenecía. Todo en él gritaba cliché, como si hubiera tomado sus apuntes de las películas de los 80 sobre los señores colombianos de la droga.
Alisé mi cabello hacia abajo después de que uno de los hombres sentado a cada uno de mis lados casi me arrancara la mitad. Está claro que nunca habían oído hablar de las horquillas. Las introduje en la peluca, pensando que iba a estar allí un rato.
Mendoza no quería correr ningún riesgo conmigo. Sus dos hombres tenían pistolas atascadas en mi caja torácica, y reconocí una de las pistolas como la que apuntó a mi cabeza. Miré al hombre que la sostenía. Sonrió.
Tomamos la vía de acceso a la I- 25.
—Fuiste un verdadero desafío, pero después de todo lo que oí hablar de ti, no esperaba menos.
—Me siento desafiante —le dije por el simple hecho de ser una listilla. Podía permitirme serlo. Y no me gustaba ser maltratada en contra de mi voluntad. O tener pistolas atascadas en mis costados. Un bache, un apretón por reflejo, y no habría manera de esquivar una bala de un arma tan cerca, no importa lo rápido que pudiera detener el tiempo. Tal vez había llegado el momento de convocar a mi as en la manga. Pero todavía no tenía nada incriminatorio sobre él. Y nunca lo haría. Todo el equipo de grabación había quedado atrás, en la habitación del hotel. Si pudiera llegar a mi teléfono, por lo menos podría grabar nuestra conversación, pero cómo iba a arreglar eso con tonto y más tonto encima de mi culo, no tenía ni idea. Tal vez si señalaba a la ventana y decía: ¡Mira! ¡Un pájaro!
No, eso no me daría tiempo suficiente. Necesitaba una gran distracción. ¿Dónde había un semi fugitivo cuando necesitaba uno? Los tipos malos siempre confesaban todos sus pecados justo antes de matar a los tipos buenos en la televisión, y no tenía forma de grabarlo.
—Aún —continuó mientras encendía el cigarro.
Arrugué la nariz. En realidad me encantaba el olor a humo de cigarro, pero no estaba a punto de dejárselo saber.
—Nos has llevado directamente a ella. Nunca soñé que tuvieras ese tipo de atracción.
Me quedé quieta. ¿Directamente a ella? ¿De qué hablaba?
—Debes tener algún tipo de encanto mágico para conseguir que el FBI establezca un encuentro. No pensé que pudiera hacerse.
El mundo cayó bajo mis pies.
—No tiene suficiente fe en mí, jefe —dijo el gorila a mi derecha. El que había sostenido la pistola en mi cabeza.
Aturdida y sin palabras, lo único en que podía pensar era en que tenía que advertir a la agente Carson. Los conduje a una trampa.
—¿No reaparece la listilla? —preguntó Mendoza—. Y yo que pensaba que era lo tuyo. ¿No me dijiste que era lo suyo? —le preguntó al otro gorila.
—Es lo suyo. No sabe cuándo cerrar la boca. Creo que la sorprendió.
—Creo que lo hice —acordó. Sopló una espesa nube de humo.
Mis ojos se humedecieron, pero no por el humo. ¿Qué hice?
—Desafortunadamente para ti, habíamos tomado medidas para asegurar que darías todo de ti en esta pequeña misión. Lástima que no fueran necesarias. Ahora tenemos que matar a todos los involucrados.
Conducíamos hacia el sur y tomamos la salida de Broadway, en dirección a un área industrial despoblada. Después de unos minutos de mi mente corriendo, tratando de encontrar la manera de llegar al teléfono en mi bolso, nos detuvimos en una fábrica cerrada. Tenía tres altos silos cilíndricos y algunas otras dependencias dispersas por los jardines. Nos detuvimos frente a un guardia armado. Había otros dos hombres armados en las sombras del ascensor.
Mendoza bajó su ventanilla. —¿Dónde está Ricardo?
—Todos están todavía allí, jefe. No sabíamos qué quería que hiciéramos con ellos.
¿Ellos? Mi cabeza hervía de preocupación.
—Eso funcionará. Dile a Burro que guarde su munición. Quiero ver esto.
El guardia se rio y habló en español por una radio de mano, diciéndole al hombre en el otro extremo que permaneciera donde estaba.
Los gorilas me llevaron dentro de un ascensor. Mendoza nos siguió y subimos hasta la parte superior de los almacenes, tomando una serie de escaleras hasta el último nivel. Cuando salimos al techo en forma de cono del silo más grande, me quedé sin aliento y mis rodillas se doblaron debajo de mí. No a causa de la altura o el hecho de que el viento nos empujaba, llevándonos hacia el borde, sino porque tenían a dos personas allí con ellos: Jessica Guinn y Reyes Farrow. Mi Reyes Farrow. Era imposible. ¿Estaba tonteando? ¿Fingiendo para dejar que se lo llevaran?
Ambos se encontraban cubiertos de su propia sangre. Jessica tenía quemaduras de cuerda en los lados de la boca, y uno de sus ojos se veía de un desagradable morado. Se sentaba en sus rodillas en lo alto de la estructura metálica, las manos atadas a la espalda, el viento sacudiendo su pelo alrededor. El miedo irradiaba de ella con tanta fuerza, que tuve un momento difícil para ver más allá de eso. Aún más que los hombres con armas, incluso más que el hecho de que se encontraba atada y secuestrada, tuve la clara sensación de que la altura la asustaba más. Y se encontraba peligrosamente cerca del borde de una aguda estructura metálica. Una fuerte ráfaga, y caería.
Reyes se hallaba atado a una escalera de metal que daba a la parte superior del silo. Apenas consciente. Su cabeza colgaba, sus largos brazos y anchos hombros flácidos contra las cuerdas que lo ataban. Mi mente no podía asimilar lo que veía.
Cuando Mendoza vio la incredulidad en mis ojos, explicó—: Varios de mis chicos estuvieron en la cárcel con él. Saben de lo que es capaz. Mejor aún, saben cómo derribarlo.
¿Cómo derribarlo? Incluso yo no sabía cómo derribarlo. ¿Cómo en la tierra?
—Dardos tranquilizantes —ofreció cuando sólo sacudí la cabeza con incredulidad—. Del tipo hecho para elefantes. —Se acercó a Reyes y levantó su cabeza agarrándolo por el pelo. Mis instintos se resistieron, y sin darme cuenta convoqué a Angel—. Lo que mataría a un hombre normal apenas lo puso de rodillas. Pero fue suficiente para desorientarlo. Otro dardo lo derribó, y aún tomó otro para mantenerlo de esa manera. No sé de lo que está hecho, pero sea lo que sea, puede ser asesinado.
—No me conoces tan bien como pensabas —le dije a Mendoza—. Jessica y yo no somos amigas. Enemigas sería un término más aplicable.
Los ojos de Jessica se llenaron con terror absoluto.
—¿Entonces no te importará cuando la arrojemos del techo?
Me refrené, temerosa de decir algo. Asustada de arriesgar su vida.
—¿Qué hago? —preguntó Angel. Sujetó mi brazo, como si pudiera impedir que me hicieran daño.
Meneé la cabeza. Simplemente no lo sabía, pero lo miré sim importar. —Necesito a Reyes —le dije—. ¿Puedes traerlo de vuelta?
Le echó un vistazo. —No sé cómo. Está fuera de combate. Lo que sea que le dieron funcionó.
—Lo necesito, Angel.
Angel asintió y dio un paso cauteloso hacia él, enfrentando sus propios temores respecto a Reyes en ese instante.
Después de que Mendoza vio mi interacción con el aire, uno de sus hombres dijo—: Hace eso mucho.
—Me gustas —dijo Mendoza—. Dejaré que elijas. ¿Cuál muere y cuál vive?
Mi visión se estrechó y me balanceé en brazos de los gorilas. No importaba a quién escogiera. Iban a matarnos a todos. Si tan sólo pudiera comprar un poco de tiempo. Si Reyes solo saliera de eso.
Tragué saliva y señalé a Reyes. —Él —dije, mi mano y voz temblorosas.
Mendoza me lanzó una mirada encantada, levantó un pie calzado, y le dio a Jessica un suave empujón. Apenas tuve tiempo para jadear antes de que cayera por el costado. Me abalancé a por ella, como si pudiera atraparla, pero los gorilas me derribaron y me sujetaron.
No gritó. Esperaba que gritara, pero sólo hubo silencio. Ni siquiera escuché su caída. Sólo oí el viento azotando a nuestro alrededor, aullando a través de la estructura metálica.
—Seguro que no estás molesta —dijo Mendoza, la mirada de suficiencia en su rostro era la encarnación del mal—. Eran enemigas, después de todo, ¿no? Pero conseguirás tu deseo. Suéltenlo.
Traté de ponerme de pie mientras desataban a Reyes, pero todavía me mantenían retenida. Esto no estaba sucediendo. No a Reyes. ¿Podría sobrevivir a la caída? Tenía que ser el equivalente de siete pisos. Sobrevivió a cosas peores. Pero había estado consciente. Capaz de prepararse, para defenderse.
Antes de que pudiera decir una palabra más, dos de los hombres de Mendoza dejaron caer su lánguida forma por el costado y cayó en silencio ante mi vista.