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Traducido por CrisCras

Corregido por Mel Markham

 

Nota personal para mí: Gracias por estar siempre ahí.

(Camiseta)

 

Me senté hirviendo en una especie de niebla de asombro. Cook también. Nos quedamos en completo silencio, que solo era interrumpido por el sonido de las galletitas de queso Cheez-Ital al crujir entre mis dientes, durante varios tensos minutos.

—¿Aun estás en tu vigilancia? —preguntó Cookie al fin.

Tragué. —Sí. Y pienso que el Sr. Foster regresó a casa, pero la puerta de su garaje se cerró antes de que pudiera echarle un vistazo. Pero como sea, debo conectarme con el Tipo Muerto Desnudo del asiento del pasajero.

—Bueno, es lo que hay

—¿Verdad? Él tiene un tatuaje. Voy a enviarte una foto.

—¿De su tatuaje? —preguntó, sorprendida.

—De mi dibujo de su tatuaje. Espera. —Envié la foto con el título No juzgues debajo de él—. Muy bien, ¿cómo van las cosas allá en el fuerte?

—Un tal Sr. Joyce vino e insistió en verte hoy. Se veía muy agitado. No quiso dejar su número ni nada. Le dije que volverías esta tarde. ¿Es esto alguna clase de nuevo test de Rorschach[1]? —Estaba refiriéndose a mi dibujo.

—Ponlo de lado.

—Oh, está bien. Andrulis.

—¿Lo conoces? —pregunté, mi voz llena de esperanza.

—Nop. Lo siento. Conocí a un Andrus una vez. Era peludo.

Le eché un vistazo al Sr. A. —Este no es muy peludo. Sin embargo está bien dotado.

—Charley —dijo ella, consternada—. Aleja tu mente de esa dirección.

—Amigo, está justo aquí. No es como si pudiera pasarlo por alto.

—Oh, pobre hombre. ¿A ti te gustaría andar por ahí desnuda durante toda la eternidad?

—Acabas de describir mi peor pesadilla.

—Creí que tu peor pesadilla era una en la que comías pepinillos picantes, te quemabas los labios y estos se hinchaban hasta que lucían como si te hubieras puesto una inyección.

—Oh, sí, claro, también está esa. Gracias por sacarla otra vez. Debería dormir maravillosamente esta noche.

—¿Llamaste a tu tío?

Mi tío Bob, un detective del Departamento de Policía de Alburquerque, tenía un flechazo por Cookie, y Cookie tenía uno por él—pero ninguno haría el primer movimiento. Estaba tan cansada de verlos languidecer el uno por el otro que había decidido hacer algo al respecto. Le organicé una cita a Cookie con un amigo mío para hacer que el tío Bob, o Ubie, como me gustaba llamarlo en mis sesiones terapéuticas mientras intentaba explicar por qué tenía un debilitante temor a los bigotes, se pusiera celoso. Tal vez un poco de competencia encendiera un fuego debajo de su trasero. El mismo trasero por el que se sentía atraída Cookie.

—Claro que lo hice. ¿Cómo va nuestro plan?

—¿Quieres decir tu plan?

—Bien, ¿cómo va mi plan?

—No sé, Charley. Quiero decir, si Robert quisiera salir conmigo, él me lo pediría, ¿verdad? No estoy segura de que intentar ponerlo celoso sea buena idea.

Siempre me llevaba un minuto descubrir quién era Robert. —¿Estás bromeando? Es una idea fantástica. Es del tío Bob de quien estamos hablando. Él necesita motivación. —Le dediqué una última mirada a la casa de los Foster antes de alejarme conduciendo.

—¿Qué pasa si él pierde el interés?

—Cook ¿alguna vez has perdido el interés en un par de zapatos porque alguien más estuviera mirándolos?

—Supongo que no.

—¿No te hizo quererlos incluso más?

—No iría tan lejos.

Giré en Juan Tabo y empecé a regresar a la oficina. —Está bien, voy hacia allí. ¿Qué te parece un almuerzo?

—Suena bien. Me reuniré contigo en la planta baja.

Mi oficina estaba en el segundo piso de la mejor cervecería que la Ciudad Ducal tenía para ofrecer. Recientemente había experimentado un cambio de propietario cuando Reyes se la compró a mi padre. La idea de Reyes como el dueño de un negocio calentaba los berberechos de mi corazón. Lo que sea que fueran.

—Él tiene un hermano —dije, aún sorprendida ante todas las posibilidades.

—Él tiene un hermano —concordó.

Esto tenía que verlo.

 

 

Rodeé mesas y sillas para llegar hasta Cookie. Afortunadamente, ella había cogido un sitio antes de que llegara la hora punta. Desde que Reyes estaba al cargo, el lugar se llenaba a rebosar. El negocio siempre había ido bien, pero con un nuevo propietario que también era una estrella local —Reyes fue noticia nacional cuando el hombre por el cual había ido a la cárcel por haberlo asesinado fue descubierto con vida— y con el añadido de una cervecería en el edificio adyacente al bar, la clientela se había triplicado. Ahora el lugar estaba lleno de hombres que querían las cervezas frescas y de mujeres que querían al cervecero en sí. Desvergonzadas.

Camine rígidamente al pasar a la peor desvergonzada de todas ellas: mi ex mejor amiga, quien aparentemente había decidido mudarse aquí. Jessica había estado en el restaurante todos los días durante las últimas dos semanas. La mayoría de los días más de una vez. Sabía que ella andaba detrás de mi hombre, pero por Dios.

Claramente, tenía que decirle que sí a Reyes pronto. Esto se estaba volviendo ridículo. Él necesitaba un anillo en su dedo —y rápido. No es que eso fuera a detenerlas, pero esperaba que disminuyera la multitud.

Un estallido de risas resonó en la mesa de Jessica mientras yo pasaba. Probablemente les contaba el cuento de Charley Davidson, la chica que afirmaba hablar con personas muertas. Si tan solo supiera. Pero de nuevo, si ella fuera a morir pronto, la ignoraría completamente. Entonces sí que querría hablar conmigo.

—Me trajiste una flor —dijo Cookie cuando la dejé caer con un “plaf” frente a ella, derrumbándome en la silla con la aptitud dramática que normalmente reservaba para la hora vespertina de los cócteles.

—Claro que lo hice. —Le tendí la margarita.

—Así que, ¿un vagabundo?

Asentí. —Síp. Él estaba calle arriba en la esquina y caminó a través del tráfico para dármela.

—¿Cuánto? —preguntó, una sonrisa conocedora en su cara.

—Cinco.

—¿Pagaste cinco dólares por esto? Es de plástico. Y está asquerosamente sucia. —La sacudió para quitarle la suciedad—. Probablemente la robó de la tumba de alguien.

—Era todo lo que tenía encima.

Meneó la cabeza con decepción. —¿Cómo es que siempre escogen a los tontos en una multitud?

—Ni idea. ¿Ya ordenaste?

—Todavía no. Simplemente me alegré de conseguir mesa. Ese hombre volvió, el Sr. Joyce. Todavía agitado, y no estaba feliz de que no fueras a volver a la oficina hasta la una.

—Bueno, tendrá que calmarse. Los investigadores privados también tienen que comer.

—Y veo que tu amiguita está de vuelta.

Eché una mirada hacia la mesa de Jessica. —Creo que debería tener que pagar renta.

—Concuerdo incondicionalmente.

Un lento calor se abrió camino a través de mí mientras hablaba. El calor que siempre rodeaba a Reyes, envolviéndose a mí alrededor como humo. Podía sentirlo cerca. Su interés abrasador. Su innegable hambre. Pero antes de que pudiera buscarlo, otra emoción me golpeó. Una más fría, más dura, aunque no menos poderosa: remordimiento. Me di la vuelta y observé mientras mi padre se abría camino hacia nuestra mesa.

—Hola, papá —dije, empujando una silla con mi pie.

El la empujó de vuelta a la mesa. —Solo vine para terminar lo último del papeleo. —Miró alrededor de Calamity’s—. Creo que voy a extrañar este lugar.

Estaba segura de que lo haría, pero la nostalgia no era la emoción que sentía emanando de él.

—¿Por qué no te sientas, Leland? —preguntó Cookie.

Él se volvió hacía nosotras. —Está bien. Tengo algunos recados que hacer antes de irme.

—Papa —dije, mis pulmones luchando por aire bajo la opresiva tristeza y el remordimiento que sentía brotar de él—: No tienes que irte. —Iba a dejar a mi madrastra por un velero. No es que yo lo culpará. Un velero al menos sería útil. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué después de todos estos años?

Él desestimó mis reservas con un gesto. —No, esto será genial. Siempre he querido aprender a navegar.

—¿Así que empiezas por planear un viaje a través del Atlántico?

—No a través—dijo, su sonrisa una táctica para aliviar mi mente—. No todo el camino.

—Papá…

—Me lo tomaré con calma. Te lo prometo.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué tan repentinamente?

Soltó un suspiró de desdicha. —No sé. No me estoy volviendo más joven, y solo se vive una vez. O tal vez dos veces, en mi caso.

—Yo no tuve nada que ver con eso.

—Tú tuviste todo que ver con ello —contraatacó, y colocó una mano sobre su corazón—. Lo sé. Lo siento aquí dentro.

Él juraba que yo lo había curado del cáncer, pero nunca había curado a nadie en mi vida. No se encontraba en la descripción de mi trabajo. Yo trataba más con el otro lado de la vida. El lado de después.

—No la dejes debido a mí, por favor. —Si iba a abandonar a mi madrastra por mi beneficio, debido a cómo me trataba ella, iba un día atrasado y con un dólar menos. Debería haberlo hecho cuando yo tenía siete años, no a los veintisiete. Ahora podía manejarla. Había aprendido cómo de la manera difícil.

Cookie fingía estudiar el menú mientras mi padre se removía incómodo.

—No lo hago, calabacita.

—Creo que si lo haces. —Cuando dejó caer la mirada al azucarero en vez de responder, agregué—: Y si ese es el caso, lo estás haciendo por la razón equivocada. Soy una chica grande, papá.

Cuando volvió a mirarme, su expresión sostenía una pasión desesperada. —Eres increíble. Debería haberte dicho eso cada día.

Puse mi mano sobre la suya. —Papá, por favor, siéntate. Vamos a hablar de esto.

Comprobó su reloj. —Tengo una cita. Vendré a verte antes de irme, calabacita. Hablaremos entonces. —Cuando le estreché los ojos, añadió—: Lo prometo. Cuídate, calabacita. —Se inclinó y besó mi mejilla antes de encaminarse hacia la puerta de atrás.

—Parecía muy triste —dijo Cookie.

—Está perdido, creo. Consumido por el remordimiento.

—¿Estás bien?

Aspiré profundamente. —Siempre estoy bien.

—Mm-hmm. —La duda en su expresión solo alimentó mi necesidad de molestarla en público.

—Entonces, ¿qué te hizo pensar que las rayas fucsias se verían bien con amarillo?

—Te estás desviando.

—Duh. Eso es lo que hago. ¿Qué es especial hoy?

—Cierto. Pero de verdad —dijo ella, enderezándose—. ¿Esto se ve mal?

Se veía fantástica, pero apenas podía decirle eso.

Sentí a Reyes cerca de mí, observando la interacción con mi papá. Lo observé cuando miré hacia la pizarra donde se hallaba escrita la especialidad del día. Llevaba un delantal y tenía una toalla en las manos, secándoselas mientras levantaba la barra y caminaba hacia nosotras.

Cookie también lo vio. —Madre sagrada de todo lo que es sexy —dijo ella comiéndoselo con los ojos.

—Justo igual.

—¿Alguna vez me acostumbraré a esa vista?—me preguntó, sin atreverse a quitarle los ojos de encima.

—¿A la adorable vista de Reyes Farrow con un delantal?

—A la adorable vista de Reyes Farrow y punto.

Se me escapó una risita antes de decir—: Bueno, ya sabes lo que dicen: la práctica hace la perfección.

—Exactamente. Necesitaré mucha práctica.

—Yo también.

Una mesa de mujeres lo suficientemente mayores como para ser sus abuelas le hicieron gestos antes de que llegara a nosotras. Él se detuvo y las escuchó hablar efusivamente sobre su cocina, pero mantuvo su mirada resplandeciente en mí. Me robó la respiración. Todo lo relacionado con él me robaba la respiración. Desde la forma en que se secaba las manos en esa toalla, hasta la forma en que bajaba las pestañas tímidamente cuando ellas le hacían proposiciones.

¡Le hacían proposiciones!

¡Pero qué demo…!

—Somos muy flexibles —dijo una de ellas, tirando de una de las cuerdas del delantal que Reyes había envuelto alrededor de su cintura y atado en el frente.

Cookie estaba a la mitad de tomar un muy necesario trago de agua fría y estalló en un ataque de tos ante el descaro de la mujer.

Cuando Reyes se volvió a mirarme, me atrapó con la boca abierta por la sorpresa. La cerré de golpe, esperando no asemejarme en ningún sentido a una vaca. Pero él se volteó hacia las mujeres como si de repente estuviera muy interesado en las mercancías que ellas le ofrecían. Como si.

Cookie jadeó a mi lado, intentando conseguir que el aire atravesara su maltratado esófago, pero no podía preocuparme por eso ahora. Tenía que recuperar a mi hombre de esas zorras de pelo plateado. Una de ellas tenía un andador, por amor de Dios. ¿Cómo de flexible podría ser?

—Disculpe, mozo —dije, chasqueando los dedos en el aire para llamar su atención.

Él me ignoró, pero capté la sonrisa que llevaba. También sentí el placer que le causó mi atención. Irradiaba de su esencia y acariciaba mi piel como seda caliente.

—Mozo —repetí, chasqueando los dedos más ruidosamente—. Por aquí.

Finalmente se disculpó con las zorras coquetas, explicándoles que su corazón pertenecía a otra, antes de caminar hacia nuestra mesa.—¿Mozo?—preguntó, deteniéndose frente a nosotras y lanzándole una mirada preocupada a la cara rojiza de Cookie.

Ella tomó otro sorbo y le saludó con un gesto.

Yo gesticulé hacia su delantal. —Pareces un mozo.

—En ese caso, ¿puedo limpiar algo por ti?

—Puedes limpiar tu sucia mente —dije, fastidiándolo—. ¿Divirtiéndote? —Indiqué la mesa con un gesto de la cabeza.

—Ellas solo alababan mi cocina. —Se inclinó muy cerca—. De acuerdo con el consenso, soy realmente bueno mezclando cosas.

En eso habían dado en el clavo. Él era realmente bueno revolviendo mi interior. Mis emociones. Mis partes de chica. —Eso es fantástico —dije, fingiendo que no me importaba—, pero nosotras necesitamos comer.

—¿No escuchaste? He sido degradado a mozo, así que tendrás que preguntarle a tu camarero sobre la comida. No creo que los mozos puedan tomar órdenes.

Tiré de la cuerda de su delantal del mismo modo que había hecho la coqueta. —Tú tomarás mi orden, y te gustará.

Una suave y profunda risa reverberó de su interior. —Sí, señora. ¿Puedo sugerirle el pollo Santa Fe con arroz español?

—Puedes, pero tomaré el pollo margarita con patatas bañadas en chile rojo.

—Yo tomaré el pollo Santa Fe —dijo Cookie rápidamente, cayendo en su táctica. Él probablemente había ordenado demasiados pollos de Santa Fe y ahora tenía que ir por ahí vendiéndolos para deshacerse de ellos. ¿Cómo de diferentes podían ser los pollos criados en Santa Fe?

Le dedicó una sonrisa que era tan hermosa que mi corazón se saltó varios latidos. —Pollo Santa Fe, entonces. ¿Te gustaría té helado con eso? —me preguntó. Cuándo vacilé, intentando decidirme entre un té y un mocha machiato extra grande bajo en grasa con caramelo con una cucharada de crema batida encima, él dijo—: Es una pregunta de sí o no.

Casi estallo en carcajadas. Desde que él se me había declarado con una nota adhesiva, había estado haciendo muchas preguntas de sí o no para remarcar el hecho de que su declaración también era una pregunta de sí o no.

Me encogí de hombros. —A veces no todo es blanco o negro.

—Seguro que lo es.

Cookie, sabiendo a dónde se encaminaba esto, decidió estudiar su menú otra vez.

—Entonces mi respuesta es sí.

Él se quedó inmóvil, esperando por la frase clave. Me conocía tan bien.

—Sí, tomaré té con mi comida, y un mocha machiato extra grande bajo en grasa con caramelo y con una cucharada de crema batida encima después.

Sin perder un latido, dijo—: Té, entonces.

Empezó a darse la vuelta, pero lo detuve con una mano en su brazo.

—¿Estás bien? —pregunté—. Pareces… —bajé la voz—… más caliente de lo normal.

—Yo siempre estoy bien —dijo, imitando lo que yo le había dicho a Cookie antes. Cogió mi mano en la suya y se la llevó a los labios, besándola suavemente. El calor de su boca era abrasador.

No fue hasta que Reyes se alejó, que me di cuenta de que la sala se había sumido en el silencio. Todos los ojos se encontraban sobre nosotros. Bueno, cada ojo femenino estaba sobre nosotros. Miré a Jessica y nuestras miradas se encontraron por un incómodo momento. Estaba celosa, y ese hecho no me hacía feliz. ¿Por qué estaba celosa cuando no tenía ningún reclamo sobre Reyes? Pero de nuevo, los celos se hallaban en toda una categoría por sí mismos. Una que se encontraba entre la inestabilidad y la inseguridad. Pero sus celos arañaban mi piel como uñas.

Los celos por parte de Reyes eran una cosa, pero los celos de los humanos tenían un sabor diferente, una textura diferente. Eran calientes y abrasivos, como ponerse ropa áspera recién salida de la secadora.

—¿Cuándo vas a responderle?—preguntó Cookie, captando mi atención.

—Cuando se merezca una respuesta—contraataqué.

—¿Así que salvarte la vida incontables veces no justifica una respuesta?

—Claro que lo hace, pero él no necesita saber eso.

Una esquina de su boca se inclinó maliciosamente. —Cierto.

Y esa era una cosa que nunca sentía proveniente de Cookie. Celos. Ella estaba tan colada por Reyes como cualquiera, pero nunca estaba celosa por nuestra relación. Se sentía feliz por mí, y en esto yacía el corazón de una verdadera amiga. Pensé que Jessica era mi mejor amiga, pero mirando atrás con comprensión retrospectiva, me daba cuenta de que sentí irradiar celos de ella en varias ocasiones en la escuela. Eso debería de haber sido una pista, pero nunca he sido acusada de ser el cubrecamas más brillante del hotel.

—Vale, ¿cómo vas a atraerlo?

—Bueno, puesto que vive justo en la puerta de al lado, pensé que simplemente golpearía la pared.

—No a Reyes. A Robert.

De nuevo, ¿quién era Robert? Oh, sí. —Déjame a mí preocuparme por el tío Bob.

Cookie se ponía nerviosa por séptima millonésima vez, así que volví a repasar mi plan de principio a fin otra vez. Me gustaba volver a repasarlo de todos modos. Mayormente porque era brillante, pero también porque si Cookie no lo seguía bien, todo eso de brillante se iría por el desagüe, como mi amor propio cada vez que me encontraba con Jessica.

—Esta primera cita es solo el comienzo. Yo le atraeré hasta aquí justo cuando tu cita te esté recogiendo. Él estará tan cegado que no sabrá cómo reaccionar. Ni qué decir. —Me reí como un paciente mental ante eso—. Le explicaré que te uniste a un servicio de citas.

—¿Qué?—objetó Cookie—. Pensará que estoy desesperada.

—Pensará que estás lista para una relación.

—Una desesperada. —Ella se abanicó con el menú, sus dudas evidenciándose en cada balanceo.

—Cook, mucha gente se une a servicios de citas. No está tan mal visto como solía.

—¿Luego qué?

—Después irás a otra cita.

—¿Con el mismo tipo?

—Nop, con un tipo diferente.

El miedo hizo que el pánico la atravesara como un pincho. —¿Qué? ¿Quién? Tú dijiste que esto sería rápido e indoloro.

—Lo será. No estoy segura de quién será la cita número dos. Simplemente tengo muchos amigos que me dejarán usarlos inescrupulosamente.

Cookie gimió.

—Esto funcionará, Cook. A menos que quieras hacer algo realmente alocado y simplemente lo invites a salir tú misma.

—No podría—dijo, sacudiendo la cabeza con vehemencia—. ¿Qué pasa si él dice que no? Y entonces todo sería realmente incómodo entre nosotros durante el resto de nuestras vidas. Tendríamos esos momentos de silencio incómodo que hace que me suden las cejas.

—Oh, sí, esos son horribles. Sea quién sea, es la cita número tres la que será el punto clave. Si no te invita a salir antes de eso, puede que tengamos que contratar a un actor.

—¿Un actor?

—Cook, ya hemos pasado por esto. ¿Por qué estas cuestionándolo todo?

—Creo que he estado en etapa de negación. Pero ahora está sucediendo de verdad. Me siento como esas personas que dicen que pueden hacer puenting, pero para cuando están de verdad en el puente, la realidad de la situación les golpea en la cara.

—Sí, nunca hacer puenting. La realidad no es la única cosa que te golpea en la cara.

—Al menos la cuerda del puenting no deja una cicatriz.

—Gracias a Dios. Así que, para la cita número tres, necesitamos a alguien bueno. Alguien que pueda ser sexy y cabeza hueca al mismo tiempo. Alguien que… —Me golpeó incluso antes de terminar el pensamiento—. Lo tengo.

Cookie se lanzó hacia delante. —¿Quién?

Una lenta y diabólica sonrisa se extendió por mi cara. —No importa, señorita. Si llegamos así de lejos, lo sabrás lo suficientemente pronto. Por el momento, tengo que hacer algunas negociaciones.

Un fuerte ataque de risas hizo eco a mi alrededor, y miré hacia la mesa de Jessica. Ella se encontraba con las mismas tres amigas de siempre, y eso me hizo preguntarme qué hacían para ganarse la vida. Venían aquí para comer juntas casi todos los días. Y también estaban aquí por las tardes a menudo. ¿Es qué ninguna de ellas tenía familia? ¿Responsabilidades? ¿Una vida?

Volví a pensar en nuestra gran explosión en la escuela secundaria. Jessica había dicho algunas cosas bastante desagradables. Me dio la espalda tan rápido que me dolió el cuello. Así como mi corazón. Un hecho en el que parecía deleitarse. Cuando la confronté y le pregunté a quemarropa por qué no quería que fuéramos amigas, me dijo que no tenía ninguna cualidad redentora. ¿Qué demonios significaba eso?

Cookie notó hacia dónde miraba. Palmeó mi mano para hacerme volver.

—¿Crees que tengo cualidades redentoras?

Entrelazó mis dedos con los suyos. —Eres totalmente redimible. Eres como un cupón del 30% de descuento. ¡NO! Un cupón del 40% de descuento. Y no lo digo a la ligera.

—Gracias.

De nuevo, sentí el calor de Reyes antes de verlo. Trajo nuestra comida personalmente, un servicio que Jessica y sus amigas no recibían. Tampoco las zorras plateadas, aunque a ellas no parecía importarles. Seguían haciéndole guiños, y una se relamió los labios sugerentemente. Era tan incorrecto.

—Oh —dije después de que él dejara nuestros platos—. Olvidé preguntarte. Si fueras un utensilio, ¿qué serias?

Se enderezó. —¿Disculpa?

—Un utensilio. ¿Qué serias?

Cruzó los brazos sobre su pecho, luego preguntó suspicazmente. —¿Por qué quieres saberlo?

—Es un cuestionario. Asegura hacernos saber si somos compatibles. Ya sabes, a largo plazo.

—¿De verdad? —preguntó. Sacó una silla, le dio la vuelta, y se sentó a horcajadas sobre ella, para sentarse con nosotras—. ¿Tienes que hacer un cuestionario para ver si somos compatibles?

—Sí —dije, tratando de recuperarme de su último movimiento. Era simplemente demasiado sexy, sentado a horcajadas sobre la silla, cruzando sus musculosos brazos sobre el respaldo de esta—. Sí. Esta cosa es importante, y tienen un 99% de éxito. Eso dice. —Saqué mi teléfono, abrí el cuestionario online y se lo pasé—. Justo aquí. ¿Ves?

Él ni siquiera le dedicó una mirada. Cookie estaba ocupada cortando su pollo Santa Fe y ocultando una sonrisa inapropiada.

—No se puede confiar en cualquier cosa de internet.

—También puedo —dije, completamente ofendida.

—Entonces, ¿qué pasaría si yo publicara un comentario diciendo que soy un príncipe árabe de Milwaukee?

—Sí, pero tú eres un gran mentiroso. Tú no cuentas. Quiero decir, mira a tu padre. Mentiroso patológico número uno. Mentir está en tus genes.

Se inclinó hacia delante. —Solo hay una cosa dentro de mis vaqueros ahora mismo.

—¿Vas a tomar en serio mi pregunta o no? Esto podría ser la llave de nuestros futuros.

—Yo tengo una llave en el bolsillo de mis vaqueros. Podrías buscarla.

Arruinaba completamente nuestra oportunidad de felicidad. —Qué tienes, ¿doce años?

—Siglos, tal vez.

—¿Tienes doce siglos?

Él se estremeció. —¿Sabes que las mujeres mayores dicen que tienen veintinueve?

—Sí.

—Bueno, en cierto modo estoy haciendo eso.

—No, de verdad, ¿cuántos años tienes? ¡Espera!—Un pensamiento me golpeó. Con fuerza. Como una pelota de béisbol lanzada desde el punto de lanzamiento del pitcher en el Wrigley Field[2]—. ¿Cuántos años tengo yo? —Realmente no había pensado en esos términos. Se suponía que yo venía de una antigua raza de seres de otro universo, de otro plano existencial. ¿Qué edad tenía?

—Un machete —dijo él, levantándose y enderezando la silla.

—¿Qué?

—Si fuera un utensilio.

—¿Eso cuenta como un utensilio?

Me guiñó un ojo. —Lo hace en mi mundo.

—Vale, está bien. Yo sería un… un cuchador[3]. Espera, ¿Qué se supone que significa eso? No estoy segura de que un machete y un cuchador sean muy compatibles.

Él se apoderó de mi barbilla y levantó mi cara hacia la suya. —Tengo la sensación de que un machete y un cuchador pueden funcionar muy bien juntos.

Antes de que pudiera discutir, se agachó y presionó su boca contra la mía. El calor me chamuscó al principio, luego penetró en mi piel y se esparció a través de mí como miel caliente. El beso, apenas un pico, término demasiado pronto mientras se levantaba, sorprendiendo a Cookie con un rápido beso en la mejilla, y volvió a la cocina, dándome una espectacular vista de su trasero.

Cookie jadeó y tocó el lugar en donde la habían tocado los labios de Reyes, estrellas brotando de sus ojos. —Quiero eso —dijo, de repente determinada.

Me volví a mirar hacia la puerta por la que Reyes había desaparecido. —Bueno, no puedes tenerlo. Es mío.

—No, no eso. No a él. —Salió de su estupor con una sacudida y dijo—: Quiero decir, sí, lo tomaría en un santiamén, pero quiero eso. Quiero eso que tienen ustedes dos, maldita sea.—Apretó la mandíbula—. Vamos a hacer esto. Vamos a engañar a ese necio cascarrabias de tu tío hasta que me suplique que sea su chica.

—Sí, Cookie —dije, levantando la mano para chocar los cinco, pero ella no supo qué hacer—. No me dejes colgada.

—¿Pero qué pasa si no me pide salir?

Después de saludar a una pareja a la que no conocía que acababa de entrar por la puerta principal para salvar mi dignidad, bajé la mano y dije—: Creo que la pregunta más importante es, ¿crees que un machete y un cuchador son compatibles?

—Charley, tienes que dejar de hacer esos ridículos cuestionarios.

—De ninguna manera. Tengo que saber.

—Bueno, pero ¿por qué un cuchador?

—Porque soy versátil. Puedo realizar varias tareas como nadie. Y me gusta cómo suena. Es tan… sinsentido.