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Traducido por Marie.Ang
Corregido por Sofía Belikov
A veces escribo “tomar café” en mi lista de tareas pendientes
solo para sentir que he logrado algo.
(Actualización de estado)
Llegué a casa justo después de la puesta de sol, sosteniendo el título de mi alma en una mano y un mocha latte en la otra. Seguramente Reyes vería el lado bueno de eso. Lo del alma. ¿Cómo podía enojarse porque hubiera ido a ver al Negociante? Escogí no pensar demasiado en Reyes o su ira mientras lo buscaba. Después de comprobar su casa y la mía, y todo lo demás, me dirigí a mi oficina y finalmente lo encontré en el callejón entre el bar y el edificio de apartamentos, con sus piernas asomándose por debajo de la parte delantera del más dulce auto negro de alta potencia que alguna vez había visto. Reduje mi ritmo para disfrutar de la obra de arte ante mí. Entonces, revisé el coche. El emblema en el costado decía que era un ‘Cuda. Fuera lo que fuese, derritió mis rodillas hasta hacerlas chocar. Ella era impresionante, y decidí justo en ese momento que me convertiría en lesbiana.
—¿Es tuya? —le pregunté mientras avanzaba. Estaba trabajando con su motor, que se veía lo suficientemente limpio como para comer en él, lo suficientemente brillante como para aplicarse maquillaje, y lo suficientemente grande como para hacer temblar la tierra, estaba segura.
Un suave trueno retumbó en la distancia. Miré las nubes que se desplegaban, su inquietante color gris contra el oscuro cielo.
Volviendo a enfocarme en señor Pantalones Enojados, me incliné sobre el motor para ver lo que hacía. Tenía una de esas luces colgantes, y pude ver una porción de su rostro mientras trabajaba bajo el auto. Me ignoró y siguió ajustando algo. Algo que sólo podía esperar que en realidad necesitara ajustarse, porque en verdad lucía metido en ello. Su distintivo calor se colaba y me rodeaba. Puse los codos en una parte brillante y apoyé la barbilla en mis manos acunadas.
—¿Vas a estar enojado por mucho tiempo? —le pregunté.
Ajustó de nuevo, rehusándose a encontrar mi mirada, así que vagué con la mirada sobre la parte delantera del coche hasta sus piernas abiertas, delgadas y poderosas, sus estrechas caderas elaboradas a la perfección, y su cintura de roca, ondulada y tensa. Su camiseta se había subido para revelar varios centímetros de delicias sobre sus vaqueros, y mi boca se hizo agua en respuesta.
—¿Por qué parte estás enojado? —pregunté, dándome cuenta de que podía estar enojado por cualquier cosa. Tendía a acumular puntos en la lista de mierda.
Por fin habló, arrastrando mi atención de nuevo a él. —Estás investigando lo que piensas que fue mi secuestro.
¿Por eso era que se enojó? Espera, ¿acababa de decir…? —¿Lo que pienso que fue tu secuestro? Te refieres a que, ¿el bebé que fue secuestrado de los Foster no eras tú?
Bajó el trinquete y agarró otro, una herramienta igualmente premonitoria. —Sí, era yo, pero difícilmente fui secuestrado.
Me incliné más cerca de él, intentando verlo tras el motor. —¿A qué te refieres? —Mis pensamientos se precipitaban entre sí mientras revisaba el caso en mi cabeza—. No lo entiendo. ¿No fuiste secuestrado?
—No esa vez. —El auto bajó con la presión que puso en ella.
—Reyes, por favor, explícate. ¿Fuiste secuestrado de los Foster o no?
—No importa lo que te diga. Tomarás esa información y harás lo que quieras con ella. Nunca piensas en las consecuencias de tus actos.
—Estás tan equivocado. —Me apoyé con las rodillas y me incliné para mirarlo bajo el auto. Sus bíceps se tensaban contra la delgada tela de su camiseta mientras trabajaba—. Eso es todo lo que considero. Hago lo que puedo para ayudar…
—A extraños —dijo, girando la llave tan fuerte que el auto se hundió de nuevo—. Personas a las que no conoces. No piensas en las personas que están más cerca de ti. Lo que tus acciones pueden hacerles a ellos.
Me sentí horrorizada de que incluso dijera tal cosa. —¿Piensas que no me preocupo por mi familia? ¿Mis amigos?
—Creo que te preocupas por demasiados. Te extiendes demasiado. Tomas demasiado, demasiado riesgo, y posiblemente no puedes ganar.
Estaba cambiando el tema a propósito, sacando una vieja discusión para animarme a dejar el rastro de su secuestro. —Reyes, ¿fuiste secuestrado de tu familia biológica o no?
Respirando con dificultad, bajó la llave y finalmente me miró, sus ojos brillando en la luz artificial. —Sí. Lo fui.
—Entonces, los Foster son tu familia biológica. La familia que escogiste para nacer en la tierra.
—No. —Volvió a trabajar, y apreté los labios, luchando por paciencia.
—Entonces, el hijo de los Foster fue secuestrado, pero no fuiste tú.
Entrecerró los ojos mientras luchaba con el coche. —Equivocada. Y equivocada.
Me encontré hipnotizada por sus acciones por un momento. Las sombras entre sus músculos cambiaban cada vez que los flexionaba. —Está bien, entonces, si este es el día al revés, el hijo de los Foster no fue secuestrado y… —Me esforcé en pensar en cómo lo pondría—… y eras tú. Tú eras el niño de los Foster.
—Más cerca.
Me tiré a la acera tan dramáticamente como pude sin incurrir en una lesión. —Oh, Dios mío. Te daré un millón de dólares si simplemente me lo dices.
Examinó la llave que sostenía. —No tienes un millón de dólares.
—Bien —dije, rodando hasta quedar de espaldas y palmear mis bolsillos. Saqué lo que tenía: tres dólares, algo de cambio, y un caramelo de sandía. —Te daré tres dólares, cincuenta y dos centavos y un caramelo.
Su boca se suavizó mientras me daba toda su atención. —Iba a decir que no, pero ya que lanzaste el caramelo. —Se deslizó de debajo del coche y se puso de pie antes de ayudarme a hacer lo mismo—. Si te digo, ¿me prometerás algo?
—Te haré un baile sensual. En tu regazo —dije, sacudiendo mi cabello.
—Trato. No fui secuestrado de los Foster.
Me sacudí el trasero, pero lo dejé cuando él continuó.
—Los Foster fueron lo que me secuestraron.
Mientras permanecía allí sorprendida ante él, levantó la luz y cerró el capó de su coche. Si bien esto no era para nada como las veces que había intentado que se abriera sobre su infancia con Earl Walker, el monstruo que lo crio, podía decir que tampoco quería hablar especialmente sobre esta parte de su vida. Se limpió las manos con un trapo, ignorando por completo el hecho de que estaba cubierto de suciedad y aceite. Definía la palabra sexy.
Me acerqué a él y puse una mano en su brazo para llamar su atención. Y, bueno, sólo tocar su brazo, porque maldición. —¿Puedes explicármelo? No lo entiendo.
Estudió el trapo mientras hablaba. —No soy un ángel de la muerte. No puedo recordar todo desde mi nacimiento como tú. Pero de lo que he podido reunir, la Sra. Foster me secuestró de un área de descanso en Carolina del Norte.
—¿Carolina del Norte? —pregunté, tomada por sorpresa.
Asintió. —Creo que fue un crimen de oportunidad. Ella simplemente descubrió que no podía tener hijos. Ella y su esposo manejaban a casa todavía de una cita de otro doctor. El coche de mi madre se sobrecalentó. Se estacionó en un área de descanso, y ya que yo dormía en la parte trasera, abrió la puerta para comprobarme y cubrirme con una manta. Olvidó volver a cerrarla. La Sra. Foster estuvo mirando todo desde su auto mientras su esposo utilizaba las instalaciones. Lo tomó como una señal de Dios que yo debía ser suyo. Cualquier madre que dejara a su hijo solo así… ella no podía creer que una madre tan indigna de un hijo pudiera tener uno mientras que ella no. Mientras mi madre biológica estaba tras el capó, llenando el depósito de agua, la Sra. Foster se acercó, abrió la puerta, y me tomó. Todo sucedió demasiado rápido. Mi madre se acercó para comprobarme de nuevo, y yo me había ido.
Hablaba como si lo hubiera leído en un informe policial. —Pero entonces, ¿lo sabes? ¿Sabes quiénes son tus padres biológicos?
—Sí. A medida que fui creciendo, empecé a recordar más y más. La mayoría no vino a mí hasta que estuve en prisión, pero lentamente recordé sus nombres. Eso fue todo. Eso fue todo lo que vino a mí.
—Entonces, ¿cómo conectaste todo?
—Hackeé la base de datos del FBI y leí los informes.
—¿Hackeaste al FBI desde prisión? —Cuando simplemente levantó una arrogante ceja, meneé la cabeza, atónita. Se me olvidaba lo bueno que era en esas cosas—. ¿Qué sucedió después de eso? Si la Sra. Foster te secuestró, ¿por qué luego dio la vuelta y… y, qué? ¿Hubo alguien más que te secuestró? —Luché para entender—. Eso no tiene sentido.
—Fue uno de esos casos en donde todo seguía yendo mal. Después de que la Sra. Foster me llevara, convenció a su esposo de que era lo que debía ser. Pero difícilmente podía aparecer con un niño de tres meses. Así que dejaron el estado, se movieron un poco hasta que terminaron en Albuquerque, lo que era extraño en todo otro nivel diferente.
—¿Por qué?
—Porque se suponía que mis padres biológicos iban a mudarse allí. Es la razón por la que los elegí. Entonces, después de que fui secuestrado, terminé aquí de todos modos.
Me incliné contra el grueso poste de luz. —Eso no puede ser una coincidencia. ¿Qué sucedió después?
—Los Foster estuvieron aquí por un tiempo. Conocieron a los vecinos. Se unieron a una iglesia. Empezaron a hacer amigos. Pero la familia del Sr. Foster empezó a sospechar. Ellos querían verlo. Nunca les gustó su esposa y les preocupaba que ella fuera peligrosa, así que planearon un viaje de visita. Y ya que los Foster de pronto tenían un hijo de la edad exacta del niño secuestrado de su estado, se dieron cuenta de que serían atrapados. Así que me vendieron.
—Ellos simplemente… ¿van y te venden? ¿Como si fuera en eBay?
—Esa es una pieza del rompecabezas que no he descubierto bien aún. Tal vez el Sr. Foster conoció a alguien que los ayudó. ¿Quién sabe? De todos modos, creo que el plan era sólo venderme y acabar con el asunto, pero una vecina vio a un hombre de aspecto sospechoso salir por la puerta trasera conmigo. Pensó que estaba siendo secuestrado, así que llamó a la policía. Ellos aparecieron, los Foster entraron en pánico y dijeron que sí, que su bebé había desaparecido, y el resto es historia.
—Reyes, esto es una locura. ¿Qué hay de la familia del Sr. Foster? ¿Ellos no se enteraron de que él también tenía un misterioso niño secuestrado?
—Lo creas o no, nunca llegó a ellos. Los niños son secuestrados todo el tiempo. ¿Cuántos has visto, especialmente a través del país? Incluso hoy, durante la era de la información, difícilmente vemos alguna vez los rostros de los niños perdidos. ¿Sabías que cada día se informa de cerca de dos mil personas perdidas? ¿Cuántas ves en las noticas?
—Aun así —dije, completamente sorprendida—, ¿cómo es posible que los policías no hicieran la conexión? Tenías las marcas, el mapa de las puertas del infierno en tu piel.
—Sí, pero cuando nací eran muy claras. Tan claras, que eran imposibles de ver al ojo humano. Se volvieron más oscuras a medida que me hacía mayor. Para el tiempo en que los Foster me vendieron, parecían una muy ligera marca de nacimiento. Nada parecido a las de ahora.
Me senté en una caja mientras las primeras gotas de lluvia caían del cielo. —Esto simplemente es una locura. Los Foster parecían tan buenos en el papel y en sus entrevistas. —Sacudí el dedo índice, recordando lo que había dicho Sack—. El Agente Carson dijo que su padre tenía un mal presentimiento respecto a todo el caso, como si pasara algo más que no podía entender.
—Suena como si fuera un buen agente.
—¿Ibas a terminar aquí de todos modos? Así, ¿creceríamos juntos e iríamos a la misma escuela?
Empacó las herramientas que había sacado y miró hacia el cielo. Las gotas de lluvia dejaban pequeños riachuelos en su rostro y brazos. —Mi padre biológico iba a ser transferido a Albuquerque. Pero después de que fui secuestrado, decidieron permanecer en Carolina del Norte y esperar que la policía me encontrara. Nunca se fueron.
Me puse de pie de un salto. —¿Todavía están ahí?
—Sí.
—¿Has vuelto a ellos, Reyes? —Me acerqué más cuando me miró—. ¿Les has dicho quién eres?
La expresión que me lanzó me detuvo en seco. —¿Por qué haría eso?
—¿Por qué harías…? —Me detuve, estupefacta por que tuviera que preguntar—. Reyes, ellos deben saber que estás bien. Tienen derecho a saberlo.
—Tienen derecho a vivir sus vidas felices y sin enterarse.
No podía creer nada de eso. —¿Por qué los ibas a dejar en la oscuridad durante todos estos años?
El calor de su cólera calentó las frías gotas de lluvia cuando cayeron suavemente en la tierra. —Ellos no son mis padres reales, Holandesa. Lo sabes.
—Pero, tú los escogiste.
—Escogí a la mujer para que fuera un recipiente, eso es todo.
Había más que eso. Podía sentir la mezcla de emociones arremolinándose dentro de él. Podía sentir la ira y el resentimiento y la duda. —Eso no es del todo cierto —le dije.
Sus emociones eran demasiado fuertes para bloquearlas, y eso lo enfureció incluso más.
Se apartó de mí para recoger la caja de herramientas, pero lo detuve, tomé su mano en la mía y la llevé a mi rostro para acariciarlo. —Reyes, tienes que decírselo. Tienes que aliviar su dolor. Su incertidumbre.
Las gotas de lluvia caían de sus pestañas imposiblemente largas, sus oscuros ojos brillaban debajo de ellas. —¿Por qué me querrían, Holandesa? ¿Qué les haría saber mi verdadera identidad?
Aunque estaba completamente en desacuerdo, quería convencerlo de que se abriera. Que se lo dijera. El resto podía venir después. —No tienes que decirles lo que eres.
—No me refiero a eso. —Se apartó de mí—. He pasado los últimos diez años en prisión.
Di un paso más, obligándolo a enfrentarme. —Por un crimen que no cometiste.
—Todavía tengo el hedor de la prisión en mí. Los internos son diferentes. Actúan diferente. Sus habilidades sociales no están exactamente a la altura. Lo sabrían.
—Por favor, dime que estás bromeando.
—No. —Agarró mi brazo, su comportamiento cambiando un poco—. Y tampoco quiero que tú se lo cuentes. Esta es mi vida, Holandesa. No quiero que interfieras, ¿entiendes?
No importaba cuánto quisiera, tenía que respetar eso. Si no quería conocer a sus padres biológicos, no podía forzar el asunto. Él tenía todo el derecho a su privacidad, pero el pensar de ellos aún sufriendo después de todos estos años, sin saber todavía lo que le había sucedido a su bebé, me partía el corazón. Había mucho que decir a favor del desenlace. Dejarlo como estaba era como dejar una herida abierta, bueno, abierta. Seguramente había una forma de bordear sus deseos, de tan solo hacerles saber que su hijo estaba a salvo y bien —muy bien, de hecho, sin dar su identidad.
—Prométemelo —dijo, tomando posesión de mi otro hombro.
Antes de que pudiera hacer esa promesa, otra idea me golpeó. —Oh, Dios mío, ¿qué pasa con el otro hijo que tienen ahora? ¿Los Foster? ¿Es siquiera realmente de ellos?
—No tengo ni idea. —Soltó mis hombros y se cruzó de brazos—. Tengo la sensación de que él también fue secuestrado, ya que es rubio y ellos son de cabello oscuro.
—Santa mierda del pan bendito. Esto es tan malo. Tienen que ser detenidos.
—¿Esta es tu forma de escapar de mi promesa de que mantendrás esa pequeña nariz fuera de esto?
—¿Qué? ¿Yo? Vaya, mira esta lluvia.
—Holandesa —dijo, su profunda y sexy voz toda profunda y, bueno, sexy. La suave lluvia había moldeado su camiseta una vez blanca ajustándola a él como si estuviera hecha a la medida de la extensión de sus hombros, a la estrechez de su cintura—. Podrías lamentar mirarme de esa forma.
Mi mirada saltó de regreso a su rostro. No ayudó. —Nunca podría arrepentirme de mirarte.
Frunció el ceño como si no entendiera. —¿Por qué? —preguntó, completamente serio.
Y estaba perdida. Salté a sus brazos, casi literalmente, y presioné mi boca contra la suya. Él lucho contra una sonrisa durante un momento, devolviéndome el beso con entusiasmo, para luego apoyarme contra su auto. Una mano buscó al instante el peso de Peligro. La persuadió agasajándola con un pulgar. Su boca, tan caliente contra la mía, salió a succionar su cresta y sólo entonces me di cuenta de que había desabotonado mi camisa y liberado tanto a Peligro como a Will de sus confines.
El hecho de que estuvieran afuera ni siquiera se registró. El sofocante calor de su beso me envolvió mientras chupaba a Peligro. Ella se tensó bajo sus cuidados, endureciéndose tan rápido que casi grité. La sacudida de éxtasis fue abrumadora. Él cambió a Will y luego volvió de nuevo, ofreciéndoles a ambos la misma cantidad de atención. Cada vez que se arrastraba a una rosada cresta, sentía un cortante bocado de excitación atravesarme. Lo miré mientras amasaba y succionaba, su exquisita boca hermosa contra mi pálida carne. Pero fueron sus dientes rozando sus endurecidos picos lo que fue mi perdición. En una rápida ráfaga, el aguijón agridulce del orgasmo se disparó a través de mí, chocando como fuego y hielo durante un huracán.
No pude evitar que un grito escapara de mi garganta. Jamás. Jamás en mi vida había experimentado un clímax de tal manera. Jadeé de completo asombro cuando el orgasmo latió a través de mí como una cascada de placer. Decayó poco a poco, dejándome temblando a su paso, y sin embargo quería más. Siempre quería más cuando se trataba de Reyes Alexander Farrow.
Su boca descendió hasta la mía y envolví los brazos alrededor de su cabeza mientras me recostaba hacia atrás, dejándome sobre el capó de su auto. Antes de que pudiera levantarse, me extendí y acaricié la erección que sus pantalones apenas podían contener. Inhaló una bocanada de aire, y este se agitó de repente frío contra mis labios, causando que otra ola de crudo deseo se tensara dentro de mí. Antes de saberlo, me había quitado los pantalones. Cómo se las arregló para hacer eso sin que me diera cuenta me sorprendió, pero yacía en su auto, medio desnuda, jadeando y agotada cuando, sin la más mínima pizca de fanfarria, entró en mí con una larga embestida.
Lo sujeté y agarré contra mí, el fuerte repunte de necesidad borrando mi autocontrol una vez más. Se quedó allí, enterrado dentro de mí, permitiendo que mi cuerpo se ajustara a la plenitud de su erección hasta que agarré puñados de su cabello, mordí su hombro, y empujé mis caderas contra las suyas, forzándolo a ir incluso más profundo.
Gruñó contra mi oído, envolvió un brazo bajo una rodilla, y se impulsó dentro de mí una y otra vez con rápidas y cortas explosiones, engatusando al calor que había en mi abdomen para que se hinchara, girase y se agitase, construyéndose con cada embestida al igual que la presión de un volcán a punto de hacer erupción. Mis pezones aún estaban sensibles. Se rozaban contra su pecho con cada empuje, haciendo su parte para lanzarme al borde una vez más.
Los músculos de los poderosos hombros de Reyes se flexionaban bajo la presión de sus esfuerzos. Su respiración se hacía entrecortada, más y más laboriosa mientras me mantenía inmóvil bajo su férreo agarre. Clavé las uñas en su carne, instándolo a ir más rápido, rogándole que no se detuviera. A nunca detenerse. Su expresión era de agonía cuando se tragó su propia necesidad para obligarme a alcanzar otro clímax explosivo. Enterré la cara en el hueco de su cuello mientras la fiebre dentro de mí se elevaba y quemaba como una marea creciente estrellándose contra una presa. Reyes volvió a gruñir cuando su propio clímax lo estremeció. Tembló contra mí, su angustia tan poderosa como la mía, igual de intoxicante. Se aferró a mí con tanta fuerza que era casi doloroso y sirvió solo para enviar la cresta de mi orgasmo aún más alto. La monté, deleitándome en el regocijo que me inundaba el cuerpo y el alma hasta que muy suavemente fluyó, disipándose completamente en el lapso de varios segundos.
La respiración de Reyes se ralentizó, así como la lluvia. Tocaba un suave y melódico patrón contra el ‘Cuda mientras yacíamos ahí, miembros enredados, ropas torcidas. Lo poco que teníamos, al menos. Se inclinó y me besó, largo, con fuerza y profundamente, como si me diera las gracias. Como si reforzara el hecho de que me necesitaba tanto como yo a él.
Cuando se levantó, pasé las puntas de mis dedos por su mejilla y susurré—: Eso fue algo increíble.
Sus dientes brillaron en la oscuridad. —Tú eres increíble.
Lo aceptaría. Estaba totalmente ocupada mirando sus ojos cuando escuché un repiqueteo. Se registró en alguna parte en el fondo de mi mente, pero no terminó de llegar a ser un pensamiento consciente hasta que escuché el sonido de nuevo.
—Ese es mi teléfono —le dije.
Me ayudó a bajar del capó y me mantuvo agarrada hasta que recuperé el equilibrio. Me tomó un momento localizar mis pantalones, pero una vez que lo hice, saqué mi teléfono del bolsillo, recé para que la lluvia no lo hubiera arruinado, y revisé los mensajes. Un insulto que no podía repetir en público se esparcía por la pantalla. Grité, cubriéndome la boca con una mano, y luego dije a través de mis dedos—: ¡Me olvidé de tío Bob!13Traducido por Marie.Ang