18

Traducido por Vanessa Farrow & Juli

Corregido por Jasiel Odair

 

Recuerda, todo es diversión y juegos

hasta que alguien pierde un ojo,

y entonces es: “¡Oye, globos oculares gratis!”

(Camiseta)

 

Mientras me ocupaba poniendo todos mis números en el teléfono que Pari me prestó, la cita de Cookie apareció. Justo a tiempo. Repasamos el guion y le dijimos que todo sería grabado para un nuevo programa de cámara oculta que podría ser escogido por HBO. —Si lo quieres en el aire —le dijimos—,  tienes realmente que venderlo.

Era alto y bien formado, aunque muy joven y demasiado presentable para lo que le pedimos, pero accedió a nuestra pequeña comedia y al hecho de que estábamos más o menos engañando al hombre con el que arreglamos la cita.

—Me gustaría que pudieras estar ahí —me dijo Cookie.

—A mí también, pero si me ve allí,  sabrá que está pasando algo.

Para el momento en que se fueron a la cita, Cookie se veía un poco verde.

—Ánimo, cariño. Esta es nuestra última oportunidad.

—¿Pero realmente es necesario todo esto? —preguntó, claramente queriendo retractarse—. De nuevo, si quisiera invitarme a salir, ya lo habría hecho, ¿verdad?

—¿Conoces siquiera a mi tío Bob?

—Está bien, tienes razón.

Tomó a su cita del brazo y le permitió conducirla por las escaleras hasta una limusina que esperaba. Esto sería bueno.

 

Minutos más tarde, al parecer, mi nuevo teléfono sonó. Reyes, Garrett y yo habíamos estado discutiendo sobre las profecías y el Negociante. Garrett accedió a reunirse con él para tratar de averiguar qué demonios pasaba. Pero, por ahora, tenía un teléfono ilocalizable sonando.

Deslicé el dedo por la pantalla para responder. —Oye, Cook, ¿cómo está yendo?

—Charley  —dijo casi gritándome—, ¡ven aquí, ya! ¡Robert va a matarlo!

Me puse de pie. —¿Qué? ¿Dónde estás? ¿Qué pasó?

—Están peleando. Robert nos enfrentó, y tu chico actor piensa que todo es parte del guión. ¡Robert va a matarlo! ¡Ven aquí!

Corrí a través de la puerta antes de que me diera cuenta. —¿Dónde estás exactamente? —le pregunté, bajando las escaleras de tres en tres. Garrett y Reyes se encontraban justo detrás de mí.

—Vamos a tomar mi camioneta —dijo Garrett, dirigiéndose en esa dirección.

Lo seguimos y nos apresuramos a entrar mientras encendía el motor.

—¿A dónde vamos?  —preguntó.

—Están detrás de ese pequeño lugar italiano cerca del teatro.

—¿Qué teatro?  —preguntó mientras salía. Me senté en medio de Garrett y Reyes, tratando de calmar a Cookie.

—Pon al tío Bob al teléfono —le dije.

—Lo intenté. No escuchará. Está furioso, Charley. Piensa que este tipo es una especie de acosador o algo.

—¿Le dijiste lo que hablamos?

—¡Sí! Hice todo como lo discutimos. Llamé a Robert y le dije que me encontraba en una cita de ese servicio en línea, pero que mi cita me hacía sentir muy incómoda. Le dije que no me sentía segura y pregunté si vendría a recogerme. ¡Eso fue todo! No dije nada más, pero Robert entró hecho una furia desde que llegó aquí, le hizo una llave en el cuello al chico, y lo arrastró fuera. Ahora están discutiendo. ¡Sólo apúrate, Charley! ¡Por favor!

—Ya casi estamos allí  —le dije, agradeciendo al creador por darle a Garrett habilidades para conducir rápido—. Sólo trata de poner al tío Bob en el teléfono. Dile que soy yo.

—O, bien, lo intentaré.  —Oí discusiones en el fondo, luego a Cookie tratando de hablar con un hombre loco que respondía al nombre de Robert Davidson.

—Sólo quédate atrás, Cookie —le gruñó.

Entonces escuché forcejeos y Cookie gritó y hundí la cabeza en mis manos. ¿Qué había hecho?

—¡Charley! —gritó Cookie  en el teléfono—. ¡Tiene un arma!

—¿Qué? —No podía creer lo que sucedía—. ¡No! ¡No, no, no, no, no! Cookie, tienes que decirle al tío Bob que era todo una actuación. ¿Cookie?

Al instante siguiente, un agudo chasquido resonó en el aire, y el teléfono se cortó.

 

Trepé por encima de Reyes antes de que Garrett se detuviera completamente, pero Reyes me agarró del brazo y me mantuve ahí hasta que también pudo salir y correr hacia el tumulto conmigo. Cookie se encontraba de pie a la luz de una farola detrás de una zona de compras cerca del complejo teatral. Se había reunido una multitud, y oí sirenas a lo lejos mientras me detenía a su lado.

Ella lloraba, con la cabeza gacha, los hombros temblorosos.

Entonces vi al tío Bob. Se encontraba cubierto de sangre, y la cita de Cookie se hallaba inconsciente en el suelo. Me puse las manos sobre la boca para evitar que se me escapara un grito.

Cookie realmente debió convencerlo. Debió de haber convencido al tío Bob de que tenía miedo de este tipo, y el tío Bob reaccionó. Nunca soñé, ni en un millón de años, que reaccionaría tan ciegamente, con tanta rabia.

Trastabillé hacia adelante para comprobar el pulso del hombre. Su corazón latía bajo mis dedos y casi me desmayé del alivio. Inmediatamente desgarré su camisa para buscar la herida.  La piel perfecta e intacta brillaba a la luz de la farola. No vi ninguna herida. No brotaba sangre. Ninguna señal de que tuvo lugar una lucha casi fatal.

Oí la voz de tío Bob en mi oído. Se inclinó, con la boca en mi oído, y susurró—: ¿Está muerto, o tengo que poner otra bala en él?

Las palabras se desvanecieron cuando sentí una emoción más destacada. Algo no andaba bien.

Me volví para mirar al tío Bob; su expresión era sombría, y la emoción que brotaba de él coincidía con la apariencia. Pero no era él. No era al tío Bob a quien sentía, su reacción cautelosa de costumbre ante cualquier situación repleta de adrenalina. Era un policía experimentado.

Y olía mal.

Mientras que su camisa se hallaba cubierta de sangre, mi olfato no identificó su distintivo olor cobrizo. Lo identifiqué —olí el aire— tomates. Salsa de tomate, para ser exactos. Entonces me di cuenta de que no fluía ira por las venas del tío Bob, sino resentimiento. Y el hombre al que me encontraba examinando sentía cualquier cosa menos miedo. O agonía, después de haber recibido un disparo. Eso era lo que estaba mal. Diferente.

Había sido engañada.

Froté los dedos sobre mi cara y miré a Ubie. —¿Cuándo te diste cuenta?

Se agachó y ayudó a la cita de Cookie —quien sonreía— a levantarse del pavimento. —Si vas a arreglarle una cita a Cookie para ponerme celoso, los chicos con los que arregles las citas, al menos deben ser heterosexuales. —La segunda cita de Cookie era con un amigo mío. Un amigo gay. ¿Cómo sabía eso Ubie?

Me puse de pie y me sacudí. Cookie miró entre nosotros, en parte aliviada y en parte confundida. —Detectaste eso, ¿verdad?

—Sí, Charley, lo hice.

—¿Cómo sabías que todo esto era una trampa?

—Dame un poco de crédito. Soy un detective. Y ninguna de ustedes sabe mentir. —Se volvió y miró a Cookie—. Tienes que tomar una clase o algo así.

 —Somos excelentes mentirosas —le dije, defendiendo nuestro honor—.  Y esto fue idea mía, tío Bob. Cookie ni siquiera quería ir con él. —¿Tenía que joder la única oportunidad de Cookie de tener éxito con mi tío?

—Lo creas o no, me imaginé que era así.

—¿Cómo?

—Cookie nunca saldría con algo tan descabellado.

Crucé los brazos sobre mi pecho. —Me ofende ese comentario.

—Y ella nunca iría tan lejos como para contratar a un actor.

Troy, el actor en cuestión, sonrió un poco más. —¿Cómo lo hice? —le preguntó al tío Bob.

—Tienes una gran carrera por delante, hijo.

—Y —dijo Cookie, completamente ofendida también—,  Charley puede ser una mentirosa horrible, pero yo soy una experta.

—Sigue diciéndote  eso a ti misma, mejillas dulces.

—Pero, ¿cómo… no, cuándo se conocieron ustedes dos? —le pregunté a él, señalando tanto a  Ubie como a Troy.

—Rastreé tus registros telefónicos y conseguí el número de ellos.

Jadeé para demostrar lo indignada que me sentía. —¡Eso es ilegal!

—Igual que casi todo lo que haces a diario —me dijo—. Sentí que tenía que ponerte en tu lugar en este caso, cariño. Es por eso que llamé a Wynona Jakes.

—¿Quieres decir que la psíquica falsa era una trampa? —le pregunté, muy horrorizada, casi no podía hablar. Casi—. No puedo creer que me hayas engañado así.

—¿Y cómo se siente?

Una vez más, me encontraba casi sin palabras. Casi. —Tío Bob,  estábamos haciendo esto por tu propio bien. Necesitabas una rápida patada en el trasero, y conseguiste una. Si sólo le hubieras pedido salir a ella en primer lugar…

—¿Es este un ejemplo de toda esa cosa de “culpar a la víctima” sobre la que siempre estás despotricando?

Cerré la  boca, negándome a contestar.

Se volvió hacia Cookie, que se encontraba parada llena de  vergüenza y humillación. Yo apestaba tanto a veces. Estaba segura de que esto funcionaría.

—¿Bien? —le preguntó él, tendiéndole una mano.

—¿Bien? —preguntó ella de nuevo.

—¿Vamos a salir o qué?

La boca de ella se abrió y la cerró de nuevo. Luego la abrió. Luego…

—¡Sí! —dije por ella, acercándome a  mi tío cascarrabias—. Sí, ustedes van a salir.

Una tonalidad rosada floreció en la cara de Cookie. —Sí, vamos a salir, Robert. Ahora antes de que cambies de opinión.

Su expresión agradecida calentó los berberechos de mi corazón. Mientras Cookie recuperaba su bolso de otro espectador, envolví mi brazo en el de mi tío y apoyé mi cabeza en su hombro. —Así que entonces funcionó.

Apretó la boca con fuerza bajo el bigote recortado, reacio a admitirlo. —Sí —dijo finalmente—, esto funcionó. Pero ustedes seguro buscaron un montón de problemas para nada.

Cookie dio un paso adelante, y se lo entregué a  ella. —No para nada —dijo ella, poniéndose de puntillas y besando su mejilla—.  Ni siquiera cerca de nada.

Un rubor intenso inundó el rostro de Ubie en el momento exacto en el que una oleada de náusea se apoderó de mí. Lo tomé como mi señal para largarme.

 

Después de que Garrett nos dejara a Reyes y a mí, me lavé los dientes, me lavé la cara y me puse mi pijama favorito. La parte inferior era azul claro con pequeños coches de bomberos rojos por todas partes, y la parte superior de un brillante carmesí decía: LA VIDA ES CORTA. MUERDELA DURO. Después de forzar un beso de buenas noches en la mejilla del Sr. Wong, me acerqué  a mi habitación y descorrí el edredón de Bugs Bunny.

Mi habitación se sentía tan grande ahora. Así abierta. Era extraño.

Me acurruqué profundamente en las mantas, ajustando la almohada hasta que estuvo bien, luego apoyé la cima de mi cabeza en el hombro de Reyes. Él se hallaba en la misma posición, sólo que al revés, en su cama. Nos quedamos frente a frente, cara a cara, nuestras respiraciones mezclándose. Su olor me recordó a la lluvia en un bosque. Levanté una mano hasta su rostro, dejando que mis dedos acariciaran su mejilla y su boca.

Él hizo lo mismo, empujando mi pelo hacia atrás con una mano grande, trazando mi mandíbula con sus dedos. —No creas que sólo porque no hay pared entre nosotros te puedes aprovechar de mí.

—Oh, no me atrevería.

Se quedó dormido acunando mi cabeza, su calor rodando sobre mí en oleadas hirvientes, y sin embargo yo no me sentía demasiado caliente. Me quedé dormida preguntándome cómo era posible eso.

Podía sentir el sol saliendo por el horizonte a la mañana siguiente, pero luché contra la inclinación natural de mi cuerpo de levantarme con las gallinas. Todavía era temprano;  estaba segura de ello. Probablemente  podría tener  otra media hora antes de los deberes —o la necesidad de visitar la llamada habitación de la pequeña señorita[19]. Entonces lo sentí. El conocimiento innegable de que alguien me miraba. Alguien estaba sentado, respirando y jugueteando en mi burbuja espacial.

Dejé que mis párpados se abrieran  para revelar el rostro sonriente de una niña.

—¡Está despierta! —gritó, y yo me erguí, tratando de despabilarme por completo.

Un niño pequeño entró corriendo en la habitación y trepó a la cama al lado de su hermana. —¿Qué pasó con tu pared? —preguntó, sus enormes ojos oscuros abiertos con asombro.

Pero ahora la niña se sentó con sus diminutos brazos cruzados sobre el pecho, apuñalándome con una hirviente mirada amenazadora, aunque una adorable. Oh, sí, me quería muerta.

—¿Por qué tienes dos camas? —preguntó el chico al lado. Rebotaba sobre sus rodillas, claramente queriendo saltar—. Te ves más vieja que la última vez que te vimos —agregó—.  Y estás despeinada.

—Oh, Dios mío. —Una mujer entró corriendo a la habitación para recoger a los dos niños y los puso en el suelo—.  Lo siento mucho, Charley.

Saludé con una mano desdeñosa a Bianca. Estaba casada con el mejor —y casi único— amigo de Reyes, Amador. Los dos pequeños nenes a su lado, uno radiante y otra mirando ferozmente con el calor de mil soles, eran sus hijos, Ashley y Stephen.

Amador entró, moviendo la cabeza en señal de aprobación. —Hola, Charley. Me gusta lo que has hecho con el lugar.

—Gracias —le dije, saliendo de la cama y alisando mi pijama. Nada como saludar a los huéspedes en pijama.

Amador leyó mi camiseta, arqueó las cejas juguetonamente, y luego dijo—: Reyes le dijo a Ashley sobre el “ya sabes qué”.

Rodeé la cama y le di a su encantadora esposa un abrazo. —¿El “ya-sabes-qué”?

—Ya sabes —dijo él, acercándose a por su propio abrazo antes de que yo recogiera al travieso que daba saltos de tijera a mis pies—, las, eh, notas adhesivas.

—Oh. —Bajé la vista hacia ella.

—No, 'jita —dijo Bianca, arrodillándose para regañar a su hija—, no mires a la gente de esa manera. Es muy grosero.

Reyes entró, con dos tazas de café en la mano y una expresión pícara en su rostro.

Amador le dio una palmada en la espalda. —No, no —dijo, inspeccionando la zona—. Me gusta la mezcla de dos culturas, las líneas definitivas que separan las dos: minimalistas y, bueno, no minimalistas.

—Oh, cielos —dijo Bianca—, nunca te contratarán en Architectural Digest si no aprendes la jerga. —Ella miró en torno a mi área de nuestras habitaciones conectadas y asintió después de haber tomado una decisión—. Minimalista y lujoso.

Me reí en voz baja. —Me gusta.

Alzó a Stephen para que yo pudiera aceptar el café que Reyes me trajo. Me debe conocer mejor de lo que yo pensaba.

—¿Podemos hacer nuestras camas así, mamá? —le preguntó Stephen a Bianca—. ¿Por faaaavor?

Escondí una mirada divertida detrás de mi taza mientras tomaba un sorbo. Entonces reprimí un escalofrío de placer.

—¿Vas a decir que sí? —me preguntó Ashley en tono acusador. Su labio inferior tembló cuando me incliné hacia ella.

—Todavía lo estoy pensando. ¿Qué crees que debo decir?

—Creo que deberías decir que no. De todos modos eres demasiado vieja para él.

—¿De cuántos años me veo?

—Lo siento mucho —dijo Bianca, con una sonrisa de repente nerviosa.

—¿Es tuya? —Ella señaló a una pequeña muñeca hecha de hebras de suave cuerda. Mi hermana, Gemma, me la dio cuando éramos niñas.

—Claro. —La bajé mientras Reyes y Amador discutían los puntos más sutiles de la decoración de Reyes, o la falta de ella, en su habitación. Claramente mi lado eclipsaba el suyo, y Amador se sintió mal por su amigo. Es probable que no tomara mucho tiempo para que mis cosas se filtraran a su lado, de todos modos. Pobre. Él fue quien derribó el muro. Quitó su única protección.

—¿Te gusta? —le pregunté a Ashley. Tal vez podría sobornarla para gustarle. No era insobornable.

—Supongo.

—Tengo dos palabras para ti, pendejo —le dijo Amador a Reyes—. Bola ocho.

Reyes me lanzó una sonrisa antes de que él y Amador se fueran a su mesa de billar de lujo en la habitación contigua a la sala de estar. Apenas visible desde donde me encontraba, fue tallada en madera oscura con un techo de color crema. Lo bueno es que él conocía al propietario del edificio. Los vecinos raramente apreciaban el ruido de una mesa de billar en un edificio de apartamentos.

Era bueno ver a los amigos de Reyes. Su vida volvía poco a poco a la normalidad. O, bueno, lo más normal que podría llegar a ser. No podía decir regresar a la normalidad, porque hasta donde sabía, nunca había tenido nada cerca de una vida normal. Lo estudié desde mi punto de vista y me pregunté lo que él consideraría normal. ¿Era una familia con 2.5 hijos? Él había sido un príncipe. Un general en el infierno. Un joven gravemente maltratado. Un preso. ¿Podría adaptarse a lo que los humanos consideran normal?

Me senté en la cama y di unas palmaditas en el colchón junto a mí. Ashley subió y tomó la muñeca para estudiarla.

—¿Qué pasa si le digo que sí a Reyes? ¿Estarías muy enojada?

Encogió un hombro delgado. —Un poco.

—¿Porque se supone que va a casarse contigo?

—Sí. Lo prometió.

—Bueno, ¿y si sólo lo mantengo por un tiempo? Y cuando crezcas y te pongas tan guapa como tu madre, puedes decidir entonces si todavía quieres a alguien tan viejo y gruñón como Reyes Farrow.

Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba. —Sin embargo, siempre va a ser bonito.

Sacó esa fuera del campo en su primer lanzamiento. —Sí, él siempre va a ser bonito.

—Los chicos no pueden ser bonitos —dijo Stephen, retorciéndose para liberarse del agarre de su madre. Ella lo bajó al suelo y él corrió para ver lo que hacían los hombres.

—Sí pueden —exclamé.

Bianca se rio entre dientes y se sentó al lado de su hija. —A veces, Dios nos da algo incluso mejor que lo que queremos. Tienes que tener fe en que te dará a alguien tan bonito como el tío Reyes.

Miró a su madre, desconcertada. —No hay nadie tan bonito como el tío Reyes.

Y otro homerun para la pequeña en el vestido de verano de color rosa. Ella era buena. Podría tener una seria competencia cuando se hiciera mayor.

 

Después de una larga e infructuosa conversación con Ashley, me di una ducha rápida, me vestí con mi mejor traje de investigadora privada y luego esperé a que mi vecino —mi otro vecino— hiciera su aparición en la mañana.

Y esperé.

Y esperé.

Hice más café, me despedí de la familia Sánchez, y esperé un poco más.

—Estás preocupada por ella —dijo Reyes, aceptando una taza de café de mi lado de la zona. Él se veía bien a mi lado. Se había vestido con un par de pantalones vaqueros, camiseta blanca y botas pesadas. Su pelo oscuro, todavía mojado por su propia ducha, se curvaba sobre su frente y alrededor de una oreja. Tenía ganas de meterlo detrás del oído, pero era sólo una excusa para tocarlo, sentirlo bajo mis dedos.

Pero Cookie llegaba oficialmente muy tarde. Eran casi las ocho. Ella siempre había acabado alrededor de las seis y media. Siete a más tardar, y Amber tenía que estar en la escuela en unos cinco segundos.

—Ve a verla —dijo, regresando a su apartamento—. Tengo una orden.

—Espera un minuto —le dije, con un tono un poco más agudo.

Se volvió hacia mí, cuestionándome con una ceja levantada.

—Esa que se está llevando es mi taza, señor.

Sus hoyuelos aparecieron mientras caminaba hacia mí. —Te voy a dar un dólar por ella.

—Es mi taza favorita.

Se acercó más, hasta que su boca se encontraba en mi oído, hasta que su calor me envolvió y empapó mi piel. —Dos.

—La he tenido desde que era una niña.

Después de un rápido vistazo, preguntó—: ¿Tu taza predijo que habría un programa de televisión llamado Downton Abbey?

—No lo sabes. Downton Abbey podría ser un lugar real en Inglaterra.

—Tiene el logo de la serie.

—Podría ser el logo de la casa. Como un escudo. El espectáculo lo utilizó para confirmar su autenticidad.

—Y una foto del reparto.

—Eso podría ser cualquiera. Está borrosa.

Dejó la taza sobre la mesa y se inclinó sobre el mostrador, apoyando una mano a cada lado de mí. —¿Por qué no me dices lo que quieres de verdad?

—Tu boca en la mía —le dije antes de que pudiera detenerme.

Y antes de que pudiera retirar mi petición, inclinó la cabeza y puso su boca enfrente de la mía.

—¡Llego tarde! —Cookie entró, con la ropa torcida y el pelo un poco más de punta que de costumbre. Se precipitó a tomar mi taza de café y bebió tres tragos. Todavía estaba bastante caliente, así que no podía dejar de estar impresionada.

Entonces se dio cuenta de que yo llevaba un traje hecho de un hombre vivo y sexy.

—Oh, Reyes, hola. —Ella se tambaleó hacia atrás.

—¡Se me hace tarde! —dijo Amber, siguiendo los pasos de su madre. El cabello le caía en ondas por la espalda y sus largas extremidades se encontraban cubiertas de ropa arrugada y mal combinada.

—Oh, Dios mío —le dije a Cookie—. Estás influenciando a tu hija.

Reyes se enderezó cuando los ojos de Amber se posaron en él. Ella le sonrió brillantemente. —Hola, tía Charley —dijo, su atención fija en Reyes—. Hola, Reyes.

—Es Sr. Farrow para ti —dijo Cookie, dándose cuenta de la profunda atracción de Amber—. Ve a buscar tu mochila. Te llevo antes de ir a trabajar.

Amber bajó la cabeza. —Está bien.

Cuando se fue, le pregunté—: ¿Todavía no confesó?

—No.

—Lo hará, cariño. Conozco a Amber. Eso la va a comer viva. —Cookie asintió, pero antes de que pudiera irse, le pregunté—: ¿Cómo estuvo tu cita de anoche?

Un rosa suave floreció en su rostro.

—Muy bien, ¿eh?

—Fue… —Pensó en sus palabras cuidadosamente—, agradable.

—Me alegro. Ustedes no se besaron ni nada, ¿verdad? Porque eso está mal. Es mi tío, Cook. ¿Cómo voy a ser capaz de mirarte?

Se volvió y dijo por encima de su hombro—: No voy a hablar de eso contigo en este momento.

—Está bien, pero eso significa que más tarde tendremos que entrar en más detalles. Te avergonzarás.

Reyes se rio entre dientes. Nos quedamos atrás. Dejamos a un lado el trabajo, tanto como podíamos y hablamos. Sólo hablamos. Nos reímos del espíritu deportivo de Amador cuando perdió miserablemente con Reyes por la mañana, sobre la insistencia de Ashley para que Reyes la espere, sobre el rubor de Cookie y la adoración ingenua de Amber hacia él. Fue muy agradable. Todo acerca de esa mañana era agradable.

Sabía que era demasiado bueno como para que durara. Mis cuarenta y ocho horas se acababan, y yo todavía no tenía ni idea de dónde se encontraba la novia de Phillip. No es que estuviera a punto de entregarla a los chicos malos, pero tenía que hablar con la agente Carson. Para ponerla al corriente de mis últimos descubrimientos y mi plan más reciente. Seguramente funcionaría. ¿Qué podría salir mal?

Así que, después de una mañana maravillosa con mi amante, me di cuenta de la hora y la marea no esperaba a ningún hombre. O mujer. Llamé a la agente especial Carson de camino a la oficina. Por el momento no podía decirle lo que me dijo Phillip Brinkman. Necesitaba hablar con su novia en primer lugar para obtener su versión de las cosas. Si Carson cancelaba todo por el testimonio de Emily, los Mendoza sabrían que Brinkman sólo trataba de librarse. Todo estaría perdido.

Me asombró que él prefiriera ir a la cárcel que volverse contra ellos. Eso me demostraba la clase de personas que eran los Mendoza, y que no jugaban.

Por otra parte, me gustaba jugar. Jugar era mi segundo nombre. Charlotte Jugar Davdison. Dejaría que papá Mendoza me llevara a la lucha. Estaba lista. Y tenía una entidad sobrenatural fabulosa que podría romper su columna vertebral en un abrir y cerrar de ojos, en caso de que llegara a necesitarlo.

—Carson —dijo cuándo atendió. Me gustaba. Clara. Concisa. Al punto.

Me decidí a probarlo. —Davidson.

Se filtró un suspiro alto y claro. —Charley, tú me llamaste. No puedes decir Davidson.

—¿Qué eres, la contestadora de la policía?

—¿Qué es lo que me conseguiste?

—Nada —le dije, empezando a entrar en pánico—. ¿Ya vamos a intercambiar pulseras de la amistad? Puedo ir a buscarte una.

—¿Qué tienes?

—Tuve clamidia una vez. Gracias a Dios por los antibióticos.

—¿Has hablado con Brinkman? ¿Qué le sacaste? ¿Has sabido algo de sus hombres? ¿Te han amenazado de nuevo?

Era tan seria. —Sí, he hablado con Brinkman, y no, no me han amenazado de nuevo. Necesito un poco más de tiempo. Y tengo que hablar con la novia de Brinkman, Emily Michaels.

—Charley, te lo dije, eso no es posible.

—¿Te acuerdas de los últimos dos, no, tres casos que cerré para ti? ¿Dónde está la confianza?

—Confío en ti de manera implícita. Pero los hombres que quieren muerta a Emily Michaels no son tan dignos de confianza. Y de cualquier manera, no te voy a dar su ubicación.

—¿Entonces puedes organizar una reunión?

Después de un largo momento de pensar, dijo—: Si va a ayudar en este caso, puedo hacerlo. Tomará un par de días.

—Sólo tengo un par de horas. Necesito verla ahora.

Puso una mano sobre su teléfono, y sólo podía imaginar los improperios que había en su entorno. —Dame treinta minutos. Voy a ver si puedo hacer milagros.

—Tengo plena confianza en ti —le dije, aturdida por la esperanza. Una vez que tuviera la versión de Emily, tal vez podría hacerle entrar en razón, ya que no funcionaba con su novio. Simplemente, no había razón para que él fuera a la cárcel por un asesinato que nunca sucedió. Puede que necesitara un poco de tiempo por el lavado de dinero, pero eso se lo dejaría a Carson.

Me dirigí al restaurante para desayunar cuando Cookie entró. Parecía devastada. Nos sentamos en una cabina en la esquina por lo que podríamos hablar; no es que hubiera alguien. El lugar no abría hasta las once, y eran apenas las ocho y media.

Dado que ninguno de los camareros había llegado, nos sirvió un cocinero muy sexy cuyos hoyuelos parecieron calmar un poco a Cookie.

—Ella confesó de camino a la escuela —dijo Cook, con el corazón herido—. Ese incidente con Quentin la dejó asustada.

—A mí también —dije, removiendo el café.

—Supongo que no me di cuenta de lo serio que fue. Me molestó tanto que faltara a la escuela y dejara el campus así.

—También me sorprendió un poco, pero se gustan mucho el uno al otro. Me tiene un poco preocupada.

—¿Por qué? —preguntó Cookie, sorprendida—. Quentin es un chico encantador.

—Y es cuatro años mayor que ella.

—Tres. Amber tendrá trece la semana que viene. —Ella negó con la cabeza—. Es tan difícil de creer. Está creciendo tan rápido.

—Me sorprende que no estés más preocupada.

—Normalmente lo estaría. Él es demasiado mayor para ella, pero ¿has visto a esa chica?

Divertida, le dije—: Es guapísima, lo sé. Lo cual es razón suficiente para mi preocupación.

—Sí, pero de nuevo, Quentin es maravilloso, Charley. Nunca había visto tan enamorada a Amber. Excepto cuando ve a Reyes Farrow.

—Le gustan los mayores, ¿verdad? Hablando de Quentin, ¿qué pasa con la chica del tranvía? Miranda. ¿Qué has averiguado sobre ella?

Ella miró su vaso de agua y bebió un trago antes de contestar. —Quería decírtelo, pero estábamos tan ocupadas. Dejé el expediente sobre el escritorio.

Mi interés despertó. —¿Y?

—Parece que ella tuvo una vida muy dura, Charley. No llegué muy lejos con el archivo, pero me las arreglé para conseguir una copia de su autopsia, la investigación de su desaparición, y las transcripciones de la corte del juicio de su madre.

—¿Dónde está ahora? ¿La madre de Miranda?

—Está en el centro penitenciario de mujeres a la afueras de Santa Fe.

Asentí, pensativa. —Parece que voy a hacer un viaje a Santa Fe muy pronto. ¿Te dieron una de las causas de la muerte?

Cook tomó otro trago. —Dijeron que lo más probable es que fuera un traumatismo directo en la cabeza. Estuvo allí más de un mes antes de que encontraran su cuerpo, así que fue difícil conseguir una causa exacta.

Ya que Cookie quería hablar sobre el caso de Miranda casi tanto como quería que le arrancaran las uñas con alicates, regresé al tema de Amber. —Me alegra que tu niña admitiera la verdad.

Cookie relajó el puño apretado alrededor de su vaso. —A mí también. Le preocupaba más mi reacción a su mentira que el hecho de haber faltado a la escuela y salir con un chico.

—Te lo dije —le dije con un guiño—. Sabía que la iba a comer viva.

—Sí, fingí que me rompió el corazón y nunca sería la misma otra vez.

—¿Y se lo creyó?

—Completamente.