19
Traducido por Alexa Colton
Corregido por Jasiel Odair
¿Crees en el amor a primera vista,
o debo pasar de nuevo?
(Camiseta)
Habiendo recibido una entrega, Reyes llegó con una mujer siguiendo su estela. Una muy familiar mujer observadora. Una con paso decidido y fuego en sus ojos. En el momento en que esos ojos se posaron en mí, me agaché por debajo de la mesa, mi cabeza aterrizó en el regazo de Cookie.
—¡Dile que no estoy aquí!
Cookies tosió, luego miró a su alrededor frenéticamente. —¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién?
—La Sra. Garza. Dile que no estoy aquí.
—Ella ya te ha visto —dijo con los dientes apretados—. Viene hacia acá.
—Finge que me desmayé y llama a una ambulancia.
—No llamaré a una ambulancia para cubrirte.
—No, en serio, funcionará.
—Charley Davidson, ellos tienen mejores cosas que hacer con su tiempo que…
—Puedo verla desde aquí, Sra. Davidson.
Desde debajo de la mesa, también podía ver a la Sra. Garza. Aunque sólo la mitad inferior. Tenía un bolso asesino colgado del hombro derecho; era de color turquesa con la cara de una mujer pintada estilo Día de Muertos[20], y si no me equivocaba, llevaba puestas un increíble par de botas Rocketbuster. Una de las cuales estaba golpeando con impaciencia.
Esa mujer tenía la mejor ropa. Por otra parte, probablemente yo estaba pagando por ello, gracias a su hijo, también conocido como mi investigador, Angel. Recientemente, ella adivinó que era yo la que enviaba dinero cada mes e insistí en decirle lo que estaba pasando, por qué estaba depositando quinientos dólares en su cuenta cada mes. Eso fue antes de que Angel me chantajeara para conseguir un aumento de sueldo. Ahora eran unos buenos $750, pero pensé que valía la pena.
Pero Angel no quería que ella lo supiera. Se mostraba demasiado inflexible en contra de eso, y yo no podía dejar de obedecer. Lo que no tuvo en cuenta fue el hecho de que su madre era inteligente. Ella supo que no había ningún tío en el minuto en que Angel y yo inventamos la excusa. Pero, ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Él simplemente no quería que ella supiera la verdad bajo ninguna circunstancia.
Él dijo que era porque su muerte la había devastado y no quería que tuviese que pasar por eso otra vez, pero ella parecía manejar la perspectiva de otra explicación mejor que él. ¿Podría haber algo más detrás de la renuencia de Angel? Me preguntaba mucho eso desde el día en que ella vino a mi oficina. Hacía sólo dos semanas. No se daba por vencida durante mucho tiempo. Me di cuenta por la determinación asentada en su mandíbula. Quería respuestas. Las respuestas que sólo podía dar traicionando a Angel.
Ella finalmente se hartó de esperar y se inclinó para mirarme por debajo de la mesa. —No me iré hasta que me hable.
Arrugué la nariz, atrapada más de lo que creía, entonces me levanté del regazo de Cookie, preguntándome en el fondo de mi mente cómo se había visto eso. —¡Oh, hola, Sra. Garza! No la vi.
Después de tomarse un largo momento para cruzar los brazos sobre su pecho, dijo—: Enviaste más dinero este mes.
—Cierto, um, la finca de su familiar era más grande de lo que habían dicho originalmente.
—¿Se hizo más grande mágicamente? —Era una mujer impresionante. Incluso a los cincuenta, tenía un cuerpo increíble y el pelo fantástico. Combina eso con su fuerte acento español y su rica voz ronca, y ella era lo que Garrett llamaría un nocaut técnico.
—Se hizo más grande. Extraño, ¿verdad?
—Correcto —dijo Cookie, asintiendo—. Totalmente extraño. Esa tía suya era bastante excéntrica.
—Tío —la corregí.
—Tío. Tía —dijo, buscando una salvación—. Creo que era un travesti.
No está mal. No está mal.
La Sra. Garza se deslizó en el reservado con nosotras. —No estoy aquí para causar problemas, Sra. Davidson.
Esto no iba a terminar bien. —Llámame Charley —le dije—. Y esta es mi asistente, Cookie.
Ella la miró parpadeando. —¿Su nombre es Cookie? —le preguntó. Nunca nadie había puesto en duda eso, pero tenía razón. Era un nombre extraño. Y aun así le quedaba a la perfección.
—Claro que lo es. —Ella le tendió la mano, y la Sra. Garza la estrechó.
—Soy Evangeline.
—Oh, lo sabemos —dijo Cookie—. Hacemos un cheque para ti todos…
—Por lo tanto —le dije, interrumpiéndola antes de que dijera demasiado—, ¿qué te trae por esta zona de la ciudad?
—Tú. Este dinero. Este tío de tu imaginación[21].
Bueno, eso estuvo fuera de lugar. —Tengo un par de amigos imaginarios —le dije, corrigiéndola—, pero mi tío es muy real.
—No, mi tío —dijo ella.
—¿Sabe tu tío que crees que es imaginario?
Justo cuando pensaba que ella podría estar lo suficientemente frustrada como para salir de la sala, se detuvo y me imploró—: Sólo tengo algunas preguntas. Para él. Para Angel —dijo, pronunciándolo Ahn-hell[22].
—No conozco a nadie llamado Ahn-hell.
Cookie también negó con la cabeza, completamente desconcertada. Se estaba volviendo muy buena en estas cosas. Por supuesto, ella no mentía. Nunca había visto al pequeño punky, aunque se lo había descrito en varias ocasiones. Cada vez, una expresión deslumbrada aparecía en su cara. A ella le gustaba el chico. A mí también. Generalmente.
Evangeline alzó la mano. —Ahórratelo. Sé quién eres. Sé lo que puedes hacer.
Seguí esperando a que el sujeto de nuestra conversación apareciera. Él siempre parecía sentir lo que estaba haciendo su madre. Mientras que yo quería contárselo, para hacerle saber el gran chico que tenía y lo bien que lo estaba haciendo, Angel se mostraba vehementemente en contra, y yo no sabía qué hacer.
—Charley —dijo, inclinándose hacia mí—, insisto.
Tal vez si le explicaba por qué no podía decírselo. Pero entonces, eso sería confirmar sus sospechas, y tenía la sensación de que ella era como un pitbull con un Elmo de peluche. De alguna forma no tendría suficiente hasta que todo estuviera abierto, con las entrañas de poliéster por fuera.
Solo había un lugar en el que Ahn-hell no estaba permitido. —Sígueme —le dije, saliendo rápidamente de la cabina y guiándola al baño de mujeres.
—¿Está aquí? —preguntó un poco consternada.
—No, por eso estamos aquí. Él no tiene permitido entrar en el baño de mujeres.
Ella se quedó inmóvil. Acababa de confirmar todas sus sospechas. Todas sus esperanzas. ¿Quién no querría ser capaz de hablar con un hijo perdido? No me podía imaginar por lo que pasó cuando Angel murió. Él me dijo que ella quedó devastada. Es comprensible. Pero la idea de la agonía que había sufrido se apretaba alrededor de mi pecho mientras veía su rostro. Cada emoción conocida por la humanidad lo cruzaba.
—Así que, lo que todos dicen de ti es cierto.
—Yo no iría tan lejos. Todo ese asunto del equipo de ajedrez fue un gran malentendido.
No le hice gracias. Estaba perdida en sus pensamientos. En sus esperanzas y, en el fondo, en su temor. —Puedes hablar con los muertos.
—Puedo, pero sólo cuando ellos lo desean, mayormente. Evangeline… —dije, sabiendo que me iba a arrepentir de todo lo que estaba a punto de decir. Angel iba a matarme—. Él no quiere que usted sepa que él es… que está todavía con nosotros.
Una mano con las uñas impecablemente pintadas cubrió su boca. Se apoyó en el mostrador, claramente con miedo de que sus piernas cedieran. La dejé absorberlo, reflexionar sobre ello, y de otra manera, procesar lo que estaba pasando. Después de un largo rato, dijo—: ¿Por qué…? —Su voz se atascó. Ella tragó saliva y empezó de nuevo—. ¿Por qué no quiere que sepa eso acerca de él?
—Teme que usted llore su muerte nuevamente.
—¿Nuevamente? Nunca me detuve. —Después de un momento, preguntó—: ¿Está bien?
Me contuve, sin querer darle más información de la que debía. —Sí, lo está. Pero como he dicho, está en contra de que le cuente esto. Si se entera se va a enojar mucho conmigo.
Su barbilla se levantó. —Es mi derecho, Sra. Davidson. Tengo más derecho a saber de él que tú.
—No, estoy de acuerdo. No soy yo, Evangeline. No sé por qué él…
Antes de que pudiera terminar, una joven voz masculina se filtró hacia mí, su tono calculador. —No acabas de hacer lo que creo que hiciste.
Él apareció frente a mí desde los retretes de mujeres. No sabía qué decir. Si hablaba con él, ella sabría que él estaba allí. Corrió hacia mí, absolutamente lívido, y literalmente envolvió una mano alrededor de mi garganta, empujándome contra la pared. El dispensador de toallas golpeó mi espalda con el impacto, pero le permití enojarse conmigo. Tenía derecho. Yo se lo prometí. Le prometí que nunca diría nada. Jamás.
—No le has dicho acerca de mí.
Evangeline dijo algo, pero fue ahogado por la sangre corriendo en mis oídos. Él estaba furioso, tan incontrolable.
Sentí a Reyes, pero él no apareció con su ira furiosa como me preocupaba que hiciera. Se reveló lentamente, metódicamente.
Peligrosamente.
No tenía ni idea de lo que le haría a Angel ni quería averiguarlo.
Colocando mi mano en la suya, que estaba envuelta alrededor de mi garganta, hablé con Angel en voz baja, con dulzura. —Cariño, sé que estás enojado. Pero ella lo descubrió por su cuenta, cariño. Tal y como te dije que haría.
Reyes se acercó y levanté una mano, rogándole en silencio que no le hiciera daño a Angel.
Angel lo sintió. Miró a un lado, aplicando una pizca más de presión en mi garganta, y luego me apartó, girándose y dejando que su ira lo consumiera.
—Estoy bien —dije para apaciguar a Reyes, pero él se quedó justo donde estaba, flotando cerca de forma incorpórea.
Evangeline observaba con una leve ráfaga de terror creciente dentro de ella.
Me aferré a mi garganta y negué con la cabeza hacia ella. —Estoy bien. Tragué mal.
—Por favor, deje de mentirme, Sra. Davidson.
Bajando la cabeza, respiré hondo varias veces, calmándome, y luego me centré en Angel. Él nunca, en todos los años que habíamos estado juntos, levantó la mano contra mí. Nunca había estado tan cerca.
El gato estaba fuera de la bolsa y yo ya no iba a fingir lo contrario. Me gustaría tener toda la responsabilidad, pero no sería tratada de esa manera. —¿Por qué estás tan en contra de esto? —le pregunté—. ¿Qué demonios, Angel?
—¿Mi Ahn-hell? —preguntó Evangeline, la esperanza brillando en sus ojos—. ¿Está aquí?
—Dile que no —dijo, frunciéndome el ceño—. Dile que él no está aquí. Él nunca ha estado aquí.
—No voy a hacer eso. Ella ya lo sabe. —Di un paso hacia él—. Es inteligente, cariño, justo como tú me dijiste.
—Demasiado inteligente —dijo, tensando su mandíbula con resentimiento—. Ella lo descubrirá.
—¿Que estás aquí? —Puse una mano en su hombro mientras Evangeline ponía las suyas en su corazón.
La mirada que me dedicó era tan tóxica, tan llena de vehemencia, que mis pulmones se oprimieron bajo el peso de la misma. —Que yo no soy su hijo.
Era mi turno de estar sorprendida. Él sacó el aliento directo de mis pulmones con esa afirmación. Me quedé inmóvil, tratando de asimilar lo que había dicho. Tratando de entenderlo. —¿De qué estás hablando? —le pregunté al fin—. Entonces, ¿quién eres tú?
Lo sentí en el momento en el que el pensamiento llegó a su cabeza. Él iba a desaparecer. Podría simplemente convocarlo de regreso, pero no escaparía tan fácilmente. Agarré su brazo antes de que pudiera irse.
Trató de salir de mis manos, pero me mantuve firme y le pregunté—: ¿De qué estás hablando?
De repente parecía avergonzado, como si lo hubieran pillado con las manos en la masa. Le tomó mucho tiempo hablar, pero esperé, con cierta impaciencia, negándome a dejarlo soltarse.
—Mi segundo nombre es Angel. El primer nombre de su hijo era Angel, y ambos teníamos el mismo apellido: Garza. Tomamos esto como una señal de que se suponía que íbamos a ser hermanos. Lo quería más que a nadie. Yo vivía en la casa con todos los otros marginados. —Cuando me miró, el dolor en sus ojos me tragó entera—. Con todos los otros niños cuyos padres no los quieren. La Sra. Garza siempre fue tan amable conmigo. Fingíamos que ella también era mi mamá. Me encantaba estar en su casa. Me encantaba que me mirara como si yo fuera cualquier otro niño. No como a un chico de acogida. —Se dio la vuelta de nuevo—. ¿Cómo crees que me mirará si sabe que yo soy el chico que mató a su hijo?
A pesar de mi determinación para mantener a raya mis reacciones, me quedé sin aliento. Evangeline quería preguntarme qué estaba pasando, pero sabía lo suficiente como para guardar silencio por el momento.
—Angel, ¿qué pasó esa noche?
Se metió las manos en los bolsillos. —Nos metimos en una pelea con un grupo de chicos del barrio por algunas barras de helado. Angel, el otro Angel, quería asustarlos. Robó el auto de su mamá y la pistola que tenía bajo el colchón y nos fuimos a buscarlos. Conduje. Yo era mejor conductor que él. Cuando los encontramos, él comenzó a disparar, pero había niños allí. Niños pequeños. Le dije que se detuviera, pero no quiso. O tal vez no me oyó. Él realmente no trataba de matarlos. Sólo quería asustarlos, pero a mí me preocupaba que le disparara accidentalmente a un niño. Así que choqué el coche a propósito.
Me acerqué a él y toqué la herida de su pecho. —Se trata de una herida de bala —le dije, tratando de entender. Él me dijo hace años que habían luchado por la pistola y se disparó. Él nunca me dijo que el otro chico también murió. Definitivamente nunca me dijo quién era el otro chico.
—No. Yo salí volando del coche y aterricé en algo agudo, como barras de refuerzo. Pero Angel también murió. No creí que fuese tan malo. Sólo pensé que el accidente nos heriría algo así. Pero nos maté a ambos. Yo maté a mi hermano.
—¿Todavía está aquí, como tú?
—No. Angel cruzó al minuto de morir. Directamente al cielo. Lo vi, y pensé que me iría al infierno por matarlo, pero nunca lo hice. Yo estaba allí. Estaba tan perdido y solo hasta que llegaste tú.
Me tapé la boca con una mano temblorosa. —Angel.
—Y entonces pensé que podía compensar a su mamá. Me imaginé, cuando me ofreciste un trabajo, que yo podría ayudarla.
—Y, ¿todas las tías, tíos y primos de los que me hablaste?
—Eran de él. No míos. Nunca tuve a nadie. Yo solo quería hacer las paces con ella. Con todos ellos.
Mi corazón se rompió en mil pedazos diminutos. Murió tratando de hacer lo correcto, y la culpa lo había estado comiendo vivo todo este tiempo. —¿Cuál es tu nombre real?
—Juan. Juanito Ahn-hell Garza. Angel.
Lo atraje a mis brazos. Él no quería que lo hiciera. No quería mi perdón. Pero después de un momento, él se derrumbó y lloró en mi cabello, sus hombros temblaban suavemente.
Juntos, le dijimos a Evangeline la verdad.
—Su hijo está en el cielo, donde debe estar —le dije, preocupada de que se resintiera por mi atrevida declaración cuando ella solo había querido hablar con él.
Pero no se ofendió en lo más mínimo. Su rostro se iluminó después de un momento. —Por favor, dile que yo nunca le eché la culpa. Conocía a mi hijo, Juanito —dijo con los ojos brillantes de emoción—. Nunca te sientas como si hubiera sido culpa tuya. Sabemos lo que hiciste. Sabemos que estabas tratando de hacer lo correcto.
Angel puso una mano sobre sus ojos.
—¿Angel? —dije—. ¿Hay algo que quieras decirle?
—Siempre deseé que ella fuese mi mamá.
Entregué el mensaje y ella lo recibió llorosa y llena de alegría. —Y yo siempre deseé que fueras mi hijo —dijo.
Si alguna vez deseé en algún momento que un difunto pudiera tocar a un vivo, era ahora. Ambos podrían usar un abrazo. Hice la mejor siguiente cosa que pude y los atraje a ambos a mis brazos.
—Vine aquí por una razón —dijo Angel después de que Evangeline se fue.
Incluso después de todo, me dio la impresión de que todavía estaba avergonzado. —¿Todavía quieres que te llame Angel? —le pregunté.
Él asintió. —También me llamaban Angel antes de morir.
—Vale. ¿Por qué has venido aquí?
—Me encontré con Marika y su hijo. Están en el Target en Lomas y Eubank, comprando pañales.
—Oh. —Miré mi reloj—. Está bien, ¿aún están ahí?
—Sí. Acaban de llegar allí hace unos minutos. Ella tenía que hacer unos recados.
Los difuntos no siempre tenían un buen sentido del tiempo, así que esperaba que tuviese razón.
Puse una mano en su mejilla. —Estoy tan orgullosa de ti.
Él se alejó de mí, incómodo. —¿Por qué lo estarías? Te lo dije, yo maté a mi mejor amigo. Y te mentí durante años.
—Tú no lo mataste, Angel. Fue un accidente que ocurrió cuando tratabas de hacer lo correcto, si recuerdas. Estoy orgullosa de ti, lo quieras o no.
—¿Entonces puedo verte desnuda ahora?
—¿Por qué iba yo a dejar que me veas desnuda ahora?
—Porque estoy herido por dentro.
Solté una carcajada. —Vas a estar mucho más herido cuando haya terminado contigo.
Bajó la cabeza. —Siento haberte mentido.
—Está bien. También te mentí. Nunca me acosté con Santana. —Carlos Santana era su ídolo, por lo que, naturalmente, yo le había dicho que había tenido relaciones sexuales con él una vez después de un concierto.
—Oh, ¡eso está tan mal!
—Amigo, has estado cometiendo fraude de identidad durante más de una década. No me hables acerca de lo que está mal.
—De ninguna manera. Eso está mal. No puedes solo hablar de Santana como si fuera un pedazo de carne.
Oh.