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Traducido por Juli
Corregido por CrisCras
Sólo estoy aquí para establecer una coartada.
(Camiseta)
Le dije a Angel dónde podía encontrar al Negociante, con instrucciones para que tuviera una idea de él. Por su poder. —Pero no te acerques demasiado, sino te va a succionar el alma —añadí, después de lo cual rodó los ojos. Él podría ser una reina del drama.
Miré de nuevo al Sr. Wong y lo estudié. Poder. No lo vi. ¡Duff!
Salí corriendo de nuevo. Cuando Duff, un hombre difunto que una noche me había seguido a casa desde un bar —larga historia— vio por primera vez al Sr. Wong, parecía… sorprendido. Como si lo conociera. O reconociera.
Misión por el momento: Encontrar a Duff.
Fui al último apartamento en el que había vivido. Él se mudaba mucho, pero la última vez que hablamos, me dijo que regresó con la señora Allen al final del pasillo. Ella tenía un caniche violento llamado PP. A favor de PP, sin embargo, trató de luchar contra una jauría de demonios por mí. Ahora tenía una debilidad por él. Muy débil. Al igual que los pastelitos twinkie, aunque no tan dulcemente delicioso.
Llamé a la puerta de la Sra. Allen, esperé un poco, y luego volví a llamar. PP ladraba como loco, pero a la Sra. Allen le tomó un poco recorrer esa distancia, a pesar de que su apartamento era más pequeño que el mío.
Ella entreabrió la puerta, dejando puesta la cadena, hasta que me vio y la sacó para dejarme entrar.
—Hola, Charley —dijo, y me di cuenta de inmediato de que no tenía puestos los dientes.
—Hola, Sra. Allen. —Una cosa en la que no pensé, fue en qué excusa dar para estar allí—. Um, me preguntaba cómo… funcionaba su sistema de calefacción. El mío dejó de funcionar.
—Mi sistema de calefacción —prácticamente me empujó dentro—, es horrible. Nunca funciona bien, y el pobre PP siente el frío. Me parte el corazón.
Cojeó hasta su termostato. —Ves, lo puse en veintitrés, y sé que aquí no hace más de veintidós grados.
—Está bien —le dije, en busca de Duff. De acuerdo con la charla en las calles, podría convocar a cualquier difunto, como hice con Angel, pero no conocía muy bien a Duff. No quería simplemente arrastrarlo lejos de lo que fuera que hacía. Ahora que lo pensaba, ¿qué hacía durante todo el día?
—¿Duff? —susurré, dejando a un lado a PP gruñendo y apresurándome hacia la puerta de una habitación para mirar dentro. Nada.
—Y esta estufa todavía no se ha arreglado. Hace semanas le hablé de mi cocina al perezoso e inútil propietario.
Me volví hacia ella. —¿La estufa no funciona? —Traté de acercarme, pero de nuevo tuve que esquivar a PP. Lo miré, y al único colmillo que le quedaba que sobresalía de su boca torcida—. Y yo que pensaba que éramos amigos. —Me ladró para asegurarse de que entendí la verdad, así que rápidamente lo pasé. Mierdecilla violento.
Nadie en el edificio, además de Cookie y Reyes, incluido el casero actual, el Sr. Z, sabía que yo era una orgullosa nueva propietaria de un edificio de apartamentos en decadencia, por lo que la Sra. Allen no sabía que hablaba con la persona responsable de todas las reparaciones.
—No, no funciona. ¿Ves? —Encendió todas las hornillas, y ninguna calentó—. ¿Cómo se supone que voy a hacer estofado?
—Bueno, no estoy segura, pero voy a escribirlo y a hablar con el Sr. Z sobre ello.
—Perezoso inútil. No va a hacer nada al respecto.
Ahora lo haría. Me aseguraría de ello.
—De acuerdo, bien, gracias. Le haré saber de qué me entero.
—Gracias, cariño. A PP siempre le gustaste.
PP me ladró otra vez, ladrando hasta que no pude aguantar más. Corrí hacia la puerta y volví al apartamento de Cookie. Sabía que Duff también había pasado algún tiempo allí. Nunca se lo dije a Cook. Sólo se volvería loca, y tan divertido como sería, no quería escuchar cómo cada ruido en el apartamento era por el tipo muerto. Su imaginación correría sin control.
Entré sin llamar, con el pretexto de comprobarla. Se encontraba en su habitación, cambiándose de ropa, y teniendo en cuenta el estado de su armario y cajones, lo había hecho mucho.
—Es que no sé qué ponerme —dijo, echando a un lado una bonita blusa de color borgoña.
—Eso hubiera sido genial.
—No. No me gusta cómo me queda.
—¿Cómo te queda?
—Mal. ¿Qué pasa con esto?
—Probablemente no deberías combinar naranja y morado en una primera cita. Sólo pienso en voz alta.
—Pero es una cita falsa. ¿A quién le importa? —Cogió un vaso y se bebió la mitad del contenido antes de que yo oliera el alcohol.
—Cookie, ¿qué demonios estás tomando?
—Hice un margarita congelado con la máquina de Amber. No me juzgues.
Contuve una risita y miré el reloj. —Oh, Dios mío. Son casi las seis.
—Oh, Dios mío. No he tenido una cita en años.
Cookie dejó la bebida y comenzó a probarse otra vez las blusas, mientras yo buscaba a Duff, que también estaba desaparecido en acción aquí. Tiró la quinta blusa a un lado cuando volví a entrar.
—¿Qué hay de malo en esa?
—El color. Acabas de decir…
—Cierto, cierto. Pero a este ritmo, te vas a retrasar hasta enero. ¡Muévete, señorita!
Me miró. El alcohol ya hacía efecto. Lo noté. —Oye, ¿hay alguna reparación que necesites? Estoy haciendo una lista.
—Oh. —Se enderezó y empezó a marcar una lista con los dedos—. Mi refrigerador está haciendo un ruido raro. El grifo del cuarto de baño gotea.
—Espera. —Corrí de vuelta a mi apartamento y regresé con lápiz y papel—. Está bien, nevera, grifo.
—Sí, y el suelo de la sala de estar chirría. La ventana de Amber deja entrar mucho aire frío. El techo todavía necesita pintura después de la desastrosa fiesta en la piscina que trataste de tener en el techo.
—Eso no fue mi culpa. Y era una piscina chiquitita, por el amor de Dios.
—Oh, y hay que volver a colocar ese estante en el armario.
—Estante… en el arma… rio —dije mientras escribía—. ¿Eso es todo?
—Voy a pensar en más. Olvidé que ahora eres responsable de todo eso. —Parpadeó, inmersa en sus pensamientos—. Eso da un poco de miedo.
—Dímelo a mí.
Visité el resto del edificio, con el pretexto de hacer una lista de demandas para el nuevo propietario con respecto a las reparaciones necesarias a realizar. De los que estaban en casa, que eran sólo la mitad —y excluyendo a una mujer en el primer piso que me llamó Bertie y me lanzó fideos ramen—, ahora tenía una lista de alrededor de setenta y dos artículos que debían ser reemplazados o reparados. ¡Setenta y dos! Esta cosa de la propiedad podría convertirse en una molestia. Por suerte, tenía un hombre que al parecer estaba hecho de dinero. En primer lugar, compró el edificio para mí. Hacerlo bien era lo menos que podía hacer en mi digna y humilde opinión. Pero el señor Z era el que realmente haría las reparaciones.
Haría una última parada en su apartamento, también en el primer piso. Probablemente le habló a esa mujer sobre mí. Yo nunca la había visto. Tal vez ese era el problema. Tal vez era alguien confinada a quien no le gustaba que la gente invadiera su territorio. Podía entenderlo, pero ¿por qué Bertie?
Después de todo eso, seguía sin encontrar a Duff. Me preocupaba tener que convocarlo ya lo quisiera él o no, pero en primer lugar, tenía que ver al encargado residente barra hombre de mantenimiento. El Sr. Zamora abrió la puerta usando un par de pantalones de trabajo y una camiseta gris, con el televisor a todo volumen en el fondo. En lugar de saludarme, frunció los labios —los que residían directamente bajo un grueso bigote— con molestia. Lo tomé como mi señal.
—Hola, Sr. Z. Tengo una lista…
La puerta se cerró de golpe en mi cara antes de que pudiera terminar. Justo en mi cara.
Me quedé allí por la sorpresa durante un minuto antes de intentarlo otra vez, golpeando más fuerte esta vez para hacerle saber que no me iba a ir.
Abrió la puerta de nuevo, me miró de arriba abajo y luego comenzó a cerrar la puerta.
Metí la bota en el medio, evitando que se cerrara por completo.
—Estoy ocupado —dijo, balanceando la puerta—. ¿No ves que estoy cenando?
Miré en el interior, y, efectivamente, allí en la mesa se hallaba un festín digno de un rey. Si ese rey fuera muy aficionado a los perritos calientes y las patatas fritas.
—Lamento molestarlo, pero tengo una lista de las reparaciones que deben hacerse en los diferentes apartamentos en este edificio.
—¿Ah, sí? —dijo, agarrando la lista. La leyó, luego la arrugó en su mano y me la lanzó—. No puedo hacer ninguna reparación sin previa autorización. Tienes que pasar por la compañía de administración.
El papel me había golpeado en el pecho, y después de que logré superar lo increíblemente grosero que estaba siendo, me decidí a presentar cargos por agresión. Agarré mi pecho y me doblé, gimiendo de dolor mientras él miraba.
—¿Estás por terminar? —preguntó, completamente inmóvil—. Mi serie ya empezó.
Salté para ver por encima de él. Miraba una repetición de Breaking Bad. Al menos tenía buen gusto en la televisión. —Me encanta esa serie —le dije, tratando de mirar más allá de él para ver qué capítulo era—. Llevo a Misery a su lavadero todo el tiempo.
—Entonces, ¿estás bien? No recibiste un corte por el papel, ¿verdad? ¿Debo llamar a una ambulancia?
—Bueno, está bien, hágalo de esa manera. Sólo dígame exactamente cuál es el procedimiento para hacer las reparaciones. —Cogí el papel y lo alisé sobre mi estómago.
—Te lo dije. Tienes que ir a la compañía de administración de propiedades. Ahora trabajo para ellos. Ellos trabajan para el propietario.
—No estoy segura de si usted debería tratar a los inquilinos de esa manera.
—¿Cómo? —preguntó, ofendido.
Me incliné hacia él. —Dándoles portazos en las narices.
—Estoy ocupado. Te lo dije.
—No importa. Se trata de los inquilinos. Estas son las personas que hacen posible que usted se gane el pan de cada día. Se merecen un poco de respeto.
—Escucha, Charley. Si quieres respeto, tienes que mostrar un poco.
—¿Qué? —le pregunté, era mi turno de estar ofendida—. ¿Cuándo he sido irrespetuosa con usted?
Cuadró los hombros. —Eres ruidosa. Organizas fiestas. Invitas a personas extrañas a todas horas. Y me llamas Sr. Bigotes a mis espaldas. Me haces sonar como un maldito gato.
—Por supuesto que no. Se lo digo a la cara tan a menudo como a sus espaldas. Y no he dado una fiesta en meses.
Apretó los labios. —Mira, no importa, tienes que hacer el procedimiento correcto para que yo arregle algo de esa lista. Pero te lo advierto. Tenemos un nuevo propietario. No estoy seguro de lo que va a hacer con todo eso. —Señaló mi lista.
—Yo tampoco estoy segura. —No pensé en eso. Necesitaba el capital de trabajo. Necesitaba un hombre rico. O a Reyes Farrow. De cualquier manera—. Está bien —le dije, doblando mi nota y metiéndola en el bolsillo—. Voy a ir directamente al nuevo propietario.
—¿Lo conoces? —preguntó, sorprendido. Por supuesto, él podría pensar que el nuevo propietario era un hombre. Reyes compró el edificio antes de transferirme la propiedad, un hecho que todavía aturdía mi mente. Darme un complejo de apartamentos era como darle la compañía Fortune 500 a un niño de doce años de edad, y decirle: “Ahora, ten mucho cuidado con ella”.
—Claro que sí, y tengo pensado informarle de cómo me han tratado hoy aquí.
—¿Sí? Y yo le voy a hablar acerca del avestruz.
Jadeé. —Fue una vez. Y ella se recuperó muy bien.
—Ajá. ¿Puedo terminar mi cena?
—Sí. —Me di la vuelta y me marché para mostrarle lo enojada que estaba. Avestruz, mi culo. Estuvo bien una vez que el veterinario le sacó el recipiente de plástico.
Mientras me dirigía a casa de Reyes, con la esperanza de que hubiera vuelto a casa del trabajo, llamé a Duff. Maldición. Un minuto no me puedo sacar de encima al hombre, y al siguiente me es imposible encontrarlo. Como un fantasma.
Riéndome de mi propio sentido del humor, llamé a la puerta de Reyes. Alguien tenía que reírse, y yo era más o menos la única que tenía. Era una vida solitaria.
La puerta se abrió y un Reyes aparentemente molesto se encontraba al otro lado. ¿Qué había hecho ahora?
—Oye —le dije, medio segundo antes de que la puerta se cerrara en mi cara. ¿Qué dem…? Volví a llamar, esta vez golpeando.
La puerta se abrió completamente mientras se apoyaba contra el marco y cruzaba los brazos sobre su pecho. Le gustaba mucho esa pose. A mí me gustaba más.
—¿Qué fue eso? —le pregunté.
—¿Por qué no utilizaste la llave?
—Porque no. —Había pensado en ello, pero todavía me costaba irrumpir en su casa. Le entregué la lista—. Pensé que estabas en el trabajo.
—Estaba. Ahora no.
—Un hombre de pocas palabras. Bueno, tengo unas palabras para ti. —La empujé en sus manos—. Necesito capital de trabajo.
Echó un vistazo a la lista. —¿Qué vas a hacer por una nueva estufa para el apartamento de la Sra. Allen?
—¿Saltar en círculos y cantar “Oklahoma”? ¿Cómo puedo saberlo? Es una estufa.
—Voy a necesitar algún tipo de programa de incentivos si voy a soltar este dinero.
Contuve una sonrisa. —Programa de incentivos, ¿eh? Entonces, ¿qué vale una estufa en estos días?
—Depende. ¿Tienes un uniforme de enfermera?
Levanté una ceja de forma traviesa. —No, pero tengo un disfraz de la Princesa Leia de esclava.
Un hambre profunda brilló en sus iris. Causó que la calidez inundara mi abdomen, y solo en parte porque él sabía en lo que consistía un disfraz de la Princesa Leia.
—Con eso basta —dijo—. Y esto ya está arreglado. —Me devolvió la lista—. Sólo dale esto a la compañía de administración.
—¿No me van a andar con rodeos?
—No, si quieren seguir siendo tu compañía de administración. —Él tenía un punto—. ¿Sigues insistiendo en hacerle una visita al Negociante?
Mientras hablaba, una sombra cercana me llamó la atención. A veces tener trastorno por déficit de atención era algo bueno. Me volví a tiempo de ver a Duff aparecer junto a mi puerta, para luego desaparecer con la misma rapidez.
—Espera un momento —le dije a Reyes mientras me daba la vuelta y revisaba el pasillo—. Duff —grité—. Muéstrate en este instante.
Lo hizo, pero se materializó en el otro extremo de la sala.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
—N-n-nada. S-s-sólo e-estoy aquí —dijo, su tartamudeo era más pronunciado de lo habitual. Pero no me miraba. Mantenía su mirada atenta sobre Reyes y se parecía a un conejo listo para salir corriendo.
—Mira —le dije, caminando hacia él—, sólo tengo un par de preguntas. Quería hablar contigo. ¿Vas a venir aquí?
—Y-yo me que-quedo aquí, mu-muchas gracias.
Ah, él era dulce. —Muchas de nada. Pero, de verdad, tengo que hablar contigo…
Había empezado a gesticular hacia mi puerta cuando vi el ceño de Reyes en mi periferia. Me volví hacia él. —¿Qué estás haciendo?
—¿Qué?
—Lo estás intimidando.
—Estoy aquí.
—Sí, intimidándolo.
Una esquina de su boca se elevó burlonamente. —¿Y cómo debería estar de pie?
—Para empezar, puedes parar de fruncir el ceño.
Dejó que su mirada se moviera a Duff, lenta y amenazadoramente, y luego dijo—: Pero es divertido.
—Reyes Alexander Farrow. —Marché hacia él—. ¿Puedes ser bueno con el difunto o no?
Él bajó la cabeza, fingiendo estar arrepentido, luego me miró desde debajo de sus largas pestañas y dijo—: Pero Duff no es cualquier difunto, ¿verdad, chico? —Apuntó otra mirada fría sobre él, y Duff desapareció.
—Maldita sea —le dije, golpeando el hombro de Reyes, aunque fuera ligeramente—. ¿Cómo lo conoces?
—Duff y yo somos viejos amigos. Solía venir a visitarme a la cárcel.
—¿Qué? —Miré por encima del hombro, pero seguía sin aparecer—. ¿Por qué?
—Me vigilaba. —Extendió la mano y dejó que sus dedos se deslizaran a lo largo de mi estómago.
—¿Por qué haría eso? —le pregunté. Nunca estaba al tanto de nada.
—Se preocupaba por ti. Parece que está enamorado.
Oh, hombre. ¿En serio? —Es un difunto, Reyes. No es como si pudiéramos tener una relación.
—Si algún ser humano pudiera tener una relación con un difunto, esa serías tú. Y él lo sabe. —Deslizó un dedo en mi cinturón y tiró de él.
—Reyes, es inofensivo. Sé bueno con él.
Pasó una mano alrededor de la parte baja de mi espalda, su calor era casi demasiado para soportar. Empapó mi piel y mi pelo, y causó que la piel de gallina se deslizara sobre mí, era tan caliente. —Me encanta eso de ti —dijo, cogiendo un mechón de mi cabello y frotándolo entre los dedos de una mano, mientras que con la otra me acercaba más—. Tu incapacidad para ver lo malo en las personas hasta que ya es demasiado tarde. —Se mostraba muy coqueto, casi como si estuviera tratando de cambiar de tema.
—¿Dices que Duff es una mala persona?
—Digo que eres demasiado buena para él.
Finalmente me moldeé para él, presionándolo contra mí. —También soy demasiado buena para ti —le dije, bromeando. Pero no mordió el anzuelo.
—Estoy de acuerdo —dijo en su lugar, un segundo antes de que bajara su boca hasta la mía, fusionándonos como una máquina de soldar. Envolvió los brazos alrededor de mí, un agarre fuerte e inflexible. El calor era abrasador y surrealista a la vez, y lo sentí hasta en los dedos de los pies. Interrumpió el beso y me mordisqueó la oreja—. Supongo que es algo bueno que puedas tener una relación con un difunto —dijo.
—¿Por qué?
—Todavía podremos vernos después de mi muerte.
Traté de inclinarme hacia atrás para mirarlo, pero Reyes pasó de una velocidad constante de cuarenta y cinco kilómetros por hora para volar más rápido que la velocidad del sonido. En un instante, me había clavado contra la pared y los largos dedos de una de sus manos me sujetaban las muñecas por encima de mi cabeza mientras que la otra se deslizaba bajo mi suéter. Su mano se deslizó alrededor de mi cintura y me recorrió la espalda, mientras sus dedos trazaban la línea hueca de mis vértebras.
—¿Buscando un punto débil? —le pregunté en voz baja, muy consciente de su inclinación por la espina dorsal.
—Sé exactamente dónde están tus puntos débiles —dijo, y lo demostró deslizando su mano por debajo de mi sujetador y acunando a Will Robinson, burlando la cima con un apretón suave.
La excitación saltó dentro de mí tan rápido que sentí que el mundo giraba.
—Y sé exactamente dónde buscar —continuó. Empujó mis piernas con las caderas y se presionó contra mí, friccionado nuestros pantalones y provocando que un calor nuclear se construyera en mi abdomen.
Liberé una muñeca de su agarre y planté mi mano en una nalga dura para acercarlo más. Soltó un gruñido ronco. El sonido profundo retumbó en mis huesos, chocando contra ellos como vino derramado. Y como el vino, el efecto era embriagador.
Alguien, un hombre, se aclaró la garganta.
Me tomó un momento darme cuenta de que teníamos compañía. Cuando lo hice, rompí nuestro agarre con un salto de sorpresa. —Tío Bob —dije, alisándome la ropa y enderezándome para enfrentarlo—. Llegas temprano.
—En realidad llego tarde. —Se encontraba de pie con un traje marrón y se aflojó la corbata, viéndose tanto incómodo como prudente.
Eché un vistazo a mi reloj. Eran las 6:10. —Oh, vaya, se me pasó la hora.
—Al parecer —dijo antes de levantar la bolsa que llevaba—. ¿Hambrienta?
—Muerta de hambre. —Miré de nuevo a Reyes, que volvió a la cara de pocos amigos, esta vez hacia el tío Bob—. ¿Qué hay de ti? —le pregunté—. ¿Quieres unirte a nosotros?
—No, gracias —dijo, dando un paso atrás hasta su apartamento. Una ráfaga de aire frío se precipitó entre nosotros con su ausencia—. Comí en el bar.
—Está bien, bueno, ¿podemos discutir más tarde sobre lo que haremos esta noche? —El juego de cartas no comenzaba hasta las nueve, así que teníamos un poco de tiempo para idear un plan brillante que nos mantendría vivos a los dos. Y con suerte, también nos permitiría mantener nuestras almas.
No quería que un demonio absorbiera mi alma.
La sincronización del tío Bob no podría haber sido más perfecta. Justo al doblar para entrar en mi apartamento, la cita de Cookie subía las escaleras al lado de nosotros. Nos asintió y fue directamente a la puerta de Cookie para llamar. El tío Bob se detuvo en seco. Inspeccionó al hombre desde la cima de su cabeza bien recortada hasta la punta de los zapatos. Era divertido. Más o menos. Por un lado, sentía pena por él. Por otro, era su culpa. Cookie no iba a esperarlo por siempre. Necesitaba que la abrazaran.
Se volvió hacia nosotros mientras esperaba que Cookie le atendiera. Le guiñé un ojo. Barry era un viejo amigo de la universidad. Habíamos tenido un par de clases juntos, entre ellas una sobre la apreciación del jazz. Nos acercamos por el hecho de que al entrar, ninguno de los dos tenía mucha simpatía por el jazz, pero habíamos aprendido a amarlo. Especialmente la historia.
Me acerqué a mi puerta y giré el pomo lentamente, tomándome mi tiempo, a la espera de que Cookie respondiera a la suya. Cuando no respondió de inmediato, empecé a preocuparme un poco. Pero cuando respondió, todos mis temores se disiparon. Ella tenía un aspecto fantástico. Llevaba un traje de pantalón oscuro de color borgoña con un chal de color crema sobre los hombros. Si eso no llamaba la atención del tío Bob, no sabía qué lo haría.
El tío Bob me habló más fuerte de lo necesario. Me preguntó una vez más si tenía hambre.
Me reí y le dije igual de fuerte—: Claro que sí, tío Bob. Como te dije antes. Pero gracias por repetirlo.
—Oh, hola, Cookie —dijo él, fingiendo que acababa de notarla. Como si sus ojos no hubieran estado a punto de salir de su cabeza en el momento en que aterrizaron en ella. Era tan malo en esto del coqueteo.
Cookie le ofreció una sonrisa radiante mientras estrechaba la mano de Barry. —Hola, Robert. Veo que has traído la cena. Lamento perdérmela.
El tío Bob me siguió al interior, casi tropezando cuando me detuve en el umbral de mi casa para darle más tiempo. Se aclaró la garganta por la vergüenza y dijo—: Yo también lo lamento.
Barry la llevó a las escaleras, tomándola de la mano, mientras descendían. El tío Bob se dio cuenta. Creí que iba a romperse el cuello, tratando de verlos caminar hasta el siguiente rellano.
—Entonces, ¿qué sabes sobre papá que yo no?
Sacó dos bandejas de la bolsa: una con espaguetis y otra con lasaña. Me zambullí en los espaguetis antes de que pudiera agarrarlos.
Se encogió de hombros, tomó su lasaña y se dirigió a mi mesa de la cocina. —Probablemente no sé mucho más que tú. Pero he notado un cambio notable en su comportamiento.
Al principio miré al tío Bob, sin estar segura de lo que hacía. Entonces me di cuenta de que usaba la mesa de la cocina para los fines previstos. Raro. —Bueno, es obvio. Yo podría haber dicho eso. Su batalla contra el cáncer y su repentina remisión hizo que me diga que se iba en un viaje plausible. Dijo que iba a aprender a navegar. Pero Denise parece pensar lo contrario. ¿Qué podría estar haciendo?
Me senté junto a Ubie en la mesa. Se sentía extraño. Nunca había comido en mi mesa de la cocina. Esta era una experiencia nueva para mí.
—No me gusta hacer suposiciones —dijo tío Bob mientras apuñalaba a su lasaña—. Pero si tuviera que adivinar, diría que tiene algo que ver contigo.
—¿Conmigo? ¿Por qué? —Giré los espaguetis alrededor de mi tenedor.
—¿No te fijaste cómo, después de los problemas de tener que arrestarte sólo para tratar de sacarte de la empresa de las investigaciones privadas, pareció renunciar muy fácilmente?
—Me fijé en que trató de dispararme. El resto es un poco borroso.
—Encuentro bastante sospechoso todo lo que ha hecho últimamente. Si no lo conociera, diría que investigaba algo. Se ponía así en los viejos tiempos. Cuando seguía algo grande, se ponía reservado. A la defensiva. No lo he visto así en mucho tiempo.
—Pero, ¿en qué tipo de caso puede estar trabajando? ¿Qué puede investigar? Ya ni siquiera es un detective.
Él dejó el tenedor y me dedicó su total atención. Eso significaba que estaba a punto de decirme algo que probablemente no quería saber. —Digamos que ha estado haciendo muchas preguntas acerca de tu novio.
También dejé el tenedor. —¿Reyes? ¿Por qué investigaría a Reyes?
—No sé, calabacita. Probablemente estoy equivocado. Así que, ¿Cookie tiene una cita?
Por fin. Me preguntaba cuándo iba a mencionarla. —Sí. Creo que se unió a algún tipo de servicio de citas online. Por lo que entiendo, es muy popular. Tiene una cita todos los días de esta semana.
—¿Con un tipo diferente? —preguntó, horrorizado.
—Con un tipo diferente.
Después de eso, el tío Bob pareció perder el apetito. Apenas tocó la lasaña y se fue con una expresión sombría en su rostro. Definitivamente lo dejó pensando, contemplando lo que le estaba costando su actitud descuidada hacia una deliciosa criatura como Cookie. Ahora sólo tenía que preocuparme por una cosa: la afición del tío Bob por investigar. Si él descubría lo que hacíamos, me repudiaría. Y posiblemente me vendería a un conde rumano.