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Traducido por Val_17

Corregido por Gabriela♡

 

Perdí mi virginidad,

pero todavía tengo la caja en la que llegó.

(Camiseta)

 

Aunque no podía estar cien por ciento segura, tenía la inconfundible sensación de que Reyes se enojó. Se sentó en Misery, su espalda rígida, apartó su mirada, su mandíbula apretada con la consistencia del mármol. Y seguía incorpóreo. Podría haberse desvanecido, pero no lo hizo. ¿Quería que yo supiera lo enojado que estaba, o se sentía preocupado por esta “manada de doce”? Cuando me lanzó una mirada por debajo de sus pestañas mientras nos dirigíamos a casa, le devolví la mirada.

—¿Qué? —pregunté, mi nivel de adrenalina seguía elevado. Mi incredulidad seguía creciendo. No estaba preocupado por los Doce. Estaba enojado conmigo. ¡Conmigo! ¿Qué había hecho ahora?

Sacudió la cabeza y regresó su atención al frente. Cuando habló, su voz era baja, calculada. —Hiciste exactamente lo que dije que harías.

—¿Qué? Tengo mi alma. Y mi dignidad. No consiguió ninguna.

—Eso es discutible. Hiciste un trato con él.

—Por la supervivencia de la humanidad —dije a la defensiva—. O algo así. ¿Quiénes son los Doce?

Se tomó un momento para responder. Meditando. Se tomó su tiempo. Deambulando. Paseando, ajeno a las necesidades y la impaciencia de los demás. Parecía una especie de niño pequeño de esa manera. Justo cuando estaba a punto de llenar el vacío del incómodo silencio con el tema musical de La Isla de Gilligan, respondió. La decepción me inundó.

—Los Doce son más comúnmente conocidos en mi plano como las Doce Bestias del Infierno. Pero aquí en la tierra, a menudo se refieren a ellos más como perros infernales.

—¿Perros infernales? —le pregunté, asombrada—. ¿En serio? ¿Son perros infernales?

—Sí. Fueron encarcelados hace siglos. Pareciera que habrían escapado.

Dejé salir un silbido a través de los labios. —Auténticos-perros-infernales. Eso es irreal. ¿Por qué fueron encarcelados?

—¿Alguna vez te has encontrado con un perro infernal? —Apretó la mandíbula—. Son revoltosos. Incontrolables. Matan cualquier cosa y todo a su paso. Fue uno de los experimentos de mi padre que salió mal.

Mis dedos se apretaron en el volante. —¿Él los creó?

—Sí.

—¿Igual que te creó a ti?

—No, en realidad no. Mi padre me creó de su propio cuerpo, es por eso que soy su hijo. No creó a ningún otro ser como yo. —Me lanzó una mirada de soslayo—. Eso no es arrogancia. Es simplemente un hecho. Uno del que no estoy orgulloso.

Seguía ocupada tratando de asimilar todo el asunto de los perros infernales. —Espera, ¿qué hay con el Negociante? Dijiste que no cayó del cielo.

—Él era un esclavo, uno de millones, también creado por mi padre.

—Lo llamaste Daeva.

—Muchos expertos de la tierra creen que Daeva y los demonios son uno y lo mismo. Están equivocados. Los demonios, verdaderos demonios, cayeron del cielo. Son los hijos Caídos.

—Así que ellos son como de raza pura, mientras que los Daeva son, no lo sé, ¿clones?

—Son esclavos. Punto.

No me gustaba esa palabra a menos que la estuviera usando para referirme a Cookie. —Sabes, tradicionalmente, los esclavos simplemente son una raza desvalorizada de personas. Son tan buenos y dignos como tú o yo.

—Los Daeva no son una raza —dijo, su voz endureciéndose—. Son una creación de mi padre.

—¿Por qué sientes tanta enemistad hacia ellos? —le pregunté, sorprendida.

—¿Quién dice que lo hago?

—Reyes, vamos.

—Es complicado —respondió finalmente—. Cuando Dios creó primero a los ángeles, se les conoció como hijos de Dios, hasta que tuvo un hijo verdadero, creado para liderar a los humanos, para despejar sus caminos al Cielo. En ese mismo sentido, cuando mi padre creó primero a los Daeva, ellos fueron llamados los hijos de Satanás hasta que tuvo un hijo verdadero. Yo. Entonces no eran más que Daeva. No eran Caídos. No eran hijos. Simplemente eran. Y al igual que algunos ángeles, se enfurecieron por lo que ellos percibían como una injusticia de favoritismo de Dios hacia los hombres por encima de sus propias creaciones, algunos de los Daeva se sintieron despreciados cuando mi padre buscó crearme. Son asuntos complicados.

—¿Pero lo conocías? ¿Al Negociante?

—Todos lo conocían. Era un campeón. Era el ser más rápido y fuerte en el infierno, pero era un esclavo, destinado a ser siempre un esclavo. Era una posición que a él no le importaba.

—No puedo imaginar por qué —dije, dejando que el sarcasmo goteara de mi lengua. Entonces las palabras de Reyes me inundaron—. Espera, ¿era más rápido que tú?

Sin mirarme, asintió. Inhalé un suave aliento.

—¿Más fuerte?

Después de una larga pausa, dijo—: Sí. Nunca peleamos, pero si lo hubiéramos hecho, él habría ganado.

No habría estado más sorprendida si una tabla apareciera de la nada y se estrellara contra mi cara. —Entonces, ¿en serio? ¿Puede vencerte?

—Creo que podría, sí, pero eso era en el infierno. Este es un plano diferente con una serie de reglas diferentes. ¿Quién sabe lo que pueda hacer aquí?

—Pero, ¿por qué intentas ir contra él? Si es tan peligroso, ¿por qué correr el riesgo? —Cuando no respondió, lo empujé, mi enojo creciendo por el hecho de que se arriesgaría tan frívolamente—. Reyes, ¿por qué harías eso?

—Estoy demasiado aturdido para responder a eso justo ahora.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Estoy atónito porque me preguntaras eso.

—¿En serio? ¿Me conoces en absoluto?

 

—Bueno, ciertamente este ha sido un día de revelaciones —dije mientras Reyes y yo caminábamos juntos desde Misery hasta el edificio de apartamentos. Al parecer, no se iría de mi lado—. Así que, las Doce bestias, ¿eh? Apostaría a que las fiestas con ellos son divertidas.

—No, a menos que te gusten las masacres —dijo, comprobando la zona mientras caminábamos.

—No realmente. Probablemente no deberíamos invitarlos a nuestra fiesta de compromiso. —Cuando me miró con sorpresa, añadí—: Ya sabes, si tenemos una.

Me siguió por las escaleras. —Probablemente no.

—Quiero saber más sobre el Negociante —dije por encima de mi hombro—. Quiero decir, ni siquiera sabía que tenían esclavos en el infierno. Ese lugar tiene que ser lo suficientemente malo sin lanzar el título de sirviente obligado a la mezcla.

—Mi padre tiene millones. Puede crearlos de los restos de demonios perdidos.

—¿Cómo de su ADN?

—Algo así.

—Así que, ¿este Negociante era un campeón? ¿De qué? ¿Voleibol?

—Creo que más en la línea de gladiadores.

—¿En serio? ¿Tienen juegos de gladiadores en el infierno? —Solo parecía incomprensible.

—Teníamos un montón de tiempo libre.

Me detuve en el rellano y me giré hacia él mientras subía detrás de mí. —Reyes, quiero que le des una oportunidad. Creo que realmente está para ayudarnos. Puedes estar enojado conmigo si quieres, pero creo que él de verdad quiere ver a tu padre caer.

—Seguro que sí. ¿No te gustaría ver caer a tu captor? Eso no significa que podamos confiar en él.

—Creo que estás dejando que tus prejuicios se metan en el camino —dije, girándome para subir el siguiente escalón.

—Holandesa —dijo, tomándome de los hombros e instándome a enfrentarlo—, no puedes confiar jamás en los Daeva. No importa cuánto te ayuden. No importa lo que hagan por ti, simplemente no son de fiar.

—Entiendo la generalización, pero él es diferente. Hay algo muy especial en él, y tengo la sensación de que vamos a averiguar lo qué es algún día.

—No, si eres inteligente, no lo harás.

—No soy estúpida —dije, cansándome de su cuestionamiento por todo lo que hacía—. Uso el sentido común.

—Tienes que tener sentido común para utilizarlo.

Me puse rígida. No acababa de decir eso. —No acabas de decir eso.

—Cuando se trata de humanos, Holandesa, estás ciega. Haces cosas por ellos que ninguna otra persona viva haría. Y si crees siquiera remotamente que este Daeva te ayudará en esa tarea, perderás todo por él.

—¿Ninguna persona viva lo haría por mí? Esto sólo demuestra lo bien que conoces a los humanos. Puedes haber sido uno los últimos treinta años, pero no sabes nada de nuestro espíritu. De nuestra naturaleza generosa. Es diferente para todos, pero la mayoría de los humanos son amables y entregados. Y nos preocupamos por nuestros prójimos. Y mujeres.

—Sé lo suficiente sobre los humanos como para darme cuenta de que ninguna persona en esta tierra arriesgaría su vida para salvar la tuya.

—Estás equivocado. Y si mis sospechas sobre el Negociante son correctas, estarás comiéndote esas palabras antes de que todo esto termine. Al parecer tenemos a doce criaturas muy desagradables para luchar, y apostaría hasta mi último dólar porque él nos acompañara hasta el final.

—A esas alturas ya te habrá engañado para robar tu alma, y crecer gordo y viejo a tu costa.

Abrí mi puerta y bloqueé su camino con mi hombro. —Estoy cansada. Te veré mañana.

Me ofreció un asentimiento enojado, luego se giró hacia su propio apartamento.

Cerré la puerta suavemente. Él cerró la suya de un golpe.

 

Cookie llegó después que yo. Podía oír sus familiares pasos en la escalera. Llamó suavemente antes de abrir, lo cual no era muy propio de ella. —¿Todavía estás levantada? —preguntó.

—Claro que lo estoy. ¿Cómo te fue?

Todavía se veía genial y tenía un brillo fresco en su cara.

—Espera, no estás enamorada de Barry, ¿verdad?

—Oh, cielos no. Pero pasamos un buen rato. Fue divertido salir.

—Me alegro.

—¿Acaso Robert, no lo sé, preguntó sobre ello?

Me reí. —Lo hizo. Fue genial. Moría por preguntarme, pero se tomó un tiempo. ¿Viste la expresión en su rostro cuando vio a Barry?

—Sí. Charley, me siento culpable.

Apreté los labios. —Cook. Puedo sentir las emociones, ¿recuerdas? Y esto es por su culpa.

—Oh, cierto. —Sonrió—. Creo que esto podría funcionar. Se quedó atónito y mudo cuando vio a mi cita.

—Cariño —le dije, poniendo una mano sobre la suya—, se quedó atónito y mudo cuando te vio.

—¿Eso crees?

—Absolutamente. No creo que le gusten los hombres.

Ella lo descartó con un gesto.

—Sabes lo que quiero decir.

Tenía estrellas en sus ojos. Supongo que nunca me di cuenta de lo mucho que le gustaba Ubie. Quiero decir, era Ubie. ¿Quién lo habría imaginado?

—Entonces —dijo ella, aliviando la pregunta más grande de la noche—, ¿cómo estuvo el juego de cartas?

—Perdí mi culo. Y, bueno, ¿has visto mi culo? —Lo palmeé para enfatizar mi punto.

Se rio al principio, luego se serenó. —Espera, ¿en serio? ¿Perdiste dinero?

—Nah, convencí al Negociante de que sería beneficioso para él dejarlo pasar.

—Oh, bien. Así que, ¿realmente era un demonio?

—Síp, o como son llamados, un Daeva. Un demonio esclavo.

—¿Tienen esclavos en el infierno?

—Al parecer. Loco, ¿no?

—Daeva. Me gusta.

Le expliqué lo que pasó con mucho detalle, sobre todo porque tenía dificultades asimilándolo todo por mí misma. Cuando terminé, ella sólo se sentó allí. Y miró. Por un tiempo realmente largo.

Miré al Sr. Wong. —Creo que la rompí.

—No, estoy bien, pero santa vaca, Charley. Esto se pone cada vez más profundo. Quiero decir, cuando me dijiste que eras el ángel de la muerte, pensé: ¿Qué más puede existir? Pero va mucho más lejos que eso. ¿Y ahora los Doce? ¿En serio? Es infinito.

—Lo sé, y lo siento. No te registraste para nada de esto.

—¿Estás bromeando? Me encanta esta mierda. No cambiaría mi vida por nada del mundo. Bueno, tal vez sí por el mundo. ¿Estará el Negociante interesado en un alma ligeramente usada, de treinta y tantos años de edad, con algunas abolladuras en ella? Me vendría bien una mansión en los Cayos. Y un Bentley. Con llantas cromadas y un sistema de sonido asesino.

Me reí, en parte aliviada. —Te imaginé más como un tipo de chica Rolls-Royce.

—Tomaría cualquiera.

—Apuesto a que él aceptaría esa oferta. Me gustó —añadí, imaginando su cara.

—¿El Negociante?

—Sí. Quiero decir, era muy joven. O, bueno, parecía joven.

—Tienes una debilidad por los niños. ¿Estás segura de que eso no es lo que sientes?

—Me encantan los niños. Van geniales con patatas fritas y un batido.

Se rio. —¿Cómo se siente Reyes sobre él?

—Le arrancaría la columna si lo dejara.

Me dio unas palmaditas en la rodilla. —No esperaría menos del hijo de la encarnación del mal. Es un buen tipo.

—Sí, lo es —concordé—. Incluso aunque tiene una tendencia a molestarme hasta los niveles más bajos del infierno. Donde no hay café.

—Pero se ve increíble en un delantal.

—¿Verdad?

Ambas caímos en un estado onírico por unos segundos.

Salí de él primero. —Está bien, bueno, a dormir. Tenemos mucho que hacer mañana. El mal no descansa, y toda esa mierda.

 

Cookie tenía razón. Reyes era un buen tipo. Hizo tanto por mí. Y soportado mucho de mí. Por otra parte, tenía que aguantar su personalidad estilo alfa. Por suerte para él, yo tenía un excelente autocontrol. De lo contrario, terminaría pateando su culo cada día, dejándolo en posición fetal y lloriqueando, y entonces, ¿dónde estaríamos?

Me preparé para ir la cama y me puse algo más cómodo, es decir, una camiseta con un par de bragas que decían: RASQUE PARA REVELAR EL PREMIO. Después de dejar mi cabello en una trenza floja, me acurruqué en mi colchón más fabuloso, el que conseguí en una venta de negocio-en-quiebra, y me enrollé en los gruesos pliegues de mi edredón de Bugs Bunny.

Pero incluso aislada, podía sentir el calor de Reyes. Traspasaba la pared y me rodeaba en un suave calor relajante. Llevaba viviendo al lado un par de semanas ya, y me pregunté si alguna vez me acostumbraría a estar envuelta en su delicioso calor y no lo notaría. Probablemente no. Pararse a su lado era como estar de pie junto a un infierno —para mí, de todos modos. Y prácticamente sólo para mí. Si Cookie hubiera estado allí, no lo habría sentido, lo cual no tenía sentido. Los humanos podían sentir el frío de los difuntos cuando se encontraban cerca. El frío de los difuntos y el calor de Reyes eran sucesos sobrenaturales. ¿Por qué podían sentir uno y no el otro?

Pero el hecho de que el calor de Reyes podía penetrar las paredes me sorprendió la primera vez que lo noté. Nuestras camas se encontraban contra la misma pared, y podía sentir el momento en que se metía a la cama cada noche. Y no sólo porque me encontraba con él la mitad de las veces que eso pasó. Incluso en mi propio apartamento, podía sentirlo. Él siempre se sentía más caliente cuando se metía en la cama. Mientras se dormía, su calor se disipaba un poco. Seguía anormalmente caliente, incluso dormido, pero no tanto como cuando se despertaba. Y sobre todo, no tanto como cuando se enojaba. O, bueno, en medio de la pasión. Hirviendo sería un adjetivo apropiado para eso.

Pero el calor que flotaba hacia mí ahora tenía la consistencia de la ira. Levanté una mano y puse mi palma contra la placa de yeso que nos separaba. Era abrasador, casi doloroso.

Síp, ira.

Estaba tumbado en su cama, probablemente pensando en la mejor manera de deshacerse del Negociante. Tendría que convencerlo de lo contrario por ahora. El Negociante era diferente de los otros Daeva. Nació en la tierra. Era, en cada sentido de la palabra, humano. En parte, al menos. Y muy parecido a Reyes.

Así que si Reyes iba a guisarse en su propia ira, bien. Hice lo que tenía que hacer, y él simplemente tendría que aprender a vivir con ello. Estábamos prometidos. Tenía que tomar lo bueno y lo malo. Y además, podía darle a Reyes Alexander Farrow algo mucho mejor en lo que pensar.

Me pregunté si podía sentir mis emociones a través de la pared, porque su calor rozó mis dedos y se extendió a lo largo de mi palma como si lo hiciera a propósito. Como si tuviera un programa.

Reyes podía hacer cosas asombrosas con su esencia. Podía enviarla. Podía esparcirla sobre mi piel. Podía enterrarla profundamente dentro de mí hasta que me retorcía en éxtasis. Me preguntaba si yo también podía hacerlo.

Dejé mi cuerpo antes. Maté a un hombre en el proceso, pero por esa experiencia, sabía que era posible, ¿pero podía controlarlo como Reyes? Vino a mí cientos de veces, incluso cuando crecíamos, antes de saber quién, o qué, era él. Y ahora lo había hecho. Mi esencia, mi espíritu, dejó mi cuerpo. ¿Podía hacerlo de nuevo? La primera vez fue bajo extrema presión. No me sentía presionada ahora. Un poco estresada, tal vez. Un poco confundida por lo que pasó con el Negociante, por todo lo que nos dijo, pero no presionada.

Aun así, era el ángel de la muerte. Tenía que conseguir el control. Averiguar esta mierda antes de que fuera destrozada por un perro infernal. Tenía que aprender lo que podía y no podía hacer, y tenía que aprender a controlarlo. ¿Qué mejor sujeto de prueba que alguien que era casi indestructible? Podía ser como una científica loca, y Reyes podía ser mi experimento. ¿Qué podría salir mal?

Cerrando los ojos, pasé mi mano más arriba por la pared. La sensación ardiente se hizo más fuerte mientras pasaba mis sensibles dedos sobre la textura. Lo solté. Lo saludé, lo insté a acercarse, lo absorbí hasta que penetró en mi piel, empapando  mis huesos hasta la médula, y empujándose por mi brazo. Tocó mi cuello, hormigueó en mi mejilla como una suave caricia, pasó por mi clavícula, sobre mis pechos, e inundó mi torso con una áspera calidez. Peligro y Will lucharon contra los límites de mi camiseta, los pezones sobresaliendo, la textura del material sólo sirvió para endurecerlos más. La fricción envió una sacudida de placer directamente a mi núcleo, ondulando a través de mí, presionándome hasta que el calor se sumergió bajo mi abdomen, hasta que consumió cada molécula de mi cuerpo.

Pero era mi turno. Yo era la científica loca en este escenario. Quería hacer lo mismo con él, penetrar en su cuerpo y en su alma de la manera en que él penetró en la mía. Luché contra el inimaginable placer que corría por mis venas y me concentré. Empujé. Liberé mi energía, dejé que se deslizara a lo largo de mis terminaciones nerviosas y por mi brazo hasta que irrumpió a través de la pared que había entre nosotros. Aun no podía ver realmente a Reyes, pero podía percibirlo y sentirlo. Podía sentirlo mucho.

Dejé que mi energía cayera sobre él. Dejé que explorara las colinas y valles de sus músculos mientras se contraían y liberaban bajo mi toque. Sentí la suavidad de su piel, la dureza de sus músculos, la tensión de su abdomen. Más y más abajo hasta que fui recompensada con una reveladora oleada de sangre.

Él inhaló aire a través de los dientes cuando rocé su erección. La sensación de logro era embriagadora, pero quería más. Quería entrar en él como había entrado en mí. Quería hacer que se corriera desde adentro. Quería hacerlo retorcerse en éxtasis. Rogar por la liberación. Pero se puso en guardia. Un bloqueo mental de algún tipo. Siempre cuidadoso de lo que podría ver si me dejaba entrar.

Eso era bastante injusto.

Afilé mi toque. Dejé que mis uñas rozaran su carne. Lo engatusé e insté a dejarme entrar. Sus brazos descansaban sobre su cabeza, y sus manos de curvaron en puños. Apretó la mandíbula.

—Holandesa —dijo en advertencia.

No dije nada en respuesta. No me encontraba segura de sí podría. Pero empujé de nuevo, abriendo sus piernas, y dejé que mi energía pulsara en su cuerpo como ondas eléctricas. Echó la cabeza hacia atrás, presionándola contra la almohada mientras sus dedos se enredaban en las sábanas a su alrededor.

Y bajó la guardia.

En el momento en que lo hizo, entré. Nuestras energías colisionaron en una ráfaga de sensual euforia, los átomos empujando y tirando hasta que la fricción se construyó en niveles nucleares. Arqueó la espalda y luchó conmigo, cada uno peleando por conseguir la delantera, por enviar al otro por el borde primero.

Mientras lo exploraba, él hacía lo mismo. Me tomó un momento darme cuenta de que parte de lo que sentía era mi propia piel siendo acariciada. Mi propio fuego siendo avivado. Su energía pasó sobre mí, y alrededor de mí, y dentro de mí como humo líquido, fusionándose con cada partícula de mi cuerpo mientras removía la excitación que crepitaba en mi interior. Sentí su hambre, caliente y urgente entre mis piernas, cruda y poderosa. El aire en mis pulmones se espesó mientras una serie de dolorosos espasmos crecían con cada latido de mi corazón, enviándome más y más cerca hasta que un orgasmo muy caliente estalló dentro de mí, estrellándose, agitándose y tambaleándose.

Me perdí en mi propia inflamación de deseo, pero parecía que mi clímax era todo lo que Reyes necesitaba para liberar su propia tormenta de fuego. Sus músculos se tensaron a mí alrededor mientras sentía la dulce punzada de su clímax derramarse sobre su estómago, la caliente evidencia en su abdomen.

Lo sentí agarrar sus sábanas mientras el orgasmo lo recorría, ondulando por un microsegundo hasta que se disparó de nuevo al ritmo de su pulso acelerado. Después de unos cuantos momentos agonizantes, decayó lentamente, dejando sólo la dificultosa respiración de Reyes a su paso. Tenía un apretón de muerte en sus sábanas. Desenredó los dedos y se los pasó por la cara antes de cubrirla con un brazo.

Entonces me habló, su voz profunda y ronca, agotada. —Ven a dormir conmigo.

Cuando no respondí, de nuevo insegura de si podría, se levantó para limpiarse. Lo podía ver más claramente ahora, pero mi toque aún era más sensible que mi vista en este estado. Algo en lo que tendría que trabajar, tendría que fortalecerlo como un músculo.

Me quedé con él hasta que se metió de vuelta en la cama y arrastró una arrugada sábana sobre su mitad inferior. Luego presionó su mano contra la pared, y sus párpados se cerraron casi de inmediato. Justo antes de irme, susurró de nuevo—: Ven a dormir conmigo.

Pero ya estaba fuera. Era extraño sentirlo todo, pero no verlo con mis ojos realmente, solo con el ojo de mi mente. De repente, podía entender por qué, cuando él crecía, nunca supo si yo era real o no. Pensó que era un sueño. Así fue exactamente cómo se sintió. Como un sueño. Real y no real. Tangible y aun así intocable, como si fuera a deslizarse por mis dedos si trataba de aferrarme a él de verdad. Pero hice precisamente eso. Lo toqué. Lo acaricié. Lo ordeñé hasta que se corrió.

Me dormí sumergida en su esencia, en su sabor, textura y olor terroso. También me dormí con mi mano contra la pared, su calor calentando mi palma a menos de seis centímetros de la suya.