Epílogo
La primavera llegó a regañadientes aquel año, y una helada tardía despojó a los árboles frutales de su flor, borrando toda posibilidad de obtener frutos de ellos. El verano fue húmedo y nuboso, y la cosecha escasa.
Los ejércitos de Eosia Occidental volvieron a casa desde Lamorkand para sumirse en la ingrata tarea de cuidar los tercos campos en donde solamente los cardos crecían en abundancia. En Lamorkand estalló una guerra civil, lo cual no tenía nada de extraordinario; hubo una rebelión de siervos en Kelosia, y la cantidad de mendigos que pedían limosna cerca de las iglesias y las puertas de las ciudades aumentó de forma alarmante en todo Occidente.
Sephrenia recibió con asombro la noticia del embarazo de Ehlana. La innegable realidad de su preñez la desconcertó, y el desconcierto la hizo actuar con mal genio, casi con mordacidad. Transcurrido el tiempo debido Ehlana dio a luz su primer hijo, una niña a quien ella y Sparhawk pusieron por nombre Danae. Sephrenia examinó con detenimiento a la infanta y Sparhawk tuvo la impresión de que su tutora se había casi ofendido por el hecho de que la princesa Danae fuera completamente normal y estuviera asquerosamente sana.
Mirtai modificó con habilidad la agenda de la reina para añadir la lactancia a las otras obligaciones reales de Ehlana. Tal vez deberíamos mencionar de paso que las damas de honor de Ehlana odiaban unánimemente a Mirtai y tenían celos de ella, a pesar de que la gigante jamás había agredido físicamente ni había hablado con dureza a ninguna de ellas.
La Iglesia renunció a sus grandes designios en el este, concentrando en su lugar la atención en el sur para aprovechar la oportunidad que se presentaba allí. El enrolamiento en el ejército de Martel de los más fervientes eshandistas y su consiguiente derrota en Chyrellos habían diezmado las filas de aquella secta, con lo que Rendor había quedado en disposición de ser reasimilada en la congregación de los creyentes. Aun cuando Dolmant mandó a sus sacerdotes a aquel país con un espíritu de amor y de reconciliación, dicha actitud no duró en la mayoría de los misioneros más tiempo que el que tardaron en perder de vista la basílica. Las misiones que llegaron a Rendor fueron vengativas y punitivas, y los rendoreños reaccionaron de manera previsible. Después de que un buen número de los más estridentes y agresivos misioneros fueran asesinados, se enviaron al reino sureño destacamentos cada vez mayores de caballeros de la Iglesia para proteger al importuno clero y a sus reducidas congregaciones de conversos. Los sentimientos eshandistas cobraron nueva fuerza y pronto volvieron a circular rumores de arsenales de armas escondidos en el desierto.
El hombre civilizado cree que sus ciudades son la corona de su cultura y parece incapaz de comprender el hecho de que los cimientos de cualquier reino se encuentran en la tierra que lo sustenta. Cuando la agricultura de una nación se tambalea, su economía comienza a degradarse, y los gobiernos, faltos de ingresos, inevitablemente recurren a la forma más regresiva de recaudación de impuestos, agravando la de por sí pesada carga que ya sufrían. Sparhawk y el conde de Lenda mantuvieron largas y cada vez más agrias discusiones al respecto y con frecuencia dejaron de dirigirse la palabra.
La salud de lord Vanion fue deteriorándose constantemente con el transcurso de los meses. Sephrenia lo cuidó en sus múltiples enfermedades con todos los medios a su alcance, pero al fin una ventosa mañana de otoño, unos meses después del nacimiento de la princesa Danae, los dos desaparecieron, y, cuando un estirio de blanco sayo se presentó en la casa madre pandion de Demos anunciando que venía a sustituir a Sephrenia, se confirmaron las peores sospechas de Sparhawk Pese a sus protestas y a su alusión a compromisos anteriores, no tuvo más remedio que asumir las obligaciones de su amigo como preceptor provisional, un nombramiento que Dolmant deseaba convertir en permanente, aun cuando Sparhawk se resistiera tenazmente a ello.
Ulath, Tynian y Bevier acudían de tanto en tanto a palacio a visitarlos, y sus informes sobre lo que ocurría en sus países de origen no eran más alentadores que las noticias que Sparhawk recibía de las diferentes regiones de Elenia. Platime expuso gravemente que los informantes de que disponía en los más remotos reinos habían llegado a la conclusión de que la situación próxima a la hambruna, las epidemias y la agitación civil era casi universal.
—Malos tiempos, Sparhawk —decía el obeso ladrón con un filosófico encogimiento de hombros—. Por más que nos esforcemos por mantenerlos a raya, los malos tiempos regresan de vez en cuando.
Sparhawk puso a los cuatro hijos mayores de Kurik en el noviciado de los pandion, haciendo caso omiso de las objeciones de Khalad. Dado que Talen era todavía un poco joven para recibir entrenamiento militar, le ordenaron servir como paje en el palacio donde Sparhawk pudiera mantenerlo vigilado. Stragen, tan imprevisible como siempre, iba a menudo a Cimmura. Mirtai cuidaba de Ehlana, la regañaba cuando era necesario, y rehusaba ahogada en risas las repetidas propuestas de matrimonio de Kring, el cual parecía hallar toda clase de excusas para recorrer a caballo todo el continente desde Kelosia a Cimmura.
Los años se sucedían y la situación no mejoraba. A aquel primer año de lluvia excesiva siguieron tres de sequía. Los alimentos eran siempre escasos y los gobiernos de Eosia disponían de exiguos recursos. En el pálido y hermoso rostro de Ehlana iba dejando su huella el agobio de las inquietud, a pesar de que Sparhawk hacía cuanto estaba en sus manos por cargar sobre sí todo el peso que podía aligerar al de ella.
Fue en una clara y glacial tarde de finales de invierno cuando al príncipe consorte le ocurrió algo de gran trascendencia. Había pasado la mañana discutiendo violentamente con el conde de Lenda acerca de un nuevo impuesto que éste proponía, y Lenda lo había acusado a gritos de desmantelar sistemáticamente el gobierno con su excesiva preocupación por el bienestar del consentido y holgazán campesinado. Sparhawk había salido ganando al final, aun cuando ello no le reportara ningún placer en especial, puesto que cada victoria ahondaba el abismo que estaba abriéndose entre él y su viejo amigo.
Estaba sentado cerca del fuego en los aposentos reales, afectado por una especie de melancólico descontento, observando distraídamente las actividades de su hija de cuatro años, la princesa Danae. Su esposa había salido a hacer unas compras en la ciudad en compañía de Mirtai y Talen, de modo que Sparhawk y la pequeña princesa estaban solos.
Danae era una niña seria y grave de reluciente pelo negro, grandes ojos oscuros como la noche y una boquita parecida a un capullo de rosa. A pesar de la seriedad de su porte, era cariñosa y solía colmar a sus padres de besos espontáneos. En aquel momento, se encontraba cerca de la chimenea realizando importantes actos en los que participaba una pelota.
Fue el hogar lo que desencadenó los acontecimientos y cambió para siempre la vida de Sparhawk. Danae calculó mal el lanzamiento y la pelota rodó directamente hasta el interior de la chimenea. Sin pensarlo dos veces, la pequeña se encaminó allí y, antes de que su padre pudiera detenerla o gritar siquiera, puso la mano en las llamas y recuperó su juguete. Sparhawk se levantó de un salto con un grito estrangulado y corrió hacia ella. La tomó en brazos y le observó atentamente la mano.
—¿Qué pasa, padre? —le preguntó con voz calmada la princesa. Danae era una niña precoz que había comenzado a hablar muy pronto y que a su edad casi hablaba como una persona mayor.
—¡La mano! ¡Te la has quemado! Sabes que no debes poner la mano en el fuego.
—No me he quemado —protestó la niña, levantándola y moviendo los dedos—. ¿Lo veis?
—No vuelvas a acercarte al fuego —ordenó.
—No, padre. —Se revolvió para que la dejara en el suelo y entonces se fue con la pelota a proseguir con sus juegos en un seguro rincón.
Sparhawk regresó turbado a su sillón. Uno puede poner la mano en el fuego y retirarla sin quemarse, pero le había parecido que Danae no la había movido tan deprisa. Sparhawk se puso a observar con más detenimiento a su hija. Como había estado muy ocupado los últimos meses, apenas la había mirado y en su lugar había aceptado simplemente el hecho de que ella estaba allí. Danae se encontraba en una edad en la que las transformaciones se suceden con gran velocidad, y en ese caso, al parecer, habían tenido lugar delante de la poco atenta mirada de Sparhawk. Al contemplarla ahora, no obstante, sintió una repentina opresión en el corazón. Aunque fuera increíble, se percataba por primera vez de algo: él y su esposa eran elenios, y su hija no.
Contempló durante largo rato a su hija estiria y entonces elaboró la única posible explicación.
—¿Aphrael? —dijo con tono de estupefacción. Danae sólo se parecía un poco a Flauta, pero Sparhawk no veía otra posibilidad.
—¿Sí, Sparhawk? —Su voz no traslució la más mínima sorpresa.
—¿Qué has hecho con mi hija? —gritó, casi poniéndose en pie a causa de la agitación.
—No seáis ridículo, Sparhawk —respondió con calma—. Yo soy vuestra hija.
—Eso es imposible. ¿Cómo…?
—Sabéis que lo soy, padre. Estabais presente cuando nací. ¿Creíais que soy una niña cambiada por otra? ¿Algún estornino plantado en vuestro nido para suplantar a vuestro propio polluelo? Esa es una insensata superstición elenia, lo sabéis bien. Nosotros no hacemos nunca eso.
Comenzó a recobrar el control sobre sus emociones.
—¿Piensas explicarme esto? —preguntó en el tono más apacible que pudo utilizar—. ¿O se supone que debo adivinarlo?
—No seáis malo, padre. Queríais hijos, ¿verdad?
—Bueno…
—Y madre es una reina. Debe dar a luz a un sucesor, ¿no es cierto?
—Desde luego, pero…
—No lo habría tenido.
—¿Cómo?
—El veneno que le dio Annias la volvió estéril. No os formaréis idea de lo que me costó superar ese inconveniente. ¿Por qué creéis que Sephrenia se enojó tanto al descubrir que madre estaba embarazada? Ella conocía los efectos del veneno, por supuesto, y se enfadó mucho conmigo por intervenir…, seguramente más porque madre es elenia que por otra razón. Sephrenia es muy estrecha de miras a veces. Oh, sentaos, Sparhawk. Estáis ridículo encorvado de esa manera. Sentaos o poneos de pie, pero no os quedéis en el medio.
Sparhawk volvió a hundirse en el sillón, aquejado de vértigo.
—Pero ¿por qué? —preguntó.
—Porque os amo a vos y a madre. Ella estaba destinada a no tener hijos y yo tuve que modificar un poco su destino.
—¿Y también habéis transformado el mío?
—¿Cómo podría haberlo hecho? Sois Anakha, ¿recordáis? Nadie sabe cuál es vuestro destino. Siempre habéis representado un problema para nosotros. Muchos eran de la opinión de que no debíamos permitir que nacierais. Tuve que discutir durante siglos para convencer a los otros de que en verdad os necesitábamos. —Bajó la mirada hacia sí misma—. Voy a tener que prestar atención al proceso de crecimiento, supongo. Antes fui estiria, y los estirios saben tomarse estas cosas muy bien. Los elenios sois más excitables y la gente comenzaría sin duda a hablar si conservara el físico de niña durante siglos. Supongo que deberé hacerlo correctamente esta vez.
—¿Esta vez?
—Por supuesto. He nacido decenas de veces. —Hizo girar los ojos—. Me ayuda a mantener la juventud. —Su pequeña cara adoptó un aire de seriedad—. Fue terrible lo que ocurrió en el templo de Azash, padre, y tenía que ocultarme por un tiempo. El útero de madre fue un escondrijo perfecto, cómodo y seguro.
—Entonces sabíais lo que iba a suceder en Zemoch —la acusó.
—Sabía que iba a ocurrir algo, de modo que me limité a cubrir todas las posibilidades. —Frunció la rosada boquita con aire pensativo—. Esto podría ser muy interesante —declaró—. Nunca había sido una mujer adulta… y menos una reina. Ojalá mi hermana estuviera aquí. Me gustaría hablar con ella de esta cuestión.
—¿Tu hermana?
—Sephrenia —respondió casi con expresión ausente—. Ella era la hija mayor de mis últimos padres. Es muy confortante tener una hermana mayor, ¿sabéis? Siempre ha sido muy sabia, y siempre me perdona cuando hago alguna tontería.
Un millar de detalles encajaron de pronto en la mente de Sparhawk, interrogantes para los que nunca le habían dado respuesta.
—¿Qué edad tiene Sephrenia? —preguntó.
—Sabéis que no voy a contestar a eso, Sparhawk —repuso, suspirando—. Además, no estoy segura. Los años no tienen el mismo significado para nosotros que para vosotros. Grosso modo, no obstante, Sephrenia debe de tener cientos de años, tal vez mil…, aunque para mí no exista diferencia.
—¿Dónde está ahora?
—Ella y Vanion se marcharon juntos. Sabíais lo que sentían uno por el otro, ¿verdad?
—Sí.
—Asombroso. Después de todo, parece que utilizáis los ojos para algo.
—¿Qué están haciendo?
—Están ocupándose de mis asuntos. Yo estoy demasiado ocupada para atender el negocio esta vez y alguien tiene que regentar el establecimiento. Sephrenia puede responder a las plegarias igual que yo y, en fin de cuentas, no tengo tantos adoradores.
—¿Es absolutamente necesario que adoptes ese tono tan vulgar? —le reprochó con voz quejumbrosa.
—Es que es una cuestión vulgar, padre. Vuestro dios elenio es quien se toma en serio a sí mismo. No lo he visto reír ni una sola vez. Mis fieles son mucho más sensatos. Como me aman, se muestran tolerantes con mis errores. —Se echó a reír de repente, subió a su regazo y lo besó—. Sois el mejor padre que he tenido nunca, Sparhawk. Puedo hablaros realmente de estas cuestiones sin que se os salten los ojos de las órbitas. —Apoyó la cabeza sobre su pecho—. ¿Qué ha estado ocurriendo, padre? Sé que las cosas no van bien, pero Mirtai siempre me lleva a hacer la siesta cuando la gente viene a presentaros informes, así que apenas me entero de nada.
—No ha sido ésta una buena época para el mundo, Aphrael —respondió gravemente—. El tiempo ha sido muy malo, y ha habido hambrunas y epidemias. Nada parece producir del modo como debiera. Si yo fuera mínimamente supersticioso, diría que el mundo entero está sujeto a un largo hechizo de espantosa mala suerte.
—Es culpa de mi familia, Sparhawk —reconoció la diosa—. Comenzamos a sentir una gran compasión por nosotros mismos después de lo que le sucedió a Azash y por ello no hemos estado atentos a nuestras obligaciones. Creo que quizá sea hora de que todos crezcamos. Hablaré con los demás y os comunicaré lo que hayamos decidido.
—Te lo agradecería. —Sparhawk no podía acabar de creer que estaba sosteniendo realmente aquella conversación.
—Aún tenemos un problema —declaró Aphrael.
—¿Sólo uno?
—Basta de bromas. Hablo en serio. ¿Qué vamos a decirle a madre?
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Sparhawk, con los ojos súbitamente muy abiertos—. No había pensado en ello.
—Deberemos decidirlo ahora mismo, y no me gusta tomar resoluciones precipitadas. Le costaría mucho dar crédito a todo esto, ¿verdad? En especial cuando ello supondría tener que aceptar el hecho de que es estéril y que yo estoy aquí como consecuencia de mi propia decisión en lugar de sus apetitos personales y su fertilidad. ¿Se le partirá el corazón si le explico quién soy en realidad? Sparhawk reflexionó sobre ello. Conocía a su esposa mejor de lo que podía conocerla cualquier otra persona en el mundo. Recordó, estremecido, aquella momentánea expresión de angustia que había asomado a sus ojos cuando él había sugerido que su ofrecimiento del anillo había sido una equivocación.
—No —decidió al fin—, no podemos decírselo.
—Ya me lo parecía, pero quería estar segura.
—¿Por qué la incluiste a ella en ese sueño, el de la isla? ¿Y por qué soñó lo que había ocurrido en el templo? Era casi como si hubiera estado allí.
—Ella estuvo allí, padre. Había de estar necesariamente. No me hallaba en posición de irme por ahí y dejarla a ella aquí. Dejadme bajar, por favor. Apartó los brazos con que la rodeaba y la pequeña se dirigió a la ventana.
—Venid aquí, Sparhawk —lo llamó al cabo de un momento.
—¿Qué sucede? —le preguntó, reuniéndose con ella junto a la ventana.
—Madre ha vuelto. Está abajo en el patio con Mirtai y Talen.
—Sí —acordó, mirando tras el cristal.
—Un día seré reina, ¿verdad?
—A menos que decidas arrojarlo todo por la borda e irte a guardar cabras a otro sitio, sí.
—Necesitaré un paladín entonces, ¿no es cierto? —comentó, haciendo caso omiso del sarcasmo.
—Supongo que sí. Yo podría ocuparme de ello si quieres.
—¿Cuando tengáis ochenta años? En estos momentos tenéis un aspecto bastante imponente, pero sospecho que os volveréis un poco decrépito al envejecer.
—No seas cruel.
—Perdonad. Y también necesitaré un príncipe consorte, ¿no es así?
—Es lo habitual. ¿Pero por qué me hablas de eso ahora?
—Quiero que me deis vuestra opinión, padre, y vuestro consentimiento.
—¿No es un poco prematuro? Sólo tienes cuatro años.
—Nunca es demasiado pronto para empezar a pensar en esas cosas. —Señaló al patio—. Me parece que ese de allá abajo me convendrá, ¿no creéis? —Hablaba casi con el mismo desparpajo con el que elegiría una nueva cinta para el pelo.
—¿Talen?
—¿Por qué no? Me gusta. Va a convertirse en un caballero: sir Talen, aunque os parezca mentira. Es divertido y, en el fondo, mucho mejor chico de lo que aparenta. Además, puedo ganarle a las damas, ya que no podemos pasarnos todo el tiempo en la cama como hacéis vos y madre.
—¡Danae!
—¿Qué? —Levantó la mirada hacia él—. ¿Por qué os habéis puesto colorado, padre?
—Da igual. Tú vigila lo que dices, jovencita, o le diré a madre lo que en verdad eres.
—Estupendo —replicó sin inmutarse—, y entonces yo le contaré lo de Lillias. ¿Cómo os sentaría?
Se miraron a la cara y luego se echaron a reír.
Una semana más tarde, Sparhawk se encontraba sentado frente a un escritorio en la habitación que utilizaba como oficina, fijando una furibunda mirada a la última propuesta de Lenda, una absurda idea que casi doblaría la nómina del gobierno. Garabateó una sarcástica nota al pie de página: «¿Por qué no ponemos a todos los habitantes del reino de empleados del gobierno, Lenda? Así podríamos morirnos de hambre todos juntos».
Se abrió la puerta y su hija entró arrastrando por una pierna un animalillo de felpa de aspecto lamentable.
—Estoy ocupado, Danae —advirtió secamente. La niña cerró con firmeza la puerta.
—Sois un gruñón, Sparhawk —lo acusó tajantemente.
El caballero se apresuró a mirar en derredor, se encaminó a la puerta de la estancia contigua y cerró con cuidado la puerta.
—Lo siento, Aphrael —se disculpó—. La verdad es que no estoy de muy buen humor.
—Ya me había fijado. Todo el mundo en palacio ha reparado en ello. —Levantó el muñeco—. ¿Querríais darle una patada a Rolló? A él no le importaría, y os descargaría mucho. Exhaló una carcajada, sintiéndose un poco ridículo.
—Es Rollo, ¿verdad? Tu madre solía arrastrarlo exactamente como tú… antes de que perdiera el relleno.
—Lo hizo volver a llenar y me lo dio —dijo Aphrael—. Supongo que debo llevarlo por todas partes, aunque no acierto a comprender para qué. En realidad preferiría tener un cabritillo.
—Se trata de algo importante, ¿no es así?
—Sí. Sostuve una larga charla con los otros.
Se espantó al considerar las implicaciones contenidas en aquella simple afirmación.
—¿Qué dijeron?
—No se mostraron nada agradables, padre. Todos me hicieron responsable a mí de lo sucedido en Zemoch. Ni siquiera quisieron escucharme cuando intenté explicarles que fue por culpa vuestra.
—¿Por mi culpa? Gracias.
—No van a colaborar en nada —continuó—, de manera que me temo que todo dependerá de vos y de mí.
—¿Nosotros vamos a arreglar el mundo? ¿Solos?
—No es tan difícil, padre. He realizado algunos preparativos. Nuestros amigos comenzarán a llegar muy pronto. Comportaos como si os sorprendiera verlos y después no dejéis que se vayan.
—¿Van a ayudarnos?
—Van a ayudarme a mí, padre. Necesitaré que estén a mi alrededor cuando haga esto. Será preciso que reciba una gran cantidad de amor para que dé resultado. Hola, madre —saludó sin siquiera volverse hacia la puerta.
—Danae —reprendió Ehlana a su hija—, sabes que no debes molestar a tu padre cuando está trabajando.
—Rollo quería verlo, madre —mintió sin esfuerzo Danae—. Ya le he dicho que no teníamos que molestar a padre cuando está ocupado, pero ya sabéis cómo es Rollo. —Lo decía con tanta seriedad que casi resultaba creíble. Entonces alzó el zarrapastroso animalillo y agitó el dedo frente a su cara—. Malo, malo —lo regañó.
Ehlana rió y corrió hacia su hija.
—¿No es adorable? —preguntó alegremente a Sparhawk, arrodillándose para abrazar a la niña.
—Oh, sí. —Sonrió—. No cabe duda. Es incluso más hábil que vos en estas cuestiones. —Puso expresión de pesar—. Creo que mi destino es permanecer atrapado entre los dedos de un par de muchachitas que se valen de toda suerte de artimañas.
La princesa Danae y su madre pegaron las mejillas y le dedicaron una casi idéntica mirada de artificiosa inocencia.
Sus amigos comenzaron a llegar al día siguiente, y cada uno de ellos tenía un motivo perfectamente lógico para hallarse en Cimmura. En su mayoría, dichos motivos estaban relacionados con la exposición de malas noticias. Ulath había venido de Emsat para informar que los años de abuso del alcohol habían acabado por causar estragos en el hígado del rey Wargun.
«Tiene la tez del color de un albaricoque», les aseguró el fornido thalesiano. Tynian les comunicó que el anciano rey Obler parecía haberse instalado definitivamente en la fase de chochez, y Bevier anunció que los informes procedentes de Rendor señalaban que era muy probable que se produjera un nuevo levantamiento eshandista. En marcado contraste con todo ello, Stragen explicó que sus negocios habían mejorado sensiblemente, lo cual tampoco podía interpretarse como un buen síntoma.
Pese a todas las malas noticias, aprovecharon lo que parecía ser una mera coincidencia para pasar varios días juntos.
Era estupendo volver a tenerlos a su alrededor, decidió Sparhawk una mañana al levantarse sigilosamente para no despertar a su mujer, pero aquello de trasnochar con ellos y luego haber de levantarse temprano para atender a sus otros quehaceres lo estaba dejando falto de sueño.
—Cerrad la puerta, padre —dijo en voz baja Danae cuando salió del dormitorio.
La niña estaba acurrucada en un amplio sillón cerca del fuego, vestida con camisón, y sus pies desnudos tenían unas reveladoras manchas de hierba en la planta.
Sparhawk asintió, cerró la puerta y se acercó a la chimenea.
—Ya están todos aquí —constató Danae—, de modo que ya podemos pasar a la acción.
—¿Qué vamos a hacer exactamente? —le preguntó.
—Vos vais a proponer una salida al campo.
—Necesito un motivo para ello, Danae. El tiempo no es el indicado para excursiones.
—Cualquier motivo bastará, padre. Inventad algo y sugeridlo. Todos opinarán que es una magnífica idea, os lo garantizo. Llevadlos hacia Demos. Sephrenia, Vanion y yo nos reuniremos con vosotros cerca de las afueras de la ciudad.
—¿Te importaría aclararme un poco más todo esto? Tú ya estás aquí.
—También estaré allí, Sparhawk.
—¿Vas a estar en dos sitios al mismo tiempo?
—No es tan difícil, Sparhawk. Lo hacemos continuamente.
—Puede que sí, pero ésa no es la manera más conveniente de mantener en secreto tu identidad.
—Nadie sospechará nada. Adoptaré la apariencia de Flauta ante ellos.
—No existe gran diferencia entre tú y Flauta.
—Tal vez no para vos, pero los demás me ven algo distinta. —Se levantó de la silla—. Ocupaos de ello, Sparhawk —le encomendó con un alegre manoteo. Después se encaminó a la puerta, arrastrando negligentemente a Rollo.
—Me rindo —murmuró Sparhawk.
—Os he oído, padre —dijo sin siquiera volverse.
Cuando todos se reunieron para desayunar, fue Kalten quien proporcionó a Sparhawk la ocasión que acechaba.
—Me gustaría que hubiera alguna manera de que pudiéramos salir de Cimmura y pasar unos cuantos días fuera —declaró el rubio pandion. Miró a Ehlana—. No es mi intención ofenderos, Majestad, pero el palacio no es el lugar más indicado para una reunión de amigos. Cada vez que conseguimos un clima favorable, llega algún cortesano reclamando la inmediata atención de Sparhawk.
—Tienes razón en eso —acordó Ulath—. Una buena reunión se parece mucho a una buena refriega de taberna. No resulta muy divertido si la interrumpen cada vez que adquiere brío.
De improviso, Sparhawk recordó algo.
—¿Hablabais en serio el otro día, cariño? —preguntó a su esposa.
—Siempre hablo en serio, Sparhawk. ¿A qué día os referís?
—Aquel en que me planteabais la posibilidad de concederme un ducado.
—Llevo cuatro años intentándolo. No sé por qué sigo molestándome. Siempre sacáis alguna excusa para declinarlo.
—No debería hacerlo, supongo…, al menos no hasta haber tenido ocasión de echarle un vistazo.
—¿Qué os proponéis, Sparhawk? —inquirió la reina.
—Necesitamos un sitio donde podamos celebrar ininterrumpidamente la alegría de tener a nuestros amigos con nosotros, Ehlana.
—Y pelearnos —agregó Ulath.
—De todas formas —prosiguió Sparhawk, sonriendo al caballero thalesiano—, debería ir a darle una ojeada a ese ducado. Se encuentra cerca de Demos, si mal no recuerdo. Y tampoco estaría mal que fuéramos a observar en qué condiciones se halla la casa solariega.
—¿Todos? —preguntó Ehlana.
—Nunca vienen mal unos consejos cuando alguien trata de tomar una decisión. Creo que todos deberíamos echar un vistazo a ese ducado. ¿Qué pensáis los demás?
—La fuerza de un buen dirigente reside en su capacidad de hacer que lo evidente parezca innovador —sentenció Stragen.
—Además, deberíamos salir más a menudo, querida —dijo Sparhawk a su mujer—. Podemos tomarnos unas breves vacaciones, y lo único de que deberemos preocuparnos realmente es de si Lenda pone a una docena de parientes suyos en la nómina pública durante nuestra ausencia.
—Os deseo toda la diversión del mundo, amigos míos —declinó Platime—, pero soy una persona bondadosa y me apena ver cómo un caballo hecho y derecho se viene abajo y gime cada vez que lo monto. Me quedaré aquí y vigilaré a Lenda.
—Podéis viajar en el carruaje —le dijo Mirtai.
—¿Qué carruaje es ése, Mirtai? —preguntó Ehlana.
—En el que vais a ir vos para no enfriaros.
—No necesito ningún carruaje.
—¡Ehlana! —espetó Mirtai, sacando chispas por los ojos—. ¡No repliquéis!
—Pero…
—¡A callar, Ehlana!
—Sí, Mirtai —suspiró, sumisa, la reina.
Iniciaron la salida con un aire festivo que incluso captó Faran, el cual, como contribución al festejo, consiguió pisarle a Sparhawk los dos pies a la vez mientras éste intentaba montar.
El tiempo pareció quedar en suspenso tras su partida. Las nubes que encapotaban el cielo no eran tan espesas y el penetrante frío que había caracterizado el invierno cedió paso a una temperatura, si no cálida, al menos soportable. No había siquiera un soplo de brisa, lo cual hizo rememorar con inquietud a Sparhawk aquel interminable momento que el dios troll Ghnomb había paralizado a petición suya al este de Paler.
Dejaron Cimmura atrás y siguieron el camino de Lenda y Demos. La decisión tomada por Mirtai de que la pequeña princesa debía quedarse en palacio a cargo de su niñera porque el tiempo no era el adecuado para que viajara ahorró a Sparhawk la perturbadora posibilidad de ver a su hija en dos lugares a la vez. Sparhawk preveía un titánico enfrentamiento de voluntades pendiente en el futuro. Llegaría el momento en que Mirtai y Danae librarían un férreo pulso, cuyo desarrollo, por otra parte, sentía curiosidad por observar.
No lejos del lugar donde habían topado con el Buscador, encontraron a Sephrenia y Vanion sentados junto a una pequeña hoguera, y a Flauta, según su costumbre, sentada en la rama de un roble cercano. Vanion, mucho más rejuvenecido y con mejor aspecto del que había presentado desde hacía años, se levantó para saludar a sus amigos. A Sparhawk no le sorprendió ver que Vanion llevaba un sayo estirio y no iba armado.
—Confío en que os haya ido bien —deseó el alto pandion al desmontar.
—Tolerable, Sparhawk. ¿Y vos?
—No tengo motivo de queja, mi señor.
Y entonces abandonaron aquella impávida actitud y se abrazaron con cierta torpeza mientras los demás se reunían en torno a ellos.
—¿A quién han elegido para sustituirme como preceptor? —preguntó Vanion.
—Hemos estado presionando a la jerarquía para que nombre a Kalten, mi señor —le respondió Sparhawk con afabilidad.
—¿Cómo? —Vanion tenía una expresión apesadumbrada.
—Sparhawk —reprochó Ehlana a su marido—, sois cruel.
—Sólo intenta hacerse el gracioso, Vanion —declaró agriamente Kalten—. A veces tiene el humor tan retorcido como la nariz. En realidad es él quien ocupa el cargo.
—¡Loado sea Dios! —exclamó fervientemente Vanion.
—Dolmant ha estado tratando de convencerlo para que acepte un nombramiento definitivo, pero nuestro amigo aquí presente no para de hacerse el remilgado aduciendo no sé qué tonterías de que ya tiene demasiado trabajo.
—Si me obligáis a dedicarme a tantas actividades, me voy a quedar en los huesos —se quejó Sparhawk.
Ehlana había estado observando con cierta reverencia a Flauta quien, como de costumbre, estaba sentada en la rama de un árbol con los pies manchados de hierba cruzados sobre los tobillos y el caramillo en la boca.
—Tiene exactamente el mismo aspecto que tenía en aquel sueño —murmuró a Sparhawk.
—No cambia nunca —repuso Sparhawk—. Bueno, no demasiado, en todo caso.
—¿Está permitido hablarle? —La reina tenía un poco cara de susto.
—¿Por qué os quedáis ahí plantada susurrando, Ehlana? —le preguntó Flauta.
—¿Qué forma de tratamiento debo darle? —consultó nerviosamente la reina a su marido.
—Llamadla Flauta —indicó, encogiéndose de hombros—. El otro nombre que tiene es un tanto ceremonioso.
—Ayudadme a bajar, Ulath —ordenó la niña.
—Sí, Flauta —respondió automáticamente el thalesiano. Se encaminó al árbol y, tomando en brazos a la pequeña divinidad, la depositó en la parda hierba invernal.
Flauta se aprovechó descaradamente del hecho de que como Danae ya conocía a Stragen, Platime, Kring y Mirtai, aparte de su madre, y se dirigió a ellos con una abierta familiaridad que no hizo más que aumentar la admiración que los embargaba. Mirtai en particular parecía bastante afectada.
—¿Y bien, Ehlana —dijo al fin la niña—, vamos a quedarnos aquí de pie mirándonos? ¿No vais a darme siquiera las gracias por el espléndido marido que os proporcioné?
—Estáis haciendo trampa, Aphrael —la regañó Sephrenia.
—Ya lo sé, querida hermana, pero es tan divertido…
Ehlana no pudo menos que echarse a reír y tendió los brazos. Flauta gritó con entusiasmo y corrió hacia ella. Flauta y Sephrenia acompañaron a Ehlana, Mirtai y Platime en el carruaje. Justo antes de ponerse en marcha, la pequeña diosa sacó la cabeza por la ventana.
—Talen —llamó con voz dulce.
—¿Qué? —contestó éste con tono receloso.
Sparhawk sospechó que Talen había tenido una de aquellas escalofriantes premoniciones que asaltan a los jóvenes y a los ciervos casi de idéntica forma al intuir que alguien trata de cazarlos.
—¿Por qué no venís con nosotros en el carruaje? —sugirió Aphrael con voz melindrosa. Talen miró con cierta aprensión a Sparhawk.
—Adelante —le dijo éste. Talen era su amigo, de eso no había duda… pero Danae era, en fin de cuentas, su hija.
Volvieron a ponerse en marcha. Tras recorrer varios kilómetros, Sparhawk comenzó a experimentar una vaga inquietud. A pesar de haber viajado por el camino de Cimmura a Demos desde su juventud, ahora éste se le antojaba repentinamente extraño. Había colinas en lugares donde no debiera haberlas, y pasaron junto a una extensa y próspera granja que no había visto antes. Comenzó a consultar su mapa.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Kalten.
—¿Es posible que nos hayamos desviado por donde no debíamos?
Llevo viajando por este camino, de ida y vuelta, durante más de veinte años y de repente las marcas habituales del terreno se han esfumado.
—Oh, estupendo, Sparhawk —exclamó sarcásticamente Kalten. Se volvió y miró por encima del hombro a los demás—. Nuestro glorioso líder se las ha compuesto para llevarnos por un camino equivocado —anunció—. Lo hemos seguido ciegamente cruzando medio mundo y ahora va y se pierde a menos de cinco leguas de casa. No sé vosotros, pero yo estoy notando un bajón en la confianza depositada en él.
—¿Prefieres guiar tú? —le preguntó sin rodeos Sparhawk.
—¿Y perderme la ocasión de quedarme ahí atrás, quejándome y criticando? No seas idiota.
Era evidente que no llegarían a ningún destino reconocible antes de que anocheciera, y no habían salido preparados para acampar a la intemperie. La alarma de Sparhawk crecía por momentos.
—¿Qué sucede, Sparhawk? —preguntó Flauta, asomándose a la ventana del carruaje.
—Vamos a tener que encontrar algún sitio para pasar la noche —respondió—, y hace más de quince kilómetros que no nos cruzamos con ninguna clase de edificio.
—Limitaos a seguir cabalgando, Sparhawk —le indicó.
—Va a oscurecer dentro de poco, Flauta.
—Entonces mayor motivo para aligerar el paso. —Desapareció de nuevo en el interior del vehículo.
Remontaron una colina con el crepúsculo y divisaron un valle que de ningún modo podía hallarse donde estaba. La tierra descendía en suaves ondulaciones, cubierta de abundante hierba y salpicada de trecho en trecho de bosquecillos de abedules de blanco tronco. En medio de la ladera había una casa baja de techo de paja de cuyas ventanas emanaba una cálida luz de velas.
—Quizá nos den hospedaje —sugirió Stragen.
—Deprisa, caballeros —los animó Flauta desde el carruaje—. La cena está esperando y no conviene que se enfríe.
—Disfruta haciéndole eso a la gente, ¿verdad? —comentó Stragen.
—Oh, sí —convino Sparhawk—, probablemente más que con cualquier otra cosa que hace. Si hubiera sido más pequeña, la casa habría podido recibir el nombre de choza, pero las habitaciones eran espaciosas y muy numerosas. El mobiliario era rústico pero bien hecho, había velas por todas partes y cada chimenea, escrupulosamente limpia, tenía una alegre hoguera encendida. Había una larga mesa en la sala central, en la que hallaron servido lo que sólo podía definirse como un banquete. En el edificio no había, no obstante, ni un alma.
—¿Os gusta? —preguntó Flauta con expresión ansiosa.
—¡Es preciosa! —exclamó Ehlana, abrazando impulsivamente a la pequeña.
—Lo siento muchísimo —se disculpó Flauta—, pero no he podido superar mis escrúpulos y ofreceros jamón. Sé que a todos los elenios os encanta, pero… —Se estremeció.
—Me parece que nos conformaremos con lo que hay allí, Flauta —le aseguró Kalten, vigilando la mesa con ojos encendidos—, ¿no os parece, Platime?
—Oh, por Dios que sí, Kalten —acordó con entusiasmo el gordo ladrón, mirando casi con reverencia la comida—. Es perfecto.
Todos comieron más de lo que era conveniente y después permanecieron sentados, suspirando con el más placentero de los malestares.
Berit rodeó la mesa y se inclinó sobre el hombro de Sparhawk.
—Está volviendo a hacerlo, Sparhawk —murmuró el joven caballero.
—¿Haciendo qué?
—Los fuegos han estado ardiendo desde que llegamos aquí y todavía no hay que añadirles leña, y las velas no están derritiéndose lo más mínimo.
—Es su casa, supongo. —Sparhawk se encogió de hombros.
—Lo sé, pero… —Berit parecía incómodo—. No es natural —sentenció al fin.
—Berit —señaló Sparhawk, sonriendo bondadosamente—, acabamos de recorrer cabalgando un paraje de localización imposible para llegar a una casa que no se encuentra realmente aquí y dar cuenta de un banquete que nadie ha preparado, ¿y vos os preocupáis por menudencias tales como velas que arden perpetuamente y chimeneas que no necesitan leña?
Berit se echó a reír y volvió a sentarse.
La niña diosa se tomó muy en serio sus obligaciones de anfitriona. Incluso parecía ansiosa cuando los acompañó a sus habitaciones y les explicó minuciosamente detalles que bien hubiera podido omitir.
—Es una criatura encantadora, ¿verdad? —dijo Ehlana a Sparhawk cuando se quedaron solos—. Parece tan sumamente preocupada por la comodidad y el bienestar de sus huéspedes…
—Los estirios son un poco más despreocupados en estas cuestiones —explicó Sparhawk—. Flauta no está del todo acostumbrada a los elenios, y la ponemos nerviosa. —Sonrió—. Está esforzándose mucho por causar una buena impresión.
—Pero ¡si es una diosa!
—De todas formas se pone nerviosa.
—¿Son imaginaciones mías, o se parece mucho a nuestra Danae?
—Todas las niñas son similares, supongo —respondió prudentemente—, igual que los niños.
—Tal vez —concedió Ehlana—, pero parece incluso que desprende el mismo olor que Danae, y a las dos les gusta mucho que las besen. —Hizo una pausa y entonces se le iluminó el semblante—. Deberíamos presentarlas. Se llevarían muy bien y serían magníficas amigas. Sparhawk casi se atragantó al escuchar tal propuesta.
El ritmo del repiqueteo de cascos le era familiar, y fue ello más que otra cosa lo que despertó a Sparhawk a la mañana siguiente. Murmuró una imprecación y se sentó en la cama.
—¿Qué ocurre, querido? —preguntó Ehlana con voz soñolienta.
—Faran se ha soltado —contestó con tono irritado—. De alguna manera ha conseguido librarse de la cuerda que lo ataba.
—No se escapará, ¿verdad?
—¿Y perderse la diversión que le proporcionará el hecho de pasar toda la mañana justo fuera de mi alcance? Desde luego que no.
Sparhawk se puso una bata y se dirigió a la ventana. Únicamente entonces oyó el sonido del caramillo de Flauta.
El cielo estaba encapotado sobre aquel misterioso valle, como lo había estado todo el invierno. Unas nubes sombrías y de mal agüero, extendidas de uno a otro horizonte, corrían en lo alto barridas por las ráfagas de viento.
Faran avanzaba a calmoso trote trazando una trayectoria circular en un amplio prado cercano a la casa. No llevaba silla ni brida, y su andar tenía algo de gozoso. Flauta estaba tumbada de espaldas sobre su lomo con el caramillo en los labios, la cabeza cómodamente apoyada entre los hombros, las rodillas cruzadas y un piececillo suelto con el que marcaba el compás en las ancas del gran ruano. La escena le resultó tan conocida a Sparhawk que sólo acertó a seguir mirando.
—Ehlana —llamó al cabo—, me parece que te interesará ver esto.
—¿Qué demonios está haciendo? —exclamó la reina al mirar por la ventana—. Id a pararlos, Sparhawk. Se caerá y se hará daño.
—No, seguro que no. Ella y Faran ya han jugado otras veces de este modo. Él no dejaría que se cayera… si es que ello fuera posible.
—¿Qué están haciendo?
—No tengo la más remota idea —admitió, si bien ello no era del todo cierto—. Sin embargo, creo que es algo importante —añadió.
Se asomó a la ventana y miró primero a la izquierda y luego a la derecha. Los demás estaban todos pegados a los cristales, observando con expresión de asombro a su pequeña anfitriona.
El racheado viento zozobró y a poco amainó del todo, en tanto Flauta seguía interpretando su cadenciosa melodía y la hierba reseca del patio dejó de producir el sonido de su roce de materia muerta.
Los gozosos trinos de la canción de la niña diosa se elevaron hacia el cielo mientras Faran continuaba dando incansables vueltas por el prado. En la opresiva lobreguez que cubría la tierra se abrió un claro que fue ensanchándose, y en él apareció un cielo de intenso azul salpicado de aborregadas nubes doradas por el sol del amanecer.
Sparhawk y los otros alzaron con asombro la mirada hacia aquel cielo tan súbitamente revelado y, como sucede a veces con los niños, vieron dragones y grifos rosados prendidos de algún modo a la maravilla de las nubes que se separaban y se unían, apilándose unas sobre otras para después despegarse al tiempo que los espíritus del aire, de la tierra y del cielo se unían para dar la bienvenida a aquella primavera que el mundo había temido que no llegara jamás.
La diosa niña Aphrael se puso en pie y se mantuvo erguida sobre el prominente lomo del ruano, con el reluciente pelo negro ondeando tras ella y el sonido de su flauta elevándose para saludar la salida del sol. Después, sin dejar de tocar, se puso a bailar, girando y oscilando y moviendo velozmente los piececillos manchados de hierba al ritmo de su alegre canción.
La tierra y el cielo y el lomo de Faran eran, mientras danzaba, una misma cosa para Aphrael y por ello tan pronto daba vueltas en el aire como en la ahora verde hierba o encima del caballo.
Paralizados de admiración, seguían mirando desde la casa que realmente no se hallaba en aquel lugar, y su sombría melancolía se disipó. Sus corazones se ensancharon, llenándose de la alegría de la siempre novedosa canción de redención y renovación que la diosa niña interpretaba para ellos, pues por fin el temible invierno había acabado y la primavera había regresado de nuevo.