Capítulo 18
En la Sala de audiencia todavía sonaba un griterío excitado. Los patriarcas iban y venían con semblantes exaltados por el suelo de mármol y Sparhawk oyó repetida una y otra vez, en tono admirado, la frase «inspirada por Dios» mientras se abría paso entre la multitud. Los tradicionalmente conservadores eclesiásticos, para quienes la mera sospecha de que una simple mujer hubiera guiado a la jerarquía en su toma de decisión era sencillamente impensable, recurrían a la oportuna noción de la inspiración divina para interpretar lo ocurrido. Era evidente que no era Ehlana quien había hablado, sino el propio Dios. Por el momento, a Sparhawk le tenía sin cuidado la teología. Lo que le preocupaba era la condición de su reina y, aunque la explicación de Stragen era verosímil, se trataba de su reina… y de su prometida. Sparhawk quería comprobar por sí mismo que se encontraba bien.
La reina parecía no sólo hallarse bien sino rebosante de salud cuando él abrió la puerta por la que la había sacado en brazos el rey Wargun. Parecía incluso un poco ridícula, con la espalda medio inclinada y la oreja pegada al lugar que un segundo antes había ocupado la puerta.
—Podríais haber escuchado mucho mejor desde vuestro asiento allá fuera en la sala, mi reina —observo Sparhawk.
—Oh, callad, Sparhawk —contestó cáusticamente ella—, y entrad y cerrad la puerta. Sparhawk traspuso el umbral.
El rey Wargun estaba apoyado en la pared con la mirada algo extraviada y Mirtai permanecía cernida frente a él.
—Sacadme a esta dragona de delante, Sparhawk.
—¿Habéis decidido no poner en evidencia las cualidades teatrales de mi reina, Su Majestad? —le pregunto Sparhawk con cortesía.
—¿Y admitir que me ha tomado el pelo? No digáis absurdidades, Sparhawk. No iba a entrar corriendo allí y declarar que me había comportado como un burro en público. Sólo deseaba anunciarles a todos que vuestra reina estaba bien, pero no había llegado a la puerta cuando esta enorme mujer me ha acorralado. ¡Me ha amenazado, Sparhawk! A mí precisamente. ¿Veis esa silla de ahí?
Sparhawk miró hacia allí y vio una silla tapizada, de cuyo respaldo sobresalían por una brecha largas crines.
—Era una mera sugerencia, Sparhawk —arguyó suavemente Mirtai—. Quería que Wargun entendiera lo que podía pasar si tomaba una decisión equivocada. Ahora todo está en orden. Wargun y yo casi somos amigos. —Mirtai, según la costumbre que había notado en ella Sparhawk, omitía toda clase de tratamiento honorífico.
—Ha sido un gesto inadecuado amenazar con un cuchillo a un rey, Mirtai —la reprendió Sparhawk.
—No ha sacado ninguno —le aseguró Wargun—. Lo ha hecho con la rodilla —aclaró, estremeciéndose.
Sparhawk miró, desconcertado, a la mujer tamul.
Mirtai apartó el hábito con que iba disfrazada y se levantó la falda unos centímetros. Tal como le había dicho Talen, llevaba unos curvados cuchillos atados a las medias de tal modo que las hojas se prolongaban varios centímetros por la cara interior de las pantorrillas. Las dagas parecían muy afiladas, y también notó, de paso, que tenía hoyuelos en las rodillas.
—Es muy práctico para una mujer —explicó la tamul—. Los hombres a veces se ponen juguetones cuando no deben, y los cuchillos los convencen para que se vayan a jugar a otro sitio.
—¿No es esto ilegal? —preguntó Wargun.
—¿Querríais tratar de arrestarla, Majestad?
—¿Vais a parar todos de charlar? —les exigió Ehlana—. Parecéis una bandada de cotorras. Esto es lo que vamos a hacer. Dentro de unos minutos se van a apaciguar las cosas allá afuera. Entonces Wargun me escoltará de vuelta a la sala y Mirtai y Sparhawk vendrán detrás. Yo me apoyaré en el brazo de Wargun y presentaré la apropiada apariencia débil y temblorosa. Después de todo, me he desmayado o he recibido una visita divina…, según a cuál de los rumores que he oído sonar se conceda crédito. Nos conviene estar ocupando nuestros asientos antes de que el archiprelado salga para ocupar su trono.
—¿Cómo vais a explicarles ese discurso, Ehlana? —inquirió Wargun.
—No pienso hacerlo —repuso—. No guardaré el menor recuerdo de lo sucedido. Ellos creerán lo que quieran, y nadie se atreverá a acusarme de mentirosa, porque Sparhawk o Mirtai los desafiarían en caso de hacerlo. —Entonces sonrió—. ¿Era el hombre que he elegido el que vos habíais pensado, querido? —preguntó a Sparhawk.
—Sí, creo que sí.
—En ese caso podréis agradecérmelo como me merezco… cuando estemos solos. Muy bien pues, regresemos a la sala.
Todos presentaban el conveniente porte grave al volver a entrar en la estancia. Ehlana se apoyaba pesadamente en Wargun, con semblante macilento y exhausto. Se produjo un súbito y respetuoso silencio cuando los dos monarcas volvieron a ocupar sus puestos.
El patriarca Emban se adelantó, con preocupación patente en el rostro.
—¿Se encuentra bien? —se inquietó.
—Parece que está un poco mejor —le respondió Sparhawk, sin recurrir exactamente a una mentira—. Dice que no recuerda nada de lo que ha dicho cuando se dirigía a la jerarquía. En su estado actual, sería preferible que no la acuciáramos con preguntas sobre esa cuestión, Su Ilustrísima.
—Comprendo perfectamente, Sparhawk —repuso Emban, dirigiendo una astuta mirada a Ehlana—. Expondré unas cuantas observaciones pertinentes a la jerarquía. —Sonrió a Ehlana—. Me alegra mucho ver que os sentís mejor, Su Majestad —dijo.
—Gracias, Su Ilustrísima —repuso ésta con temblorosa vocecilla.
Emban regresó al atril mientras Sparhawk y Mirtai volvían a la galería para reunirse con sus amigos.
—Hermanos míos —anunció—, estoy seguro de que a todos os complacerá saber que la reina Ehlana está recuperándose. Me ha pedido que os presente disculpas por cualquier cosa que haya podido decir durante su alocución. La salud de la reina todavía no es muy firme, me temo, y no debemos olvidar que viajó hasta Chyrellos incurriendo en un gran riesgo para su persona, impelida por el inquebrantable propósito de hallarse presente en nuestras deliberaciones.
Sonó un murmullo admirativo por tal devoción.
—Sería preferible, creo —continuó Emban—, que no interrogáramos demasiado exhaustivamente a Su Majestad en lo concerniente al contenido de su discurso, del cual, al parecer, no conserva memoria. Ello no resulta en todo caso insólito dado lo débil de su condición. Existe tal vez otra explicación, pero me parece que la sensatez y la consideración por Su Majestad nos dictan que no prosigamos en tal dirección. —Sobre esa cuestión se forjaron más tarde leyendas.
Y entonces sonó una estridente fanfarria de trompetas, y la puerta que daba al lado izquierdo del trono se abrió, dando paso a Dolmant, flanqueado por Ortzel y Bergsten. El nuevo archiprelado vestía una sencilla sotana blanca y había recobrado la compostura en el rostro. A Sparhawk se le ocurrió de pronto una estrambótica idea. Había una marcada semejanza entre la blanca sotana de Dolmant y la túnica, también blanca, de Sephrenia. Tal coincidencia lo colocó al borde de la elaboración de una conjetura que habría tenido visos de herejía.
Los dos patriarcas, uno de Lamorkand y el otro de Thalesia, escoltaron a Dolmant hasta el trono, que alguien había descubierto durante su ausencia, y el archiprelado tomó asiento.
—¿Y va Sarathi a dirigirnos unas palabras? —inquirió Emban, alejándose del atril y haciendo una genuflexión.
—¿Sarathi? —susurró Talen a Berit.
—Es un nombre muy antiguo —explicó Berit en voz baja—. Cuando la Iglesia quedó finalmente unificada hará casi tres mil años, el primer archiprelado se llamaba Sarathi. Su nombre es recordado y honrado al utilizarlo para dar tratamiento a un archiprelado.
—Yo no he buscado esta distinción —les dijo Dolmant, sentado con aire grave en su trono de oro—, y me sentiría mucho más feliz si no hubierais considerado adecuado otorgármela a mí. Nuestra única esperanza, la de todos nosotros, es que ésta sea en verdad la voluntad de Dios. —Alzó ligeramente el rostro—. Ahora tenemos mucho que hacer. Solicitaré asistencia de muchos de vosotros y, como siempre sucede, se producirán cambios aquí en la basílica. Os ruego, hermanos míos, que no experimentéis sentimientos de pesar o de abatimiento porque se reasignen funciones en la Iglesia, pues ello siempre ha sido así cada vez que un archiprelado accede a este trono. Nuestra Santa Madre se enfrenta al más grave desafío padecido en medio milenio. Mi primera actuación ha de ser, por tanto, confirmar el estado de crisis de fe y decretar que éste continúe hasta que hayamos enfrentado el reto y vencido. Y ahora, queridos hermanos y amigos míos, roguemos y después nos separaremos e iremos a atender nuestras diversas obligaciones.
—Agradable y conciso —aprobó Ulath—. Sarathi está teniendo un buen comienzo.
—¿Se encontraba en verdad la reina en un estado de crisis cuando ha pronunciado el discurso? —preguntó Kalten a Sparhawk, lleno de curiosidad.
—Por supuesto que no —bufó Sparhawk—. Sabía exactamente lo que hacía en cada momento.
—Ya imaginaba algo así. Me parece que tu matrimonio va a estar lleno de sorpresas, Sparhawk, pero eso tampoco está mal. Los imprevistos siempre mantienen alerta a un hombre.
Al salir, Sparhawk se rezagó para hablar un momento con Sephrenia y la encontró en un pasillo lateral enfrascada en conversación con un hombre que llevaba un hábito de monje. Cuando éste se volvió, sin embargo, Sparhawk vio que no era elenio, sino un estirio de barba plateada. El desconocido dedicó una reverencia al caballero que se aproximaba a ellos.
—Ahora me iré, querida hermana —comunicó a Sephrenia en estirio con voz profunda y rica que desmentía la edad que era evidente en su físico.
—No, Zalasta, quedaos —lo retuvo la mujer, posándole una mano en el brazo.
—No querría ofender a los caballeros de la Iglesia con mi presencia en su lugar sagrado, hermana.
—A Sparhawk le cuesta más ofenderse que al común de los caballeros de la Iglesia, mi querido amigo. —La mujer sonrió.
—¿Éste es el legendario sir Sparhawk? —preguntó el hombre con cierta sorpresa—. Es un honor, caballero. —Lo saludó en un elenio con marcado acento estirio.
—Sparhawk —presentó Sephrenia—, éste es mi más viejo y querido amigo, Zalasta. Nos criamos juntos en el mismo pueblo.
—Me siento honrado, sioanda —dijo Sparhawk en estirio, realizando una reverencia. Sioanda era una palabra estiria que significaba «amigo de mi amigo».
—Los años han mermado la agudeza de mis ojos, parece —observó Zalasta—. Ahora que lo miro con más detenimiento a la cara, veo que en efecto éste es sir Sparhawk. La luz de su propósito resplandece a su alrededor.
—Zalasta nos ha ofrecido su ayuda, Sparhawk —le comunicó Sephrenia—. Es muy sabio y un gran conocedor de los secretos.
—Sería un honor para nosotros, docto señor —manifestó Sparhawk.
—Yo sólo podría prestaros un magro servicio en vuestra gesta, sir Sparhawk —restó importancia, sonriendo, el estirio—. Si me recubrieran de acero, estoy seguro de que me marchitaría como una flor.
—Es una afición elenia, docto señor —comentó Sparhawk, dándose un golpecito en el peto—, igual que los sombreros puntiagudos y los jubones de brocado. Es de esperar que llegue el día en que los armarios de vestimenta de acero pasen de moda.
—Siempre había considerado a los elenios como una raza carente de sentido del humor —señaló el estirio—, pero vos sois divertido, sir Sparhawk. Yo apenas os sería útil en vuestro viaje, pero puede que más adelante me halle en condiciones de asistiros en otra cuestión de cierta importancia.
—¿Un viaje? —inquirió Sparhawk.
—Ignoro adonde iréis vos y mi hermana, caballero, pero percibo muchas leguas aguardándoos a ambos. He venido a advertiros para que fortalezcáis vuestros corazones y obréis con suma prudencia. Un peligro eludido es a veces preferible a uno superado. —Zalasta miró a su alrededor—, y mi presencia aquí es uno de esos peligros eludibles, creo. Vos tenéis un espíritu cosmopolita, Sparhawk, pero me parece que tal vez algunos de vuestros camaradas no sean tan liberales. —Se inclinó ante Sparhawk, besó las palmas de las manos de Sephrenia y luego se escabulló silenciosamente por la penumbra del corredor.
—No lo había visto desde hace más de un siglo —comentó Sephrenia—. Ha cambiado… apenas un poco.
—La mayoría de nosotros cambiaría en ese largo período, pequeña madre. —Sparhawk sonrió—. Excepto vos, claro está.
—Sois muy buen chico, Sparhawk. —Suspiró—. Todo parece tan lejano… Zalasta siempre era muy serio de pequeño. Incluso entonces daba muestras de una sabiduría increíble. Su percepción de los secretos es profunda.
—¿Qué es ese viaje del que hablaba?
—¿Queréis decir que no lo notáis? ¿No sentís la distancia que se extiende ante nosotros?
—No particularmente, no.
—Elenios —suspiró—. A veces me sorprende que seáis incluso capaces de advertir la sucesión de las estaciones.
—¿Adonde iremos? —preguntó Sparhawk, haciendo caso omiso del sarcasmo.
—No lo sé. Ni siquiera Zalasta puede pronosticarlo. El futuro que nos espera es tenebroso, Sparhawk. Debería haberlo previsto, pero supongo que no me paré a reflexionar sobre ello. Ahora bien, lo que es seguro es que iremos a algún sitio. ¿Por qué no estáis con Ehlana?
—Los reyes se muestran muy solícitos con ella y no he podido acercarme. —Guardó silencio un instante—. Sephrenia, ella también la ve… Me refiero a la sombra. Creo que es probable que se deba a que lleva uno de los anillos.
—Sería una respuesta lógica ya que el Bhelliom es inservible sin las sortijas.
—¿Representa eso un peligro para ella?
—Por supuesto que sí, Sparhawk, pero Ehlana ha estado expuesta al peligro desde el día en que nació.
—¿No es ése un razonamiento un tanto fatalista?
—Tal vez. Ojalá yo pudiera ver esa sombra. Así podría identificarla con algo más de precisión.
—Puedo pedirle el anillo a Ehlana y entregaros los dos —se ofreció el caballero—. Después podéis sacar el Bhelliom de la bolsa. Casi os garantizo que en esas condiciones veréis la sombra.
—Ni lo mencionéis, Sparhawk. —La mujer se estremeció—. De bien poco os serviría si de repente me desvaneciera… de forma permanente.
—Sephrenia —preguntó con un deje de resquemor—, ¿fui yo el objeto de alguna clase de experimento? No paráis de advertir a todo el mundo que no toque el Bhelliom, pero ni os inmutasteis cuando me dijisteis que lo persiguiera y se lo quitara a Ghwerig. ¿No constituía ello un peligro también para mi? ¿Os limitasteis a esperar a ver si yo saltaba en pedazos al tocarlo con la mano?
—No seáis tan tonto, Sparhawk. Todo el mundo sabe que vos estabais destinado a controlar el Bhelliom.
—Yo no lo sabía.
—Mejor será no seguir en esta dirección, querido. Ya tenemos suficientes problemas. Limitaos a aceptar el hecho de que vos estáis vinculado al Bhelliom. Creo que esa sombra es lo que debe preocuparnos ahora. ¿Qué es y qué está haciendo?
—Parece que sigue al Bhelliom… y los anillos. ¿Podemos descartar los atentados de que fue responsable Perraine? ¿No era ello producto de una idea de Martel…, algo que tramó por su propia cuenta?
—No sé si sería prudente darlo por sentado. Martel controlaba a Perraine y cabe la posibilidad de que algo haya estado controlando a Martel… sin que ni siquiera él fuera consciente de ello.
—Preveo otra discusión de esas que me dan dolor de cabeza.
—Tomad simplemente precauciones, querido —le aconsejó—. No bajéis la guardia. Veamos si damos alcance a Ehlana. Se enfadará si no le dedicáis atención.
Todos se sentían algo cohibidos cuando se reunieron esa noche. En aquella ocasión, no obstante, el encuentro no tuvo lugar en el castillo pandion sino en una estancia de recargada decoración contigua a los aposentos personales del archiprelado, donde solían desarrollarse las asambleas de los más altos consejos de la Iglesia. Había sido Sarathi quien les había solicitado personalmente que acudieran allí. Todos habían atendido a la petición menos Tynian. Las paredes de la habitación estaban recubiertas con paneles y los cortinajes y alfombras de tonos azules completaban la ornamentación junto con un fresco de tema religioso que guarnecía el techo. Talen alzó la mirada y resopló con desdén.
—Yo podría hacer una obra mejor que ésa con la mano izquierda —declaró.
—Es una posibilidad —admitió Kurik—. Creo que voy a preguntarle a Dolmant si quiere decorar el techo de la nave de la basílica.
—Kurik —señaló Talen, algo desconcertado—, ese techo es más extenso que un pastizal de vacas. Tardaría cincuenta años en cubrirlo de pinturas.
—Eres joven —observó Kurik, encogiéndose de hombros—. El trabajo continuado podría mantenerte por el buen camino.
Se abrió la puerta y, al entrar Dolmant, todos se levantaron e hicieron una genuflexión.
—Por favor —les dijo cansinamente Dolmant—, os lo ruego, ahorradme ese gesto. Todo el mundo lo hace desde que la rematadamente lista reina de Elenia me ha metido a la fuerza en un sillón que yo no quería ocupar.
—Vaya, Sarathi —protestó la joven—, qué cosas decís.
—Tenemos varios asuntos que tomar en consideración, amigos míos —anunció Dolmant—, y decisiones que tomar. —Tomó asiento en el sitio preferente de la gran mesa de conferencia situada en el centro de la habitación—. Sentaos, os lo ruego, y centrémonos en el trabajo.
—¿Para cuándo queréis que programemos vuestra coronación, Sarathi? —preguntó el patriarca Emban.
—Eso puede esperar. Primero hemos de echar a Otha del portal de nuestra casa. No creo que sea bueno hacerlo aguardar. ¿Por dónde empezamos?
—Propondré algunas ideas y veremos cómo responde el resto —dijo el rey Wargun, mirando en derredor—. En mi opinión, tenemos dos opciones. Podemos marchar hacia el este hasta topar con los zemoquianos y luego combatir con ellos en campo abierto, o bien desplazarnos hasta encontrar un terreno adecuado en donde nos detendríamos para aguardarlos. La primera posibilidad mantendría a Otha más alejado de Chyrellos y la segunda nos proporcionaría tiempo para erigir fortificaciones. Ambos enfoques tienen sus ventajas e inconvenientes. —Volvió a mirar a su alrededor—. ¿Qué os parece? —inquirió.
—Creo que es necesario saber con qué tipo de fuerza habremos de enfrentarnos —señaló el rey Dregos.
—Zemoch cuenta con una gran cantidad de habitantes —observó el rey Obler.
—Eso es verdad. —Wargun frunció el entrecejo—. Crían como conejos.
—En ese caso hemos de prever que nos superarán en número —continuó Obler—. Si no he olvidado lo que sabía de estrategia militar, eso casi nos obligaría a adoptar posiciones defensivas. Habremos de someter a desgaste a las fuerzas de Otha antes de iniciar una ofensiva.
—Otro sitio —gruñó Komier—. Detesto los asedios.
—No siempre se obtiene lo que se desea, Komier —le hizo ver Abriel—. Pero existe una tercera opción, rey Wargun. Hay muchas plazas fuertes y castillos en Lamorkand que podríamos ocupar por la fuerza y retener. Otha no podría evitar atacarlos, porque, si no lo hiciera, las tropas acantonadas adentro saldrían y diezmarían sus reservas y destruirían sus carros de intendencia.
—Lord Abriel —apuntó Wargun—, esa estrategia nos diseminaría por todo Lamorkand Central.
—Reconozco que tiene sus desventajas —concedió Abriel—, pero la última vez que Otha invadió Occidente, salimos a su encuentro de frente en el lago Randera y con ello prácticamente despoblamos el continente, y Eosia tardó varios siglos en recuperarse. No estoy seguro de que queramos repetir ese desastre.
—Pero ganamos, ¿no? —arguyó sin matices Wargun.
—¿De veras nos conviene volver a ganar a ese coste?
—Podría haber otra alternativa —declaró con calma Sparhawk.
—Ciertamente la escucharía con gusto —aceptó el preceptor Darellon—, porque ninguna de las que he oído hasta ahora acaba de convencerme.
—Sephrenia —preguntó Sparhawk—, ¿cuan poderoso es realmente el Bhelliom?
—Ya os he dicho que es el objeto más poderoso del mundo, querido.
—No es mala idea —aprobó Wargun—. Sparhawk podría utilizar el Bhelliom para eliminar escuadrones enteros del ejército de Otha. Por cierto, Sparhawk, ¿vais a devolver el Bhelliom a la casa real de Thalesia cuando hayáis acabado con él?
—Podríamos hablar de ello, Su Majestad —respondió Sparhawk—. Aunque no os serviría de gran cosa porque sin los anillos no tiene ningún valor, y por ahora yo no estoy muy predispuesto a entregaros el mío. Podéis preguntar a mi reina qué actitud tomaría respecto al suyo, si lo deseáis.
—Mi sortija se queda donde está —afirmó categóricamente Ehlana.
Sparhawk había estado meditando sobre el contenido de la conversación mantenida con Sephrenia. Cada vez sentía con mayor certeza que el resultado de la inminente batalla no iba a decidirlo el enfrentamiento de vastos ejércitos en Lamorkand Central tal como había sucedido quinientos años antes. No tenía ningún argumento con que justificar dicha certidumbre, ya que no lo había conducido a ella un razonamiento lógico sino un rapto intuitivo cuya naturaleza era más estiria que elenia. De algún modo sabía que cometería un error sumergiéndose en un ejército, lo cual no sólo supondría una demora en algo que debía hacer, sino que representaría también un peligro. Si la subversión de Perraine no había sido un acto independiente por parte de Martel, estaría exponiéndose a sí mismo y a sus amigos a miles de potenciales enemigos, todos absolutamente inidentificables y armados hasta los dientes. Tenía que evitar por todos los medios la proximidad de un ejército, aunque éste fuera elenio. Esa idea era más producto de la necesidad que de cualquier convicción de que fuera a surtir un efecto positivo.
—¿Posee suficiente poder el Bhelliom para destruir a Azash? —preguntó a Sephrenia, con intención de confirmar ante los demás una respuesta que ya conocía.
—¿Qué decís, Sparhawk? —replicó la mujer con tono de profundo estupor—. Estáis hablando de destruir a un dios. El mundo entero tiembla sólo al sugerirlo.
—No he introducido la cuestión para iniciar un debate teológico —precisó—. ¿Sería capaz de hacerlo el Bhelliom?
—No lo sé. Nadie ha tenido jamás la temeridad ni tan sólo de planteárselo.
—¿Cuál es el aspecto más vulnerable de Azash?
—Sólo lo es en su confinamiento. Los dioses menores de Estiria lo encadenaron al interior del ídolo de barro que encontró Otha hace siglos. Ése es uno de los motivos por los que está buscando el Bhelliom con tanta desesperación, pues sólo la Rosa de Zafiro puede liberarlo.
—¿Y si se destruyera el ídolo?
—Azash sería destruido con él.
—¿Y qué ocurriría si yo fuera a la ciudad de Zemoch, descubriera que no puedo eliminar a Azash con el Bhelliom e hiciera entonces pedazos la joya?
—La ciudad quedaría reducida a polvo —repuso con voz turbada—, y lo mismo sucedería con las cadenas montañosas colindantes.
—En ese caso no puedo perder, ¿no es cierto? De todas formas, Azash dejaría de existir. Y, si es verdad lo que nos dijo Krager, Otha también se encuentra en Zemoch, junto con Martel, Annias y otros secuaces suyos. Podría liquidarlos a todos. Una vez desaparecidos Azash y Otha, la invasión zemoquiana cesaría, ¿no creéis?
—Estáis hablando de desperdiciar vuestra propia vida, Sparhawk —advirtió Vanion.
—Mejor una vida que millones.
—¡Os lo prohíbo terminantemente! —gritó Ehlana.
—Perdonadme, mi reina —adujo Sparhawk—, pero vos me ordenasteis que les cortara las alas a Annias y a los otros y ahora no podéis rescindir dicha orden…, al menos no a mí. Alguien llamó educadamente a la puerta y entonces entró Tynian con el domi, Kring.
—Siento llegar tarde —se disculpó el caballero deirano—. El domiy yo estábamos ocupados revisando mapas. Por alguna razón desconocida, los zemoquianos han enviado fuerzas más al norte de sus campamentos principales instalados en la frontera lamorquiana. Toda Kelosia Oriental está infestada de ellos.
—Ah, aquí estáis, mi rey —saludó Kring con relucientes ojos al ver al rey Soros—. Os he estado buscando por todas partes. Tengo toda clase de orejas zemoquianas que querría venderos. El rey Soros, que al parecer aún tenía la garganta afectada, susurró algo.
—Todo empieza a encajar —aseguró Sparhawk al consejo—. Krager nos dijo que Martel se llevaba a Annias a la ciudad de Zemoch para buscar refugio en Otha. —Reclinó la espalda contra la silla—. Creo que la solución final al problema que viene planteándosenos durante los últimos cinco siglos reside en la ciudad de Zemoch y no en las llanuras de Lamorkand. Azash es nuestro enemigo, no Martel, Annias, Otha o sus zemoquianos, y ahora contamos con los medios para destruir a Azash de una vez por todas. ¿No sería de necios no aprovecharlos? Podría desgastar los pétalos del Bhelliom liquidando unidades de infantería zemoquianas con él, y todos envejeceríamos y nos volveríamos canosos en algún cambiadizo campo de batalla al norte del lago Cammoria. ¿No sería mejor encararnos a la raíz del problema…, al propio Azash? Acabemos definitivamente con esta plaga para que no siga aflorando cada medio milenio.
—Es estratégicamente descabellado —se pronunció sin ambages Vanion.
—Excusadme, amigo mío, pero ¿qué tiene de sensatez estratégica someterse a una situación de punto muerto en un campo de batalla? Fue necesario más de un siglo para recuperar las pérdidas habidas en la última batalla entre los zemoquianos y Occidente. De esta manera tenemos al menos la posibilidad de terminar para siempre. Si parece que el plan no es viable, destruiré el Bhelliom y entonces Azash no tendrá ningún motivo para volver hacia poniente y seguramente irá a importunar a los tamules o a otros pueblos.
—Nunca conseguiríais llegar, Sparhawk —señaló el preceptor Abriel—. Ya habéis oído lo que ha dicho este keloi. Hay zemoquianos en Kelosia Oriental, sin contar los estacionados en Lamorkand Oriental. ¿Os proponéis abriros vos solo paso entre ellos a golpe de espada?
—Creo que ellos mismos me cederán el paso, mi señor. Martel se dirige al norte…, al menos así lo afirmó. Es posible que siga en el mismo sentido hasta Paler, o puede que no, lo cual carece de importancia porque yo pienso seguirlo vaya a donde vaya. Él quiere que lo siga. Lo dejó muy claro en ese sótano y se cuidó bien de asegurarse de que yo lo había oído porque su intención es entregarme a Azash. Me parece que puedo confiar en que no me pondrá impedimentos en el camino. Sé que suena algo extraño, pero creo que esta vez podemos fiarnos de Martel. Si tuviera que hacerlo, desenvainaría la espada para despejarme los obstáculos. —Sonrió desapaciblemente—. Me llega al corazón la tierna inquietud de mi hermano por mi bienestar. —Miró a Sephrenia—. Habéis dicho que incluso el sugerimiento de la destrucción de un dios era algo impensable, ¿no es así? ¿Cuál sería la reacción general ante la idea de destruir el Bhelliom?
—Eso aún es más impensable, Sparhawk.
—Entonces nunca se les ocurrirá pensar que yo podría proponérmelo.
La estiria sacudió en silencio la cabeza y lo miró con inusitado temor en los ojos.
—Ésa es la ventaja que tenemos de nuestra parte, mis señores —declaró Sparhawk—. Yo puedo destruir la única cosa que nadie se avendría a creer que osara desperdiciar. Puedo destruir el Bhelliom… o amenazar con hacerlo. Tengo el presentimiento de que la gente… y los dioses… van a empezar a apartarse de mi camino si hago eso.
El preceptor Abriel seguía manifestando su disconformidad meneando la cabeza.
—Vais a tratar de abriros paso entre primitivos zemoquianos diseminados por Kelosia Oriental y a lo largo de la frontera, Sparhawk, personas tan salvajes sobre las que ni siquiera Otha ejerce control.
—¿Me otorgáis permiso para hablar, Sarathi? —pidió Kring con tono de marcado respeto.
—Desde luego, hijo mío —se lo concedió Dolmant un tanto desconcertado, pues no tenía idea de quién era aquel fiero personaje.
—Yo puedo haceros cruzar Kelosia Oriental y parte de Zemoch, amigo Sparhawk —aseguró Kring—. Si los zemoquianos están dispersados, mis jinetes cabalgarán entre ellos dejando una ringlera de cadáveres de ocho kilómetros de ancho desde Paler hasta la frontera zemoquiana…, todo menos sus orejas derechas, por supuesto.
Kring esbozó una amplia sonrisa lobuna y miró en derredor con ademán de complacencia. Entonces vio a Mirtai, que estaba recatadamente sentada al lado de Ehlana, y se le desorbitaron los ojos y se puso primero pálido y luego rojo como la grana. Después suspiró con anhelo.
—Yo no lo haría en vuestro lugar —le avisó Sparhawk.
—¿Cómo?
—Os lo explicaré después.
—Lamento admitirlo —declaró Bevier—, pero este plan cada vez me parece mejor. No deberíamos topar con muchas trabas para llegar a la capital de Otha.
—¿Deberíamos? —inquirió Kalten.
—Nosotros lo acompañaríamos, ¿verdad, Kalten?
—¿Existe alguna posibilidad de llevar esto a buen término, pequeña madre? —preguntó Vanion.
—¡No, lord Vanion, ninguna! —se interfirió Ehlana—. Sparhawk no puede ir a Zemoch y utilizar el Bhelliom para liquidar a Azash porque no dispone de los dos anillos. Yo tengo uno de ellos y tendrá que matarme para quitármelo.
Aquello era algo que Sparhawk no había tomado en cuenta.
—Mi reina… —se dispuso a argüir.
—¡No os he dado venia para hablar, sir Sparhawk! —le espetó—. ¡No vais a seguir adelante con ese vano y temerario propósito! ¡No vais a inmolar vuestra vida! ¡Vuestra vida es mía, Sparhawk! ¡No tenéis nuestro permiso para privarnos de ella!
—Ha quedado bien claro —observó Wargun—, lo cual nos devuelve de nuevo al punto de partida.
—Tal vez no —disintió Dolmant en voz baja, poniéndose en pie—. Reina Ehlana —dijo con severidad—, ¿vais a someteros a la voluntad de nuestra Santa Madre, la Iglesia?
La soberana le dirigió una mirada desafiante.
—¿Lo haréis?
—Soy una hija fiel de la Iglesia —reconoció lentamente.
—Me alegra oírlo, hija mía. La Iglesia os ordena que dejéis en sus manos esa baratija durante un breve período de tiempo de manera que ella puede utilizarla en el fomento de su labor.
—Esto no es justo, Dolmant —lo acusó.
—¿Vais a retar a la Iglesia, Ehlana?
—¡No…, no puedo! —chilló.
—Entonces dadme el anillo. —El archiprelado tendió la mano.
Anegada en lágrimas, Ehlana le agarró los brazos y hundió la cara en su sotana.
—Dadme el anillo, Ehlana —repitió Dolmant.
La reina alzó la mirada y se secó decididamente las lágrimas con la mano.
—Sólo con una condición, Sarathi —contraatacó.
—¿Vais a regatear con nuestra Santa Madre?
—No, Sarathi, me limito a obedecer sus anteriores mandatos. Ella nos exhorta a casarnos con el fin de incrementar la congregación de sus fieles. Os entregaré el anillo a vos el día en que nos unáis a mí y a Sparhawk en matrimonio. He trabajado muy duro para comprometerlo como para dejarlo escapar ahora. ¿Consentirá cumplir mi deseo nuestra Santa Madre?
—A mí me parece correcto —acordó Dolmant, sonriendo bondadosamente a Sparhawk, que miraba boquiabierto cómo los dos comerciaban con él como si se tratara de una simple mercadería. Ehlana dio muestras de poseer buena memoria y, tal como le había enseñado Platime, se escupió en la mano.
—¡Hecho, pues! —dijo.
Dolmant, que llevaba mucho tiempo en el mundo, reconoció su gesto y lo imitó.
—¡Hecho! —aceptó, y los dos juntaron las palmas de las manos, sellando el destino de Sparhawk.