Capítulo 21
Soy un mensajero real —se apresuró a afirmar el chico cuando Sparhawk y Kurik se acercaron a la mesa—, de manera que no empecéis a sacaros la correa ninguno de los dos.
—¿Que eres qué? —le preguntó Sparhawk.
—Os traigo un mensaje de la reina, Sparhawk.
—Veámoslo.
—Me lo aprendí de memoria. No es conveniente que mensajes como ése caigan en manos de enemigos.
—Bien. Oigámoslo pues.
—Es algo más bien privado, Sparhawk.
—Da igual. Estamos entre amigos.
—No entiendo por qué os comportáis así. Yo me limito a cumplir órdenes de la reina.
—El mensaje, Talen.
—Bueno, está casi lista para partir hacia Cimmura.
—Me alegra saberlo. —Sparhawk hablaba con tono impasible.
—Y está muy preocupada por vos.
—Conmovedor.
—Se encuentra bien, sin embargo. —Las noticias que Talen iba añadiendo eran cada vez menos convincentes.
—Es bueno saberlo.
—Dice… eh…, dice que os ama.
—¿Y?
—Bueno…, eso es todo, de verdad.
—Es un mensaje extrañamente amañado, Talen. Creo que tal vez hayas olvidado algo. ¿Por qué no lo repites de nuevo?
—Bueno… eh… ella estaba hablando con Mirtai y Platime… y conmigo, claro está… y dijo que le gustaría que hubiera la manera de poder comunicarse con vos para haceros saber qué estaba haciendo y lo que sentía exactamente.
—¿Te lo dijo a ti?
—Bueno, yo estaba en la habitación cuando lo dijo.
—En ese caso no podemos afirmar que ella te ordenara que vinieras, ¿no es así?
—No con esas palabras, supongo, pero ¿no se espera en cierta forma de nosotros que adivinemos y nos anticipemos a sus deseos? En fin de cuentas, ella es la reina.
—¿Puedo? —inquirió Sephrenia.
—Desde luego —respondió Sparhawk—. Yo ya he averiguado lo que quería saber.
—Tal vez sí —señaló la estiria—, o tal vez no. —Se volvió hacia el chiquillo—. Talen…
—¿Sí, Sephrenia?
—Ésa es la patraña más torpe y más obviamente falsa que te he oído contar. Carece del más mínimo sentido, en especial en vista de que ella ya ha enviado a Stragen aproximadamente con el mismo fin. ¿De verdad no se te ha ocurrido algo mejor?
—No es una mentira —arguyó Talen, logrando adoptar incluso una expresión de embarazo—. La reina dijo exactamente lo que he dicho.
—Estoy segura de que así fue, pero ¿qué fue lo que te impulsó a venir galopando tras nosotros para repetir un comentario ocioso?
El chiquillo la miró confuso.
—Oh, querido —suspiró Sephrenia antes de ponerse a regañar a Aphrael en estirio durante varios minutos.
—Me parece que hay algo que no he comprendido bien —observó, un tanto desconcertado, Kalten.
—Os lo explicaré dentro de un momento, Kalten —prometió Sephrenia—. Talen, tú tienes una capacidad extraordinaria para inventar evasivas de forma espontánea. ¿Qué ha sido de ella? ¿Por qué no improvisaste una mentira que fuera cuando menos creíble?
—Es que no me parecía apropiado —confesó, ceñudo y algo violento.
—Sentiste que no debías mentir a tus amigos, ¿no es eso?
—Algo así, supongo.
—¡Alabado sea Dios! —exclamó Bevier con asombrado fervor.
—No os precipitéis en ofrecer oraciones de agradecimiento, Bevier —le advirtió la mujer—. La aparente conversión de Talen no acaba de ser lo que parece. Aphrael tiene que ver con esto, y ella es una redomada embustera. Sus convicciones continúan interfiriéndose.
—¿Flauta? —dijo Kurik—. ¿Otra vez? ¿Para qué iba a enviar ella a Talen aquí con nosotros?
—¿Quién sabe? —Sephrenia exhaló una carcajada—. Puede que a ella le guste Talen. Quizá tenga que ver con su obsesión por la simetría. Tal vez sea por otra cosa…, algo que quiera que él haga.
—Entonces, en realidad no ha sido culpa mía, ¿verdad? —dedujo rápidamente Talen.
—Creo que no. —La estiria le sonrió.
—Ahora me siento mejor —reconoció el muchacho—. Sabía que no os gustaría que viniera detrás de vosotros y casi me atraganto al contaros la verdad. Debisteis darle unos azotes cuando aún teníais ocasión, Sparhawk.
—¿Tenéis idea de qué están hablando? —preguntó Stragen a Tynian.
—Oh, sí —repuso Tynian—. Os lo explicaré algún día. No me creeréis, pero os lo explicaré de todas formas.
—¿Has averiguado algo sobre Martel? —preguntó Kalten a Sparhawk.
—Salió a caballo por la puerta del este ayer al despuntar el día.
—En ese caso ha perdido un día de ventaja. ¿Llevaba tropas consigo?
—Sólo a Adus —respondió Kurik.
—Creo que es hora de que se lo contéis todo, Sparhawk —dijo gravemente Sephrenia.
—Supongo que tenéis razón —acordó. Hizo acopio de aire—. Me temo que no he sido del todo sincero con vosotros, amigos míos —admitió.
—¿Y qué tiene eso de nuevo? —inquirió Kalten.
—Desde que salí de la cueva de Ghwerig allá en Thalesia he sido objeto de una persecución constante —declaró Sparhawk, sin hacer caso de la irónica observación de su amigo.
—¿Ese ballestero? —apuntó Ulath.
—Puede que él estuviera relacionado, pero no tenemos garantías de ello. El ballestero… y la gente que trabaja para él… eran seguramente algo que había ideado Martel. No sabría asegurar si representan todavía una amenaza o no, aunque la persona que era responsable de los atentados está muerta.
—¿Quién era? —inquirió Tynian con vivo interés.
—Eso carece de importancia. —Sparhawk había decidido hacía tiempo mantener en absoluto secreto la complicidad de Perraine—. Martel posee medios para obligar a la gente a hacer lo que él quiere. Ésa es una de las razones por las que debimos separarnos del grueso del ejército. No habríamos sido muy eficaces si hubiéramos tenido que dedicar la mayor parte del tiempo a tratar de guardarnos las espaldas de ataques de personas que en principio eran dignas de confianza.
—¿Quién os seguía si no era ese ballestero? —insistió Tynian.
Sparhawk les habló de la forma en sombras que venía atormentándolo desde hacía meses.
—¿Y creéis que se trata de Azash? —inquirió Tynian.
—La idea encaja bastante bien, ¿no os parece?
—¿Cómo iba a saber Azash dónde estaba la cueva de Ghwerig? —preguntó sir Bevier—. Si esa sombra os persigue desde que abandonasteis esa caverna, sería condición casi forzosa que Azash lo supiera.
—Ghwerig profirió unos insultos bastante groseros contra Azash antes de que Sparhawk lo matara —refirió Sephrenia—, y quedó patente que Azash podía oírlo.
—¿Qué clase de insultos? —inquirió Ulath con curiosidad.
—Ghwerig amenazó a Azash con asarlo y comerlo —explicó concisamente Kurik.
—Eso es un tanto osado… incluso para un troll —observó Stragen.
—No estoy seguro —se mostró en desacuerdo Ulath—. Creo que Ghwerig se hallaba totalmente a resguardo en su cueva… al menos en lo concerniente a Azash. Los hechos demostraron, en cambio, que no contaba con medios para protegerse de Sparhawk.
—¿Podría uno de vosotros dos clarificar un poco esta cuestión? —pidió Tynian—. Los thalesianos sois los expertos en trolls.
—No estoy seguro de poder esclarecer gran cosa —contestó Stragen—. Sabemos un poco más acerca de los trolls que los otros elenios, pero no mucho. —Se puso a reír—. Cuando nuestros antepasados llegaron a Thalesia, eran incapaces de distinguir los trolls de los ogros o los osos. Los estirios nos enseñaron casi todo lo que sabemos. Parece que, cuando los estirios arribaron a Thalesia, se produjeron unos cuantos enfrentamientos entre los dioses menores de Estiria y las deidades troll. Los dioses troll pronto se dieron cuenta de que la fuerza de sus oponentes era superior a la suya y por ello se escondieron. La leyenda afirma que Ghwerig y el Bhelliom tuvieron alguna participación en su ocultamiento, y existe la creencia generalizada de que se encuentran en algún lugar de la cueva de Ghwerig y que el Bhelliom los protege de algún modo contra los dioses estirios. —Miro a Ulath—. ¿Son aproximadamente éstos vuestros conocimientos sobre la cuestión?
Ulath asintió con la cabeza.
—Cuando se combina el Bhelliom y los dioses troll, se está hablando de un poder que basta para hacer que incluso Azash dé un rodeo para no enfrentarlo. Ése es seguramente el motivo por el que Ghwerig podía permitirse formular ese tipo de amenazas.
—¿Cuántos dioses troll existen? —preguntó Kalten.
—Cinco, ¿no es cierto, Ulath? —dijo Stragen.
—En efecto —corroboró Ulath—. El dios del comer, el dios del matar, el dios de… —Se interrumpió y dirigió una mirada embarazada a Sephrenia—. Eh… llamémoslo el dios de la fertilidad —prosiguió sin convicción—. Después está el dios del hielo…, de todas las variaciones del clima, supongo, y el dios del fuego. Los trolls tienen una visión muy simple del mundo.
—Entonces Azash debe de haberse enterado cuando Sparhawk salió de la caverna con el Bhelliom y los anillos —infirió Tynian—, y debe de haberlo seguido.
—Con intenciones hostiles —agrego Talen.
—Ya lo ha hecho antes. —Kurik se encogió de hombros—. Mandó al damork para que siguiera los pasos de Sparhawk por todo Rendor y luego al Buscador para intentar agotarnos en Lamorkand. Al menos tiene hábitos previsibles.
—Me parece que estamos pasando por alto algo —señalo Bevier, frunciendo el entrecejo.
—¿Como por ejemplo? —inquirió Kalten.
—No acabo de dilucidar qué es —admitió Bevier—, pero tengo el presentimiento de que se trata de algo bastante importante.
Salieron de Kadach al amanecer y cabalgaron en dirección este hacia la ciudad de Moterra bajo un cielo todavía gris y encapotado. El lóbrego día, sumado a la conversación de la noche anterior, los había sumido en el abatimiento y la depresión, y entre ellos reinaba un casi absoluto silencio. Hacia mediodía, Sephrenia propuso que pararan.
—Caballeros —señaló con firmeza—, esto no es una procesión funeraria.
—Podríais equivocaros en eso, pequeña madre —disintió Kalten—. No encontré nada digno de levantarme el ánimo en la discusión que sostuvimos anoche.
—Creo que será mejor que todos comencemos a centrar el pensamiento en cosas agradables —aconsejó—. Vamos al encuentro de un peligro considerable. No lo magnifiquemos agregándole la melancolía y el abatimiento. La gente que piensa que va a perder suele acabar derrotada.
—Hay mucho de cierto en ello —convino Ulath—. Uno de mis hermanos caballeros de Heid está totalmente convencido de que todos los dados del mundo están en contra de él. Nunca lo he visto ganar una partida… ni siquiera una vez.
—Si jugaba con vuestros dados, comprendo el porqué —acusó Kalten.
—Me ofendéis —replicó Ulath con tono quejumbroso.
—¿Lo suficiente como para deshaceros de vuestros dados?
—Bueno, no, no tanto. Sin embargo, deberíamos hallar un tema de conversación alentador.
—Podríamos buscar una taberna al borde del camino y emborracharnos —apunto Kalten, esperanzado.
—No. —Ulath sacudió la cabeza—. Sé por experiencia que la cerveza agrava el abatimiento. Después de cuatro o cinco horas de estar bebiendo, acabaríamos llorando a lágrima viva.
—Podríamos cantar himnos —propuso animadamente Bevier.
Kalten y Tynian intercambiaron una mirada y suspiraron al unísono.
—¿Os he contado lo de aquella vez cuando estaba en Cammoria y esa dama de alta alcurnia se enamoró de mí? —preguntó Tynian.
—No que yo recuerde —se apresuró a responder Kalten.
—Bien, según recuerdo…
Ése fue el comienzo de la larga, divertida y algo subida de tono exposición de lo que casi con seguridad era una aventura amorosa completamente ficticia. Ulath relató luego la anécdota del infortunado caballero genidio que despertó una pasión en el corazón de una ogresa. Su descripción del canto de la hembra abrasada de amor provocó en ellos irreprimibles carcajadas. Las historias, profundamente aderezadas con detalles humorísticos, les levantaron el ánimo y a la puesta del sol, cuando se detuvieron para pasar la noche, todos se sentían mejor.
Aun reponiendo con frecuencia la monturas, tardaron doce días en llegar a Moterra, una ciudad de escaso atractivo asentada en un llano pantanoso que se extendía a partir de la bifurcación occidental del río Geras. Entraron en la población alrededor de mediodía y, una vez más, Sparhawk y Kurik salieron a realizar indagaciones mientras el resto del grupo dejaba descansando los caballos en previsión del camino que habían de recorrer hasta Paler. Puesto que aún restaban varias horas de luz, no había motivo para pasar la noche en Moterra.
—¿Y bien? —preguntó Kalten a Sparhawk cuando el fornido pandion y su escudero se reunieron con ellos.
—Martel partió hacia el norte —respondió Sparhawk.
—Seguimos pues la buena senda —dedujo Tynian—. ¿Hemos reducido el tiempo en que nos aventaja?
—No —repuso Kurik—. Todavía lleva dos jornadas por delante.
—¿A qué distancia queda Paler? —preguntó Stragen.
—A ciento cincuenta leguas —le informó Kalten—, que suponen quince días por lo menos.
—Está llegando el invierno —señaló Kurik—. Seguramente encontraremos nieve en las montañas de Zemoch.
—Una observación halagüeña ésa —dijo Kalten.
—Siempre es conveniente saber lo que le espera a uno.
El cielo continuó encapotado, aunque el aire era fresco y seco. Aproximadamente a mitad de camino hacia el norte, comenzaron a encontrar las excavaciones que habían convertido el antiguo campo a batalla del lago Randera en un erial. Vieron a algunos buscadores de tesoros, pero pasaron junto a ellos sin incidentes.
Tal vez hubiera sufrido alguna transformación, o quizá se debiera que entonces se hallaba en la intemperie y no en una habitación alumbrada con velas, pero aquella vez, cuando Sparhawk percibió aquel tenue temblor de tinieblas y amenazante sombra justo en el margen de su visión, había algo real allí. Era a última hora de la tarde de un deprimente día en el que habían cabalgado a través de un paisaje desprovisto de toda vegetación, salpicado de grandes montículos de descarnada tierra excavada. Cuando Sparhawk advirtió aquel conocido parpadeo y la gelidez que lo acompañaba, se giró a medias sobre la silla y miró de frente a la sombra que llevaba tanto tiempo tras él.
—Sephrenia —llamó sin alterarse, refrenando a Faran.
—¿Si?
—Queríais verla. Creo que, si os volvéis despacio, podréis mirarla cuanto os plazca. Está justo detrás de esa gran charca de aguas cenagosa.
La mujer se giro.
—¿La veis? —le pregunto.
—Con harta claridad, querido.
—Caballeros —anunció Sparhawk a los demás—, nuestro sombrío amigo parece haber salido de su escondite. Se encuentra a unos ciento cincuenta metros a nuestras espaldas.
Se volvieron para mirar.
—Es casi como una especie de nube —observó Kalten.
—Nunca he visto una nube como ésa. —Talen se estremeció—. Es oscura, ¿eh?
—¿Por qué creéis que ha decidido dejar de ocultarse? —murmuro Ulath. Todos se encararon a Sephrenia como si esperaran algún tipo de explicación.
—A mí no me preguntéis, caballeros —dijo con desaliento—. Lo único que puedo constatar es que algo ha cambiado.
—Bueno, al menos sabemos que Sparhawk no ha estado viendo visiones durante todo este tiempo —se consoló Kalten—. ¿Qué hacemos ahora con ella?
—¿Qué podemos hacer contra ella? —le preguntó Ulath—. No se consiguen grandes resultados peleando contra nubes y sombras con hachas y espadas.
—¿Qué sugerís, pues?
—Hacer como si no existiera. —Ulath se encogió de hombros—. Éste es el camino real y no está incumpliendo ninguna ley si quiere seguirnos por él, diría yo.
A la mañana siguiente, no obstante, la nube ya no se hallaba visible.
Ya se encontraban a finales de otoño cuando entraron una vez más en la ciudad de Paler. Siguiendo un hábito ya establecido, el domiy sus hombres acamparon fuera de las murallas y Sparhawk y el resto se dirigieron a la misma posada donde se habían alojado durante su estancia anterior.
—Es un placer volver a veros, caballero —saludó el posadero a Sparhawk cuando éste bajaba por las escaleras.
—Es un placer volver a estar aquí —replicó Sparhawk, más por cortesía que haciendo honor a la verdad—. ¿A qué distancia queda la puerta este de aquí? —preguntó, dispuesto a salir a realizar indagaciones sobre Martel.
—Unas tres calles más allá, mi señor —respondió el posadero.
—Está más cerca de lo que pensaba. —Entonces Sparhawk tuvo idea—. Iba a salir a preguntar por un amigo mío que pasó por Paler hace un par de días —dijo—. Quizá vos podríais ahorrarme tiempo compadre.
—Haré lo que pueda, caballero.
—El tiene el pelo blanco y va acompañado de una dama bastante atractiva y de varios hombres. ¿Es posible que se haya hospedado en vuestra posada?
—Vaya que sí, mi señor. Estaban haciendo preguntas sobre el camino que va a Vileta…, aunque por más que lo piense no puedo entender cómo alguien en su sano juicio iba a querer ir a Zemoch en estos tiempos que corren.
—Tiene un asunto pendiente allí del que quiere ocuparse, y siempre ha sido un hombre arrojado y temerario. ¿Estoy en lo cierto? ¿Fue hace dos días cuando pasó por aquí?
—Exactamente dos días, mi señor. Está cabalgando a gran velocidad, a juzgar por el estado de sus caballos.
—¿Recordáis por azar en qué habitación durmió?
—En la que ocupa la dama que va en vuestro grupo, mi señor.
—Gracias, compadre —le agradeció Sparhawk—. Por nada del mundo querríamos perderle el rastro a nuestro amigo.
—Vuestro amigo era bastante agradable, pero no me hacía ninguna gracia ese grandote que iba con él. ¿Mejora algo cuando uno llega a conocerlo?
—No demasiado, no. Gracias de nuevo, amigo. —Sparhawk volvió a subir las escaleras y llamó a la puerta de Sephrenia.
—Entrad, Sparhawk —contestó ésta.
—Me gustaría que no hicierais eso —indicó al entrar.
—¿Hacer qué?
—Llamarme por el nombre antes incluso de haberme visto. ¿No podríais al menos fingir que no sabéis quién hay al otro lado de la puerta?
La mujer se echó a reír.
—Martel estuvo aquí hace dos días, Sephrenia. Se hospedó en esta misma posada. ¿Podría servirnos de algo la coincidencia?
—Es posible, Sparhawk —repuso la mujer tras reflexionar un momento—. ¿Qué os proponéis?
—Desearía averiguar cuáles son sus planes. Él sabe que estamos pisándole los talones y es probable que intente entorpecer nuestra marcha. Querría conocer los detalles de cualquier celada que pueda es tendiéndonos. ¿Podéis disponer algo que me permita verlo? ¿O al nos escucharlo?
—Esta demasiado lejos —respondió la mujer, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, era sólo una idea.
—Tal vez pueda hacerse algo. —Cavilo un momento—. Creo que quizás es hora de que vayáis conociendo mejor el Bhelliom, Sparhawk.
—¿Querríais explicaros mejor?
—Existe algún tipo de conexión entre el Bhelliom y los dioses troll y los anillos. Investiguémoslo.
—¿Para qué involucrar a los dioses troll en esto, Sephrenia? Si hay manera de servirse del Bhelliom, ¿por qué no hacerlo simplemente, sin tener que recurrir a los dioses troll?
—Tengo dudas respecto a si el Bhelliom nos comprendería, Sparhawk; y, en caso de que así fuera, no estoy segura de que nosotros entendiéramos lo que hiciera para obedecernos.
—Derrumbó la cueva, ¿no es cierto?
—Eso era muy simple. Esto es algo más complicado. Me parece que sería mucho más sencillo hablar con los dioses troll, y quiero saber, a ser posible, qué grado de vinculación tienen con el Bhelliom… y hasta qué punto podéis controlarlos utilizando el Bhelliom.
—En otras palabras, queréis experimentar.
—Podría expresarse así, supongo, pero sería menos arriesgado para nosotros experimentar ahora, cuando no hay nada crucial en juego, que más tarde, cuando nuestras vidas dependan tal vez del resultado. Cerrad bien la puerta, Sparhawk. No conviene que los otros se enteren por ahora de esto.
Cruzó la estancia y corrió el cerrojo de hierro.
—Como no vais a tener tiempo para pensar cuando habléis con los dioses troll, querido, habéis de tener claros los objetivos antes de comenzar. Vais a emitir órdenes y nada más. No les formuléis preguntas y no exijáis explicaciones. Limitaos a decirles que hagan algo y no os preocupéis de los medios de que se valen para obedecer. Queremos ver y oír al hombre que estuvo en esta habitación hace dos noches. Limitaos a mandarles que reproduzcan su imagen… —Miró en derredor y luego señaló el hogar— …en ese fuego de allí. Decidle al Bhelliom que vais a hablar con uno de los dioses troll…, probablemente Khwaj, el dios del fuego, ya que es a quien corresponde por lógica el trato con el fuego y el humo.
Era evidente que Sephrenia sabía mucho más acerca de los dioses troll de lo que les había dado a entender.
—Khwaj —repitió Sparhawk. Entonces se le ocurrió una idea—. ¿Cómo se llama el dios troll de la comida? —le preguntó.
—Ghnomb —respondió la mujer—. ¿Por qué?
—Se trata de algo que aún estoy elaborando. Si consigo atar cabos, podría intentarlo y ver si surte efecto.
—No improviséis, Sparhawk. Ya sabéis cómo sientan las sorpresas. Quitaos los guanteletes y sacad el Bhelliom de la bolsa. No lo soltéis para nada y cercioraos de que los anillos estén constantemente en contacto con él. ¿Aún recordáis la lengua troll?
—Sí, he estado practicando con Ulath.
—Estupendo, Podéis hablar al Bhelliom en elenio, pero habréis de dirigiros a Khwaj en su propio idioma. Contadme que habéis hecho hoy en troll.
Las palabras surgieron vacilantes al principio, pero al cabo de unos momentos se hicieron más fluidas. El paso del elenio al troll precisaba de un profundo ajuste mental, ya que parte del carácter de los troll residía en su propia lengua. No era éste un carácter agradable e implicaba conceptos enteramente ajenos a la mentalidad elenia…, exceptuando los niveles más insondables de primitivismo.
—Bien —le indicó la mujer—, acercaos al fuego y comencemos. Sed duro como el hierro, Sparhawk. No vaciléis ni deis ninguna explicación. Sólo dad órdenes.
Asintió y se quitó los guanteletes. Los dos anillos rojos como la sangre relucían con la luz del fuego en sus manos. Introdujo una mano bajo la sobreveste y sacó la bolsa. Después él y su tutora se situaron de pie frente a la chimenea y miraron las crepitantes llamas.
—Abrid la bolsa —le mandó Sephrenia. Deshizo los nudos.
—Ahora extraed el Bhelliom. Ordenadle que haga venir a Khwaj hasta vos. Después decidle a Khwaj lo que queréis. No tenéis que ser muy explícito porque él os leerá el pensamiento. Rogad por que vos no lleguéis a captar jamás el suyo.
Aspiró a fondo y dejó la bolsa en el suelo.
—Ahí vamos —dijo. Abrió la bolsa y sacó el Bhelliom. La Rosa de Zafiro tenía un tacto tan frío como el hielo. La puso en alto, tratando de atajar la admiración que le producía al mirarla—. ¡Rosa Azul! —espetó, sosteniéndola—. ¡Traed la voz de Khwaj hasta mí!
Notó una extraña modificación en la joya. Vio que en las profundidades donde convergían sus pétalos de azur aparecía una mancha de vibrante color rojo y de pronto el Bhelliom se calentó en sus manos.
—¡Khwaj! —vociferó Sparhawk en la lengua troll—, soy Sparhawk de Elenia. Tengo los anillos. Khwaj debe hacer lo que yo le ordene.
El Bhelliom se estremeció en su mano.
—Busco a Martel de Elenia —continuó Sparhawk—. Martel de Elenia estuvo en este lugar hace dos noches. Khwaj va a mostrar a Sparhawk de Elenia lo que quiere ver en el fuego. Khwaj hará lo que debe para que Sparhawk de Elenia pueda oír lo que desea oír. ¡Khwaj va a obedecer! ¡Ahora mismo!
Quedamente, como procedentes de alguna distante oquedad resonante de ecos, llegó hasta ellos un aullido de rabia, un aullido al que se superponía un crepitar como de una gigantesca hoguera. Las llamas que oscilaban sobre los troncos de roble en la chimenea se redujeron hasta no ser más que un mortecino resplandor y después se elevaron, violentamente amarillas, y llenaron toda la boca de chimenea con una pantalla de fuego casi incandescente. Entonces quedaron paralizadas, sin variar de forma ni bailar, convertidas en una lisa superficie inmóvil de color amarillo. El calor que despedía el hogar ceso al instante como si lo hubiera aislado un grueso cristal.
Sparhawk se encontró mirando el interior de una tienda en la que Martel, demacrado y cansado, permanecía sentado a una tosca mesa frente a Annias, que aún presentaba un aspecto peor.
—¿Por qué no podéis averiguar dónde están? —preguntaba al primado de Cimmura.
—Lo ignoro, Annias —respondió, crispado, Martel—. He invocado todas las criaturas que Otha puso a mi disposición y ninguna de ellas ha esclarecido nada.
—Oh, poderoso pandion —se mofó Annias—. Tal vez debisteis quedaros mas tiempo en la orden y dar ocasión a que Sephrenia os enseñara algo más que trucos de salón destinados a la diversión de los niños.
—Estáis muy próximo al punto en que vuestra persona dure mas que la utilidad que me presta, Annias —señaló ominosamente Martel—. Otha y yo podemos situar a cualquier clérigo en el trono del archiprelado y lograr lo que queremos. No sois indispensable, ¿sabéis?
—Y aquello dejó zanjada de una vez por todas la cuestión de quién recibía órdenes de quién. Se abrió el faldón de la tienda y Adus entró con sus andares desgarbados de simio. Llevaba una armadura que era una abigarrada acumulación de pedazos y piezas de herrumbroso acero proveniente de las forjas de media docena de culturas diferentes. Sparhawk volvió a reparar en la inexistencia de frente en Adus, cuyo nacimiento del pelo se juntaba con unas enmarañadas cejas.
—Ha muerto —informó con una voz semejante a un gruñido.
—Debería hacerte ir a pie, idiota —le dijo Martel.
—Era un caballo flojo —adujo, encogiéndose de hombros, Adus.
—Estaba en perfectas condiciones hasta que tú lo espoleaste con tu brutalidad habitual. Ve a robar otro.
—¿Un caballo de granja? —inquirió, sonriente, Adus.
—Cualquier montura que encuentres. Pero que no te lleve toda la noche matar al granjero… o divertirte con su mujer. Y no quemes la casa, que sería como encender una luz en el cielo y anunciar nuestro paradero.
Adus rió… o al menos el sonido emitido sonó igual que una carcajada. Después salió de la tienda.
—¿Como podéis soportar a ese bestia? —Annias se estremeció.
—¿Adus? No es tan terrible. Consideradlo como un hacha de guerra con piernas. Lo utilizo para matar a la gente; no me acuesto con él. Hablando de lo cual, ¿habéis resuelto vuestras diferencias vos y Arissa?
—¡Esa ramera! —exclamó Annias con cierto desdén.
—Sabíais lo que era cuando trabasteis relación con ella, Annias —advirtió Martel—. Pensaba que su depravación formaba parte del atractivo que ejercía en vos. —Martel apoyó la espalda en la silla—. Debe de ser el Bhelliom —musitó.
—¿Qué?
—Seguramente es el Bhelliom lo que impide que mis criaturas localicen a Sparhawk.
—¿No sería el propio Azash capaz de encontrarlo?
—Yo no doy órdenes de Azash, Annias. Si él quiere que yo sepa algo me lo comunica. Podría ser que el Bhelliom sea más poderoso que él. Cuando lleguemos a su templo, podéis preguntárselo, si os acucia la curiosidad. Es posible que se ofenda, pero sois libre de hacerlo.
—¿Cuánto terreno hemos cubierto hoy?
—No más de siete leguas. Hemos aminorado considerablemente el paso después de que Adus le arrancara las entrañas a su caballo con las espuelas.
—¿Cuánto falta para la frontera zemoquiana? Martel desenrolló un mapa y lo consultó.
—Calculo que otras cincuenta leguas…, aproximadamente cinco días. Sparhawk no puede estar a más de tres días de distancia, de modo que deberemos apresurarnos.
—Estoy extenuado, Martel. No puedo seguir así.
—Cada vez que os pongáis a darle vueltas a la cuestión de vuestro cansancio, imaginaos las sensación que os produciría la espada de Sparhawk abriéndoos el pecho… o lo exquisitamente doloroso que va ser cuando Ehlana os decapite con unas tijeras de costura… o con un cuchillo del pan.
—A veces desearía no haberos conocido, Martel.
—El sentimiento es mutuo, viejo amigo. Una vez que hayamos cruzado la frontera con Zemoch, podremos entorpecer en algo la marcha de Sparhawk. Unas cuantas emboscadas a lo largo del camino deberían inducir cierta precaución en él.
—Nos ordenaron que no lo matáramos —arguyó Annias.
—No seáis estúpido. Mientras tenga el Bhelliom, ningún humano lograría matarlo. Nos ordenaron que no lo matáramos a él… aun cuando pudiéramos hacerlo…, pero Azash no dijo nada acerca de los otros. La pérdida de algunos de sus compañeros podría molestar a nuestro invencible enemigo. Aunque no lo parezca, Sparhawk es en el fondo un sentimental. Será mejor que vayáis a dormir un poco. Volveremos a ponernos en camino en cuanto vuelva Adus.
—¿A oscuras? —La voz de Annias tenía un matiz de incredulidad.
—¿Qué ocurre, Annias? ¿Os da miedo la oscuridad? Pensad en espadas en el vientre o en el sonido de un cuchillo del pan aserrándoos una vértebra del cuello. Eso debería devolveros el coraje.
—¡Khwaj! —llamó con tono conminatorio Sparhawk—. ¡Basta! ¡Retiraos! El fuego recobró la normalidad.
—¡Rosa Azul! —ordenó entonces Sparhawk—. ¡Traedme la voz de Ghnomb!
—¿Que estáis haciendo? —exclamó Sephrenia.
Pero el punto de luz entre los relucientes pétalos azules del Bhelliom era ya una repugnante mezcolanza de verde y amarillo, y Sparhawk sintió de improviso un repelente sabor en la boca que relacionó con el olor de la carne medio putrefacta.
—¡Ghnomb! —se presento Sparhawk con la voz discordante que le exigía el idioma troll—. Soy Sparhawk de Elenia y tengo los anillos. Estoy a dos jornadas de distancia del hombre que es mi presa. Ghnomb me ayudará en la caza. Ghnomb arreglará las cosas para que mis cazadores y yo podamos atrapar al hombre que buscamos. Sparhawk de Elenia le dirá a Ghnomb cuándo y entonces Ghnomb colaborará en la cacería. ¡Ghnomb obedecerá!