Capítulo 5
—¿Está dormida? —preguntó Vanion cuando Sparhawk salió del dormitorio de Ehlana.
Sparhawk asintió con la cabeza.
—¿Os ha dicho Lycheas algo de interés? —inquirió.
—Unas cuantas cosas que en su mayor parte corroboran lo que ya sospechábamos —respondió Vanion. El preceptor tenía la expresión turbada, y la carga de las espadas de los caballeros fallecidos aún era evidente en él, pese a que recobraba el vigor a ojos vista—. Mi señor de Lenda —dijo—, ¿son seguros los apartamentos de la reina? Preferiría que algunas de las cosas que nos ha revelado Lycheas no pasaran a ser del dominio público.
—Las habitaciones son bastante seguras, mi señor —afirmó Lenda—, y la presencia de vuestros caballeros en los corredores disuadirá probablemente a cualquiera que arda de curiosidad.
Kalten y Ulath entraron con maliciosas sonrisas en la cara.
—Lycheas está pasando un malísimo día. —Kalten sonrió afectadamente—. Ulath y yo estábamos rememorando una serie de espeluznantes ejecuciones que habíamos presenciado mientras lo escoltábamos de vuelta a las mazmorras. Ha encontrado particularmente angustiante la perspectiva de arder en una pira.
—Y casi se ha desmayado cuando hemos apuntado la posibilidad de torturarlo en el potro hasta la muerte. —Ulath rió entre dientes—. Oh, por cierto, hemos pasado por la puerta de palacio cuando regresábamos. Los soldados eclesiásticos que hemos capturado están reparándola. —El alto caballero genidio dejó el hacha en un rincón—. Algunos de vuestros pandion se han ido a pasear por las calles, lord Vanion. Por lo visto, un buen número de ciudadanos de Cimmura han pasado a mejor vida.
Vanion lo miró con desconcierto.
—Tienen motivos para estar un poco nerviosos —explicó Kalten—. Annias llevaba bastante tiempo controlando la ciudad, y algunas personas, tanto nobles como plebeyas, que siempre se desviven por aprovechar las oportunidades, salieron del recto camino para complacer al buen primado. Sus vecinos saben quiénes son y se han producido unos cuantos… incidentes, ya me entendéis. Cuando se produce un repentino relevo en el poder, mucha gente quiere demostrar su lealtad al nuevo régimen de manera bien visible. Ha habido, al parecer, varias ejecuciones espontáneas en la horca y muchas casas están ardiendo. Ulath y yo hemos sugerido a los caballeros que pusieran fin a todos estos desmanes, porque, como ya sabéis, los incendios tienden a propagarse.
—Me encanta la política, ¿a vosotros no? —se regocijó Tynian.
—El gobierno de las masas debe reprimirse siempre —se pronunció críticamente el conde de Lenda—. Las turbas son el enemigo de cualquier gobierno.
—Por cierto —preguntó Kalten a Sparhawk, lleno de curiosidad—, ¿de veras has propuesto matrimonio a la reina?
—Ha sido un malentendido.
—Estaba seguro de que era eso. Nunca me pareciste el tipo de hombre casadero. Pero ella va a hacerte cumplir, ¿verdad?
—Estoy trabajando en ese sentido.
—Os deseo toda la suerte del mundo, pero, con franqueza, no albergo grandes esperanzas por ti. Me fijé en algunas de las miradas que te dirigía cuando era una niñita. Te han pescado para un montón de tiempo, creo. —Kalten sonreía abiertamente.
—Es muy reconfortante tener amigos.
—De todas formas, ya era hora de que sentaras cabeza, Sparhawk. Estás haciéndote demasiado viejo para ir recorriendo el mundo y enzarzarte en peleas con la gente.
—Tú tienes la misma edad que yo, Kalten.
—Ya lo sé, pero mi caso es distinto.
—¿Habéis decidido vos y Ulath quién se hará cargo de Lycheas? —preguntó Tynian.
—Todavía estamos discutiéndolo. —Kalten asestó una mirada cargada de suspicacia al corpulento thalesiano—. Ulath ha estado intentando endosarme un juego de dados.
—¡Endosaros! —protestó sin mucha convicción Ulath.
—He visto uno de esos dados, amigo mío, y tiene dos caras con seis.
—Eso es un montón de seises —observó Tynian.
—En efecto. —Kalten exhaló un suspiro—. Para seros sinceros, no obstante, no creo realmente que Ehlana nos vaya a dejar matar a Lycheas. Es un bobo tan patético que no me parece que ella tenga las agallas. Oh, bueno —agregó—, siempre nos queda Annias.
—Y Martel —le recordó Sparhawk.
—Oh, sí. Siempre nos queda Martel.
—¿Hacia dónde se fue cuando Wargun lo echó de Larium? —preguntó Sparhawk—. Me gusta seguirle la pista a Martel. No querría que se metiera en problemas.
—La última vez que lo vimos, se dirigía al este —respondió Tynian, con un encogimiento de hombros que levantó las pesadas planchas de su armadura deirana.
—¿Al este?
—Así es —asintió Tynian—. Pensábamos que se encaminaría rumbo sur hacia Umanthum, pero más tarde averiguamos que había desplazado su tropa a Sarinium después del incendio de Coombe…, seguramente porque Wargun tiene barcos patrullando el estrecho de Arcium. Lo más probable es que a estas alturas ya esté en Rendor.
Sparhawk emitió un gruñido y, tras deshacer la hebilla del cinto de la espada, la dejó en la mesa y tomó asiento.
—¿Qué os ha dicho Lycheas? —preguntó a Vanion.
—Unas cuantas cosas. Era patente que no estaba al corriente de todo lo que Annias se traía entre manos, pero, sorprendentemente, se las arregló para reunir una gran cantidad de información. Es más listo de lo que parece.
—Así tenía que ser —sentenció Kurik—. Talen —dijo a su hijo—, no hagas eso.
—Sólo estaba mirando, padre —protestó el muchacho.
—No. Podrías tener tentaciones.
—Lycheas nos ha confesado que hace muchos años que su madre y Annias son amantes —les refirió Vanion—, y que fue Annias quien propuso que Arissa intentara seducir a su hermano. Había descubierto un misterioso retazo de doctrina eclesiástica que parecía permitir el matrimonio entre ambos.
—La Iglesia jamás permitiría tamaña obscenidad —declaró sin paliativos sir Bevier.
—La Iglesia ha hecho muchas cosas en el transcurso de su historia que no se ajustan a la moralidad contemporánea, Bevier —indicó Vanion—. En una época en que su influencia era débil en Cammoria y en que los matrimonios incestuosos eran tradicionales en la casa real de dicho reino, dio su autorización para poder continuar su catequización allí. Sea como fuere, Annias había llegado a la conclusión de que Aldreas era un rey sin carácter y que Arissa sería la verdadera dirigente de Elenia en caso de casarse con él. Entonces, dado que Annias más o menos tenía bajo su control a Arissa, él sería quien tomaría las decisiones. En un principio parecía que aquello colmaría sus ambiciones, pero después éstas ensancharon sus horizontes y él comenzó a poner sus miras en el trono del archiprelado de Chyrellos. Eso fue hace veinte años, tengo entendido.
—¿Cómo se enteró Lycheas de eso? —inquirió Sparhawk.
—Solía visitar a su madre en ese convento de Demos —respondió Vanion—. Los recuerdos de Arissa abarcaban una amplia gama en el tiempo y ella era bastante franca con su hijo.
—Eso es repugnante —se indignó Bevier, con voz ahogada.
—La princesa Arissa tiene una moralidad un tanto peculiar —le dijo Kalten al joven arciano.
—El caso es que —prosiguió Vanion— el padre de Sparhawk se interpuso llegado ese momento. Yo lo conocí muy bien, y su moralidad era mucho más convencional. Estaba grandemente ofendido por lo que Aldreas y Arissa estaban haciendo. Como el rey lo temía, cuando él propuso un matrimonio con una princesa deirana, Aldreas accedió aun de mala gana. El resto es de sobra conocido. Arissa se puso hecha una fiera y se escapó a ese burdel a orillas del río… Excusadme la referencia, Sephrenia.
—Ya he oído hablar de eso, Vanion —repuso la mujer—. Los estirios no somos tan mojigatos como pensáis los elenios.
—Arissa se quedó en el burdel varias semanas y, cuando finalmente la detuvieron, Aldreas no tuvo más remedio que confinarla en ese convento.
—Esto suscita un interrogante —señaló Tynian—. Teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasó en ese burdel y el número de clientes que atendió, ¿cómo puede estar alguien seguro de quién fue el padre de Lycheas?
—Ahora iba a referirme a esa cuestión —precisó Vanion—. Ella le aseguró a Lycheas en una de sus visitas que estaba embarazada de Annias antes de ir al burdel. Aldreas se casó con la princesa deirana y ésta murió al dar a luz a Ehlana. Lycheas tenía por entonces unos seis meses y Annias no reparaba esfuerzos en conseguir que Aldreas lo legitimara y lo nombrara heredero suyo, lo cual era excesivo incluso para Aldreas, el cual se negó en redondo. Fue aproximadamente por esa época cuando falleció el padre de Sparhawk y éste adoptó entonces su posición hereditaria como paladín del rey. Annias comenzó a alarmarse por los progresos realizados por Ehlana después de que Sparhawk se hiciera cargo de su educación. Para cuando ella tenía ocho años, llegó a la conclusión de que debía apartarla de su paladín antes de que la imbuyera de tal fortaleza que ni él mismo pudiera controlarla. Fue entonces cuando convenció a Aldreas para que lo enviara exiliado a Rendor, y después mandó a Martel a Cippria para asesinarlo y asegurarse así de que nunca volvería para completar la educación de Ehlana.
—Pero llegó demasiado tarde, ¿no es cierto? —Sparhawk sonrió—. Ehlana ya era demasiado fuerte para él.
—¿Cómo lo lograste, Sparhawk? —le preguntó Kalten—. Nunca has sido lo que podría llamarse un profesor inspirador.
—El amor, Kalten —repuso Sephrenia con cierta dulzura—. Ehlana amaba a Sparhawk desde muy joven e intentó hacer las cosas de la manera que él quería que las hiciera.
—Entonces es algo que os habéis infligido a vos mismo, Sparhawk —dedujo, con una carcajada, Tynian.
—¿Que me infligí qué?
—Forjasteis una mujer de acero, y ahora ella va a obligaros a desposarla… y es lo bastante voluntariosa como para salirse con la suya.
—Tynian —observó cáusticamente Sparhawk—, habláis demasiado. —El fornido pandion sentía una repentina irritación, especialmente intensa puesto que debía reconocer para sus adentros que era probable que Tynian tuviera razón.
—La cuestión es que nada de eso es realmente muy novedoso o sorprendente —señaló Kurik—. De todas formas no lo bastante como para mantener la cabeza de Lycheas pegada a su cuerpo.
—Eso ha llegado un poco más tarde —le dijo Vanion—. Ehlana lo ha asustado tanto fingiendo que estaba a punto de permitir una ejecución sumaria que al principio sólo balbuceaba. Sea como fuere, después de que Annias presionó a Aldreas para que exiliara a Sparhawk, el rey comenzó a cambiar y se puede decir que fue desarrollando cierto carácter. A veces es algo difícil comprender por qué la gente actúa de la forma como lo hace.
—No lo es tanto —disintió Sephrenia—. Aldreas estaba sometido a la influencia de Annias, pero en el fondo de su corazón sabía que lo que hacía no estaba bien. Tal vez sintiera que su paladín podría ser capaz de regenerar su alma, pero, cuando Sparhawk se hubo ido, Aldreas comenzó a darse cuenta de que estaba completamente solo y que, si debía salvar su alma, no podía contar con nadie más que consigo mismo.
—Sin duda su razonamiento se ajusta a la realidad —se maravilló Bevier—. Quizá debería realizar algunos estudios de ética estiria. Una síntesis de la moral elenia y estiria podría resultar muy interesante.
—Herejía —observó sin miramientos Ulath.
—¿Cómo decís?
—No se espera de nosotros el considerar la posibilidad de que las otras morales tengan validez, Bevier. Es un dictado algo estrecho de miras, debo admitir, pero nuestra Iglesia es así en ocasiones.
—No pienso escuchar insultos dirigidos a nuestra Santa Madre —declaró Bevier, poniéndose en pie con el rostro encendido.
—Oh, sentaos, Bevier —lo instó Tynian—. Ulath sólo bromeaba. Nuestros hermanos genidios están mucho más versados en la teología de lo que nosotros creemos.
—Es el clima —explicó Ulath—. No hay gran cosa que hacer en Thalesia en invierno… a menos que a uno le guste contemplar cómo nieva. Tenemos mucho tiempo para la meditación y el estudio.
—Por la razón que fuere, Aldreas empezó a denegar algunas de las más escandalosas demandas de dinero por parte de Annias —prosiguió su exposición Vanion—, y Annias comenzó a desesperarse. Fue entonces cuando él y Arissa decidieron asesinar al rey. Martel suministró el veneno y Annias dispuso lo necesario para que Arissa pudiera salir del convento. Es de suponer que él mismo habría podido envenenar a Aldreas, pero Arissa le rogó que le permitiera hacerlo a ella porque quería matar personalmente a su hermano.
—¿Estáis seguro de que queréis trabar lazos matrimoniales con esa familia, Sparhawk? —preguntó Ulath.
—¿Tengo alguna opción al respecto?
—Siempre podríais huir. No dudo de que pudierais encontrar trabajo en el Imperio Tamul o en el continente daresiano.
—Ulath —lo atajó Sephrenia—, a callar.
—Sí, señora —acató el caballero.
—Continuad, Vanion —indicó.
—Sí, señora. —El preceptor imitó a la perfección el tono utilizado por Ulath—. Después de que Arissa asesinó a su hermano, Ehlana ascendió al trono y demostró ser una digna alumna de Sparhawk. Negó a Annias todo acceso al tesoro y a punto estuvo de recluirlo en un monasterio. En ese punto él la envenenó.
—Disculpad, lord Vanion —lo interrumpió Tynian—. Mi señor de Lenda, el intento de regicidio es una ofensa capital, ¿no es así?
—En todo el mundo civilizado por igual, sir Tynian.
—Eso me parecía. Kalten, ¿por qué no encargáis un rollo de soga? Y, Ulath, ya podéis encargar que os manden de Thalesia un par de hachas de repuesto.
—¿A qué viene esto? —inquirió Kalten.
—Ahora tenemos confirmación fehaciente de que Lycheas, Annias y Arissa han cometido alta traición… junto con un número no definido de colaboradores.
—Eso ya lo sabíamos —observó Kalten.
—Sí. —Tynian sonrió—. Pero ahora podemos probarlo. Tenemos un testigo.
—Yo mismo había pensado tomarme cumplida recompensa —objetó Sparhawk.
—Siempre es preferible hacer las cosas legalmente, Sparhawk —le advirtió Lenda—. Tenéis que comprender que así se evitan futuras discusiones.
—No tenía intención de dejar que ninguno de los aquí presentes discutiera conmigo, mi señor.
—Creo que haríais bien en acortarle un poco el dogal, lord Vanion —sugirió Lenda con una astuta sonrisa—. Parece que le están creciendo los colmillos.
—Ya me había fijado —convino Vanion antes de proseguir—. Annias quedó un poco confundido cuando el hechizo de Sephrenia impidió que Ehlana muriera de la misma manera que su padre, pero llevó adelante sus planes e instaló a Lycheas como príncipe regente, razonando que una reina incapacitada equivalía a una muerta. Se hizo cargo personalmente del tesoro elenio y comenzó a comprar patriarcas a diestro y siniestro, a consecuencia de lo cual su campaña para acceder al archiprelado cobró un impulso y un vigor que no había tenido hasta entonces. Ha sido en este punto de la exposición de Lycheas cuando mi señor de Lenda le ha hecho ver con firmeza que todavía no había revelado nada lo bastante trascendente como para evitar que Ulath lo decapitara.
—O que yo le rodeara el cuello con mi cuerda —agregó ferozmente Kalten.
—La sugerencia de Lenda ha surtido el efecto deseado —siguió Vanion, sonriendo—. El príncipe regente ha demostrado ser una mina de información a partir de entonces. Aunque ha precisado que no podía demostrarlo, él ha percibido poderosos indicios que revelan que Annias ha estado en contacto con Otha y que está solicitando su ayuda. El primado siempre ha manifestado tener violentos prejuicios contra los estirios, pero ello podría ser mera afectación para ocultar su verdadera postura.
—No lo creo —disintió Sephrenia—, existe una gran diferencia entre los estirios occidentales y los zemoquianos. La aniquilación de los estirios occidentales habría sido la primera exigencia de Otha a cambio de su asistencia.
—Seguramente es cierto —acordó Vanion.
—¿Las sospechas de Lycheas tienen alguna base sólida en que sostenerse? —preguntó Tynian.
—Apenas —le respondió Ulath—. Vio cómo se desarrollaban algunas reuniones. Eso no es suficiente para justificar una declaración de guerra ahora.
—¿Guerra? —exclamó Bevier.
—Por supuesto. —Ulath se encogió de hombros—. Si Otha ha estado inmiscuyéndose en los asuntos internos de los reinos elenios, eso sería una causa razonable para marchar hacia el este y guerrear con los zemoquianos.
—Siempre me ha gustado ese término —comentó Kalten—: «Guerrear». Suena a algo tan permanente… y tan desordenado…
—No necesitamos ninguna justificación si de veras deseáis destruir a los zemoquianos —apuntó Tynian.
—¿No?
—Nadie firmó ningún tratado de paz tras la invasión zemoquiana acaecida hace quinientos años. Técnicamente, seguimos en guerra con Otha… ¿no es así, mi señor de Lenda?
—Es probable, pero reanudar las hostilidades después de una tregua de cinco siglos sería difícil de justificar.
—Hemos estado reponiéndonos, mi señor —repuso Tynian con indiferencia—. No sé cómo estáis vosotros, pero yo me siento perfectamente descansado.
—Oh, querido —suspiró Sephrenia.
—Lo importante aquí —continuó Vanion— es que en varias ocasiones Lycheas vio a un estirio concreto encerrado con Annias. En una oportunidad pudo escuchar parte de lo que decían. El estirio tenía acento zemoquiano, o así lo cree Lycheas.
—Eso le pega perfectamente a Lycheas —observó Kurik—. Tiene cara de fisgón.
—En eso convengo con vos —concedió Vanion—. Nuestro excelente príncipe regente no pudo escuchar toda la conversación, pero nos ha explicado que el estirio decía a Annias que Otha había de hacerse con una joya específica o de lo contrario el dios zemoquiano podía retirarle su apoyo. Creo que todos nosotros podemos suponer sin ser descabellados de qué joya estaba hablando.
—Vas a hacer de aguafiestas en esto, ¿verdad, Sparhawk? —se lamentó tristemente Kalten.
—No entiendo.
—Vas a contarle a la reina todo esto, supongo, y entonces ella decidirá que la información es lo bastante importante como para mantener la cabeza de Lycheas en su sitio o sus pies pegados al suelo.
—Me siento en la obligación de mantenerla informada, Kalten.
—¿No podríamos convencerte para que esperaras un poco?
—¿Esperar? ¿Cuánto tiempo?
—Sólo hasta después del funeral del bastardo. Sparhawk sonrió a su amigo.
—No, me temo que no, Kalten —rehusó—. De veras me gustaría complacerte, pero tengo que pensar en mi propia seguridad. Mi reina podría enfadarse conmigo si empiezo a ocultarle cosas.
—Esto es en resumidas cuentas todo lo que sabe Lycheas —concluyó Vanion—. Ahora debemos tomar una decisión. Clovunus está prácticamente muerto y, en cuanto haya expirado, deberemos reunimos con las otras órdenes en Demos para cabalgar hasta Chyrellos, con lo cual la reina quedará totalmente desprotegida aquí. Ignoramos cuándo nos dará Dolmant la orden de ponernos en marcha y también cuánto tardará en regresar de Arcium el ejército elenio. ¿Qué vamos a hacer con la reina?
—Llevárnosla —propuso tranquilamente Ulath.
—Me parece que eso desencadenaría una discusión —señaló Sparhawk—. Acaba de reincorporarse a su trono y es el tipo de persona que se toma muy en serio sus responsabilidades.
No me cabe ninguna duda de que rechazará la propuesta de abandonar la capital en estos momentos.
—Emborráchala —propuso Kalten.
—¿Cómo dices?
—No querrás golpearla en la cabeza, ¿no es así? La pones achispada, la envuelves con una manta y la atas a la silla de su caballo.
—¿Has perdido la cabeza? Estamos hablando de la reina, Kalten, y no de una de tus desastradas camareras.
—Después puedes disculparte. Lo importante es llevarla a un sitio donde esté segura.
—Cabe la posibilidad de que no haya que llegar a tales extremos —dijo Vanion—. Clovunus podría resistir durante un tiempo. Lleva varios meses al borde de la muerte, pero aún sigue vivo. Puede que incluso viva más tiempo que Annias.
—Eso tampoco sería una proeza por su parte —manifestó con tono desapacible Ulath—. Annias no tiene grandes expectativas de vida en estos momentos.
—Si puedo convenceros, caballeros, de dejar unos instantes de lado vuestras ansias de sangre —intervino el conde de Lenda—, creo que lo importante ahora es mandar a alguien a Arcium para parlamentar con el rey Wargun y persuadirlo para que deje libre el ejército elenio… y suficientes caballeros pandion para mantener en vereda al alto estado mayor cuando lleguen aquí. Redactaré una carta informándole con argumentos de peso que necesitamos con urgencia las huestes elenias aquí en Cimmura.
—Es aconsejable que también le pidáis que deje marchar a las órdenes militantes, mi señor —sugirió Vanion—. Creo que vamos a necesitarlas en Chyrellos.
—Podríais, asimismo, enviar una misiva al rey Obler —agregó Tynian— y al patriarca Bergsten. Entre los dos, seguramente podrán vencer las resistencias de Wargun. El rey de Thalesia bebe en exceso y disfruta con una buena guerra, pero sigue siendo un animal político de pies a cabeza. Verá la necesidad de proteger Cimmura y tomar enseguida el control de Chyrellos… si alguien se lo explica debidamente.
Lenda expresó su asentimiento con la cabeza.
—Todo esto aún no ha resuelto el problema que se nos presenta, caballeros —señaló Bevier—. Es harto posible que el mensajero que enviemos a Wargun no esté más que a un día de camino de aquí cuando nos llegue la noticia de la muerte del archiprelado y ello nos sitúa de nuevo en la posición del principio. Sparhawk deberá convencer a una reina reacia a abandonar su capital sin un peligro evidente en perspectiva.
—Sopladle en la oreja —aconsejó Ulath.
—¿Cómo?
—Suele dar resultados —arguyo Ulath—, al menos así ocurre en Thalesia. En una ocasión le soplé en la oreja a una muchacha en Emsat, y me siguió por todas partes durante días.
—Eso es repugnante —dijo, enojada, Sephrenia.
—Oh, no lo sé —replicó sin mucha convicción Ulath—. A ella pareció gustarle.
—¿Le disteis palmaditas en la cabeza y le rascasteis la barbilla como lo habríais hecho con un perrito?
—Nunca se me ocurrió hacerlo —admitió Ulath—. ¿Creéis que habría funcionado? —La mujer se puso a proferir juramentos en estirio.
—Estamos saliéndonos del tema —observó Vanion—. No podemos obligar a la reina a que abandone Cimmura y no hay modo de tener la certeza de que dispondrá de una fuerza lo bastante numerosa como para defender las murallas antes de que nosotros debamos irnos.
—Yo creo que la fuerza ya está aquí, lord Vanion —se mostró en desacuerdo Talen que, vestido con el elegante jubón y las calzas que Stragen le había regalado en Emsat, ofrecía un aspecto que no distaba mucho del de un joven aristócrata.
—No interrumpas, Talen —lo reprendió Kurik—. Estas son cuestiones serias y no tenemos tiempo para bromas de chicos.
—Dejadlo hablar, Kurik —aconsejó vivamente el conde de Lenda—. Las buenas ideas surgen a veces de los sitios más insospechados. ¿Cuál es exactamente esa fuerza que mencionabas, joven?
—El pueblo —repuso simplemente Talen.
—Eso es ridículo, Talen —criticó Kurik—. No están entrenados.
—¿Cuánto entrenamiento se necesita para arrojar brea ardiendo sobre las cabezas de los soldados de un ejército sitiador? —replicó Talen.
—Es una idea muy interesante ésta, joven —apreció Lenda—. Hubo, de hecho, una profusión de soporte popular hacia la reina Ehlana después de su coronación. Es muy posible que el pueblo de Cimmura, y el de las ciudades y pueblos de los alrededores, acudiera en su ayuda. El problema, no obstante, es que carecen de dirigentes. Una multitud de gente arracimada en la calle sin nadie que la oriente no constituiría una defensa apropiada.
—Existen dirigentes, mi señor.
—¿Quiénes son? —preguntó Vanion al muchacho.
—Platime, por ejemplo —propuso Talen—, y, si Stragen todavía sigue aquí, seguramente también sería idóneo para el cargo.
—Ese Platime es una especie de canalla, ¿no? —inquirió dubitativamente Bevier.
—Sir Bevier —le hizo ver Lenda—, yo he servido en el consejo real de Elenia muchos años, y puedo aseguraros que, no sólo la capital, sino la totalidad del reino ha estado en manos de canallas desde hace décadas.
—Pero… —se disponía a protestar Bevier.
—¿Es el hecho de que Platime y Stragen son canallas oficiales lo que os molesta, sir Bevier? —preguntó alegremente Talen.
—¿Qué opináis, Sparhawk? —inquirió Lenda—. ¿Creéis que ese Platime podría realmente dirigir algún tipo de operación militar?
—Sin duda —respondió Sparhawk después de reflexionar unos instantes—, en especial si Stragen aún está aquí para ayudarlo.
—¿Stragen?
—Mantiene una posición similar a la de Platime entre los ladrones de Emsat. Stragen es un personaje singular, pero es extremadamente inteligente y ha recibido una excelente educación.
—También pueden valerse de antiguas deudas —señaló Talen—. Platime puede traer hombres de Vardenais, Demos, las ciudades de Lenda y Cardos…, por no mencionar las bandas de salteadores que actúan en el campo.
—La perspectiva no es defender la ciudad durante un período de tiempo muy prolongado —musitó Tynian—, sino sólo hasta que llegue el ejército elenio, y buena parte de lo que habrán de hacer consistirá en mera intimidación. No es probable que el primado Annias vaya a poder permitirse alejar de Chyrellos más de un centenar de soldados eclesiásticos para causar problemas aquí, y, si las almenas de las murallas de la ciudad están ocupadas por una fuerza superior, dichos soldados se mostrarán reacios a atacar. ¿Sabéis, Sparhawk? Me parece que el chico ha ideado un plan extraordinariamente bueno.
—Me aturdís con vuestra confianza, sir Tynian —dijo Talen con una extravagante reverencia.
—También hay veteranos aquí en Cimmura —añadió Kurik—, antiguos militares que pueden ayudar a dirigir a los obreros y campesinos en la defensa de la ciudad.
—Todo es terriblemente contra natura —observó sarcásticamente el conde de Lenda—. El objetivo casi exclusivo del gobierno ha sido siempre mantener al vulgo bajo control y enteramente al margen de la política. El único sentido que tiene la existencia de la plebe es trabajar y pagar impuestos. Cabe la posibilidad de que hagamos algo que lamentemos toda nuestra vida.
—¿Tenemos otra alternativa, Lenda? —inquirió Vanion.
—No, Vanion, no creo que la tengamos.
—Pongámonos manos a la obra, pues. Mi señor de Lenda, me parece que tenéis correspondencia que poner al día y, Talen, ¿por qué no vas a ver a ese Platime?
—¿Puedo llevarme a Berit, mi señor Vanion? —preguntó el chico, mirando al joven novicio.
—Supongo que sí, pero ¿para qué?
—Soy una especie de enviado oficial de un gobierno a otro. Debería disponer de una escolta de algún tipo que encareciera mi importancia. Esta clase de cosas impresionan a Platime.
—¿De un gobierno a otro? —inquirió Kalten—. ¿De veras consideras a Platime como un cabeza de estado?
—Bueno, ¿no lo es?
Mientras sus amigos abandonaban la estancia, Sparhawk tiró ligeramente de la manga a Sephrenia.
—Necesito hablar con vos —anunció en voz baja.
—Desde luego.
—Tal vez debería haberos hablado de esto antes, pequeña madre —dijo después de cerrar la puerta—, pero todo parecía tan inocuo al principio… —Se encogió de hombros.
—Sparhawk —lo amonestó—, no sois tan ingenuo. Debéis contármelo todo. Yo decidiré lo que es inocuo o no.
—De acuerdo. Creo que están siguiéndome. La mujer entornó los ojos.
—Tuve una pesadilla justo después de que le arrebatáramos el Bhelliom a Ghwerig. Azash aparecía en ella y también el Bhelliom. Había asimismo otra cosa…, algo a lo que no puedo dar nombre.
—¿Podéis describirlo?
—Sephrenia, ni siquiera puedo verlo. Da la impresión de ser una especie de sombra, algo oscuro que percibo justo en el límite de la visión, como un amago de movimiento a un costado y ligeramente detrás de mí. Tengo la sensación de que no le inspiro simpatía.
—¿Sólo se os presenta en sueños?
—No. También lo veo de tanto en tanto cuando estoy despierto. Por lo visto, aparece siempre que saco el Bhelliom de su bolsa. Ello también ocurre en otras circunstancias, pero casi puedo contar de antemano en percibirlo cada vez que abro la bolsa.
—Hacedlo ahora, querido —le indicó—. Veamos si yo también puedo percibirlo.
Sparhawk sacó de debajo del jubón la bolsa y la abrió. Luego extrajo la rosa de zafiro y la sostuvo en la mano. El parpadeo de oscuridad hizo al instante aparición.
—¿Lo veis? —preguntó. Sephrenia escrutó la habitación.
—No —admitió—. ¿Notáis algo que emane de la sombra?
—Noto que no le inspiro buenos sentimientos. —Volvió a guardar el Bhelliom en la bolsa—. ¿Alguna idea?
—Podría ser algo conectado con el propio Bhelliom —sugirió dubitativamente la estiria—. Pero, para seros sincera, no conozco demasiado el Bhelliom. A Aphrael no le gusta hablar de ello. Creo que los dioses le tienen miedo. Sé un poco respecto a su uso, pero eso es todo.
—Ignoro si guarda alguna relación —musitó Sparhawk—, pero no cabe duda de que alguien está interesado en liquidarme. Primero fueron esos hombres en las afueras de Emsat, luego ese barco que Stragen sospechó que nos seguía y después esos bandidos que estaban buscándonos en el camino de Cardos.
—Por no mencionar el hecho de que alguien trató de mataros por la espalda con una ballesta cuando nos dirigíamos a palacio —agregó la mujer.
—¿Podría ser tal vez otro Buscador? —apuntó.
—Algo parecido, puede ser. En cuanto el Buscador toma bajo su control a alguien, éste se convierte en una herramienta que no piensa por sí misma. Estos atentados contra vuestra vida dan la impresión de ser más racionales.
—¿Podría Azash disponer de alguna criatura capaz de lograrlo?
—¿Quién sabe qué clase de criaturas puede invocar Azash? Yo conozco aproximadamente una docena de variedades, pero sin duda se cuentan por montones.
—¿Os ofendería si probara a aplicar la lógica?
—Oh, supongo que podéis hacerlo… si sentís la necesidad. —Le dedicó una sonrisa.
—Bien. Para empezar, sabemos que Azash me quiere muerto desde hace mucho tiempo.
—De acuerdo.
—Ahora debe de ser más importante para él porque tengo el Bhelliom y sé cómo utilizarlo.
—Estáis haciendo afirmaciones obvias, Sparhawk.
—Lo sé. La lógica es así a veces. Pero dichos intentos de matarme suelen producirse poco tiempo después de que haya sacado el Bhelliom y percibido esa sombra.
—¿Pensáis que está relacionado?
—¿No es posible?
—Casi todo es posible, Sparhawk.
—Bueno. Si la sombra es algo similar al damork o al Buscador, probablemente proviene de Azash. Este «probablemente» resta solidez a la lógica, pero es algo a tener en cuenta, ¿no os parece?
—En las presentes circunstancias casi estoy por convenir con vos.
—¿Qué hacemos entonces? Es una hipótesis provisional que no tiene en cuenta la posibilidad de la mera coincidencia, pero ¿no deberíamos adoptar medidas por si acaso existe alguna conexión?
—No veo que podamos permitirnos lo contrario, Sparhawk. Creo que lo primero que se impone es mantener el Bhelliom dentro de esa bolsa. No lo saquéis a menos que no os quede más remedio.
—Una propuesta juiciosa.
—Y, si tenéis que extraerlo, poneos en guardia en previsión de un atentado contra vuestra vida.
—De todas formas es algo que hago automáticamente… de forma continuada. Tengo una profesión que mantiene los nervios en tensión.
—Y me parece que será mejor que esto quede entre nosotros. Si esa sombra la manda Azash, puede volver a nuestros amigos en contra nuestra. Cualquiera de ellos podría desarrollar una actitud hostil hacia vos de un momento a otro. Si los hacemos partícipes de nuestras sospechas, la sombra… o lo que quiera que sea… podría quizá leerles el pensamiento. No pongamos sobre aviso a Azash de que sabemos lo que está haciendo.
Sparhawk hubo de hacer acopio de fuerzas para decirlo y, con todo, cuando lo hizo, hubo de vencer una gran renuencia.
—¿No lo resolveríamos todo si destruyéramos el Bhelliom aquí y ahora? —preguntó.
—No, querido —negó la mujer—. Puede que todavía lo vayamos a necesitar.
—Era una simple pregunta.
—De veras, no, Sparhawk. —Su sonrisa era desapacible—. No sabemos a ciencia cierta la clase de fuerza destructiva que podría desencadenar el Bhelliom. Podríamos perder algo muy importante.
—¿Como por ejemplo?
—La ciudad de Cimmura… o la totalidad del continente eosiano, por lo que yo sé.