Capítulo 14

—Son tropas de ceremonia, Su Ilustrísima —objetó Vanion—. Esto no es un desfile ni un cambio formal de guardia.

Vanion, Dolmant, Sparhawk y Sephrenia se hallaban reunidos en el estudio de sir Nashan.

—Los he visto entrenarse en el patio exterior de sus cuarteles, Vanion —señaló con calma Dolmant—. Todavía recuerdo bastante mi propia formación militar como para reconocer a los profesionales sólo con verlos.

—¿Cuántos son, Su Ilustrísima? —preguntó Sparhawk.

—Trescientos —repuso el patriarca—. Como guardia personal del archiprelado, su cometido exclusivo es la defensa de la basílica. —Dolmant recostó la espalda en la silla, juntando las yemas de los dedos—. No veo que tengamos otras alternativas, Vanion —observó con el enjuto y ascético rostro casi reluciente a la luz de la vela—. Emban tenía razón. Nuestra lucha por sumar votos está perdida ahora. Mis hermanos de la jerarquía sienten gran apego por sus casas. —Torció el gesto—. Es una de las pocas formas de vanidad asequibles a los miembros del alto estamento eclesiástico. Todos llevamos sencillas sotanas, de manera que no podemos ostentar con nuestra vestimenta; no nos casamos, de modo que no podemos alardear con nuestras esposas; estamos comprometidos con la paz y por consiguiente no podemos demostrar nuestra proeza en el campo de batalla. Todo cuanto nos resta son nuestros palacios. Perdimos al menos veinte votos cuando nos replegamos a las murallas de la ciudad interior y abandonamos las mansiones de mis hermanos a los actos de pillaje de los hombres de Martel. Necesitamos desesperadamente alguna prueba que demuestre la connivencia entre Annias y Martel. La quema de los palacios será achacable entonces a Annias y no a nosotros. —Miró a Sephrenia—. Voy a tener que pediros que hagáis algo, pequeña madre —anunció.

—Por supuesto, Dolmant. —Le sonrió cariñosamente.

—Ni siquiera puedo solicitároslo de modo oficial —precisó con una pesarosa sonrisa—, porque guarda relación con cosas en las que se supone que no debo creer.

—Pedídmelo como antiguo pandion, querido —sugirió la estiria—. De ese modo podremos soslayar la cuestión de que hayáis caído bajo la influencia de malas compañías.

—Gracias —contestó secamente el patriarca—. ¿Podéis de alguna manera derrumbar el acueducto sin estar físicamente en el sótano?

—Yo puedo ocuparme de eso, Su Ilustrísima —se ofreció Sparhawk—. Puedo utilizar el Bhelliom.

—No, de hecho no podéis —le recordó Sephrenia—. No tenéis los dos anillos. —Volvió a centrar la atención en Dolmant—. Puedo hacer lo que pedís —le dijo—, pero Sparhawk habrá de estar en el sótano para canalizar el hechizo.

—Tanto mejor —se alegró Dolmant—. Vanion, veamos qué pensáis de esto. Vos y yo hablamos con el coronel Delada, el jefe de la guardia del archiprelado, y luego ponemos sus hombres en el sótano bajo el mando de alguien de confianza.

—¿Kurik? —sugirió Sparhawk.

—Exacto —aprobó Dolmant—. Sospecho que todavía lo obedecería automáticamente si me diera una orden. —Dolmant hizo una pausa—. ¿Por qué no lo habéis armado caballero, Vanion?

—Debido a sus prejuicios de clase, Dolmant. —Vanion rió—. Kurik cree que los caballeros son hombres frívolos y casquivanos. A veces casi estoy por convenir con él.

—De acuerdo pues —continuó Dolmant—. Ponemos a Kurik y a los guardias en el sótano a esperar a Martel… a buen recaudo de miradas, por supuesto. ¿Cuál será el primer signo de que Martel ha emprendido el asalto contra nuestras murallas?

—Grandes piedras cayendo del cielo, diría yo, ¿no creéis, Sparhawk? Esa será la prueba de que han instalado los maganeles. No iniciará el ataque hasta estar seguro de que éstos funcionan correctamente.

—Y lo más probable es que entonces se introduzca en el acueducto, ¿no es así? —Vanion asintió.

—Habría demasiadas posibilidades de que los descubrieran en caso de deslizarse antes en el sótano.

—Esto cada vez encaja mejor. —Dolmant parecía complacido consigo mismo—. Ponemos a Sparhawk y al coronel Delada a esperar en las murallas las primeras piedras y, cuando éstas comiencen a estrellarse contra la ciudad, los dos bajan al sótano a escuchar furtivamente la conversación sostenida entre Martel y Annias. Si la guardia del archiprelado no puede contener la entrada al acueducto, Sephrenia derruirá el túnel. Desbaratamos el ataque secreto, obtenemos evidencia de la culpabilidad de Annias, y hasta puede que capturemos a Annias y Martel. ¿Qué os parece, Vanion?

—Es un plan excelente, Su Ilustrísima —aprobó Vanion con expresión imperturbable. Sparhawk también advertía unas cuantas lagunas en él. Los años habían embotado, al parecer, la intuición estratégica de Dolmant en ciertos aspectos—. Sólo le veo un inconveniente —añadió Vanion.

—¿Oh?

—En cuanto esos artefactos batan las murallas, seguramente tendremos hordas de mercenarios aquí entre nosotros.

—Eso sería un tanto inoportuno —concedió Dolmant con un ligero fruncimiento de entrecejo—. Vayamos a hablar con el coronel Delada de todas formas. Estoy convencido de que algo ocurrirá.

Vanion suspiró y abandonó la habitación detrás del patriarca de Demos.

—¿Siempre fue así? —preguntó Sparhawk a Sephrenia.

—¿Quién?

—Dolmant. Me parece que está excediéndose en su optimismo.

—Es a causa de vuestra teología elenia, querido. —Sonrió—. Dolmant está profesionalmente comprometido a acatar la noción de providencia, algo que los estirios consideran como la peor forma de fatalismo. ¿Qué os preocupa, querido?

—Se me ha desmoronado una intachable construcción lógica, Sephrenia. Ahora que conocemos la implicación de Perraine, no hay manera posible de relacionar la sombra con Azash.

—¿Por qué os obsesiona tanto la certitud indiscutible, Sparhawk?

—¿Cómo decís?

—Sólo porque no podéis demostrar lógicamente una conexión, estáis dispuesto a desechar de plano la idea. Vuestro razonamiento era, de todas formas, bastante frágil. Lo único que estabais haciendo era tratar de forzar las cosas para que vuestra lógica se ajustara a vuestros sentimientos: una especie de justificación para un fogonazo de intuición. Vos sentisteis, creísteis, que la sombra provenía de Azash y yo con eso tengo suficiente. Me inclino más a dar crédito a vuestros sentimientos que a vuestra lógica.

—No seáis mala —la regañó.

—Creo que es hora de descartar la lógica y comenzar a confiar esos fogonazos intuitivos, Sparhawk. La confesión de sir Perraine desmiente cualquier conexión entre esa sombra que veis y los atentados contra vuestra vida, ¿no es cierto?

—Me temo que sí —reconoció—, y, para arreglar las cosas, ni siquiera he visto últimamente la sombra.

—El que no la hayáis visto no significa que no esté todavía allí. Decidme exactamente qué sensaciones experimentasteis cada vez que la visteis.

—Frío —respondió— y la apabullante impresión de que, fuera lo que fuese, me odiaba. He sido objeto de odio otras veces, Sephrenia, pero no de ese modo. Era inhumano.

—De acuerdo, ése es un dato fiable. Se trata de algo sobrenatural. ¿Algo más?

—Me daba miedo —admitió sin tapujos.

—¿A vos? Pensaba que ignorabais el significado de esa palabra.

—Ya veis que no.

La mujer arrugó su menuda y pequeña cara en actitud reflexiva.

—La teoría que elaborasteis contenía muchos puntos flojos, Sparhawk —señaló—. ¿Tendría realmente sentido que Azash mandara a algún bandido a mataros y que luego tuviera que perseguirlo para poder recuperar el Bhelliom?

—Es un poco molesto y tortuoso, supongo.

—En efecto. Consideremos pues la posibilidad de una pura coincidencia.

—Yo no debería prestarme a ello, pequeña madre. La providencia, ya sabéis.

—Dejaos de monsergas.

—Sí, señora.

—Supongamos que Martel corrompió a Perraine por su cuenta, sin consultar a Annias…, siempre que nos atengamos a la hipótesis de que sea Annias el que está en contacto con Otha y no Martel.

—No creo que Martel llegara al extremo de tener tratos personales con Otha.

—Yo no estaría tan segura, Sparhawk. Pero supongamos que la idea de mataros la concibió Martel y no Otha… y que no fue producto de algún enrevesado plan ideado por Azash. Eso taparía la brecha producida en vuestro razonamiento. La sombra podría continuar estando relacionada con Azash y no tener nada que ver con los atentados contra vuestra vida.

—¿Y para qué aparece pues?

—Para observar, seguramente. Azash quiere saber dónde estáis y sobre todo no quiere perder de vista el Bhelliom. Eso explicaría por que la veis casi siempre cuando sacáis la joya de la bolsa.

—Esto está empezando a darme dolor de cabeza, pequeña madre. Pero, si todo sale tal como lo ha planeado Dolmant, pronto tendremos a Martel y Annias bajo nuestra custodia. Ésas serían condiciones óptimas para obtener unas cuantas respuestas de ellos. Las suficientes para disipar mi dolor de cabeza, en todo caso.

El coronel Delada, comandante de la guardia personal del archiprelado era un hombre de robusta complexión, pelo rojizo corto y rostro arrugado, que, a pesar de su posición eminentemente ceremonial tenía el porte de un guerrero. Llevaba el bruñido peto, el redondo escudo repujado y la tradicional espada corta de su unidad, una capa carmesí que le llegaba a las rodillas y un yelmo sin visera rematado por una cresta de pelo de caballo.

—¿De veras son tan grandes, sir Sparhawk? —preguntó mientras ambos contemplaban las humeantes ruinas desde el techo plano de una casa lindante con la muralla de la ciudad vieja.

—No lo sé de cierto, coronel Delada —respondió Sparhawk—. Nunca he visto ninguno, pero Bevier sí y él me ha contado que son tan grandes como una casa de buenas dimensiones.

—¿Y es verdad que arrojan rocas del tamaño de un buey?

—Eso me han dicho.

—¿Adonde va a ir a parar el mundo?

—Es lo que llaman el progreso, amigo mío —comentó irónicamente Sparhawk.

—El mundo sería mucho mejor si ahorcáramos a todos los científicos e ingenieros, sir Sparhawk.

—Y a los juristas también.

—Oh, sí, sin duda: también a los juristas. Todo el mundo querría colgar a los abogados. —Delada entornó los ojos—. ¿Por qué os andáis todos con tantos secretos conmigo, Sparhawk? —preguntó malhumorado, demostrando que los tópicos que circulaban respecto a los pelirrojos eran acertados en su caso.

—Debemos proteger vuestra estricta neutralidad, Delada. Vais a ver algo, y a oír algo, esperamos, de suma importancia. Posteriormente se os solicitará que deis testimonio de ello y va a haber gente que intentará por todos los medios insuflar dudas en vuestra declaración.

—Mas les vale no hacerlo —declaró acaloradamente el coronel.

—El caso es —continuó Sparhawk, sonriendo— que, si de antemano ignoráis por completo la naturaleza de lo que vais a ver y oír, nadie podrá poner en entredicho vuestra imparcialidad.

—No soy estúpido, Sparhawk, y tengo ojos en la cara. Esto tiene que ver con la elección, ¿no es así?

—Prácticamente todo en Chyrellos está relacionado con la elección en estos momentos, Delada…, salvo tal vez ese sitio que se prolonga allá fuera.

—Y apostaría algo a que ese sitio también está implicado en esto.

—Ésta es una de las cuestiones de las que se supone que no debemos hablar, coronel.

—¡Ajá! —exclamó triunfalmente Delada—. ¡Tal como pensaba!

Sparhawk miró a lo lejos. Lo importante era demostrar sin margen de duda la connivencia entre Martel y Annias, lo cual no estaba tan seguro de poder lograr. Si la conversación entre el primado de Cimmura y el pandion renegado no revelaba la identidad de Martel, Delada sólo podría repetir ante la jerarquía el contenido de un sospechoso conciliábulo entre Annias y un extraño de nombre desconocido. Emban, Dolmant y Ortzel, no obstante, se habían mostrado tajantes: Delada no debía recibir bajo ningún concepto ninguna información que pudiera condicionar su testimonio. En ese sentido Sparhawk se sentía especialmente decepcionado con el patriarca Emban, siempre tan tortuoso y mentiroso en otras cuestiones. ¿Por qué había de volverse de repente honrado en ese punto crucial?

—Está empezando, Sparhawk —le anunció Kalten desde la muralla alumbrada con antorchas—. Los rendoreños están llegando para retirar nuestros obstáculos.

Dado que el tejado era un poco más alto que la muralla, Sparhawk divisaba perfectamente lo que ocurría al otro lado de la fortificación. Los rendoreños acudían corriendo, chillando como en anteriores ocasiones y, sin parar mientes en las estacas untadas de veneno de las alambradas, las hacían caer rodando. Muchos de ellos, arrebatados por un enfervorizado éxtasis religioso, llegaban incluso a arrojarse sin propósito alguno a las emponzoñadas estacas. Cuando, a poco, quedaron amplios trechos libres de obstrucción, las torres de asalto comenzaron a avanzar lentamente sobre ruedas por la ciudad aún humeante, en dirección a las murallas. Las torres, según apreció Sparhawk, estaban construidas con gruesas planchas cubiertas de verdes cueros, tantas veces remojados en agua que chorreaban copiosamente. No había saeta ni jabalina capaz de traspasar las planchas y ni con brea y nafta ardientes sería posible prender fuego a aquel cuero empapado. Martel iba neutralizando, una a una, sus defensas.

—¿Prevéis que realmente haya que luchar en la basílica, sir Sparhawk? —preguntó Delada.

—Esperemos que no, coronel —repuso Sparhawk—. Sin embargo, es preferible estar preparados. Os agradezco que hayáis desplegado a vuestros guardias en el sótano, en especial teniendo en cuenta que no puedo confiaros la razón por la que los necesitamos. De lo contrario, hubiéramos debido utilizar algunos de los hombres que defienden las murallas.

—Debo dar por sentado que sabéis lo que hacéis, Sparhawk —señalo con pesar el coronel—. El hecho de poner todo el destacamento bajo el mando de vuestro escudero ha molestado un tanto a mi alférez.

—Ha sido una decisión táctica, coronel. En ese sótano resuena mucho el eco y vuestros hombres serán incapaces de comprender las ordenes aun a gritos. Kurik y yo llevamos mucho tiempo juntos y hemos hallado la manera de capear situaciones como ésta.

Delada observó las torres de asalto que cruzaban pesadamente el descampado de enfrente de la muralla.

—Son grandes, ¿eh? —dijo—. ¿Cuántos hombres pueden apilarse en uno de esos ingenios?

—Depende de la estima en que uno tenga a sus hombres —contesto Sparhawk, colocándose el escudo ante el cuerpo para protegerse de las flechas que ya habían comenzado a caer sobre el tejado—. Varios centenares como mínimo.

—No estoy familiarizado con las tácticas de asedio —reconoció Delada—. ¿Qué harán ahora?

—Las adosarán a las torres y tratarán de iniciar una carga contra los defensores. Éstos intentarán empujar las torres para volcarlas. Es muy confuso y ruidoso y mucha gente resulta herida.

—¿Cuándo entran en acción esos maganeles?

—Probablemente cuando varias de las torres estén firmemente acopladas a las murallas.

—¿Van a tirar rocas sobre sus propios hombres?

—Los que van en las torres no tienen gran importancia. Muchos de ellos son rendoreños, al igual que los que han perecido retirando los impedimentos. El hombre que capitanea ese ejército no se caracteriza por ser humanitario.

—¿Lo conocéis?

—Oh, sí. Muy bien.

—Y queréis matarlo, ¿no es cierto? —inquirió sagazmente Delada.

—Muchas veces me he planteado hacerlo.

Tratando de esquivar la lluvia de flechas y saetas de ballesta, los soldados de los adarves lanzaron largas sogas con anzuelos de anclaje en los extremos sobre el techo de una de las torres, que ahora se hallaba ya cerca de la muralla. Después comenzaron a halar las cuerdas. La torre osciló, tambaleándose, y acabó por venirse abajo con gran estrépito. Los hombres que iban dentro comenzaron a gritar, algunos de dolor y otros de terror, pues sabían cuál sería su suerte. Con la caída se habían quebrado las planchas y la torre estaba despanzurrada como un huevo roto. Los calderos de brea y nafta regaron los desechos y los forcejeantes hombres, y luego las antorchas prendieron fuego en el ardiente líquido.

Delada engulló saliva al oír los desesperados gritos de los hombres abrasados.

—¿Sucede esto bastante a menudo? —preguntó con voz en la que se apreciaba un asomo de mareo.

—Eso esperamos —respondió con crudeza Sparhawk—. Cada uno de los que matamos afuera representa uno menos que no entrará aquí. —Sparhawk invocó un encantamiento y habló con Sephrenia, que estaba esperando en el castillo pandion—. Estamos casi a punto de entrar combate aquí, pequeña madre —informó—. ¿Algún indicio de la presencia de Martel?

—Nada, querido. —Su voz parecía casi susurrarle al oído—. Tened mucho cuidado, Sparhawk. Aphrael se enfadaría mucho con vos si permitierais que os mataran.

—Decidle que con gusto aceptaríamos que nos echara una mano si le apetece.

—¡Sparhawk! —Su tono sonaba entre escandalizado y divertido.

—¿Con quién estabais hablando, sir Sparhawk? —inquirió, desconcertado, Delada, mirando en derredor para ver si había alguien más cerca.

—Vos sois relativamente devoto, ¿verdad, coronel? —indagó Sparhawk.

—Soy un hijo de la Iglesia, Sparhawk.

—Puede que os desasosegara explicándooslo. Las órdenes militantes tienen permitido sobrepasar los límites impuestos al común de los fieles elenios. ¿Por qué no lo dejamos así?

A pesar de los esfuerzos de los asediados, varias torres llegaron hasta la muralla y los puentes levadizos que llevaban incorporados en lo alto abrieron pasos hasta las almenas. Una de las torres se instaló justo al lado de la puerta, donde se encontraban los amigos de Sparhawk. Capitaneados por Tynian pasaron a la carga y, precipitándose por el puente, se introdujeron en la propia torre. Sparhawk contuvo el aliento mientras sus amigos peleaban ocultos a la vista. Los ruidos que llegaban desde dentro proclamaban la ferocidad de la lucha. Se oía el choque de las armas, gritos y gemidos. Después Tynian y Kalten salieron y, tras cruzar corriendo el puente, tomaron entre sus brazos protegidos por acero un gran caldero de brea y nafta ardiente y volvieron a entrar en la torre. Los gritos se intensificaron cuando rociaron las caras de los hombres que se agarraban a las escaleras de abajo. Los caballeros surgieron al exterior y, al llegar al adarve, Kalten tomó una antorcha y la lanzó a la estructura con ademán aparentemente negligente. La estructura alargada actuó como si de una chimenea se tratara, escupiendo primero negro humo por el agujero que tapaba antes el puente levadizo y luego llamas de oscuras tonalidades anaranjadas que incendiaron el techo. El griterío, cada vez más frenético adentro, se interrumpió al poco rato.

Los contraataques de los caballeros en las murallas habían bastado para contener la primera oleada de asaltantes, pero la defensa de las almenas había costado muchas vidas. Las flechas y las saetas de ballesta habían castigado los adarves en una verdadera tormenta y habían causado un gran saldo de víctimas entre los soldados eclesiásticos y también, si bien no de forma tan alarmante, entre los caballeros.

—¿Volverán? —preguntó Delada con expresión sombría.

—Desde luego —respondió concisamente Sparhawk—. Los ingenios de asedio aporrearán las murallas durante un tiempo y después vendrán más torres por esa área despejada.

—¿Cuánto podemos resistir?

—Cuatro… quizá cinco ataques como éste. Después los maganeles comenzarán a abrir brechas en las murallas y entonces se iniciarán los combates en el interior de la ciudad.

—No tenemos posibilidades de ganar, ¿verdad, Sparhawk?

—Probablemente no.

—¿Chyrellos está perdida pues?

—Chyrellos estaba condenada desde el momento en que aparecieron esos ejércitos, Delada. La estrategia que se trasluce detrás del ataque a la ciudad está muy bien calculada… casi podría calificarse de brillante.

—Una actitud un tanto singular la vuestra en estas circunstancias, Sparhawk.

—A eso se lo llama ser profesional. Uno debe admirar el genio de su adversario. Es una afectación, claro está, pero ayuda a mantener un cierto grado de abstracción. Las últimas fases son muy desalentadoras y uno necesita algo para mantener el ánimo.

Entonces Berit subió por la trampilla del tejado donde se hallaban Sparhawk y Delada. El novicio tenía los ojos desorbitados, la mirada algo perdida y la cabeza agitada por intermitentes sacudidas.

—¡Sir Sparhawk! —lo llamó con voz innecesariamente alta.

—¿Sí, Berit?

—¿Cómo habéis dicho?

Sparhawk lo miró con más detenimiento.

—¿Qué ocurre, Berit? —preguntó.

—Lo siento, sir Sparhawk. No os oigo. Han hecho sonar las campanas de la basílica cuando se ha iniciado el ataque. Todas están encima de la linterna de arriba de la cúpula. En mi vida he escuchado un ruido tan tremendo. —Berit se puso las manos en la cabeza.

Sparhawk lo agarró por los hombros y lo miró a la cara.

—¿Qué está ocurriendo? —bramó, articulando exageradamente las palabras.

—Oh, disculpad, sir Sparhawk. Las campanas me han dejado aturdido. Se aproximan miles de antorchas por los campos del otro lado del río Arruk. Pensaba que deberíais saberlo.

—¿Refuerzos? —apuntó, esperanzado, Delada.

—Estoy convencido de que sí —replicó Sparhawk—, ¿pero de qué ejército?

Se oyó un pesado y estruendoso impacto tras ellos y una casa de considerables dimensiones se hundió sobre sí misma alrededor de una colosal roca que había penetrado por su tejado.

—¡Dios mío! —exclamó Delada—. ¡Es enorme! Esas murallas no aguantarán embates de este calibre.

—No —convino Sparhawk—. Es hora de que nos dirijamos al sótano, coronel.

—Han comenzado a arrojar esas grandes piedras antes de lo que calculabais, Sparhawk —observó el coronel—. Es una buena señal, ¿no os parece?

—Me temo que no acabo de comprenderos.

—¿No será esto un indicio de que el ejército que se acerca por el oeste es una columna de relevo de nuestro bando?

—Las tropas reunidas allá afuera se componen de mercenarios, coronel. Podrían tener prisa por trasponer nuestros muros para no tener que compartir el botín con sus amigos que se encuentran al otro lado del río.

Los sótanos inferiores de la basílica estaban formados por gigantescas piedras laboriosamente cinceladas y dispuestas con cuidado en largas y bajas bóvedas de cañón soportadas de trecho en trecho por recios contrafuertes arqueados sobre los que reposaba todo el peso de la estructura. Allá, más abajo incluso de la cripta donde se convertían en polvo en oscuro silencio los huesos de eclesiásticos fallecidos muchos siglos antes, reinaban la penumbra y la humedad.

—¡Kurik! —musitó Sparhawk a su escudero cuando en compañía de Delada pasaba por delante de una zona aislada del resto por una reja donde aguardaban el escudero de Sparhawk y los guardias de Delada.

Kurik se acercó a la verja con paso sigiloso.

—Los maganeles se han puesto en acción —le comunicó Sparhawk—, y por el oeste se aproxima un gran ejército.

—No tenéis más que noticias placenteras, ¿eh, Sparhawk? —Kurik guardó silencio un instante—. No es que uno se encuentre muy a gusto aquí, Sparhawk. Hay cadenas y manillas colgadas en las paredes y al fondo hay un rincón que habría hecho las delicias de Bellina.

Sparhawk lanzó una ojeada a Delada.

—Ya no está en uso —explicó éste después de toser—. Hubo un tiempo en que la Iglesia no reparaba en medios para erradicar la herejía. Aquí abajo se efectuaban los interrogatorios y se arrancaban las confesiones. Éste es uno de los capítulos más tenebrosos de nuestra Santa Madre.

—Ciertos detalles de esos hechos han trascendido al conocimiento público. —Sparhawk asintió—. Espera aquí con los guardias, Kurik. El coronel y yo debemos instalarnos en nuestro sitio antes de que lleguen nuestros visitantes. Cuando silbe indicando que ataquéis, no os demoréis porque, llegado ese punto, te necesitaré de veras.

—¿Os he fallado alguna vez, Sparhawk?

—No, no lo has hecho. Perdona que lo mencionara. —Condujo al coronel a las profundidades del laberíntico sótano—. Vamos a ir a una estancia bastante grande, coronel —explicó—, en cuyas paredes hay toda clase de escondrijos y huecos. El joven que la encontró me trajo aquí para enseñármela. Según sus previsiones, los dos hombres en los que estamos interesados se reunirán aquí. A uno de ellos lo identificaréis fácilmente y confío que del contenido de la conversación sea deducible la identidad del otro. Os ruego que prestéis mucha atención a lo que dicen y, en cuanto hayan acabado de hablar, quiero que volváis directamente a vuestros cuarteles y os cerréis con llave. No abráis a nadie que no sea yo, lord Vanion o el patriarca Emban. Si sirve para levantaros el ánimo, os diré que, durante un breve período de tiempo, seréis el hombre más importante de Chyrellos, y apostaremos ejércitos enteros para protegeros.

—Todo esto es muy misterioso, Sparhawk.

—Así debe ser por el momento, amigo mío. Espero que, cuando oigáis la conversación, entenderéis por qué. Ahí está la puerta. —Sparhawk empujó con cautela la podrida hoja y los dos entraron en una grande y oscura cámara festoneada de telarañas. Cerca de la puerta había dos sillas y una mesa, en el centro de la cual se erguía una gruesa vela sobre un plato resquebrajado. Sparhawk siguió caminando hacia el fondo y penetró en un profundo nicho—. Quitaos el yelmo —susurró— y envolveos el peto con la capa. Conviene no propiciar ningún reflejo que pudiera alertar a alguien de nuestra presencia.

Delada asintió con la cabeza.

—Ahora voy a apagar nuestra vela —anunció Sparhawk— y guardaremos un riguroso silencio. Si es preciso hablar, lo haremos en quedos susurros al oído del otro. —Sopló la llama, se inclinó y dejó el cirio en el suelo.

Aguardaron, oyendo a lo lejos un goteo de agua. Por mas meticuloso que sea el drenaje de un lugar, siempre se producen filtraciones, y el agua, lo mismo que el humo, encuentra indefectiblemente un resquicio por donde colarse.

Habrían transcurrido unos quince minutos, una hora tal vez o un siglo incluso, cuando sonó un amortiguado ruido metálico en el otro extremo del vasto subterráneo.

—Soldados —musitó Sparhawk a Delada—. Esperemos que el hombre que los capitanea no los traiga aquí adentro a todos.

—Ciertamente —susurró Delada.

Entonces un hombre encapuchado y vestido con túnica oscura se deslizó por el umbral, escudando la llama de una vela con una mano. Después encendió el cirio de la mesa, apagó el suyo y se descubrió la cabeza.

—Debí imaginármelo —susurró Delada a Sparhawk—. Es el primado de Cimmura.

—En efecto, amigo mío, lo es.

Los soldados se acercaron, haciendo patentes esfuerzos por sofocar el tintineo de armas y armaduras, pero, en grupo, los soldados nunca han sido famosos por su sigilo.

—Ya hemos llegado lo bastante lejos —ordenó una voz conocida—. Retiraos un poco. Os llamaré si os necesito.

Al cabo de poco entró Martel. Llevaba el yelmo en la mano y su blanco pelo relucía con la luz de la vela que se derretía en la mesa frente al primado.

—Bien, Annias —dijo con voz cansina—, lo hemos intentado, pero la partida está decidida.

—¿De qué estáis hablando, Martel? —espetó Annias—. Todo está saliendo a pedir de boca.

—Hace una hora nuestra buena suerte ha sufrido un revés.

—Dejad de hablar en clave, Martel. Decidme qué está ocurriendo.

—Un ejercito marcha hacia aquí por el oeste, Annias.

—¿Esa nueva remesa de cammorianos de que me hablasteis?

—Sospecho que esos mercenarios se han convertido en picadillo estas alturas, Annias. —Martel se desabrochó el cinto de la espada—. Detesto anunciároslo así a bocajarro, viejo amigo, pero ése es el ejercito de Wargun. Se extiende más allá de donde alcanza la vista.

A Sparhawk le saltó el corazón en el pecho de alborozo.

—¿Wargun? —gritó Annias—. Dijisteis que lo habíais dejado todo bien atado para que no llegara a Chyrellos.

—Así lo creí, viejo amigo, pero de algún modo alguien ha conseguido avisarle.

—¿Su ejército es más numeroso que el nuestro? —Martel se dejó caer en la silla con gesto fatigado.

—Dios, qué cansado estoy —confesó—. Llevo dos días sin dormir. ¿Decíais?

—¿Tiene Wargun más hombres que nosotros?

—Oh, sí. Podría acabar conmigo en pocas horas. Me parece que no debemos esperarlo. Mi único motivo de preocupación es cuánto va a tardar Sparhawk en matarme. A pesar de su mala catadura, Sparhawk es una persona bondadosa y estoy seguro de que me liquidaría de una forma rápida. Estoy realmente decepcionado con Perraine. Pensé que lograría hacer desaparecer para siempre de mi camino a mi antiguo hermano. Qué se le va a hacer. Ydra pagará por su fracaso, supongo. Como decía, Sparhawk seguramente me enviaría a la tumba en menos de un minuto. Él es mejor espadachín que yo. Vos, sin embargo, tenéis más candentes motivos de inquietud. Lycheas me ha contado que Ehlana quiere que le presenten vuestra cabeza en una bandeja. En cierta ocasión pude verle la cara en Cimmura justo después de la muerte de su padre y antes de que la envenenarais. Sparhawk es clemente, pero Ehlana tiene el corazón de piedra, y os odia. Hasta puede que decidiera arrancaros la cabeza con sus propias manos. Es una muchacha muy delgada y tal vez tardaría medio día en desgarraros el cuello.

—Pero estamos tan cerca… —se lamentó Annias con angustiada frustración—. El trono del archiprelado se encuentra casi al alcance de mi mano.

—Es mejor que lo soltéis entonces. Sería una carga muy pesada cuando corráis para salvar la vida. Arissa y Lycheas están en mi pabellón haciendo ya el equipaje, pero vos no tendréis tiempo para tales menesteres, me temo. Os iréis directamente desde aquí, conmigo. Quiero que os quede bien clara una cosa, Annias. No voy a esperaros, ni una sola vez. Si comenzáis a rezagaros, os dejaré atrás.

—Hay cosas que debo llevarme, Martel.

—No lo dudo. Yo mismo podría mencionar unas cuantas: vuestra cabeza, por ejemplo, pues Lycheas me cuenta que al gorila rubio que va con Sparhawk le han entrado unas ganas desmedidas de ahorcar a la gente. Conozco lo bastante bien a Kalten como para darme cuenta de su torpeza. Es casi seguro que cometería una pifia, y ser invitado de honor de un ahorcamiento chapucero no es la idea que yo tengo sobre como pasar una tarde agradable.

—¿Cuantos hombres habéis traído aquí al sótano? —preguntó Annias con voz temerosa.

—Unos cien.

—¿Estáis loco? Estamos justo en medio de un campamento de caballeros de la Iglesia.

—Se os esta empezando a notar la cobardía, Annias —observó con palpable desdén Martel—. Este acueducto no es muy ancho. ¿Querrías tener que trepar por él en compañía de un millar de bien armados mercenarios cuando llegue el momento de correr?

—¿Correr? ¿Adonde podemos correr? ¿Adonde podemos dirigirnos?

—¿Adonde si no? Nos vamos a Zemoch. Otha nos protegerá. El coronel Delada aspiró, emitiendo un quedo siseo.

—No hagáis ruido —murmuró Sparhawk.

Martel se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro de la cámara, reflejando en su cara la rojiza luz de la vela.

—Intentad seguir mi razonamiento, Annias —indicó—. Vos envenenasteis a Ehlana con darestim, y el darestim es siempre fatal. No existe ninguna cura y la magia ordinaria no habría podido neutralizar sus efectos. Lo sé porque fui introducido en las artes mágicas por la propia Sephrenia.

—¡Esa bruja estiria! —exclamó Annias, comprimiendo las mandíbulas. Martel lo agarró por la pechera y lo levantó un palmo de la silla.

—Tened cuidado con lo que decís, Annias —le advirtió Martel, apretando los dientes—. No insultéis a mi pequeña madre o desearéis que sea Sparhawk el que os dé alcance. Como os decía, él es básicamente una persona de buena disposición. Yo no. Puedo haceros cosas que a Sparhawk jamás se le ocurrirían.

—¿No seguiréis conservando afecto hacia ella?

—Eso es asunto mío, Annias. Prosigamos pues. Puesto que sólo la magia habría sido capaz de curar a la reina y la magia ordinaria se habría revelado impotente ante el darestim, ¿qué nos queda?

—¿El Bhelliom? —adivinó Annias, alisando con la mano las arrugas que el puño de Martel había dejado en la parte delantera de su hábito.

—Correcto. Sparhawk ha conseguido hacerse con él. Lo utilizó para sanar a Ehlana y es más que probable que todavía lo tenga en su poder porque el Bhelliom no es del tipo de cosas que se dejan por ahí a la ligera. Mandaré a los rendoreños a derribar los puentes del río Arruk, lo cual retrasará un poco a Wargun y nos dará cierto margen para escapar. Lo mejor será ir en dirección norte un buen trecho y apartarnos de la zona principal de batalla antes de girar hacia el este rumbo a Zemoch. —Sonrió sin alegría—. De cualquier forma, Wargun siempre ha querido exterminar a los rendoreños. Si los envío a destruir los puentes, tendrá su oportunidad, y Dios sabe que no seré yo quien los eche de menos. Ordenaré al resto de las tropas que hagan frente a Wargun en la orilla oriental del río. Se enzarzarán en un espléndido combate… que podría incluso durar un par de horas antes de que los extermine a todos. Ése será aproximadamente el tiempo de que dispondremos vos, yo y nuestros amigos para largarnos de este lugar. Podemos dar por seguro que Sparhawk nos seguirá y que, a no dudarlo, llevará consigo el Bhelliom.

—¿Cómo lo sabemos? Sólo son suposiciones, Martel.

—¿Queréis decir que habéis tenido contacto tantos años con Sparhawk y no habéis llegado a conocerlo? No es mi intención insultaros, viejo amigo, pero sois un perfecto idiota, ¿lo sabíais? Otha tiene agrupadas sus fuerzas en Lamorkand Oriental y emprenderá el avance hacia Eosia Occidental en cuestión de días. Sacrificará cuanto se presenté a su paso: hombres, mujeres, niños, ganado, perros, animales salvajes, peces incluso. La prevención es la obligación principal de los caballeros de la Iglesia, y Sparhawk es el prototipo de caballero que se pretendía conseguir con la fundación de las cuatro órdenes. Es todo deber, honor y resolución implacable. Daría mi alma por ser un hombre como Sparhawk. Él tiene en sus manos la única cosa capaz de dejar a Otha fuera de combate. ¿Creéis que existe algo en el mundo que fuera a impedirle llevar el Bhelliom con él? Usad la cabeza, Annias.

—¿De qué nos va a servir huir si sabemos que Sparhawk va a venir pisándonos los talones con el Bhelliom en las manos? Borrará a Otha del mapa y a nosotros con él.

—Es harto improbable. Sparhawk es moderadamente formidable, pero no es un dios. Azash sí lo es, en cambio, y viene codiciando el Bhelliom desde antes del inicio del tiempo. Sparhawk nos perseguirá, y Azash estará esperándolo. Azash lo destruirá para arrebatarle el Bhelliom. Entonces Otha invadirá Occidente y, puesto que le hemos prestado un servicio de tal magnitud, nos recompensará con creces. A vos os pondrá en el trono del archiprelado y a mí me concederá la corona del reino que yo elija…, tal vez incluso de todos. Otha ha ido perdiendo el gusto por el poder en el transcurso del último milenio. Incluso accederé a situar a Lycheas como regente o aun como rey de Elenia, si así lo deseáis, aunque por más que me estruje el cerebro no encontraría un motivo para alentar ese deseo. Vuestro hijo es un gimoteante cretino cuya sola visión me produce náuseas. ¿Por qué no hacéis que lo estrangulen y luego vos y Arissa volvéis a intentarlo? Si os concentráis en ello, podríais incluso engendrar un verdadero ser humano en vez de una anguila.

Sparhawk miró alrededor, estremecido por una súbita sensación de frío. Aun cuando no pudiera verlo, supo que el sombrío vigilante que lo había seguido desde la cueva de Ghwerig se hallaba en algún punto de la habitación. ¿Sería acaso posible que la mera mención del nombre del Bhelliom bastara para invocarlo?

—¿Pero cómo sabemos que Sparhawk va a estar en condiciones de perseguirnos? —objetaba Annias—. Ignora nuestros tratos con Otha, de modo que no tendrá la más mínima noción de adonde nos dirigimos.

—Sois un ingenuo, Annias. —Martel exhaló una carcajada—. Sephrenia puede escuchar una conversación mantenida a una distancia de cerca de diez kilómetros y puede hacer que otra persona que este en la misma habitación que ella la oiga también. Y no solo eso: hay cientos de lugares en este sótano a los cuales llegan las voces desde esta cámara. Creedme, Annias, de una forma u otra, Sparhawk está escuchándonos en este preciso momento. —Hizo una pausa—. ¿No es cierto, Sparhawk? —añadió.