Todos conversaban entre sí. La gaita zuliana se mezclaba con las risas que abrazaban a Canela, agradeciendo aquella reunión. Josué estaba contento y bebía poco, controlando su ímpetu por hacerlo de otras formas. Y la tregua entre Aragón y él, dio resultado para crear un ambiente de total calma y paz. Nereida también se unió a ese tratado de buenaventura, acercándose al grupo que formaba Fedra junto a Carmen y Manuel; para bailar, brindar y beber cervezas frías y cantar a viva voz, las notas de cada canción que se supieran.
Faustina estaba en la cocina probando en cortos bocados, la torta sobre la encimera.
— Deja eso así, Fau. Que te estoy viendo…— la regañaba su hermano, quien había entrado por la puerta trasera de la casa de Josué, dándose cuenta de los planes de la jovencita.
— Al final, todos se la van a comer y a mí siempre me tocará la porción más pequeña del pastel.
Carlos puso los ojos en blanco:
— Vete a bailar, anda.
En ese momento, Canela se acercó junto a Aragón para reírse de ambos hermanos discutiendo por la torta. Faustina sacó una cámara fotográfica e hizo que los tres se acomodaran para que salieran retratados.
— ¡Ahhh! — el gritico de Faustina casi deja sordos a los presentes. — ¡Quedó hermosa la foto! ¡Miren! — Todos se acercaron a la cámara y rieron al verse.
Al cabo de un buen rato, se encontraban todos juntos en la sala-bar de la casa, muy contentos y relajados cuando Aragón pidió un permiso para ir al baño. Antes de irse, él le dio una mirada a su madre y ésta imperceptiblemente, asintió con la cabeza. Para Canela, aquello no pasó desapercibido. Pero su tía Carmen la distrajo llamando su atención con un tema cualquiera.
Pasaron tan solo unos minutos cuando de pronto, se abrió la puerta trasera de la casa. En ese instante, todos los presentes escucharon las notas fuertes de un violín, penetrando cada rincón de aquel hogar…
— Oh, Dios…— susurró Canela.
Ella se levantó de un salto y dirigió la mirada hacia la música. Vio entonces, a un señor a quien ella no conocía, tocando Luna de Margarita de Simón Díaz, en un hermoso violín. Tocaba con maestría, poniéndole la piel de gallina. Detrás de él, con una hermosa y grande sonrisa, venía Aragón...
— ¡Oh, por Dios! — repitió Canela, con la boca abierta y estática por no creer lo que veía.
Romer se acercó a ella lentamente y clavó su mirada en los ojos de su novia. Tarareaba la canción a modo de karaoke, intentando que solo la escuchara ella, mientras el violín tocaba y tocaba la increíble canción venezolana.
— Hace años escuché esa canción, y me enamoré de las notas— dijo Romer. —Mi madre la canta muy bien, de hecho.
En ese instante, la voz melodiosa de Fedra caló en los corazones de los presentes:
— «Luna, de Margarita es… Cómo tu luz, cómo tu voz, cómo tu amor…»
Canela escuchaba anonadada y miraba los ojos llorosos de Aragón.
— Siento que no hay mejor momento en mi vida, en nuestra vida, para pedirte esto…
Romer metió las manos en los bolsillos de su pantalón, y sacó una caja azul oscuro de terciopelo. Canela en el acto, se cubrió la boca con las manos. Vio con mucha claridad, como Romer acomodó una rodilla sobre el piso:
— Canela…— Romer hizo una pequeña pausa para calmarse y no estropearlo. —Quiero estar contigo por el resto de mi vida, y me encantaría con todo mi extraño, pero enamorado corazón, que tú también lo quieras.
La voz de él se quebró un poco al decir aquello:
— Romer…— ella susurró.
— Tuve miedo de perderte por mis desvaríos. Por mi laberinto perdido y ¡por la vida misma! Tuve…— él tomó un sorbo de aire. —Tuve el placer de conocerte, de acercarme a ti y ver cómo es tu alma, cómo eres en lo más profundo. Y todo lo que tú guardas allí para mí y para el mundo, es tan especial... Yo sería un tonto si no te pidiera ahora mismo, delante de todas las personas que amas, en este momento de nuestras vidas, que te cases conmigo.
Unas dulces lágrimas rodaron por las mejillas de Canela.
— Soñé con laberintos sin salida. Sin entender que tú eras la puerta. Yo encontré un rumbo, Canela. ¡Lo juro! Y juro aquí, ante todos y ante un Dios en el que antes no creía, que yo seré tus brazos y seré tus ojos para que juntos, encontremos la luz.
Canela movió su cabeza…
— Cásate conmigo…— Ella movía su cabeza, asintiendo. —Cásate conmigo, preciosa.
Ella se acercó a él y le indicó que se pusiera de pie. Lo miró a los ojos a esa altura, la que a ella le encantaba enaltecer, y pudo tan siquiera decir, en medio de sus lágrimas más libres:
— Sí.
Romer rio y besó sus labios, rodeándola con sus fuertes brazos, apretándola; sintiéndola más suya que nunca. El violín siguió tocando, pero Fedra ya no cantaba. ¡No podía! Porque junto a todos los demás, ella también se unió a los abrazos.