Aragón se concentró los siguientes días en el trabajo y Canela hacía lo mismo en la posada. Habían llegado otros huéspedes. Una pareja con dos niños pequeños, uno de cinco años y otro de seis, a quienes su tía Lu y ella misma, debían atender todas las tardes.
Mientras que Romer llegaba en las noches y se iba a la cama a dormir, Canela solo conseguía entablar algunos saludos corteses con él y verlo comer de prisa. Incluso, muchas veces él anunciaba que ya había cenado con otras personas y las cenas que de alguna forma ella esperaba que sucedieran, no se dieron. En alguna oportunidad, Macario y Lu la descubrían mirándolo de reojo. Eso a ellos les divertía, porque era obvio para ambos, que aquellos dos se gustaban.
El final de noviembre había llegado. La pareja huésped de la posada, se bañaba en la playa con sus hijos y Lu había salido con Macario para realizar unas diligencias. Canela se quedó arreglando las cortinas y quitando el polvo. A ella le encantaba colaborar en todo, entretenerse era más divertido que la acción en sí misma. Ocupar su cabeza en los quehaceres resultaba beneficioso. Se sentía útil y la serenidad de aquel lugar completaba el cuadro perfecto para sonreír mientras trabajaba.
Canela recordaba a esas horas del día, el dinero que su tía le pagó por adelantado pensando que lo destinaría a la inscripción de la universidad. Ya lo había decidido. Estudiaría Hotelería y Turismo y se graduaría en tan solo, dos años. Y si sacaba buenas notas, estaba segura de que en menos tiempo ya tendría todas sus materias pasadas y la graduación estaría más cerca de lo posible. Canela sentía que su vida tomaba un rumbo mucho más certero.
Yendo de habitación en habitación, pensaba en su madre y las conversaciones que tenían por larga distancia y algunas noches también, con su gran amiga Alma. Al mismo tiempo, no podía dejar de lado la tristeza en la voz de su padre cuando hablaba con él. Ella sabía que Josué estaba sufriendo por Nereida. Pero Canela no quería meterse en medio de aquella situación. Su madre como siempre había exagerado, a pesar del atraco. Pero su tía Carmen no tomó aquellas medidas tan drásticas. Así que era muy fácil pensar que aquello fue una excusa que tomó su progenitora, para separarse. Un año en los Estados Unidos ayudaron a que Canela se perdiera muchos detalles de su familia. Intentó sacarle algo a Carlos sobre la relación de sus padres. Pero el primo se desvivía en sacarle información acerca de Romer y ella. «Qué idiota» pensaba Canela. «Si él supiera lo mucho que quiero que pase algo... Y nada pasa» se lamentaba.
Entre tanto movimiento, buscó una escalera pequeña que sacó del closet ubicado al pie de la escalera, y procedió a sacudir la parte superior de las cortinas de otra habitación. Las ventanas, las paredes… todo debía estar extremadamente limpio. Se acercaban las fechas decembrinas y aquellos cuartos se llenarían de huéspedes de varias partes de Venezuela. La posada Luna de Margarita era muy humilde, pero muy conocida en Playa Varadero. Así que el asueto arrancaría con buen pie. O eso esperaban los encargados del lugar.
Con la escalera y utensilios de limpieza en mano, se detuvo frente a la habitación número 8 y al cabo de unos segundos, entró. Observó lo que había y dio un vistazo a las cosas de Romer. Automáticamente, suspiró pensando en él. Sacudió la cabeza para despistar aquello que su cabeza estaba maquinando, y procedió a sacudir las cortinas, montada en la escalerita.
Aragón se estacionó frente a la posada con su carro de alquiler y subió directamente a la otra planta, al no ver a nadie en la sala de estar. Cuando entró a su habitación, no esperó ver a Canela concentrada en la limpieza y menos, verla así vestida como estaba y muchísimo menos, cantando por lo bajo lo que parecía ser una gaita zuliana. Observó cómo le quedaba aquel short rosado ajustado alrededor de sus esbeltas piernas doradas, y cómo le cubría ese trasero paradito, uno de corazón que se bamboleaba al son de la canción que ella misma entonaba. Para más colmo, llevaba puesta una blusa de mangas cortas que llegaba apenas, al límite del short. ¿Cómo era que Lu la dejaba trabajar en esas fachas? Hermosas fachas, pensaba él. Entonces, sonrió. No lo pudo evitar:
— ¿Qué canción estás cantando?
— ¡¡¡Ah!!!
¡Susto! Su cuerpo comenzó a tambalear y un pie traicionero se salió del peldaño. Canela se resbaló…
— ¡¡¡Cuidado!!!
Canela soltó el cepillo y con ambas manos, se arreguindó a las cortinas para evitar caer a esa altura. Romer corrió para sostenerla, pero la fina tela de la cortina no aguantaría por mucho tiempo. Se hizo una brecha…
— ¡Ay, mierda! — exclamó ella.
La cortina se rasgó por completo y ambos fueron a parar al suelo, junto con el telar cayendo lentamente alrededor de los dos.
— ¡¡¡Shit!!! — gritó ella.
Cuando la caída se detuvo, la tela siguió cayendo, cubriéndolos. Aragón solo pudo abrazarla hasta lograr estabilidad sobre su espalda. Canela había caído justo encima de él y con sus brazos, intentaba retirar el montón de tela y entre más se movía, más se enredaba. Él procedió a ayudar, pero alguno de los dos debía detenerse o sino quedarían atrapados...
— ¡Quédate quieta, yo lo hago!
— Pero es que… ¡esta jodida tela es imposible!
— ¡¡¡Quédate quieta!!!
Como artista de circo, Romer logró descubrirse la cara y vio cómo ella intentaba mirar hacia todos lados, a través de la cortina. El carraspeo de garganta para evitar reírse, alertó a Canela.
— ¿Te estás riendo? ¡¡¡Ayúdame!!!
La risa se le escapó al joven sin poderla contener por más tiempo.
— ¡Es que, te vez demasiado cómica!
— ¡Esto es ridículo! No encuentro el borde de la tela...
— Aquí está, aquí está— le descubrió la cara. — ¿Estás bien? Ya puedes respirar.
Él siguió riendo mientras ella tomaba una gran bocanada de aire. Aquello, la hizo estornudar. Romer volvió a reírse a carcajadas.
— ¡Y de paso, aún tienen polvo! — exclamó Canela con la cara roja de la vergüenza. — ¡No te burles! Es decir… me caí. Eso le pasa a cualquiera.
Romer dejó caer su cabeza en el suelo temblando de la risa, hasta que Canela se unió dejándose llevar. Entre el meollo en el que estaba metida, la caída y Romer riendo, solo quería que la tragara la tierra.
— No te rías— gimió cómo pudo entre carcajadas penosas.
— Es que te asustaste…— él no paraba de reír. —Y luego te enredaste con la cortina…
— ¡Tú también te enredaste! — dijo, dándole un ligero golpe en el pecho.
— ¡Auch! — se encogió fingiendo dolor, haciendo reír aún más a la chica.
Él intentó calmarse. Colocó casi por inercia, sus brazos alrededor de la cintura de Canela. Pestañó para ponerse serio y carraspeó con la garganta:
— ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? — la pregunta vino acompañada de un ligera sobada por la espalda y los brazos.
— No. Pero…— ella giró su cabeza hacia el techo. —La cortina se rompió. ¡Mierda! Tía va a matarme.
Entonces, Canela arrugó sus labios y cubriéndose la cara, comenzó a reírse nuevamente. Romer la acompañó, mientras tocaba los hombros de Cani y deslizaba las manos por la espalda. Ella dejó caer su frente en el pecho masculino y negó con énfasis.
— No te preocupes. Le diré a la señora Lucía que fui yo.
Ella lo miró rápidamente:
— ¿Harías eso? ¿Por qué?
— Porque vi un animalito montado en la cortina y quise matarlo. Y cuando intenté hacerlo, me rodé con la tela y caí de bruces.
Ella se quedó muy quieta y poco a poco, fue regalándole una sonrisa muy genuina:
— ¿Un animalito?
— Sí. Y de seguro el señor Macario se moriría de risa con ese chiste.
Canela puso las palmas en el suelo. Una a cada lado del torso de Aragón, y miró sus ojos:
— Debemos levantarnos— dijo ella.
— ¿Por qué?
— Creo que debemos preparar el chiste en tierra firme.
Él sonrió y negó con la cabeza:
— Nunca había estado tan en tierra firme, como ahora.
Canela absorbió sus palabras dejando de sonreír. Sus ojos tomaron un brillo particular. Las manos se arrastraron por el suelo acercándose más a él, y sintió como Romer colocaba las suyas alrededor de su cara.
— Eres hermosa, Canela. Demasiado bella— él tocó sus mejillas, haciendo que ella cerrara los ojos. —Has crecido, eres toda una mujer.
Ella tragó grueso antes de hablar:
— Romer… Tú eres…
— Sí, yo sé. Trabajo para tu padre— él logró apartarla y erguirse un poco.
— No… es decir, sí. Bueno, es que... Solo te conozco desde hace muy poco tiempo.
Él relajó su cuerpo con un suspiro y la ayudó a levantarse del todo. Ambos miraron las cortinas, pero las risas pletóricas ya no se encontraban por ningún lado. Sin embargo, Canela arrugó los labios en una mueca de alegría, pero no podía imitar jamás la sonrisa de medio lado de Aragón.
— Debo arreglar todo esto. Buscaré otra cortina para que en la noche no te entre tanta luz.
— No te preocupes por eso. Siempre duermo con algo de claridad.
Ella asintió. Se hizo un silencio incómodo.
— ¿Sabes qué? — él se acercó a ella. —Déjame invitarte a salir. Así te despejas. Comemos fuera y al mismo tiempo, me enseñas la ciudad.
Ella frunció las cejas y los labios, pero estaba contenta:
— ¿Seguro? Tampoco es que conozca mucho Pampatar.
— Más que yo, sí. Estoy seguro. Igual, podemos conocerla juntos.
Ella se lo quedó mirando por un momento con la comisura de sus labios arrugados a un lado de la cara. Se mordió un carrillo, lo pensó detenidamente. ¡Qué va! Estaba loca por decir que sí. Chasqueó con la lengua:
— Está bien. Vamos. ¿Te parece bien a las seis?
Él sonrió pletórico:
— A las seis te espero abajo.
***
Romer y Canela se dirigieron a un restaurante de comida rápida, que quedaba entre la Avenida Aldonza Manrique y la Avenida Bolívar. Ambos estaban hambrientos y se pusieron de acuerdo en no querer esperar demasiado por un plato de comida. Así que, ubicaron una mesa al fondo del restaurant, y comenzaron a engullir unas suculentas hamburguesas de carne, con papas fritas y refresco.
Canela le contó sobre sus deseos de estudiar Hotelería y Turismo en la isla. Gracias a los contactos de su tía, se inscribiría en enero y sin exámenes previos, lograría empezar las clases lo más pronto posible. Aragón le contó cómo comenzó a trabajar con Josué Mendoza. Canela estaba asombrada por la sencillez que él demostraba. Escuchando las historias de Mérida cuando vendía fresas para el jefe de su madre… le era imposible imaginarlo en ese trabajo. Ella había visto muy poco de él. Pero sabía que poseía bienes, que le gustaban las cosas buenas y que daba la talla siendo el administrador de Lácteos del Lago. Ahora, mirándolo mientras le contaba retazos de su vida, entendía que Romer no era un adulto arrogante o demasiado señorial. Sino que se trataba de un joven igual que ella, con sueños y aspiraciones como cualquier muchacho de su edad:
— ¿Y eres solo tu mamá y tú? — preguntó ella.
— Básicamente. También tengo una medio hermana.
— ¿Sí? ¿De parte de madre o de padre?
Él sonrió:
— De ninguno de los dos— tomó un poco de refresco. —Ella se crió conmigo.
Canela masticó un trozo de hamburguesa y tragó rápidamente:
— Y ¿cómo fue eso?
— Bueno…— Aragón suspiró. —Ella llegó siendo una niña…bueno, no tan demasiado niña, a la hacienda donde vivíamos. Y desde ese entonces, se quedó con nosotros.
— ¿En serio? Pero, ¿y sus padres?
— Nunca supimos de ellos. Mi madre siempre sospechó de una señora en Mérida. Que quizás podría ser su mamá. Pero, no importaba. Por lo menos a mi madre no le importaba. Dina necesitaba que la cuidaran, y terminamos adaptándonos.
Canela asintió bien atenta, absorbiendo refresco por su pitillo:
— Dina. ¿Así se llama? Es un lindo nombre.
Él se encogió de hombros:
— Normal. Tampoco es para tanto.
Romer bajó la cabeza para engullir algunas papas. Canela lo observó con los ojos entrecerrados:
— Ella no te gusta.
— ¿Cómo?
— Quiero decir… que ella no te cae bien.
Romer la miró. Su engranaje funcionaba pero no sabía muy bien qué decir.
— ¿La quieres?
— ¿Qué?
— A ella. A Dina. ¿La quieres?
Él esperó para contestar:
— Sí. Bueno, ha estado conmigo casi toda mi vida.
— ¿Aún vive con tu mamá?
Él negó con la cabeza. Canela entendió que por algún motivo, él no quería seguir hablando de eso. Sin embargo, él agregó:
— Vive en mi mismo edificio.
Ella alzó las cejas comprendiendo, y asintió.
— Cuéntame de Nueva York— dijo él para cambiar de tema.
Canela rio de forma irónica:
— No hay mucho que contar. Fui a estudiar inglés allí y conocí a mi mejor amiga.
— Cuéntame...
Canela se puso seria.
— De tu amiga— completó Aragón.
Ella suspiró con una sonrisa en los labios:
— Pues, Alma es increíble. Es mayor que yo. Creo que tiene tu edad, o algo así… ¡No! No, ella es mayor que tú.
— Oye, no soy tan mayor.
— No, es verdad— ella se rio. —La verdad es que no lo eres, cierto— siguió sonriendo.
— ¿Es nativa, de los Estados Unidos?
— Nop. Es mexicana— respondió Canela. —Es una rubia despampanante con un temperamento increíble.
Ambos se rieron.
— De seguro debe ser una excelente persona si se hizo tu mejor amiga.
Canela lo miró con una sonrisa y su cara tomó un color rojizo:
— Gracias por pensar así.
— ¿Y no la extrañas? Como no quieres volver más a Nueva York...
Canela cambió la sonrisa por seriedad:
— Bueno… hay lugares de los que uno se cansa.
Él asintió lentamente y dejó el tema como estaba. Sintió su teléfono vibrar y vio que se trataba de Carlos.
— Es tu primo. Debo contestar, de seguro es algo del trabajo. Permiso…
— Claro.
Cuando Romer se levantó de su asiento, Canela puso cara de circunstancias. Imaginó la cara de Carlos cuando se enterara de que estaban juntos, cenando, en algún lugar de la ciudad, solos. Así que sonrió para luego reír intermitentemente. Le fascinaría verle la cara a su primo. Esperó que Aragón terminara la llamada mientras seguía acabando su comida y bebiendo de su refresco. Viendo la gente entrar y salir del lugar, y dándose cuenta de que su plato estaba ya vacío y casi no quedaban siquiera hielos en el vaso, Canela se extrañó de lo larga que estaba resultando ser la llamada.
— ¿Estás listas? Ya pagué la cuenta.
Ella alzó la cara para mirarlo, sorprendida.
— Sí, ya podemos irnos— respondió.
Se levantó y salieron rumbo a la posada. En el camino, Romer iba callado. Demasiado para el gusto de Canela.
— ¿Pasó algo malo en el trabajo?
Él negó con la cabeza, haciendo una mueca con la boca para que no le diera importancia.
— No. Es que Carlos a veces se pone algo pesado.
— Totalmente cierto— Canela se dejó caer en el asiento. —Demasiado pesado.
Él carraspeó con la garganta:
— Canela, ¿Carlos viajó en una oportunidad a Nueva York para visitarte?
Ella ladeó la cabeza con sorpresa y poder mirarlo mientras él manejaba:
— Sí. Claro. En sus vacaciones pasadas.
Romer asintió lentamente con el ceño fruncido. Cuando llegaron a la posada, ella le pidió que estacionara por el lado de la playa. Él accedió, aún con la llamada de Carlos en su cabeza. No se había dado cuenta de las intenciones de Canela.
— Quiero nadar un poco. La piscina está en mantenimiento y me provoca darme un chapuzón.
— ¿Cómo? ¿Qué?
— ¡Nave en la tierra llamando a Aragón, Nave en la tierra llamando…! Has estado súper distraído en todo el camino. De verdad, dime. ¿Pasó algo malo con Carlos?
— No, hey.... Disculpa. No me siento muy bien. Voy a recostarme un rato, ¿no hay problema?
Él apagó el carro y ella se quedó quieta, mirándolo:
— Sí. Es decir, no hay problema. Yo iré a bañarme un rato, como te había dicho.
Él asintió:
— Me encantó comer contigo, Canela. Eres muy agradable.
Ella intentó no demostrar la decepción en su cara de que la noche se terminara tan deprisa. Le agradeció por la invitación mientras se bajaban del vehículo. De esa forma, él subió hasta su habitación, y Canela se quedó en la terraza, sentada bufando en una tumbona, aburrida y pensando en lo extraño que resultó el final de la cita. De pronto, vio como Macario atravesaba la sala:
— Macario... ¿Crees que es bueno que me bañe ahorita en la playa?
— ¿Qué? Canelita, estás loca si crees que puedes bañarte ahorita en esas aguas. Están picadas y es final de mes. ¡Es de mala suerte!
Ella arrugó la cara:
— ¡¿Qué dices?!
— Que sí, que te lo digo yo. Un día me bañé en la noche al final de un mes y terminé en un hospital con una neumonía de los mil demonios.
Canela rio. Macario estaba logrando despejar todas sus dudas y aburrimiento:
— ¿No será que te resfriaste por haberte bañado en la noche, Macario?
— Ya empiezas con tu humor carente de misticismo. Que estas aguas son poderosas. ¡Que no te enteras de nada! Ni tú y tu tía tampoco. Además, la piscina ya está lista.
— ¿Ya? Ahhh, pero yo pensaba que no.
— Pues, sí. Vete a dar unos nados en la piscinita. Te hará bien. Las luces de abajo están prendidas y el agua está tibiecita.
Canela dio unas palmadas de alegría y se dirigió corriendo al patio. Un rincón que para acceder a él, había que atravesar una puerta de vidrio que colindaba con la puerta de entrada y el lobby. Vio que era todo cierto. ¡La piscina estaba lista! Y la adoraba…
— ¡Perfecto! — dijo dando un saltico y corriendo escaleras arriba.
***
Romer estaba celoso. Y estaba seguro, demasiado seguro de que Carlos y Canela habían tenido algo en Nueva York. La forma en la que le habló en esa absurda llamada, exigiéndole que la dejara tranquila…"Yo sé de lo que hablo. Ella no la pasó bien en USA y ahora, no la pasará mal otra vez por tu culpa. Yo mismo lo vi cuando la fui a visitar".
Romer apretó los dientes, muy molesto. «Es su prima, por Dios del cielo» pensaba. Y de su cabeza comenzaban a surgir una serie de interrogantes que lo desequilibraban. Para más inri, Carlos estaba decidido arruinarle la noche hablándole de Dina y sus locuras. Era preferible que le contara alguna mala noticia sobre el galpón, que traer a colación todos los males de su vida, en ese preciso momento. Y menos, estando muy bien acompañado.
Mientras se dirigía al baño para lograr despejar la mente, escuchó a través de la ventanita, un chapuzón de lo que parecía ser una alberca. Cierto, esta posada tiene una y le extrañó que estuviese abierta. La pequeña ventana estaba muy alta, casi pegada al techo. Se subió en el inodoro para asomarse y de reojo pudo ver a alguien nadando en ella. Acomodándose para divisar mejor, vio un vestido conocido arrojado encima de una tumbona. Entrecerró los ojos y separó los labios con una especie de sonrisa. Se bajó de allí y salió del baño.
Era Canela.
Romer caminó hasta al patio y pudo verla nadando de un extremo a otro en la piscina. Parecía que cargaba un traje de baño rojo, y se veía que nadaba muy bien. Parecía toda una experta dando brazadas y moviendo sus pies y su trasero… cambiando los estilos de nado. Él miró alrededor. No conocía esa parte de la posada. Vio que el lugar estaba un poco descuidado, pero permanecía limpio. Algunas paredes estaban cubiertas por plantas enredaderas y la iluminación era tenue y perfecta, para no molestar demasiado. Miró su reloj, eran las 8:00pm y le extrañó que ni Lucía y tampoco Macario, estuviesen dando guerra en la cocina. Los otros huéspedes tampoco se divisaban por allí; así que el silencio regalaba un momento de paz a aquellas horas. Recostó su cuerpo a una pared con los brazos cruzados, esperando que ella se diera cuenta que tenía compañía. No tardó mucho para que eso sucediera.
— ¡Mira! ¡La piscina está arreglada!— dijo ella, al sacar su cabeza del agua.
Él sonrió:
— Sí, ya me doy cuenta.
— ¿Te sientes mejor? — preguntó, acercándose a la orilla y colocando sus brazos sobre el borde de la pileta.
— Sí. Mucho mejor.
— ¿Quieres nadar?
El frunció sus labios:
— Más tarde.
Ella sonrió y se zambulló de nuevo en el agua. El hombre tomó la tela que estaba sobre la tumbona, dándose cuenta de que no se trababa del vestido que cargaba puesto hace un rato. El color, el cual era exactamente igual, le había confundido. Rojo. Rojo borgoña, rojo intenso. Un color que podría o no pegar con la joven, pensó. Lo colocó en otra tumbona y se sentó. Buscó la toalla y la puso en su regazo, esperando que saliera para secarse.
— Uff, el agua está riquísima. Está tibia…— dijo con un gemido de satisfacción. —Deberías aprovecharla.
Él negó. Ella volvía a apoyarse en la orilla de la alberca.
—Bueno, conste que lo intenté. Ya he dado unas cuantas brazadas, ¿Qué hora es?
— 8:30.
Canela nadó hasta la escalera y se propuso a salir del agua.
La boca de Aragón se secó de inmediato. ¡Dios santísimo de todo el sacramento! Efectivamente, Canela cargaba puesto un bikini rojo, rojo, rojo... Le quedaba a la perfección y dejaba que la piel dorada se le viera traslúcida. Y la bendita iluminación le daba un aura de sirena peligrosa. Joven, bella, hermosa y peligrosa. Algunas bocanadas de aire se le escaparon de su boca, y tuvo que acomodarse los pantalones de inmediato.
— ¿Me pasas la toalla? — pidió ella.
Las uñas de los pies de Canela estaban pintadas de un rosado muy claro. Los tobillos eran gruesos y los muslos fuertes y delicados. Se percató de lo pequeño que era el bikini, bordeando su abdomen plano con un ombligo apetecible, cubierto de gotas por doquier. Subió más la mirada y contempló el tamaño de sus senos. No eran tan pequeños. Se veían pesados y rellenos. Apretó los dientes por el pensamiento que se le vino a la cabeza. Si tuviese algún poder, sería el mental. Definitivamente…
— Romer… la toalla.
Él se levantó y en vez de dársela, se posicionó detrás de ella y la cubrió con la tela:
— Debes tener frío— dijo él.
La joven comenzó a secarse y se apartó un poco, para buscar el pareo:
— No mucho. Esta zona está construida para mantenerse cálida. A menos que llueva, claro.
Cuando ella se agachó para tomar la tela, Aragón abrió la boca y decidió que definitivamente, esa noche no se bañaría en aguas tibias, sino frías. Canela se sentó en la tumbona donde estaba su ropa y procedió a secarse las piernas y el cabello. Él se colocó frente a ella en otra larga silla, con las piernas abiertas y los codos en las rodillas. Así era mejor, más cómodo. ¡Sí señor! Necesitaba despejar su cuerpo y mente.
— Canela…
— ¿Mmm?
Él se inclinó hacia adelante:
— ¿Qué pasó en Nueva York?
Ella detuvo todo movimiento y se puso seria. Entrecerró los ojos y luego, inició de nuevo el proceso de secado:
— Carlos y tú son muy amigos, ¿verdad? — preguntó ella.
— Sí.
Ella se mordió los labios:
— ¿Qué te contó?
Romer negó con la cabeza lentamente, mirándola; comiéndosela con la mirada:
— Nada, en verdad… solo que fue de visita. Lo mismo que tú me contaste. Pero, me dijo que la pasaste mal allá. ¿Qué pasó?
Canela dejó todo lo que estaba haciendo y cambió la expresión:
— Estuve sola un año en una ciudad desconocida. Siempre estaba nerviosa y…— ella bajó la cara. —No tengo por qué decirte nada, la verdad. Dile a Carlos que te cuente, si son tan amigos.
Él analizó las palabras:
— ¿Te hicieron daño?
— Aragón, no quiero hablar de eso.
Él colocó sus manos hacia atrás sosteniéndose con la tumbona. Suspiró, se estiró y se resignó:
— Está bien. Pero puedes confiar en mí. Espero que lo hagas, ya que Carlos no me cuenta nada.
— La verdad…— ella exhaló. —Mira, él no va a contarte nada porque, primero: no tiene por qué hacerlo. Segundo, él cree saberlo todo y no sabe nada. Y tercero, es mi vida privada. Cosa que agradezco que tanto él como tú, dejen quieta.
Romer estaba sorprendido de ver cómo protegía tanto un secreto, de aquella forma tan celosa y bien cuidada. Algo malo había pasado, otra cosa que aseguraba. Y le rogaba a Dios que Carlos no tuviese nada que ver:
— No te molestaré con ese asunto. Te respeto y para mí eres alguien muy importante…
— Solo soy la hija del jefe, Romer— interrumpió.
— No solo eso Canela. Más allá de eso… tú me gustas.
Canela lo miró. Le sorprendió lo directo que fue aquella frase. Clavó su mirada en sus ojos y se dio cuenta que nadaba en aguas oscuras: aquellos pozos que tenía Aragón en su rostro. Y lo que sintió después, fue temerosamente divino. ¡No! Era mejor que no… Apartó la mirada:
— Debo acostarme, Romer. Estoy cansada.
Él asintió con un suspiro:
— Te acompaño.
Ambos caminaron uno al lado del otro, siguiéndose, mientras cerraban las puertas de vidrio y apagaban las luces de la piscina; mientras subían las escaleras y se posicionaban frente a la habitación de Canela.
— Bueno…— ella suspiró. —Gracias por traerme a casa, caballero.
Él sonrió con los labios pegados:
— De nada, señorita— le ofreció la mano. —Tregua. No quiero que existan molestias entre nosotros—. Ella tomó su mano, apretándola. —Por lo que veo, ambos tenemos cosas de las que preferimos hablar poco. Creo que eso es normal.
Ella asintió:
— Exactamente— pudo decir.
Romer no soltó su mano. En cambio, la acercó un poco hacia él. Muy lentamente:
— Duerme bien, Canela— apretó los labios en una línea fina.
— Igualmente, Romer— dijo, acercándose un poco más.
Él inclinó su rostro al de ella, a tan solo un respiro de su boca:
— Descansa Canela.
Ella tragó grueso para calmar su respiración:
— Duerme bien, Aragón.
Él miró sus labios, estaban allí, cercanos. Sus brazos se fueron solos, hasta rodearla:
— Canela…
Ella abrió la boca para tomar aire pero de forma súbita, los labios de Aragón chocaron con los de ella. Y el aire que tomaría se convirtió en explosión. Romer la sostuvo fuerte, acariciándola, saboreando su lengua, sus tiernos labios carnosos. ¡Un beso que comía y devoraba! Beso… Romer la estaba matando con aquel beso. Y Romer disfrutaba cada movimiento. El trasero firme y apetitoso, se mezcló con el deseo de aquellas manos varoniles que querían poseerlo. Ellos se besaron abiertamente, sin detenimientos, sin interrupciones. Adiós todo el prejuicio insípido de quienes eran. La tela del pareo y la toalla que la cubrían, cayeron al suelo bordeando sus pies para cederle el trabajo a él de cubrirla con su fuerte, alto y cálido cuerpo. Se separaron por un instante para tomar aire y se miraron; con los ojos bien abiertos para no perderse nada. Y sin pensarlo dos veces, volvieron a besarse dejando correr todas las ganas que venían acumulando desde Maracaibo. El beso tomó fuerza y Romer la llevó hasta la madera de la puerta. Levantó una de sus piernas arrastrando la palma por toda su longitud, y Canela se sostuvo con el otro pie y una mano sobre el picaporte. El cual se giró.
El beso se rompió por un momento al escuchar el click de la cerradura. Sus respiraciones eran la constancia del nivel de deseo que les rodeaba:
— ¿Quieres que entre? — preguntó él con la voz acelerada.
Ella mordió sus labios y en respuesta, dijo:
— Sí.