— ¡Dios mío! ¡Qué bueno está esto! — batuqueó las caderas una preciosa mujer de pelo algo corto y castaño, con la melodía de Corona14 y su Rhythm Of The Night15 —No conocía esa canción. ¡Es espectacular!
— ¡¿No conocías esa canción?! — quien había dicho eso, miró hacia abajo y vio que la mujer no estaba haciendo su trabajo. — ¡Vamos pues! Dale rápido...
— Es que no puedo hacerlo rápido, Carlos. Te calmas…
— ¿Qué me calme? ¡¿Qué me calme?! Mira la hora, Dina…
Ella soltó una risa ahogada:
— Culpa total de Romer, que no te llamó temprano.
— ¡Claro que no lo hizo! Cada vez que viaja, siempre llega primero que todos y no sé cómo. Hace que los demás parezcamos impuntuales— dijo el hombre, riendo.
— Es que… eres un impuntual.
— Cállate. Dame, dame un poquito…
Dina esnifó algo de forma teatral sobre la encimera del baño y lentamente, subió la cabeza acercando su boca a la de Carlos, para darle desde esa cavidad mojada y revoltosa, un poco del sabor de lo que había probado hace unos minutos. Una cosa a la cual ella llamaba "desayuno":
— ¿Te gusta? — preguntó la fémina.
— Esa salió buena. ¿Dónde la compraste?
— Del mismo lugar de siempre y de la misma forma— informó Dina, encogiéndose de hombros.
— Sí, claro... ¡Hey! ¿Vas a terminar de hacerme la corbata o no?
— Ya deja el drama, Carlos. Yo sé que vas tarde, pero ahora te aguantas— Dina desató la corbata nuevamente y recordando por fin cómo se hacía, la armó en segundos. — ¡Ya!
Carlos arrugó los labios hacia abajo y alzando las cejas, se miró en el espejo:
— ¿Ya? — preguntó, moviendo el cuello mientras se acomodaba el nudo.
— Sí. Listo. Vete—. Dina sacudió las manos y se dirigió a la sala, para manipular el equipo de sonido con intención de repetir la canción. —Ahhhh, ¡me encanta!
— Bájale volumen a eso, Dina. Aquí los vecinos se quejan.
Ella chasqueó la lengua con fastidio. Carlos negó con la cabeza y salió de prisa del apartamento de la mujer. Luego caminó, o mejor dicho, trotó y hasta corrió… hacia el estacionamiento, revisando el celular y sacando las llaves del carro:
— Este pedazo de maricón no me ha llamado. ¡Yo sabía!
Carlos Mendoza era el sobrino de Josué, y el encargado de todos y cada uno de los proveedores de la empresa que su tío manejaba. Josué no quería desde un principio que su gran negocio, se convirtiera en una "empresa familiar". Pero tuvo que reconocer que Carlos era bueno en lo que hacía. Exceptuando la impuntualidad, lo extravagante y lo mujeriego, Carlos era muy buen negociador; el magnate mayor y veraz de los contratos de compra y venta. Aún era muy joven, pero destilaba un futuro brillante y ¿qué mejor para Josué, que probarlo en la empresa que permitía una buena vida para su familia?
Carlos se montó en el vehículo y de dirigió a toda prisa hasta el galpón de su tío, sorteando el incomprensible tráfico de noviembre. Mientras manejaba, alzó el StarTac17 y marcó el discado de búsqueda rápida:
— ¡Hijo de la gran...!
— Hola Carlucho. Me alegra mucho saber de ti.
— ¡Me ibas a llamar! Me ibas a llamar y conste que me debes una buena.
— Comienza por saludar, Carlos…— dijo la voz al otro lado. —Luego llega, tómate un café... Josué te está esperando.
Carlos se mojó los labios con rabia:
— ¡Espérame afuera que te voy a dar tu merecido!
— ¿Todavía te quedan energías?
— Cállate y... ¡Mierda! ¡¡¡Bruto!!! — Le gritó al chofer de un colectivo, que había frenado de repente— Romer se reía al otro lado de la línea. — ¿Ya llegaron los proveedores?
— Sí. Tienen una hora aquí— respondió el administrador.
— ¡¿Qué?! — con esa información, el sobrino de Josué luego de otras malas palabras dichas en susurros, aceleró un poco más. En menos de 15 minutos, Carlos le lanzaba las llaves al vigilante, quien puso los ojos en blanco; «Este no es mi día» pensó el encargado de la garita.
— Buenos días, Carlos— saludó la recepcionista de forma melosa. La cual también acababa de llegar.
— ¡Llegas tarde! — le dijo el joven sorprendiéndola. No sabía ese dato, pero le constaba que la chica, siempre llegaba tarde. Aquella se puso roja y desvió la mirada. Total, ya Carlos subía las escaleras a toda prisa.
— ¡Muchacho! — dijo Josué nada más verlo entrar en su oficina. —El hecho de que seas mi sobrino, no te da derecho a...
— ¡Que llegues taaaarde! — repitió el mantra de casi todos los días. —Ya tío, ya lo sé…— Carlos escaneó el interior de la oficina y se encontró con Romer mirándolo con una expresión de sarcasmo. Pero luego, no vio a nadie más. El sobrino arrugó la cara, se acercó a la puerta, revisó la parte externa de ésta y volvió a entrar:
— ¿Dónde están los proveedores?
— No han llegado— informó Josué con fastidio.
— ¿Qué...? — Carlos clavó la mirada en su amigo y entrecerró los ojos. Aquel se encogió de hombros.
— Le pedí a Romer que te dijera eso— informó su tío, riéndose. —Lo siento. No me dejas otra opción. ¡Siéntate!
Carlos obedeció a su tío lentamente, sin quitarle la mirada a Romer quien no ocultaba su sonrisa.
— ¿Hablaste con tu padre? — preguntó Josué.
— Sí. Anoche—. Carlos respondió y suspiró. Romer pensó que últimamente, los hombres Mendoza suspiraban demasiado. —Todo bajo control en Mérida.
El jefe mayor se recostó en su asiento y juntó la yema de los dedos, mirando fijamente el retrato que tenía en su mesa. Era una hermosa fotografía de su esposa y su hija. Carlos desvió la mirada hacia su tío, intrigado por el repentino silencio:
— ¿Qué pasa? — Miró el reloj. — ¿Hubo problemas con el contrato? ¿Por qué no han llegado?
— Mercedes se está comunicando con ellos— dijo Romer. Y como Josué no los miraba, se giró un poco hacia Carlos y le señaló con la boca, el portarretrato que miraba su tío.
El sobrino arrugó el entrecejo:
— ¿Qué pasó, tío? No me gustan las malas noticias.
Otro suspiro afloró un segundo después de la pregunta de su sobrino. Esta vez, más exagerado que los anteriores:
— Llegó Canela.
Carlos abrió la boca y dejó aflorar una sonrisa muy genuina, al escuchar el nombre de su prima:
— ¿Cuándo llegó? — preguntó con una voz algo baja.
— Ayer— contestó Romer, adelantándose a Josué y cambiando la expresión. Por alguna razón que desconocía, le extrañó aquella sonrisa en su amigo.
Carlos lo miró un segundo pero luego se concentró en la fotografía. La había tomado para mirarla:
— Aquí sale preciosa— susurró casi para sí mismo.
Romer se inclinó hacia delante queriendo verla él también. ¿Por qué no había visto antes aquella foto, si era tan detallista?
— Tienes que convencerla para que salga del país— dijo Josué dirigiéndose a su sobrino.
— ¿Salir del país? ¿Qué? ¿Otra vez? ¡¿Por qué?!
Romer estaba intrigado. Su mirada se desviaba entre el marco que Carlos devolvió al escritorio y su amigo.
— ¿No sabes lo peligrosa que es esta ciudad? — respondió el Director con otra pregunta.
Carlos se mordió un carrillo pensando en la respuesta. Los robos, la delincuencia… Canela. Agarraba el hilo que su tío estaba lanzando:
— ¿No se quiere ir? ¿Qué dijo? — preguntó el joven sobrino.
— Créeme que no se quiere ir — explicó Romer.
Carlos pegó los labios y lo miró, arrugando las cejas y con el cuerpo en tensión:
— ¿La conoces?
Ambos jóvenes se miraron seriamente por un instante, hasta que el jefe rompió el momento:
— Canela vino gritando por todo esto como una grosera, Carlos— dijo su tío, restregándose los párpados con los dedos. —Debo llamar a Nereida. Creo que si muero de un infarto, mi esposa no sobrevivirá por mucho tiempo. Tengo que prevenirla o que se muera conmigo.
Carlos estaba casi congelado por la información que le daban. Sonriendo, regresó la miraba a Josué al imaginarse la pelea de su prima:
— Tío, no creo que la vaya a convencer— opinó.
— ¡La tengo que sacar del país!
— Pero si acaba de llegar…
— ¡No me importa! Ya le pagué el curso. ¡Que se vaya!
— Pero…— Carlos abandonó de tajo la sonrisa. ¿Qué estaba pasando allí? Se quedó un momento en silencio hasta que una alarma se encendió en su interior. — ¡Suelta!
Su tío quedó de piedra al escuchar su exigencia. Romer se había levantado y estaba recostado a una ventana que se ubicaba al lado izquierdo de la oficina. Intentaba ver desde otro plano, la conversación de los dos Mendoza.
— Suelta de una vez lo que no quieres contar, tío.
Josué sintió que el pequeño espacio alrededor, se reducía. Así que salió detrás del escritorio y se dirigió a un filtro de agua para serenarse. Romer al ver aquello, se descruzó de brazos y se puso alerta.
— ¿Me podrías responder, por favor? — pidió el sobrino con un deje de alteración.
Josué tomó agua para aclarar las ideas. Quería mentir o por lo menos, suavizar sus propios nervios. Pero nada iba a detener el engranaje colectivo que comenzaba a funcionar en esa oficina:
— Hace una semana…— comenzó a cantar el tío, haciendo que Romer despegara su espalda de la pared y prestara mucha atención. —enviaron algo a la casa.
— ¿Qué enviaron? — Carlos respiraba fuerte.
— Unas fotos de Canela—. Los demás, abrieron los ojos de par en par.
Carlos mezcló sus facciones con un apretón de mandíbula.
— Hey, hey, hey. ¡Pero, ya va! Espérense un momentico. No son recientes. Son muy viejas— explicó Josué.
Romer arrugó la cara con desconfianza y decidió meterse en la conversación:
— No te entiendo— dijo él.
— Es una tontería— Josué se estiraba el cuello de la camisa y su rostro daba pantallazos de incomodidad. —Alguien burlándose, me imagino. Si la estuviesen vigilando, enviarían fotografías recientes, ¿no?
Carlos se ponía las manos en la cara muy lentamente, mientras maldecía en su cabeza. ¿Qué le pasaba a su tío Josué? ¿A caso era tan inocente que sus súbditos tienen que estarlo protegiendo constantemente?
— ¿Cuándo fue que te llegaron esas fotos? ¡Quiero verlas! — exigió Carlos.
— Ya las boté…
— ¿Qué?
— Si las veía Nereida, mínimo me hacía llamar al ejército.
Romer se acercó hasta su amigo y puso una mano en su hombro:
— Cálmate Carlos— se dirigió hasta su jefe. —Josué. Hacer eso no fue muy buena idea— opinó, respirando hondo.
— No me importa. No tenía que haberles contado nada, porque no pasa nada.
— ¡¿Si no pasa nada, entonces por qué quieres que Canela se vaya?! — gritó Carlos.
El silencio que se produjo después de aquella pregunta, fue interrumpido por una llamada que Josué contestó inmediatamente, usándola como campana de salvación.
— Karlina… Ajá, ok. Ya vamos para allá— Josué colgó el teléfono. — Llegaron los proveedores.
Carlos se levantó y estiró su cuerpo por completo, para reducir la tensión:
— Sé que eres mi tío y mi jefe. Pero ya no soy un niño y entiendo perfectamente lo que intentas hacer. Canela.No.Se.Irá. La conozco, no se irá a ningún lado. Es terca, demasiado terca. Se te puede mudar de la casa y será peor. Tío…— se interrumpió sabiendo que los otros dos hombres lo miraban. —vas a tener que contarnos qué está pasando de verdad, para poder hacer algo.
— ¡Llegaron los proveedores! — repitió el jefe con los dientes apretados y señalando a la puerta.
Carlos lo miró fijamente y tragó grueso. No sería fácil sacarle ni una palabra más a su tío. No le quedaba más opción que arrugar los labios hacia abajo y encogerse de hombros. Demostrándole una supuesta despreocupación. Se apartó para dejar pasar primero a los demás, y cerrando la puerta a sus espaldas, sacó su celular y marcó un número.