Capítulo 26

 

 

 

Canela estaba sentada entre Alma y Nereida, viendo cómo los demás se divertían, bebían y bailaban. Las risas y los chistes marabinos cubrían todo el espacio.

— Mamá— susurró la joven.

— Dime hija— Nereida se giró para mirarla.

— ¿Irás a Margarita a visitar a la Tía Lu?

Nereida hizo una pausa antes de contestar:

— Sabes que ella y yo no nos hablamos.

— Pero ella te extraña.

Nereida frunció los labios:

— ¿Te lo dijo?

— No. Pero yo lo sé.

— Jm…— la madre de Canela volvió a su posición original en el asiento. —Me parece raro que sea a mí a quien extraña.

Canela frunció el ceño. Haría la correspondiente pregunta, pero fue interrumpida por Alma:

— Nena, ¿será que puedo salir un momento? — preguntó la mexicana.

— Claro, por supuesto. Acompáñame. Es por acá. Permiso, mamá.

La mencionada asintió. Ambas jóvenes se levantaron y se dirigieron a la cocina. En ese instante, Carlos y Romer entraban a la casa:

— ¿Está todo bien? — preguntó Aragón acercándose a su novia.

— Sí…— ella sonrió con un ápice de falsedad. —Allí tienen más pasapalos y cervezas. Yo acompañaré a Alma al patio.

— No. Ven conmigo— dijo Romer.

— Vayan, no hay problema— dijo Carlos. —Yo llevaré a tu amiga al garaje.

Canela miró a Alma y luego de corroborar que la idea le gustaba, se dejó guiar por Romer.

— Ven. Vamos a subir— dijo el hombre.

A Canela le extrañó la dirección que tomaban. Al llegar a la planta superior, él pidió que entraran a la habitación de la chica y le indicó que se sentara en la cama. Romer tomó una silla y la arrimó junto a Canela. La miró bien por unos largos segundos. Verdaderamente, ella estaba preciosa.

— Te queda muy bien ese vestido.

Ella sonrió:

— ¿Quieres quitármelo? — preguntó con voz seductora.

Él soltó una risa con los labios pegados. Acercó las manos a las rodillas de Canela y las acarició. Tanteó su piel lentamente. Pasó hacia los muslos pero se detuvo y retiró las manos. Luego, se inclinó un poco y apoyó los codos en sus propias piernas. Miró el suelo alfombrado. Lo empezaba a notar lejano. Suspiró y ese suspiro, la puso nerviosa.

— Debemos hablar.

Canela no dijo nada ante esa petición. Solo esperó los segundos largos que tomó Aragón para emitir palabras.

— Hay unas cosas que debo contarme sobre mí, que…

— Dilas— la tensión llenó el espacio.

Romer suspiró profundamente. Miró a Canela fijo a los ojos:

— Soy un adicto.

La joven movió un poco su cabeza.

— Desde hace varios años. Desde que era prácticamente un niño.

Canela se quedó sin respiración. Romer no apartaba la mirada de aquel hermoso rostro y fue testigo de toda la reacción:

— Nunca tuve mayores motivos más allá de querer probar— él continuó tragando grueso. —Solo lo hacía. Solo… lo hago.

Ella abrió la boca solo un poco, congelada. Escuchando…

— Esa era una de las cosas que tenía que decirte. La otra es… sobre Dina.

Aragón hizo una pausa revisando las expresiones de su novia. No vio nada contundente. Así que continuó:

— Ella… es mi media hermana solo porque se crió conmigo; como ya te conté. Pero, ha sido mi amante toda mi vida.

Un jadeo se escuchó en aquel frío lugar.

— Junto a ella, yo siempre he probado cosas. Pero hoy todo se salió de control.

Aragón cerró la boca y siguió mirando a Canela. El hermoso rostro congelado y casi blanco, le puso los pelos de punta.

— ¿Qué…? ¿Qué pasó? — ella pudo decir.

Romer cerró sus manos en dos puños:

— Hice algo que no está bien. Le hice daño— la voz de Aragón sonó trémula. —Dina no es una persona normal, Canela. Tienes graves problemas emocionales, los ha tenido desde niña. Mamá siempre pide que la entienda, pero quien no la entiende es ella, mi madre— hizo una pausa corta. —Yo tampoco entendía mucho de todo esto. Veía la vida como algo divertido, extravagante, sabroso. La vida para mí era sabrosa y me encantaba ocultarle al mundo lo que yo era de verdad. El problema es que… todo está pasado de tragos, Canela. Todo se me vino encima cuando te conocí.

Su novia no cerraba la boca. Sentía la sequedad en su garganta. Romer siguió:

— Yo jamás pensé ni siquiera por un momento, en lo dañino que era drogarme, Canela. Quiero que entiendas eso por muy crudo que esto suene. Cuando te conocí, juro ante Dios que quise alejarme… de ti. Primero, eras la hija de mi jefe; a quien respeto muchísimo, quien se ha convertido en mi amigo. Segundo, sentí que eras demasiado joven todavía. Te vi alocada y altanera. Me atreví a pensar que no sabías lo que querías en la vida.

Él sonrió triste:

— Me equivoqué por enésima vez— continuó. —Porque quien no sabía lo que quería, era yo. Ni siquiera sabía muy bien lo que estaba haciendo. Pero te puedo decir con toda la propiedad del mundo, con toda la poca consciencia que me he dignado a conservar, que enamorarme de ti fue algo que siempre noté. ¡Desde un principio! Eso fue rápido, Canela. Eres demasiado hermosa y fuerte. Enfrentaste a tus padres, decidiste tu futuro por encima de ellos y me confesaste tus errores, tus miedos. Yo…— Aragón tomó aire. —Canela, yo…

Romer se pasó las manos por la frente. Sus ojos se evidenciaban acuosos sin poderlo evitar:

— ¿Cómo pensar en protegerte, cuando yo nunca he podido hacerlo conmigo mismo? ¿Cómo podía darte un consejo cuando tú eras quien tenía que dármelos? Canela… ¿Cómo iba a permitir que me amaras así?

Una pesada lágrima se transformó en ligera, al atravesar la mejilla de Canela. Romer acercó una mano para secarla, pero ella retrocedió. Romer sintió terror. Su mano quedó en vilo y tragó el nudo que lo ahogaba:

— Yo lo estoy dejando, lo juro— él aún tenía la mano en el aire, con la esperanza de poder tocarla. —Quiero dejar todo eso. Quiero hacerlo por ti, porque te quiero. Te quiero demasiado, Canela Sofía.

— ¿Y por ti? — Ella pudo hablar. Por fin pudo emitir una frase. —Haces todo por mí, pero ¿y tú? ¿Qué has hecho por ti?

Él la miró asustado con los ojos enrojecidos y la respiración acelerada. Sabía que todo lo que ella dijera por muy bueno que fuese, dolería:

— Me he permitido tenerte.

Los labios de Canela comenzaron a temblar:

— ¿Eso es lo que has hecho por ti? — preguntó en un hilo de voz.

— Es lo que he podido hacer hasta ahora.

Ella negó ligeramente. Se secó las lágrimas y carraspeó la garganta:

— ¿Y Dina? ¿Qué papel juega ella en tu vida, en este momento?

— Si lo preguntas para saber si ella y yo mantenemos intimidad, la respuesta es No.

Ella cerró los ojos y batuqueó la cabeza:

— No te pregunté eso— se empezaba a notar molesta. —Pero ¿cómo es posible que te hayas acostado con ella?

— No voy a responderte eso, Canela...

— Algo pasó con ella hoy, ¿verdad? — Él asintió. — ¿Qué le hiciste?

— Le hice daño— pudo decir.

— No, Romer. No. No…— Canela comenzó a llorar. — ¿La maltrataste?

Aragón dejó salir sus lágrimas, secándolas de una vez:

— ¡Me sacó de quicio! Es… es un maldito don que ella tiene— gruñó aquellas palabras.

Canela expandió sus ojos y abrió la boca, sorprendida, anonadada…

— ¿Por qué? ¿Qué…? ¿Cómo es ella? ¡Cuéntame!

— ¡No! — gruñó de nuevo. —Olvídate de Dina. Mírame, mírame a los ojos— él tomó su cara ligeramente. Canela intentaba apartarse sin lograrlo demasiado. —Si no pude protegerte antes de mí mismo, lo hago ahora alejándote de ella. Contándote lo que ella significó y mi mayor error en la vida. Aquí… hoy. ¡Porque te adoro!, y quiero conservarte toda....

Canela lloraba. Los movimientos de los hombros a la par de su angustia:

— ¡¿Te das cuenta de lo que me estas contando?! ¡Esto no es normal, Romer! Esto… ¡Esto es horrible!

— Lo sé...— él intentaba tocarla. Ella se removía para evitarlo. —Lo sé, pero mírame…

— ¡No! — Canela se levantó de la cama. Aragón hizo lo mismo de su silla. —Lo que me cuentas de tu vida…. ¡Esto eres tú! — acusó con repugnancia, sus labios arrugados. —Y es algo muy fuerte, Romer.

— No, no, no. No es así. O… ¡Sí es así! Yo sé, es muy fuerte. ¡Pero estoy cambiando, Canela! Mi vida eres tú. ¡Te lo juro! ¿No he demostrado que eres todo lo bueno que me ha pasado?

Él se acercaba intentando tocarla. Pero Canela se alejaba cada vez más, mirando todas las cosas, colocando la mirada en todo lo que tenían alrededor. Buscando en los objetos, en las paredes, una razón para sentirse bien, para sentir que aquello era un sueño. Él seguía soltando palabras amorosas, desesperado por convencerla de lo mucho que la quería. Pero Canela estaba concentrada en entender actitudes y situaciones vividas con él. De esas que le habían parecido extrañas. Secó sus lágrimas con el dorso de ambas manos y levantó la cabeza para mirarlo:

— ¿Te has drogado estando conmigo? — Romer detuvo todo movimiento. Su respiración evidenciaba la respuesta. — ¿Cuándo?

Aragón tragó grueso:

— En Margarita.

— ¡¿En qué momento?!

— En el bar… el día del paseo en el bote— mintió. No era la única vez que se encontraba bajo los efectos de algo, estando con ella.

La vez que casi se besan en la terraza, ella notó sus ojos enrojecidos. El día que la conoció, estaba bajo los efectos de la marihuana. El día que habló con Canela sobre gaitas en la sala de esa misma casa, cuando divisó sus hermosas piernas a través de la tela fina de su pantalón… ese día, al final de la tarde… con Carlos. Todos esos días, Romer consumió y Canela estaba ya metida en sus pensamientos. El rostro de Aragón se transformó en pesar y retrocedió unos pasos, enterrando sus manos en el pelo para castigarse.

La joven entendió entonces que había mentido. No fue esa única vez, ¡fueron muchas más! Cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos.

— Canela…

— Sal de aquí.

Romer se congeló:

— Es normal que estés así, que quieras que me vaya. Pero quiero que entiendas que te am…

— Sal de aquí. Vete.

Él se acercó a ella y la abrazó fuertemente. Pero Canela lo empujó aún más fuerte que ese abrazo:

— ¡Sal de mi cuarto!

Romer no respiraba:

— Insúltame. Pégame, has algo. ¡Lo que quieras! Pero no termines conmigo, Cani… Cani…

— ¿Pegarte? — ella negó sorprendida, batuqueando las manos para que no la tocara. —No, Romer. Yo no soy tú.

Aquellas palabras fueron como dosis de ácido a su estómago:

— No sabes lo que dices, Canela…

— Tú eres quien no sabe nada— se dirigió a la puerta y la abrió: —Te vas ya de mi casa. No vuelvas, no me llames. No me busques.

Romer no se movía. Quiso gritar. Sintió férreas ganas de someterla, lanzarla a la cama y transformar su cólera en deseo puro; para hacerle entender cuánto la quería. Pero ella estaba determinada. ¿A caso él no esperaba que aquello sucediera? Carlos se lo había dicho en una mentira disfrazada de consuelo.

— ¿Se acabó? — él preguntó.

Ella lo miró intentando no soltar de nuevo el llanto:

— Se acabó.

Romer miró el suelo. Lo vio lejano, como si cobrara vida y se alejara de sus pies. Un leve mareo desconcertante lo cubrió por completo y sintió renovadas náuseas. Levantó la cara hacia ella y asintió.

Luego, salió de allí cerrando la puerta.