Capítulo 29

 

 

 

«"En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse..."

 ¿Es posible que una persona haga tanto daño desde su propio encierro?

El daño que algunos se hacen es tan maligno como la ola que los precede.

Un pensamiento único de personas cercanas a la maldad,

al odio,

a la envidia que aquello genera.

Consecuencias de malas decisiones,

y de errores sabios en pro de un beneficio.

Anónimo68»

 

 

 

Dina... Dina estaba molesta y cansada. Hastiada del pequeño mundo de terror en el que ella misma se había sumergido. Un mundo oscuro fabricado para dormir la conciencia y molestar la esperanza y la benevolencia.

Ella adoró la reunión con Canela. Una oportunidad que el destino le había dado para conocer cara a cara la belleza que aquella chica exudaba. Dina saldría a visitar a sus únicos "amigos" en la ciudad. Y el encuentro junto a las palabras de Aragón, afianzaron su ruta.

Las manos le sudaban por la impotencia. Ella quería acercarse más, hablar con Canela. Verla a los ojos nuevamente y tocarla. Averiguar con más certeza el por qué Romer la defendía tanto y el por qué él estaba convirtiéndose en alguien que ella nunca había imaginado jamás. Dina apretaba los ojos para calmar el nudo en la garganta y apaciguar la rabia que la consumía. No halló otra forma de eliminar su ansiedad.

Parada frente a la habitación de Aragón, la cual se encontraba en silencio, colocó su rostro de perfil sobre la madera, para escuchar. Miró la hora y se percató de que era muy temprano para que dos jóvenes estuviesen tan quietos y callados. Con los ojos inyectados en expectación, giró la manilla de la puerta y la abrió lentamente. El frío del aire acondicionado y un olor a telas y piel, chocó contra sus fosas nasales, haciendo que las mismas aletearan con fuerza. Inmediatamente, sus ojos divisaron a las dos figuras que yacían sobre la cama.

Casi desnudos, la sábana se arremolinaba entre las extremidades creando un óleo casi natural. Dina entró con mucho cuidado al espacio y se posicionó frente al colchón. Las piernas de Canela estaban frente a su cuerpo, tentadoras y sublimes. Aragón tenía los brazos sobre su cabeza, haciendo que se marcaran los músculos. Estaba completamente dormido, al igual que Canela y Dina deseó acercarse para encontrar entre su callada respiración, un indicio de algo que explicara aquel escenario.

Contempló los cuerpos, saboreó los olores. Se atrevió a rozar con la yema de su dedo índice, la textura de las caderas femeninas y la boca de Romer. Aquellos toques eran casi imperceptibles, eran lo suficientemente delicados para no despertarlos.

Caminó alrededor de aquella cama como una bruja de las leyendas que se contaban en los pueblos. En otro plano astral, ella podría emitir sonidos terroríficos con su garganta, mientras tanteaba a sus presas. Pero en el plano real, solo lograba jadear en silencio. Su angustia era irreconocible, hasta para ella misma. Su desesperación no tenía un lindo nombre.

Miró en la mesita de noche en el lado de Romer y divisó su teléfono móvil. De inmediato, una idea rondó su cabeza. Mojándose los labios y secándose el sudor de las manos con la ropa, tomó el aparato y buscó lo que le interesaba, para luego devolverlo a su sitio. Ya no quería estar allí. Tenía un plan.

Salió de la habitación dejando la puerta abierta y antes de retirarse del apartamento, vio la cartera de Canela sobre el sillón de la sala. Miró hacia el cuarto para percatarse de que no la descubrieran, y lo abrió hurgando en él.

Allí se encontraba el celular de la chica, el cual también revisó. Miró los mensajes no leídos sin importarle absolutamente nada. Luego de aquello, se fue un poco más calmada. La sonrisa en su cara era la prueba de aquel alivio. Y como si fuese la mujer más religiosa del edificio, le rogó a una deidad para que su plan saliera a la perfección.

Se recolocó el bolso bandolero sobre el hombro, y salió a realizar algunas diligencias.

 

 

 

***

 

 

 

Romer se desperezó y al restregarse los ojos, tanteó la mesa para tomar el celular. Tenía una llamada de Mercedes. Debía devolverle esa llamada en unos minutos. Pero despertarse era más urgente, si quería conciliar el sueño temprano. Ya pensaba él que no lo lograría después de la siesta que había pescado.

Miró a Canela y a su hermoso cuerpo. Suspiró y miró al cielo por unos segundos. Los pensamientos no eran muchos, solo uno con certeza. Uno que le hizo asentir, como si alguien desde allá arriba, le estuviese hablando.

Salió de la cama con cuidado de no despertarla. Al hacerlo, arrugó la cara inmediatamente. La puerta estaba abierta. Él recordó haberla cerrado. De seguro Canela se despertó un poco antes y olvidó hacerlo. Salió de la habitación estirándose aún más y bostezando, rascándose un hombro y removiéndose el cabello, tocándose sus partes íntimas con una sonrisa eterna en los labios. ¡Canela y él habían vuelto! A decir verdad, esperaba que la ruptura fuese más larga. Estaba sorprendido de que ella lo buscara al día siguiente y le diera tanto… Ese pensamiento le estremecía. Romer estaba feliz y agradecido. Orinó y se lavó los dientes y así desnudo, caminó hasta la cocina para tomar agua y ponerse manos a la obra.

En muy pocas ocasiones lo hacía. Pero Romer sabía cocinar y muy bien. Jamás lo admitiría aun siendo alabado por la gente. Encontró lo que buscaba y encendió la hornilla.

— ¿Me vas a preparar tus suculentas arepas?

Él se sobresaltó al escuchar la ronca y dulce voz de Canela. Sonrió al ver su cara de burla por el susto. Limpió sus manos en un paño de cocina y como un depredador, se acercó en largas zancadas hasta tomarla, levantarla un poco y devorarle los labios.

— Mmm... ¿Tiene ganas otra vez, señor Aragón?

Él se rio:

— No sabes cuánto me pone el que me digas así.

Ella se encogió de hombros:

— Tu apellido es el culpable.

— Pues, nunca había adorado mi apellido como hasta ahora.

Ella rio fuerte gracias a las cosquillas y caricias de su novio. Al cabo de unos minutos, Romer comenzó a picar unas verduras sobre la pulcra encimera de la cocina. Canela alzó sus cejas.

— ¿Qué? — preguntó él.

— Estás cocinando desnudo y...— ella señaló el sartén con aceite caliente.

Él hizo un gesto con su rostro para quitarle importancia al asunto:

— No pasará nada. Lo he hecho otras veces.

Ella negó con la cabeza en desconcierto. Salió de la cocina y regresó con unas prendas en sus manos:

— Ponte esto, cariño. No quiero que te quemes.

Romer miró el short y la camiseta con una sonrisa peculiar. Se acercó a ella y le dio un casto beso:

— Me encanta que me digas cariño.

— Tú también me lo dices... A veces.

Él sonrió:

— ¿Me colocas tú la ropa? Es que...— él fingió preocupación. —tengo las manos ocupadas.

Ella arrastró sus labios a un lado y se rio al momento de indicarle a Romer que debía subir una pierna para colocarle el pantalón. Con juegos y jocosidad, Canela logró vestirlo. Pero la escena fue interrumpida por el sonido de su celular. Se dirigió hasta el mueble, tomó su cartera y comenzó una amena conversación con su amiga Alma, de quien se disculpó por haberla dejado prácticamente botada en su casa.

Luego de que la mexicana le asegurara que estaba en compañía de Carlos y los padres de éste, Canela revisó los mensajes entrantes notando que todos ya estaban leídos. Aquello le extrañó sobremanera. Intentó recordar en qué momento los había abierto, pero sin éxito alguno. Miró hacia la cocina. Debía apartar aquellos pensamientos. No creía capaz a Romer de revisarle el celular. Se encogió de hombros curveando su boca con el movimiento y guardó de nuevo el aparato. Luego atravesó la cocina y abrazó el espectacular y sabroso cuerpo de su novio, lamentando la idea de vestirlo. Respiró hondo dando besitos en la espalda ancha, haciendo sonreír al hombre que cocinaba para ambos. Tras unos segundos, él se volteó y la abrazó fuertemente:

— Quiero que te quedes a dormir hoy aquí. ¿Tendrás problema con eso?

Ella negó con la cabeza:

— La única que pegaría un grito al cielo sería mi madre. Pero no me importa.

— Lo que me contaste de tus padres es… difícil. Siento de nuevo que hayas escuchado todo eso. No me imagino cómo debe ser el saber, que la señora Lucía y tu padre...

— Sí. Pero no te preocupes por esos problemas. Solo preocúpate por hacer que los olvide.

Él miró sus ojos. Su mandíbula se apretaba gracias a las emociones que le recorrían el cuerpo.

— Eres increíble, Canela.

Ella sonrió:

— Es tu culpa.

Él le dio un beso largo y apasionado, tierno y fuerte. Una marca, una plegaria saldada por todo aquello que la vida le había dado. Vislumbrando cosas buenas en el futuro. Luego, se volteó para seguir cocinando lo que sería la antesala de una noche larga y especial.