Capítulo 16

 

 

 

Saciados… Sobre la cama, Canela se giró para mirarlo. Un rayo de luz se colaba por la ventana y dejaban ver la profundidad de los ojos de Aragón. Los brazos fuertes de él la cercaban mientras ondeaba su erección nuevamente despierta, contra las partes íntimas de ella, irritadas por lo que acababan de experimentar. Él la miró de vuelta y sobó sus mejillas sonrojadas por el éxtasis. Una sonrisa que mostraba su adoración por aquel sonrojo:

— Eres… demasiado hermosa. Lo que acabamos de hacer…— exhaló con placer. —Quiero que siempre estés segura, Canela.

— ¿Hablas de protección?

Él se rio por un instante porque obviamente, no hablaba de eso. Pero de inmediato, se puso serio y abrió los ojos de par en par:

— Mierda...

Ahora la que reía, era ella:

— Tranquilo, me cuido— se puso encima de él y movió sus caderas seductoramente. —De todas formas, en algún lugar de mi bolso debe haber un condón.

El asintió. Chica precavida, a pesar de que acaban de tener sexo sin pensar en eso. En parte le gustó que ella se cuidara. Pero por otra parte, recordó la conversación que había tenido con Carlos hace unas horas al teléfono. No importaba. Y menos sintiendo los besos de ella sobre su abdomen. Canela subió la cara y sonrió pletórica, transformando esa sonrisa en una mueca juguetona. Entonces, ella bajó de la cama y totalmente desnuda, caminó en dirección al closet. Romer se sentó pensando en la pregunta que haría, mirando su esbelto y hermosísimo cuerpo moviéndose como una tela suave al viento. No aguantó, así que se puso de pie y se acercó para rodearla con los brazos, besándole un hombro… inhalando el aroma a cloro de la pileta.

Canela buscaba algo y al cabo de unos segundos, lo encontró. Sacó un disco de música y lo colocó en el equipo de sonido. Romer sonrió por el saltito de alegría que ella dio. Se asomó por encima del hombro para leer las palabras Yordano55 estampadas en la cajetilla vacía. Canela amaba la música y aún más, el momento. Y tuvo miedo de que fuese inapropiada la canción. Quería trasmitirle lo que sentía por estar allí con él. Agradecerle por haberle dado tanto placer, con tanto anhelo y cuidado… No había nada más que hacer, que ser sincera. Se giró para enfrentarlo:

— Romer yo…

— Shhh. No hables— Ella asintió, pero quería hacerlo.

— Gracias.

— ¿Por qué? — preguntó él, intrigado.

— Por lo que me has dado… y lo que me darás.

El corazón de Aragón rebotó y muy alto. Una sonrisa llena de buenas expectativas cruzó su rostro.

— Quería preguntarte… si puedo colocar una canción— preguntó ella apenada, bajando la cabeza.

Romer levantó su barbilla con un dedo:

— Mírame— Ella obedeció. —Coloca todas las canciones que quieras.

Ella sonrió mordiéndose la comisura de sus labios, haciendo que la erección de Aragón aumentara más, si eso era posible. Así que, se giró nuevamente y colocó el CD de Yordano, hasta ubicar la canción que quería escuchar. Y como si la noche no fuese más perfecta, Aquel lugar secreto56 del cantante venezolano, comenzó a sonar a un volumen que los dos pudieran oír. Y para Romer aquella canción le hinchó las venas de vida; todos sus poros se abrieron y no pudo evitar besarla, lenta y profundamente, enterrando los dedos en su cabello mojado, apretando su cuerpo contra el suyo, y pasando las manos por todo el terreno de piel que encontraba.

Canela gimió de placer y dejó caer la cabeza hacia atrás, cuando ambos sin darse cuenta, se acercaban más a la cama. Romer arrastraba sus labios sobre la piel ardiente de Canela. Los Dioses tenían que estar de acuerdo con él… Canela era una creación perfecta de la naturaleza. Aquel monte de venus tan sutil, tenía que ser una deidad para un hombre. Y al saborearla con su lengua y oler la esencia de lo que estaba hecha, juró que podría quedarse allí para siempre. Divina, plena y solo para él. ¡Divina y hermosa! Sin perder tiempo, se irguió un poco y la penetró. Sus gemidos y siseos se mezclaron. Amasó sus senos mientras ella enterraba sus uñas en las cerdas de cabello de Aragón, uniendo las calientes palmas detrás de su nuca, presionando con cada embiste de su boca y de su cuerpo.

Sobre el colchón, Romer la besó. La cubrió de besos por todos lados. Bajó hasta besar sus labios más íntimos, abriéndolos como una flor, como la más hermosa flor. Subió con los labios brillantes de placer y deseo y volvió a empujar dentro, muy dentro. Una y otra vez. Deteniéndose para calmarse, y luego dejando llevar su ímpetu hasta donde alcanzara. Canela cercó la cintura de Romer con sus piernas y el vaivén de las penetraciones, elevaron sus ganas arrastrándola a la gloria.

La noche, la luz tenue, el deseo con que él la poseía, los roncos gemidos de un hombre verdaderamente entregado, fueron el detonante que ella necesitaba para ver la luna, sentir el calor de los vientos, viajar por lo mejor que la vida podía darle. El amor, el sexo…

Romer la giraba, movía su miembro atravesándola con lujuria. El sudor barría por donde no existía espacio alguno, mojando la cama, dejando huella de lo que sentían. Ambos gemían cada vez más fuerte, mezclándose con la voz del cantante que se repetía sin detenerse.

Romer con fuerza, la llevó hasta sentarla mientras Canela se movía sobre su cuerpo, bamboleando las caderas al compás de las caricias y el agarre de los musculosos brazos. El ritmo aumentaba, desaceleraba. Mordiscos, lamidas, pinceladas de éxtasis... aumentaron las ganas cada vez más, con penetraciones más certeras.

Romer agarró con una mano un mechón de cabello sin presionar demasiado y mordió sus labios, arrastrando la boca por la barbilla y el cuello…

— Tan hermosa, tan bella... — se movía, ¡se movía mucho! —Déjate ir, Canela. Y llévame contigo...

Aquella petición la hizo curvearse hacia atrás con la boca abierta y su cuerpo comenzó a temblar. El orgasmo estaba siendo poderoso, enérgico. Y más enérgicas aún las embestidas de Aragón buscando su propio placer.

— Sí… Ssssss…. Ahhh…

El choque de los cuerpos era delicioso. Una, una y otra vez y otra vez… De pronto, las estrellas, ¡deliciosas! ¡Extremadamente deliciosas! Romer impulsó con su último aliento todo su cuerpo hasta colocarse encima de ella y ralentizar el ritmo, llegando.

Canela sonrió de satisfacción, con el cabello desparramado sobre el colchón y pegado en gran parte de su cara. Romer se quedó quieto, abrazándola, con la nariz enterrada en su cuello. Luego, giró un poco para no hacerle daño con el peso y salió de su cavidad. Secó el sudor de su propia frente con el dorso de la mano y la jaló hacia su pecho, hasta quedar entrelazados.

Quietud.

Serenidad.

El piano de la canción culminaba atravesando la estancia. Atravesándolos a ellos, quienes muertos de placer, se quedaron dormidos.

 

 

 

***

 

 

 

Romer abrazaba a Canela, uniéndola todo lo posible a él. El olor que ella despedía, servía de calmante, más allá de la propia segregación sexual. Orgasmos era todo lo que le había dado, pero sabía que le podría dar mucho más que eso. Estaba más que seguro que esta noche se repetiría, por lo menos mientras estuviese en la isla. Entonces, recordó el tiempo que le quedaba en Pampatar:

— ¿Estás despierta?

— Mmm… sí— gimió abrazándose a su torso.

Él suspiró, sobándole la cabeza y acariciándole un brazo:

— Debo irme en dos semanas a Maracaibo.

Ella se removió, mordiéndose el labio inferior:

— Lo sé. Tu ficha de huésped lo dice.

Él asintió:

— Al fin, ¿te inscribirás en la universidad de aquí?

— Sí.

Él cayó antes de hablar:

— ¿Por qué no te vienes conmigo?

Ella se movió, colocando la cabeza en una palma para mirarlo:

— ¿A Maracaibo?

— Sí, claro. Podrías acompañarme y... visitar a tu papá. Si quieres, antes de que empieces las clases.

Ella deslizó la yema de un dedo sobre el pecho de su amante:

— Romer, sabes que estoy trabajando aquí.

— Lo sé. Solo decía. Pero, me gustaría que me acompañaras.

Ella lo miró fijamente, mordiéndose la comisura de los labios. De pronto, se puso seria:

— Dime una cosa, Romer. ¿Papá te mandó a buscarme?

— ¿Qué? — él levantó más la cabeza. —No...— él tocó los labios de Canela, enderezándoselos. — ¿Sabes? Me encanta cuando haces esa mueca. Me fascina.

Ella sonrió:

— Estás despistándome— hizo una pausa. — ¿Cuál mueca? ¿Ésta? — frunció más los labios hacia un lado.

— Esa misma— respondió riendo. Luego se colocó de lado, entrelazando más las piernas para mirarla mejor. —Pensé que solo habías venido temporalmente.

— Eso es lo que piensa mi familia. La verdad es que había planeado regresarme en diciembre para pasar las navidades con ellos. Pero solo por esas fechas. Espero que tía este año me acompañe. No se lleva bien con mami desde hace añales. Y como mamá se fue, entonces... posiblemente la convenza.

Romer arrugó las cejas:

— ¿No se hablan?

— Ah-ah— dijo de forma cantarina, negando con la cabeza.

— Qué raro, ¿no?

Ella se encogió de hombros:

— Cosas entre ellos.

— ¿Y tu mamá no vuelve en diciembre?

— No lo sé— se tumbó de espaldas en la cama y miró el techo.

— Siento mucho lo de tu madre, Canela. Debe ser duro que ella se vaya, así nada más.

Ella arrugó los labios y movió las cejas, resignada:

— Es duro. Es triste. Pero algo me dice que mami quería separarse.

Él hizo lo mismo. Miró el techo pero tomó sus dedos para acariciarlos:

— No conocí a mi padre. Solo me dejó el apellido. Pero él también se fue. Mi madre ya no estaba con él y para ella, nunca fue un problema el tenerme sola. Siempre fuimos mi madre y yo ¿sabes? Y no sé qué sentiría si ella también me hubiese dejado.

Canela tragó grueso:

— Si mamá quiere hacer su vida lejos del país, pues, tendrá sus razones. Yo las respeto. Igual es duro. Por ejemplo, tú y tu madre siempre se ven.

— Sí, es diferente, lo sé.

— Me encantaría conocerla. Debe ser una gran madre.

— Lo es— él sonrió con nostalgia. —Diciembre llegará rápido. Lo más seguro es que la conozcas pronto. Suele viajar a Maracaibo. Es más, Josué la conoce.

Ella asintió con una sonrisa. Se hizo un silencio algo largo, mientras ambos se sumergían en sus pensamientos.

— Canela... ¿Puedo preguntarte algo?

— Lo que quieras.

— ¿Cómo fue tu primera vez?

Canela suspiró. Esperaba cualquier pregunta menos esa:

— ¿Es tan importante saberlo?

— Si no me lo quieres contar, está bien— dijo de la boca para afuera.

Canela evitó un bufido:

— Fue... fue bueno. Me dolió, normal. Pero estuvo bien.

Él asintió apretando los labios. Otro silencio se hizo en el habitáculo:

— ¿Fue con Carlos?

Ella abrió la boca por la sorpresa. Demasiada directa la pregunta. Así que se sentó haciendo que las sábanas destaparan sus senos, y se colocó frente a él:

— Sí. Fue con Carlos.

Romer se quedó estático. Esa información le provocaba náuseas:

— Pero ustedes son primos— susurró.

— ¿Y eso qué tiene? No íbamos a tener hijos o algo por el estilo. Además, en esa época era mejor que pasara con alguien de confianza, que con... otras personas no deseadas.

Romer subió sus manos hasta los pechos de Canela. Los agarró y amasó con lentitud. Pensando que el hijo de puta de Carlos también los había tocado. Apretó la mandíbula…

— Me habría encantado ser yo— dijo con los dientes apretados.

Ella notó la presión de Romer en sus palabras y en el toque. Estaba molesto. Y quería poderlo entender.

— Olvida que te lo dije— pidió ella plantando palabra, acostándose nuevamente.

Él se rio con ironía colocándose encima de ella:

— No creo que eso pase.

— ¿Por qué? Eso fue hace un año, Aragón. Ya pasó.

La miró con mucha más molestia por la información, sin gustarle ni un poco la forma en que dijo aquello. Bruscamente, le separó las piernas con las suyas y apretó su miembro en su estómago:

— Mírame, Canela— gruñó, presionando su cara con ambas manos. —No voy a permitir que Carlos me joda la vida con sus celos ridículos...

— Él no está celoso, Romer— interrumpió. —En cambio, al parecer tú si lo estás.

Romer aplastó su boca con la suya y se separó:

— No me importa si te das cuenta de lo que Carlos está haciendo, o no. Pero hoy me llamó para darme el sermón del año, uno que ni siquiera tú padre me daría. Ni siquiera contándole que estamos juntos.

Ella abrió los ojos de par en par, al escuchar aquello.

— ¡Me revienta la actitud de Carlos contigo!— continuó Aragón. Movió más sus rodillas para abrirle más las piernas. Posicionándose. —Debes hacerle entender que tú ya eres mayor de edad y que estarás conmigo. ¿Me oíste?

— Desde que yo era una niña, él siempre me protegió de esa manera— Canela gimió al sentir la dura penetración de Romer. —Él no quiere nada…

— Te recuerdo— siguió penetrándola. —…que me acabas de contar que con él perdiste la virginidad— se clavó en ella al decir aquello.

— En Nueva York…— volvió a empujar

— Sí…— respondió ella, casi gruñendo.

— ¿A caso no eras una niña cuando eso pasó? — preguntó al mismo tiempo que se movía dentro de ella.

— Eras una niña pero te convirtió en mujer, ¡¿no es así?! Siente…

Comenzó a moverse más rápido:

— Una mujer de la cintura para abajo, Canela. Pero siente bien…

Giraba las caderas armoniosamente:

— ¿Pasaba por tu mente lo mismo que ahora? — le comió los labios con un beso, acallando los gemidos.

— ¿Gemiste igual con tu primo? — dijo de forma golpeada.

— ¿El corazón te iba a estallar al igual que ahora?

Buscó con su boca el seno izquierdo, remarcando la zona, alternando con el derecho; haciéndola gemir.

— Romer...

— Vivo con tu primo querido, Canela— enfatizó la frase penetrándola con mayor contundencia. —Y créeme... Él no te estaba protegiendo ese día, preciosa. Te estaba follando.

— Ahhh, Romer... Más… 

— ¿Más qué?

— ¡Más fuerte!

— Ahh ¿Lo quieres? ¡Lo tienes!

La volteó dejándola arriba para que ella misma buscara su placer, y vaya que supo cómo hacerlo. Ella giraba sus caderas y saltaba al compás de algunas nalgadas juguetonas, cortesía del hombre que la poseía. Él sostenía con una mano su cadera y con la otra, la acercaba a su cara para devorarle los labios y morderlos, si era preciso. ¡Maldito Carlos de mierda!, pensaba él en medio de las embestidas. Romer hubiese querido saber todo para prepararse y no sentir aquel arrebato de territorialismo que dejó ver ante Canela.

«¡Maldito Carlos! Te la follaste y ni me lo contaste, ¡cabrón!»

Sus estocadas eran duras. Se colocó sobre ella girándola súbitamente y acomodando las piernas de Canela sobre sus hombros. El acceso que aquello le dio era tan divino, que sobrepasaba cualquier sonido morboso que cruzara la habitación.

Penetrarla, marcarla, atravesarla; una, dos, tres mil veces haciéndola gritar.

— ¿Él te cogió así?

Ella lo miró con furia y placer. Clavó sus uñas en los antebrazos. Romer se rio por la reacción causada:

— ¡Jamás podrá hacértelo de nuevo!

Canela se mordía los labios fuertemente. El marco de su cara simulaba el dolor más poderoso que existía: El del placer. La garganta se le había secado hace rato, todo lo contrario a su entrepierna.

— Romer. Voy a acabar...

— Ahh... ahhh... ¡claro que sí! — él empujó fuerte, duro, rápido y profundo mordiéndose los labios hasta hacerla temblar. Y con unas estocadas más, arrastrando a ambos hasta la orilla de la cama, sacó su miembro y se dejó ir sobre el abdomen de la chica. De inmediato, tomó la mano de ella para que se tocara untando toda su simiente sobre el cuerpo. A él, los ojos le brillaron al ver cómo se regaba el líquido… No supo por qué lo hizo. ¡Pero lo hizo! Y fue una prueba de su liberación; el cenit de las marcas. Una huella que Canela jamás pensó que le gustaría. Ser libre bajo el cuerpo de un hombre, se llamaba aquello; sin importar el discurso de posesión.

Mientras él se dejaba caer sobre ella, Canela cerró los ojos tosiendo un poco por la molestia en la garganta. Acababa de aprender algo nuevo: Algunas veces las verdades en la cama, son beneficiosas para el cuerpo.

 

 

 

***

 

 

 

Unos minutos antes…

 

 

La tía Lu salía de la habitación para asegurarse de que la posada estuviese bien cerrada. Canela se encargaba de aquella tarea, pero como había salido a cenar con Romer, Lucía debía asegurarse de todo. Antes de bajar por las escaleras, vio unas telas tiradas y enrolladas frente a la habitación de su sobrina. Maldiciendo por lo bajito el descuido de Canela, se acercó hasta la zona y se agachó para recogerlas. Cuando de repente, escuchó un ruido detrás de la puerta. Lu arrugó la cara, extrañada. No era tan tarde, entonces supuso que la dueña del cuarto se encontraba en casa. Iba a retirarse cuando escuchó un grito que le hizo abrir los ojos como platos:

— Dios santísimo… ¡Virgen del Valle!

Las retinas de Lucía casi salen de sus órbitas. Si no se le había olvidado cómo era, adivinaba de qué se trataba aquel grito. De pronto, un quejido masculino se lo confirmó:

— ¡Ay no! Ay no… ¡Yo me voy!

La pobre tía de Canela, tapándose los oídos, se fue corriendo de allí con cara de circunstancias:

— Demasiada información para esta noche.

Llevándose la toalla y el pareo, y olvidando la tarea a realizar… se metió de nuevo en su cuarto para taparse con la cobija y no pensar que en su casa, una pareja de jóvenes desfogados, hacían el amor.